lunes, 13 de marzo de 2023

Control universal de la enseñanza de los Espíritus (2)

 INQUIETUDES  ESPÍRITAS

1.- Control Universal de la enseñanza de los Espíritus (2)

2.- Reencarnación de Espíritus con misiones especiales

3- Aparición de la conciencia

4- El nacer como el morir


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CONTROL UNIVERSAL DE LA ENSEÑANZA DE LOS ESPÍRITUS (2)                      

   En realidad, son los propios Espíritus quienes hacen la propaganda, con la ayuda de innumerables médiums a los que ellos estimulan en todas partes. Si solo hubiera habido un único intérprete, por más favorecido que estuviese, el Espiritismo apenas se conocería. Incluso, ese intérprete, sea cual fuere la clase a la que perteneciera, habría sido objeto de prevenciones por parte de muchas personas, y no todas las naciones lo habrían aceptado. En cambio, como los Espíritus se comunican en todas partes, en todos los pueblos, así como en la totalidad de las sectas y de los partidos, todo el mundo los acepta. El Espiritismo no tiene nacionalidad, no forma parte de ningún culto en particular, ni es impuesto por ninguna clase social, porque cualquier persona se halla en condiciones de recibir instrucciones de sus parientes y de sus amigos de ultratumba. Era preciso que así fuera, para que pudiese convocar a todos los hombres a la fraternidad. Si el espiritismo no hubiese permanecido en un terreno neutral habría alimentado las disensiones, en vez de apaciguarlas.

La universalidad de la enseñanza de los Espíritus constituye el poder del Espiritismo. Ahí reside también la causa de su rápida propagación. Mientras que la palabra de un solo hombre, aunque este contara con el concurso de la prensa, tardaría siglos para llegar a los oídos de todos, ocurre que millares de voces se hacen oír simultáneamente en todos los lugares de la Tierra, para proclamar los mismos principios y trasmitirlos tanto a los más ignorantes como a los más sabios, a fin de que nadie sea desheredado. Se trata de una ventaja de la que no ha gozado ninguna de las doctrinas que aparecieron hasta ahora. Por consiguiente, dado que el Espiritismo es una verdad, no le teme al desprecio de los hombres, ni a las revoluciones morales, ni a los cataclismos físicos del globo, porque nada de eso puede afectar a los Espíritus

Sin embargo, esa no es la única ventaja que deriva de su excepcional posición. El Espiritismo encuentra en ella una garantía todopoderosa contra los cismas que podrían suscitarse, tanto por la ambición de algunos como por las contradicciones de determinados Espíritus. Sin duda, esas contradicciones constituyen un escollo, pero un escollo que lleva consigo el remedio para su propio mal.

Se sabe que los Espíritus, a causa de la diferencia que existe entre sus capacidades, lejos están en lo individual de poseer la verdad absoluta; que no a todos les está dado el penetrar ciertos misterios; que el saber de cada uno es proporcional a su purificación; que los Espíritus vulgares no saben más que los hombres, e incluso saben menos que ciertos hombres; que entre ellos, tanto como entre los hombres, los hay presuntuosos y pseudocientíficos que pretenden saber lo que ignoran; sistemáticos que adoptan sus propias ideas como verdades; por último, que sólo los Espíritus de la categoría más elevada, los que ya están absolutamente desmaterializados, son los que se han despojado de las ideas y de los prejuicios terrenales. No obstante, también se sabe que los Espíritus mistificadores no tienen reparo en adoptar nombres que no les pertenecen, a fin de que se acepten sus utopías. De ahí resulta que, en lo concerniente a todo lo que esté fuera del ámbito de la enseñanza exclusivamente moral, las revelaciones que cada uno pueda recibir tendrán un carácter individual, sin la certeza acerca de su autenticidad; y deben ser consideradas como opiniones personales de tal o cual Espíritu, de modo que sería imprudente admitirlas y propagarlas a la ligera como verdades absolutas.

El primer control es, con toda seguridad, el de la razón, a la que es necesario someter sin excepciones todo lo que proviene de los Espíritus. Una teoría en evidente contradicción con el buen sentido, con una lógica rigurosa y con los datos positivos que se poseen, debe ser rechazada, por más respetable que sea el nombre con que esté firmada. Sin embargo, en muchos casos ese control resultará incompleto debido a los deficientes conocimientos de ciertas personas, como también a la tendencia de muchos a considerar su propia opinión como juez exclusivo de la verdad. En semejante caso, ¿qué hacen los hombres que no depositan una confianza absoluta en sí mismos? Buscan el veredicto de la mayoría y adoptan como guía la opinión de esta. Así se debe proceder respecto a la enseñanza de los Espíritus, pues ellos mismos nos proporcionan los medios de conseguirlo.

La concordancia en la enseñanza de los Espíritus es, pues, el mejor control. Pero es necesario que ocurra en determinadas condiciones. La menos segura de todas es que el propio médium interrogue a Espíritus diferentes acerca de un punto dudoso. Evidentemente, si él estuviera bajo el dominio de una obsesión o tratara con un Espíritu mixtificador, ese Espíritu podría manifestarle la misma cosa con nombres diferentes. Tampoco hay una garantía suficiente en la conformidad que haya en lo que se puede obtener a través de varios médiums en un mismo centro, porque es posible que todos estén bajo la misma influencia.

La única garantía seria en relación con la enseñanza de los Espíritus está en la concordancia que debe existir entre las revelaciones hechas espontáneamente, a través de un número importante de médiums de lugares diferentes, que no se conozcan entre sí.

Se entiende que no se trata aquí de comunicaciones relativas a intereses secundarios, sino de las referidas precisamente a los principios de la doctrina. La experiencia demuestra que cuando se debe revelar un principio nuevo, este es enseñado espontáneamente en diferentes puntos, al mismo tiempo y de una manera idéntica, si no en cuanto a la forma, al menos en lo relativo al fondo. Por consiguiente, si satisface a un Espíritu formular un sistema excéntrico, basado exclusivamente en sus ideas y ajeno a la verdad, téngase por seguro que ese sistema quedará circunscrito  y caerá ante la unanimidad de las instrucciones que se proporcionen en todas partes, como ha quedado demostrado en abundantes ejemplos. Fue esa unanimidad que derribó todos los sistemas parciales que surgieron en los orígenes del Espiritismo, cuando cada cual explicaba los fenómenos a su manera, antes de que se conociesen las leyes que rigen las relaciones entre el mundo visible y el Mundo invisible.

Esa es la base sobre la que nos apoyamos cuando formulamos un principio de la doctrina. No es porque esté de acuerdo con nuestras ideas que lo tomamos por verdadero. No nos colocamos, en absoluto, como juez supremo de la verdad, ni tampoco decimos a nadie: “Creed en tal cosa porque nosotros lo decimos”. Desde nuestro punto de vista, nuestra opinión sólo es una opinión personal, que puede ser verdadera o falsa, puesto que no nos consideramos más infalibles que cualquier otro. Tampoco consideramos que un principio sea verdadero por el hecho de que nos lo hayan enseñado, sino porque ha recibido la sanción de la concordancia.

En la posición en que nos encontramos, dado que recogemos comunicaciones de cerca de mil centros espíritas serios, diseminados por los más diversos puntos del globo, estamos en condiciones de analizar los principios en que se basa la concordancia. Ese análisis nos ha guiado hasta hoy, y habrá de guiarnos en los nuevos campos que el Espiritismo está llamado a explorar. Así, mediante el estudio atento de las comunicaciones provenientes de diferentes lugares, tanto de Francia como del extranjero, reconocemos, por la naturaleza absolutamente especial de las revelaciones, que el Espiritismo tiende a ingresar en un nuevo camino, y que le ha llegado el momento de dar un paso hacia adelante. Esas revelaciones, formuladas a veces con palabras veladas, a menudo han pasado desapercibidas a muchos de los que las han obtenido. Muchos otros creen que son los únicos que las poseen. Tomadas en forma aislada, no tendrían ningún valor para nosotros; sólo la coincidencia les confiere autoridad. Más adelante, cuando llegue el momento de darlas a publicidad, cada uno recordará haber obtenido instrucciones en el mismo sentido. Ese movimiento general, que analizamos y estudiamos con la asistencia de nuestros guías espirituales, es el que nos ayuda a determinar la oportunidad para que realicemos o no alguna cosa.

Ese control universal constituye una garantía para la unidad futura del Espiritismo, y anulará todas las teorías contradictorias. De ese modo se buscará en el porvenir el criterio de la verdad. Lo que determinó el éxito de la doctrina formulada en El Libro de los Espíritus y en El Libro de los Médiums, fue que en todas partes todos pudieran recibir, directamente de los Espíritus, la confirmación acerca del contenido de esos libros. Si de todas partes los Espíritus hubieran venido a contradecirlo, haría mucho tiempo que esos libros habrían sufrido la suerte de las concepciones fantasiosas. Ni con el apoyo de la prensa se hubieran salvado del naufragio, mientras que, privados incluso de ese apoyo, no han dejado de abrirse camino y de avanzar rápidamente. Esto se debe a que han recibido el apoyo de los Espíritus, cuya buena voluntad no solo compensó sino superó la mala disposición de los hombres. Del mismo modo sucederá con todas las ideas que, emanadas de los Espíritus o de los hombres, no puedan superar la prueba de dicho control, cuyo poder nadie puede discutir.

Supongamos, por lo tanto, que ciertos Espíritus quieran dictar, bajo cualquier denominación, un libro en sentido contrario; supongamos además que con una intención hostil y con el propósito de desacreditar la doctrina, la malevolencia suscitase comunicaciones apócrifas; ¿cuál sería la influencia que podrían ejercer esos escritos, si en todas partes fueran desmentidos por los Espíritus?  Necesitamos como garantía la adhesión de estos últimos, antes de lanzar algún sistema en su nombre. Del sistema de uno solo, al sistema de todos, existe la misma distancia que va desde la unidad al infinito. ¿Qué podrán conseguir los argumentos de los detractores, por encima de la opinión de las masas, cuando millones de voces amigas provenientes del espacio llegan de todas partes del universo, para combatir tenazmente tales argumentos en el seno de cada familia? Al respecto, ¿la teoría no ha sido confirmada ya por la experiencia? ¿Qué ha sido de todas esas publicaciones que, según decían, pretendían aniquilar al Espiritismo?

¿Cuál es la que siquiera ha frenado su marcha? Hasta el presente no se había enfocado esta cuestión desde ese punto de vista: uno de los más importantes, sin duda. Cada uno contó consigo mismo, pero no contó con los Espíritus.

El principio de la concordancia es también una garantía contra las alteraciones que, para su propio provecho, podrían introducir en el Espiritismo las sectas que quisieran apoderarse de él y adaptarlo a su voluntad. Quien intentara desviarlo de su objetivo providencial fracasaría, por la sencilla razón de que los Espíritus, en virtud de la universalidad de su enseñanza, echarían por tierra cualquier modificación que se apartara de la verdad.

De todo esto se desprende una verdad fundamental: cualquiera que intentara oponer trabas al curso de las ideas, ya establecido y sancionado, podría por cierto provocar una pequeña perturbación local y momentánea, pero nunca dominaría al conjunto, ni siquiera en el presente, pero menos todavía en el futuro.

También se desprende de esto que las instrucciones que han suministrado los Espíritus, acerca de los puntos de la doctrina que aún no se han dilucidado, no se convertirán en ley mientras esas instrucciones permanezcan aisladas, de modo que no deben ser aceptadas sino con todas las reservas y exclusivamente a título informativo.

De ahí la necesidad de tener la mayor prudencia al darlas a publicidad; y en caso de que se considerase conveniente publicarlas, solo deben ser presentadas como opiniones individuales más o menos probables, pero que en todos los casos necesitan ser confirmadas. Esa confirmación es la que se debe aguardar antes de presentar algún principio como verdad absoluta, a menos de exponerse a recibir la acusación de liviandad o de credulidad irreflexiva.

Los Espíritus superiores proceden en sus comunicaciones con suma sabiduría. Solo abordan las cuestiones principales de la doctrina en forma gradual, a medida que la inteligencia es apta para comprender verdades de un orden más elevado, y cuando las circunstancias son propicias para la emisión de una idea nueva. A eso se debe que no hayan dicho todo desde el comienzo, ni que lo hayan hecho hasta el día hoy, pues jamás ceden a la impaciencia de las personas demasiado apresuradas que pretenden cosechar los frutos antes de que hayan madurado. Sería, pues, superfluo querer precipitar el tiempo que la Providencia asignó a cada cosa, porque entonces los Espíritus realmente serios negarían decididamente su colaboración, y los espíritus frívolos, a quienes poco les preocupa la verdad, responderían a todo. Esa es la razón por la que las preguntas prematuras siempre reciben respuestas contradictorias.

Los principios precedentes no son el resultado de una teoría personal, sino la consecuencia forzosa de las condiciones en que se manifiestan los Espíritus. Es evidente que si un Espíritu dice una cosa en un lugar, mientras millones de Espíritus dicen lo contrario en otro, la presunción de verdad no puede hallarse de parte de aquel que es el único, o poco menos que el único, que sostiene esa opinión. Ahora bien, que alguien pretendiera tener razón contra todos sería tan ilógico de parte de un Espíritu como de parte de los hombres. Los Espíritus que en verdad son sabios, si no se consideran debidamente ilustrados sobre una cuestión, jamás la resuelven en forma terminante; declaran que sólo la tratan desde su punto de vista y aconsejan que se aguarde la confirmación.

Por grande, bella y justa que sea una idea, resulta imposible que desde un principio congregue a la totalidad de las opiniones. Los conflictos que de ella derivan son la consecuencia inevitable de la conmoción que se produce; son necesarios incluso para hacer que la verdad resalte mejor, y es conveniente que tengan lugar al comienzo, a fin de que las ideas falsas sean pronto dejadas de lado. Los espíritas que alimenten algún temor al respecto pueden, pues, permanecer absolutamente tranquilos. Las pretensiones aisladas fracasarán, por la fuerza de las circunstancias, ante el importante y poderoso criterio del control universal.

No será a la opinión de un hombre que se aliarán los demás, sino a la voz unánime de los Espíritus. No será un hombre, ni nosotros, ni cualquier otro, quien implantará la ortodoxia espírita. Tampoco será un Espíritu quien venga a imponerse a quienquiera que sea: será la universalidad de los Espíritus que se comunican en toda la Tierra por orden de Dios. Ese es el carácter esencial de la doctrina espírita; esa es su fuerza, su autoridad. Dios ha querido que su ley se apoyara en una base inconmovible, por eso no le dio como fundamento la frágil cabeza de uno solo.

Ante tan poderoso areópago, que no conoce bandos ni rivalidades celosas, ni sectas, ni naciones, caerán todas las oposiciones, todas las ambiciones, todas las pretensiones de supremacía individual, pues nos destruiríamos a nosotros mismos si quisiéramos sustituir sus decretos soberanos por nuestras propias ideas. Sólo él resolverá los litigios, acallará las disidencias y dará la razón a quien le corresponda. Ante ese imponente acuerdo de todas las voces del Cielo, ¿cuánto puede la opinión de un hombre o de un Espíritu? Menos que una gota de agua que se pierde en el océano, menos que la voz de un niño sofocada por la tempestad.

La opinión universal: ese es el juez supremo, que se pronuncia en última instancia. Esa opinión está constituida por las opiniones individuales. Si alguna de ellas es verdadera, sólo tiene en la balanza un peso relativo. Si es falsa, no puede prevalecer sobre las demás. En ese inmenso conjunto las individualidades se extinguen, lo que representa un nuevo fracaso para el orgullo humano.

Ese conjunto armonioso ya se esboza. No pasará este siglo sin que brille en todo su esplendor, a fin de disipar las incertidumbres; porque desde ahora hasta entonces, voces poderosas habrán recibido la misión de hacerse oír, de modo de reunir a los hombres bajo el mismo estandarte, tan pronto como el campo esté suficientemente labrado. Mientras tanto, aquel que fluctúe entre dos sistemas opuestos podrá observar en qué sentido se ordena la opinión general: ese será el indicio cierto del sentido en que se pronuncia la mayoría de los Espíritus en los diferentes sitios en que se comunican, y una señal no menos segura de cuál de los dos sistemas prevalecerá.

Revista Espírita, abril de 1864
El Evangelio según el Espiritismo, Introducción                                
Artículo desarrollado por Salvador Martín 

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REENCARNACIÓN DE ESPÍRITUS
CON MISIONES ESPECIALES

    Las inteligencias avanzadas, bajan a encarnar en los planos físicos solamente en misiones especiales, a fin de contribuir al adelanto de las humanidades, y muy especialmente a colaborar en la obra de Dios. Comoquiera que su tónica vibratoria es muy sutil, buscan y rebuscan, y eligen con gran cuidado la familia que ha de albergarles en los primeros años de su vida física; no en cuanto a fortuna y posición social, sino en cuanto a las condiciones espirituales y morales de los que serán sus padres. Esta elección, aparte de llevarles tiempo, deben hacerla con relación al programa o actuación que quieren desarrollar, a fin de no encontrarse después con tropiezos y dificultades insalvables que les expongan a un fracaso lamentable.
    Y todo espíritu ya más evolucionado, planifica un programa antes de nacer, de enmiendas y realizaciones a desarrollar, de acuerdo con su necesidad evolutiva y su capacidad. Y esta necesidad y capacidad varían en cada ser, lo que es fácil apreciar en la enorme diversidad de destinos humanos. Y aquellos que traen misiones de más responsabilidad, planifican con mucha antelación su destino.
    Necesario es aclarar que, en las primeras fases de la etapa humana, el individuo poco evolucionado no está aún capacitado para escoger su propio destino humano, y encarna dirigido por inteligencias directrices del progreso humano, en concordancia con su necesidad evolutiva y su capacidad de realización; pero nunca contra su voluntad.
    Al llegar aquí, pienso que más de un lector preguntará: entonces, ¿de dónde salen tantas almas, .si la población humana de nuestro mundo esta aumentando considerablemente?
    Y aquí responderé a muchas preguntas:
1. En los diversos planos del astral superior y del inferior, hay una población entre 18 a 20.000 millones de almas o seres desencarnados (según versiones recibidas de Lo Alto), de los cuales muchos están preparados y preparándose para encarnar; y entre los cuales hay gran número desesperados por salir de su terrible condición y dispuestos a aceptar un cuerpo físico por tarado que sea.
2. Cada ciclo planetario hay transmigraciones de un mundo a otro, con el objeto de limpiar de espíritus perturbadores a los mundos que van alcanzando cierto grado de progreso; como va acontecer ya en nuestro mundo, de donde será expulsada toda la maldad humana a mundos inferiores salvajes. Son los citados en el Apocalipsis de Juan Evangelista, como los de la izquierda de Cristo. Y estos desterrados (en espíritu) a mundos de civilizaciones primitivas, mucho sufrirán, pero también contribuirán al progreso de las civilizaciones salvajes de esos mundos.
    Concluiremos nuestra exposición con lo siguiente: mientras el alma no vibre en amor, mientras no amemos a nuestros semejantes como nos amamos a nosotros mismos, estamos destinados a proseguir la cadena de las reencarnaciones terrenas. Pero ¡ay de aquellas almas ruines y ciegas que practiquen la maldad y siendo causantes de sufrimientos! ¡Ay de los que exploten la ignorancia humana! Porque hemos llegado, estamos ya en el «final de los tiempos», y ya no podrán volver a encarnar en este mundo nuestro, sino que serán llevados a encarnar y vivir, durante milenios, en alguno de los mundos más atrasados que el nuestro, entre los que hay una vida bestialmente salvaje y cavernaria, y en donde añorarán (desde lo profundo de sus conciencias) el «paraíso perdido», de este mundo nuestro del cual se verán separados.

Sebastián de Arauco.

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APARICIÓN DE LA CONCIENCIA

                                                       

Origen y naturaleza

«La conciencia es la presencia de Dios en el hombre».

Victor Hugo – Escritor

En la actualidad, en pleno siglo XXI, todavía la ciencia no ha podido desvelar ni el origen ni la naturaleza de la conciencia. Psicólogos, neurólogos e investigadores de la mente están de acuerdo en algunas cosas al respecto de la conciencia, no obstante, discrepan en cuanto a las hipótesis que pretenden esclarecer de donde procede la conciencia y cuáles son sus atributos.

Entre los puntos de coincidencia, destaca ya en la gran mayoría la aceptación de que la conciencia no es algo material, no tiene pues una dimensión física ni tampoco ubicación concreta en el espacio. Las hipótesis respecto al origen de la conciencia son variadas según los distintos investigadores. Para aquellos que únicamente basan sus estudios en la materia, afirman que la conciencia, a pesar de no ser material, es un epifenómeno que emana de algo material como son las relaciones entre las sinapsis neuronales del cerebro humano.

Esta hipótesis cada vez está más desacreditada, pues algo inmaterial es difícil que pueda estar originado por la materia, y ha llevado a muchos neurólogos a la paradoja de aceptar el fenómeno del “pansiquismo” (existencia de un alma en la naturaleza) que desde la primera célula incorpora una proto-conciencia en las células de todo ser vivo. Es decir, para rechazar cualquier energía, fuerza o principio espiritual individualizado que pueda ser el origen de la conciencia, admiten en la misma materia un “principio inmaterial” del que no saben explicar ni su origen ni su desarrollo.

Al final, la explicación más plausible a la que llegan algunos neurólogos materialistas es afirmar que el tiempo se encargará de desvelar mediante la investigación que la conciencia es de origen material, aunque actualmente no tengan evidencias ni hechos confirmados sobre este supuesto. Esta afirmación y nada, supone que la hipótesis materialista está completamente fuera de lugar, sin pruebas ni evidencias que la mantengan, y al no encontrar respuestas deciden dejarlo al albur del tiempo y el porvenir de la ciencia.

Por norma general, otros muchos investigadores, psicólogos, físicos y neurocientíficos admiten, como premisa principal, que la conciencia son las experiencias interiores conscientes que el ser humano incorpora a su psique y, por lo tanto, podemos saber de ella gracias a sus facultades y productos que genera, pero no tanto en cuanto a su íntima naturaleza.

Esa facultad de la conciencia permite organizar, analizar y comprobar que los pensamientos, las emociones, las sensaciones, los recuerdos, la memoria, los reflejos condicionados, los reflejos inconscientes, etc., son productos de la conciencia que sí podemos estudiar y conocer, pero no es la conciencia en sí misma. Muy pocas veces solemos ser conscientes de la propia conciencia.

En un ejemplo ilustrativo compararemos la conciencia con un proyector de cine que proyectando luz en una pantalla modifica esa luz para crear toda una serie de figuras de la que resultan infinidad de imágenes. Estas imágenes son los sueños, las percepciones, las sensaciones, los sentimientos y pensamientos, etc.; en definitiva, son formas de conciencia que podemos conocer y gracias a ello sabemos que somos conscientes, pero raramente somos conscientes del foco de luz, es decir, de la conciencia como tal.

Desde el punto de vista espiritual todo es más sencillo. La vida tiene un origen claramente definido en aquella materia animalizada o “animada” por el fluido vital que la distingue de la materia inanimada. Esta energía vital que otorga la vida y que procede del fluido cósmico universal aparece ya en las primeras moléculas de azúcar que se combinan golpeándose contra las rocas en los océanos en formación hace 3.000 millones de años. De aquí surgen las primeras algas o plantas y con ello dan lugar, después de largo tiempo, a la aparición de los animales unicelulares (protozoos, amebas, etc.). Estos últimos por evolución y desarrollo de la aglomeración y la mitosis celular darán origen a los animales multicelulares que, llegado al periodo cámbrico, hace ahora 500 millones de años (“la explosión cámbrica”), nos presentarán el desarrollo animal como algo definitivo.

Pues bien, desde la primera célula viva que podamos conocer, ya existe en ella un “principio espiritual en desarrollo” que con el transcurso de las eras, los eones y las transformaciones del planeta se va desarrollando y ampliando, dando lugar al psiquismo individualizado. Es conveniente distinguir entre “principio vital-espiritual” y “principio inteligente”. El primero procede de las transformaciones del fluido cósmico universal y la materia y sus diversas combinaciones, por lo tanto se modifica junto con la misma y cuando se extingue la vida biológica una vez utilizado este principio vital en cualquier célula, de plantas u otros elementos vivos, regresa al conglomerado de la sustancia primitiva para volver a ser usado.

Pero el “principio inteligente” no tiene el mismo origen que el “principio vital-espiritual”. El principio inteligente es inmaterial, prima la mente, el pensamiento, las emociones y el resto de atributos individualizados que conformarán la conciencia con la aparición del hombre y el desarrollo del mismo. Todo efecto inteligente procede de una causa inteligente, por ello el principio inteligente procede la “inteligencia suprema y causa primera del universo” (A.K., it.1 L.E.) a la que llamamos Dios.

Este principio inteligente distingue al hombre de otros reinos de la naturaleza que sienten o piensan de forma discontinua pero no tienen conciencia de sí mismos. Es lo que ocurre con las plantas, que sienten pero no piensan, o con los animales, donde algunos de ellos situados en la escala evolutiva superior, con un avanzado desarrollo de su psiquismo, son capaces de tener emociones y algunos pensamientos discontinuos pero sin ser conscientes de su individualidad.

La conciencia de uno mismo aparece en la etapa “hominal”, cuando el espíritu humano es incorporado en cuerpos primitivos y animalizados con un desarrollo del psiquismo avanzado. Esta incorporación permite al hombre comenzar su evolución como tal, a partir de ese momento tiene conciencia de sí mismo, posee libre albedrío para tomar sus decisiones y tiene voluntad propia para dirigir sus acciones. Y aunque en unos primeros momentos o distintas vidas que se suceden rápidamente se rige por el instinto como los animales que le rodean, sin embargo en él comienza a tener preponderancia el pensamiento, el habla, las relaciones con el entorno, la imitación del comportamiento animal, etc.

Comienza a abrirse paso la “experiencia de la conciencia”, y a partir de aquí se inicia imparable el desarrollo evolutivo del alma y de los instrumentos a su servicio (mente y la propia conciencia que inicia su progreso) que en un principio apenas tienen experiencia y que deben adquirirla mediante los procesos de vidas en la carne (reencarnación), que van desde la sensación y el instinto a la emoción y el pensamiento.

“Sea lo que sea lo que ocurra en mi mente, de lo que no puedo dudar es de mi conciencia, esta es mi única verdad absoluta e incuestionable, y si Dios es la facultad de la conciencia, entonces Dios es la verdad.”

Dr. Peter Russell – Físico y Psicólogo – Libro: Ciencia, Conciencia y Luz

La evolución de la conciencia comienza su viaje como una hoja de papel en blanco, donde apenas hay experiencias conscientes; únicamente cuenta con el instinto procedente del psiquismo animal que deriva de la etapa anterior y que, al incorporarse “el principio inteligente”, llamado alma o espíritu, suma para los inicios de la etapa humana el aspecto latente de los atributos divinos que el alma deberá desarrollar mediante su propio esfuerzo a lo largo de los próximos milenios de vidas y experiencias.

El espíritu humano presenta así sus cualidades: individualidad, conciencia, voluntad, libre albedrío, pensamiento y emoción consciente, etc. Pero además de ello aglutina “el principio espiritual” (psiquismo) de los demás reinos de la naturaleza, con “el principio inteligente” que procede directamente de Dios. Y es en este último aspecto el motivo por el que la criatura es creada a “imagen y semejanza del creador”, en cuanto a su inmortalidad y trascendencia. De aquí se deduce que de Dios proviene la facultad de la conciencia.

Además de ello, Dios coloca en la conciencia del ser humano las leyes morales que deberá seguir para una evolución rápida y consciente que le lleve a la dicha y la perfección relativa a la que todo espíritu está destinado. Esas leyes, y no cualquier otra cosa, son el juez imparcial que regula nuestro camino evolutivo. Esas leyes regulan el progreso del alma a través de la conciencia, y esta última es la que, bajo el uso del libre albedrío y la voluntad, ofrece la respuesta a la trayectoria del alma inmortal hacia la felicidad.

Cuando seguimos esas leyes, la evolución y el progreso se producen sin grandes alteraciones. Cuando nos desviamos y actuamos en contra de las mismas, el dolor corrige nuestros errores y deficiencias y nuestra propia conciencia nos devuelve, antes o después, en esta vida o en otras próximas, aquello que hicimos mal, el daño infringido a otros o a nosotros mismos para que seamos conscientes de lo que es correcto y o que no. De esta forma nos armonizamos y equilibramos con las leyes superiores que rigen la vida.

“Nadie escapa a su conciencia”, y por ello, las leyes esculpidas en la misma no son otra cosa que el código de reeducación que el alma necesita para encaminarse a través de los siglos y las experiencias. Y conforme avanzamos en el desarrollo de la conciencia se despierta en nosotros una mayor capacidad de discernimiento acerca de la realidad que somos y de la forma de distinguir el bien del mal. Este discernimiento es el que distingue a los hombres que aprovechan sus experiencias y adelantan en lo intelectual y en lo moral a lo largo de las eras. Y ejemplos hemos tenido de ello en todas las épocas de la humanidad. Por esto mismo la conciencia amplía nuestro sentido moral, como ya lo afirmaba Blaise Pascal el gran matemático y filósofo del siglo XVII en su obra «Pensamientos»:

«La conciencia es el mejor libro moral que tenemos» 

Así pues, la conciencia es la fuerza más importante del alma humana. La que dirige, sin apenas saberlo, nuestra evolución consciente. La que posee las reglas superiores del progreso del alma en consonancia con las leyes de Dios. Y por ello mismo, nuestra conciencia progresa al mismo tiempo que nuestra alma inmortal desarrolla las cualidades divinas que de forma latente lleva implícitas. Y cuando esto se produce, el hombre vive la abundancia del discernimiento, la claridad de la verdad y el sentimiento elevado del amor que una conciencia plena lleva aparejado al alcanzar los estados de conciencia elevados que el alma experimenta.

Aparición de la conciencia por: Antonio Lledó Flor

©2023, Amor, Paz y Caridad

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EL NACER COMO EL MORIR


(El nacer como el morir, es un viaje de ida y vuelta)

                      
Si viviéramos con menos apego a lo material, el momento de la partida sería mucho más ligero mucho más aceptada no solo para el que parte sino también para los seres que le han significado algo; el morir es un hecho tan real y tan hermoso como el de nacer, como es o deja de ser en este mundo carnal será difícil de visualizarlo, lo que si sabemos es que de ese lado están todos los seres que nos han tocado para bien o para mal y que han partido antes que nosotros....es un lugar de encuentro total.
- Rey Formoso-

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