jueves, 9 de marzo de 2023

El Libre Albedrío


 INQUIETUDES  ESPÍRITAS

1.- El burrito

2.- Cartas del Más Allá (Continuación)

3.- Espiritismo: Una nueva ciencia ( 4ª y final)

4.- El Libre albedrío

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El burrito


Por Antonio Lledó                                            

Una de las mayores cegueras que el espíritu humano tiene cuando se sumerge en la carne y afronta una nueva reencarnación es el cuerpo físico. Por norma general, las personas solemos identificarnos con el cuerpo físico; muy pocas veces se piensa que somos algo más, una entidad trascendente que sobrevive al cuerpo después de la muerte, siendo este un mero instrumento que sirve al ser inmortal para progresar y crecer.

Esta impresión es tan fuerte que la mayoría de las personas identifican únicamente su personalidad con su aspecto físico, creyendo que sus pensamientos, emociones, sensaciones y percepciones son ellos mismos, al igual que sus células nerviosas, sus cuerpos enfermos o sanos y sus bellezas o fealdades.

Es tan difícil disociar “lo que somos” de “lo que aparentamos o sentimos” que la vida transcurre casi siempre bajo este condicionamiento, y sobre ello se construyen muchas falsas ideas que perjudican el desarrollo del espíritu en la Tierra y retrasan su evolución hacia estados de mayor perfección.

Solamente cuando comenzamos a vislumbrar que el cuerpo no es más que una herramienta al servicio del espíritu inmortal es el momento de entender que la vida transitoria es breve e incierta, que las pruebas y acontecimientos que nos ocurren tienen un porqué y un para qué, y que nuestros pensamientos, sentimientos y acciones, pese a ser elaborados y realizados por nosotros mismos en su gran mayoría, no son exactamente nuestra realidad auténtica.

Esta última es el espíritu inmortal que anima vida tras vida los diferentes cuerpos, las diferentes circunstancias y formas de actuar en una existencia o en otra, con base en las influencias recibidas (culturales, sociales, educacionales) o del acervo que nuestro inconsciente trae de vidas anteriores perfectamente mecanizado, automatizado, por la repetición de los mismos hábitos perniciosos o saludables que todos incorporamos en nuestro interior.

Así pues, el resultado de lo que pensamos, sentimos o hacemos se debe al nivel de progreso espiritual que nuestro ser inmortal ha alcanzado. Y sobre esto mismo el cuerpo físico ejerce una poderosa influencia que solamente puede ser doblegada mediante la voluntad firme del espíritu.

La materia física es cómoda por naturaleza, tiende a la inacción, a la preservación del mínimo esfuerzo, a evitar cualquier contratiempo que le genere esfuerzo, incomodidad o gasto de energía. Sin embargo, la voluntad del espíritu que desea crecer y evolucionar tiene la inercia del impulso, de la búsqueda de lo mejor, del esfuerzo constante y permanente por superarse a sí mismo a pesar de las comodidades que la propia materia le impone.

“El cuerpo es el templo del espíritu”, reza un antiguo aforismo; y es exactamente así. Debemos cuidar, proteger y mantener saludable nuestro cuerpo físico para que pueda ser el instrumento preciso que nuestra alma necesita para progresar. Pero estos cuidados y atenciones no tienen nada que ver con darle todos los caprichos que nos solicita; gula, concupiscencia, sensualismo, etc. Estos últimos son algunas de las cosas que nos pide constantemente y que hemos de combatir mediante la voluntad y el esfuerzo.

Si nos dejamos llevar por las sensaciones y lo que el cuerpo físico nos demanda, el espíritu y la conciencia va perdiendo fuerza en nuestro interior; lejos de escuchar las necesidades que nos han traído hasta aquí, acomodamos nuestra vida y nuestras prioridades a las tendencias de la materia, nos entregamos a ella, nos identificamos con ella, y nada de lo que supone un reto, un riesgo o un objetivo de superación personal pasa a ser relevante para nosotros.

Francisco de Asís llamaba a su cuerpo físico “el burrito”; un jumento sobre el que cargaba su asombrosa voluntad de acción en el bien y al que constantemente le pedía perdón por no tratarlo con las debidas atenciones. Como él, muchos personajes elevados de la historia han entendido la misión de este “burrito” que todos llevamos y que es una maquinaria extraordinaria de millones de células que la evolución ha proporcionado al espíritu para que este pueda desarrollar los atributos espirituales que Dios le concedió en su camino hacia la felicidad y la perfección.

En estas primeras etapas debemos contar con el burrito para alcanzar nuestros objetivos de progreso; tiempo habrá de prescindir de él. Mientras tanto, veremos más adelante en qué puede perjudicarnos si nos identificamos únicamente con él, sin comprender que la vida auténtica e inmortal corresponde al espíritu, y que este último debe ser el principal objetivo de atención de nuestra etapa humana en cada reencarnación.

El burrito por: Benet de Canfield

©2023, Amor, Paz y Caridad

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    CARTAS DEL MÁS ALLÁ (Continuación)

 

Forma del espíritu:

Los relatos espirituales manifiestan que el espíritu no es una abstracción: sino que su forma es definida. Es una llama, un destello, o una chispa etérea cuyo color puede variar del oscuro al brillo del rubí, según sea el espíritu más o menos puro.
Está formado por una sustancia quintaesenciada, sin analogía entre nosotros, tan etérea que no puede ser percibida por los sentidos ordinarios.
Nos aclararon que el espíritu se encuentra revestido de una sustancia vaporosa imponderable denominada periespíritu por Kardec, que constituye el cuerpo fluídico que une el espíritu a la materia.
No olvidemos que la delicadeza del periespíritu está proporcionada a la elevación del espíritu, pudiendo ser tan tenue y sutil que casi no se le perciba.
Ese lazo de unión es el medio por el que el espíritu obra sobre la materia y viceversa, no posee la tenacidad, ni la rigidez de la materia compacta del cuerpo físico, es más bien flexible y expansible. Ningún cuerpo le ofrece resistencia¸ los penetra y atraviesa a todos.
Este cuerpo sutil es tomado del ambiente fluídico circundante del planeta a que el espíritu esté vinculado.
Sólo la voluntad puede extender o restringir su acción, y la voluntad es en efecto su principio activo más poderoso.

Descanso:

Las cartas espirituales explican que los espíritus conocen las necesidades porque las han padecido, pero no las experimentan en lo material.
No pueden cansarse o fatigarse de la misma manera como cuando encarnados, no necesitan reposo físico porque no poseen órganos cuyas energías deban ser recuperadas. La especie de fatiga que pueden experimentar los espíritus está en razón de su inferioridad, porque cuanto más elevados son, menos reposo necesitan.
El descanso es en el sentido de que no se hallan en constante actividad, su acción es por entero intelectiva, su reposo, completamente moral.
Nos aclaran los mentores, que hay momentos en que el pensamiento del espíritu cesa de estar activo y no se concentra en un objeto determinado. Se trata para él de un verdadero descanso, pero no comparable con el del cuerpo físico.
La actividad espiritual no constituye una imposición. En la vida espiritual nadie obliga a nadie a hacer algo, existe absoluta libertad para permanecer en la ociosidad todo el tiempo que se desee, con todo en breve los espíritus se cansan de esa inactividad egoísta y serán los primeros en solicitar una ocupación, pues el trabajo es una Ley Natural, una necesidad y una satisfacción placentera, procurarán tareas conforme a sus gustos y aptitudes y elegirán preferentemente aquellas que puedan contribuir a su adelanto.

Alimentación:

Cada mundo ofrece a sus habitantes los alimentos que se hallan relacionados con el grado de su evolución.
En mundos más depurados que la Tierra esos alimentos no serían lo bastante sustanciosos para saciarnos, de igual modo, los espíritus que allí viven, en mundos más adelantados, no podrían alimentarse con los que absorbemos nosotros.
Podemos encontrar estas afirmaciones en la cuestión 710 de El Libro de los Espíritus.

Género:

El espíritu no tiene un género determinado puesto que el sexo depende del organismo físico. La desencarnación libera a los espíritus del aspecto masculino o femenino que hayan tenido.
Los purificados comprenden perfectamente su naturaleza. Los que aún están sometidos a las encarnaciones animan a cuerpos de hombres y mujeres dependiendo de las pruebas por las que tengan que pasar.
Como deben progresar en todos los sentidos, cada género, así como cada posición social, les ofrece los deberes particulares y la ocasión de cosechar experiencias y habilidades.
Todos los espíritus ejercitan la experiencia en los dos géneros para desarrollar las características psicológicas y emocionales asociadas a ambos sexos.

Visión y audición:

La facultad de ver y oír, en el mundo espiritual al contrario que cuando estamos encarnados no está localizada en ningún órgano específico. La percepción de esos sentidos en el mundo espiritual se amplifica.
Las cartas del Más Allá nos dice que es una especie de lucidez universal que se extiende por todo el ser espiritual,
que abarca simultáneamente el tiempo y el espacio, no habiendo obstáculos ni tinieblas, exceptuando aquellas en que puedan encontrarse por expiación.

Locomoción:

Aseveran los benefactores que el espíritu puede, si así lo desea, hacerse cargo de la distancia que recorre en el Universo o eliminarla, lo que depende de su voluntad y además de la mayor o menor pureza de su naturaleza.
El espíritu se traslada por el espacio gracias a la fuerza del pensamiento.

Comunicación:

Los espíritus no pueden ocultarse mutuamente los pensamientos.
Para ellos todo se halla a la vista, les basta mirarse para comprenderse. El fluido universal establece entre ellos una comunicación constante.
Su pensamiento puede irradiar e ir al mismo tiempo a muchos puntos diferentes, sin embargo esa facultad depende de su grado de pureza.

Vestimenta:

Encontramos en el capítulo VIII Laboratorio del mundo invisible, de El libro de los Médiums, la información en cuanto a la indumentaria de los espíritus.
Ellos se presentan vestidos con sus túnicas, ropajes o con sus trajes ordinarios, esos atuendos parecen ser la costumbre general en el mundo invisible.
Los espíritus pueden transformar a su gusto la materia etérea esparcida en el espacio y en la atmósfera del planeta a que están asociados. Concentran estos elementos por un acto de su voluntad, dándoles la forma aparente acomodada a sus gustos y proyectos, creando además de vestidos, diversos accesorios y objetos, tales como bastones, linternas, gafas, libros, joyas, etc.

( continúa....)

- Claudia Bernaldes de Carvalho-

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   ESPIRITISMO: UNA NUEVA CIENCIA 

( 4ª Parte y final) ( Continuación del anterior)

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   No es que vaya a surgir una religión, surgirá la religión. Sus adeptos serán reconocidos porque no procurarán convertir a nadie pero convencerán a todo el mundo, aunque cada uno a su tiempo.

¿Utopías?, bueno, el tiempo se encargará de desvelar el misterio, de levantar el velo de Isis.

Son muchos los adversarios que impiden y han impedido que el Espiritismo progrese en el terreno científico. Pero no son ellos quienes nos preocupan…

Simón Pedro caminaba al lado de Jesús entre Cafarnaum y Magdala, cuando le pidió orientación para descubrir donde podrían estar nuestros mayores adversarios. Quería combatirlos para trabajar con mayor eficacia por el Reino de Dios.

Ante el silencio del Señor, el discípulo insistió, respondiéndole Jesús que la experiencia todo lo revela en el momento preciso.

Incomodado por tener que esperar Simón siguió al lado del Maestro, cuando vio, algunos pasos más hacia delante que alguien caminaba escondido tras unas viejas higueras. El apóstol empalideció, declarando que el desconocido podría ser un fariseo dispuesto a asesinar al amigo. Cuando intentó agarrarlo, descubrió que en lugar de un fariseo era Andrés, su propio hermano, que se presentaba sonriente uniéndose al grupo.

Jesús aprovechó el momento y dijo:                                                                                                       – Pedro, nunca te olvides de que el miedo es un adversario terrible.

Un poco más adelante, el grupo encontró a un levita que recitaba pasajes de la ley judía, y que les dirigió la palabra poco respetuoso. Pedro se llenó de rabia, reaccionó y discutió, hasta que el interlocutor quedó amedrentado.                                                                                                        -Recuerda amigo, explicó el Maestro, que es indispensable nuestro auxilio al que ignora el verdadero bien, sin olvidar que la cólera es un adversario cruel.

Unos pasos más y encontraron a un vendedor de perfumes, que les informó sobre un leproso que Jesús había curado y que huyó para Jerusalén, donde acusaba al Mesías de mentiroso. El pescador no se contuvo. Gritó que Zeconías, el ex-enfermo, era un ingrato y maldijo su nombre.  Jesús entonces llamando su atención le recordó la necesidad del perdón y añadió: -La dureza es un verdugo del alma.

En el transcurso del camino, avistaron a un viejo romano semiparalítico, que les sonrió, desdeñoso, desde lo alto de las andas sustentadas por los fuertes esclavos. Simón observando el cuadro que ahora se le presentaba, adujo que desearía curar al pecador impenitente, para doblegarle el corazón hacia Dios.                                                                                                          Jesús, sin embargo, le acarició el hombro y afirmó:                                                          -Cuidado, amigo. La vanidad es un adversario sutil.

Pocos minutos después llegaron a la hospedería de Aminadab, un seguidor de las nuevas ideas. Ya en la mesa, Simón conversó con un esclavo liberado de Cesárea, que destacaba los aspectos menos felices de los acontecimientos políticos de la época. Después de destacar los equívocos y desmanes de los poderosos, Jesús preguntó a Pedro si alguna vez hubiera él ido a Roma. La negación vino rápida a lo que el señor manifestó: -Hablaste con tal desenvoltura sobre el Emperador que me pareció estar delante de alguien que hubiese convivido con él. Estemos convencidos que la maledicencia es un adversario terrible.                                                       Contemplando el paisaje, el Gran Amigo de Pedro concluye:                                               -Pedro, hace una hora procurabas descubrir nuestros mayores adversarios. Desde entonces han aparecido cinco entre nosotros: el miedo, la cólera, la dureza, la vanidad y la maledicencia… Como ves nuestros peores enemigos moran en nuestro propio corazón.        

Son estos adversarios internos los que detienen la marcha del Espiritismo, de la Nueva Ciencia. El miedo que nos aleja del trabajo y de la lucha, la cólera que nos sintoniza con los espíritus inferiores, la dureza que nos lleva a la isla desierta de nuestro egoísmo, la vanidad que nos aleja de la orientación de los buenos espíritus o la maledicencia que siembra la discordia entre los mismos espiritistas                                                                                                                Alguien podría objetar diciendo que el Espiritismo progresa inevitablemente, que la luz nunca se puede esconder debajo del celemín y llevaría razón en parte. Porque la verdad siempre triunfa tarde o temprano pero de nosotros depende participar de esta gran obra.

Salvador Martín

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             EL LIBRE ALBEDRÍO                         

El libre albedrío es definido como “la facultad que tiene el individuo de determinar su propia conducta”, o, en otras palabras, la posibilidad que él tiene de, “entre dos o más razones suficientes de querer o de actuar, escoger una de ellas y hacer que prevalezca sobre las otras.
Problema fundamental de la Filosofía ética y psicológica, viene siendo estudiado y discutido apasionadamente desde los primeros siglos de nuestra era, dando oportunidad a que se formulasen, al respecto, varias doctrinas dispares y antagónicas. Algunos creen que el libre albedrío es absoluto, que los pensamientos, palabras y acciones del hombre son espontáneos y de su entera responsabilidad. Evidentemente, están en un error, porque no hay cómo dejar de reconocer las innumerables influencias y obligaciones a que, en mayor o menor escala, estamos sujetos, capaces de condicionar y disminuir nuestra libertad.
En el extremo opuesto, existen tres corrientes filosóficas que niegan obligatoriamente el libre albedrío: el fatalismo, la predestinación y el determinismo. Los fatalistas creen que todos los acontecimientos están previamente fijados por una causa sobrenatural, correspondiéndole al hombre sólo el regocijarse, si es favorecido con la buena suerte, o resignarse, si el destino le fuera adverso. Los predestinacionistas se basan en la soberanía de la gracia divina, enseñando que desde toda la eternidad algunas almas fueron predestinadas a una vida de rectitud y, después de la muerte, a la dicha celestial, mientras otras fueron de antemano señaladas para una vida reprobable y, consecuentemente, condenadas a las penas eternas del infierno.
Si Dios regula, anticipadamente, todos los actos y todas las voluntades de cada individuo, argumentan , ¿ cómo puede este individuo tener libertad para hacer o dejar de hacer lo que Dios ha decidido que él haga? Estas dos doctrinas, como se ve, reducen al hombre a un simple autómata, sin mérito ni responsabilidad, al mismo tiempo que rebajan el concepto de Dios, presentándolo como un déspota injusto, distribuyendo gracias a unos y desgracias a otros, únicamente según su capricho. Ambas repugnan a las conciencias esclarecidas, por tan grande aberración. Los deterministas, a su vez, sustentan que las acciones y la conducta del individuo, lejos de ser libres, dependen integralmente de una serie de contingencias de las que él no puede evadirse, como las costumbres, el carácter y la índole de la raza a la que pertenezca; el clima, el lugar y el medio social en el que viva; la educación, los principios religiosos y los ejemplos que reciba; además de otras circunstancias no menos importantes, como el régimen alimentario, el sexo, las condiciones de salud, etc.
Los factores señalados más arriba son, de hecho, incontestables y pesan bastante en la manera de pensar, de sentir y de proceder del hombre. Así, por ejemplo, diferencias climáticas, de alimentación y de filosofía, hacen de hindúes y americanos del norte tipos humanos que se distinguen profundamente, tanto en la complexión física, en el estilo de vida, como en los ideales; normalmente, la fortuna nos vuelve soberbios, mientras la necesidad nos hace humildes; un día claro y soleado nos estimula y alegra, contrariamente a una tarde sombría y lluviosa, que nos deprime y entristece; una sonata romántica nos predispone a la ternura, mientras que los acordes marciales nos despiertan ímpetus belicosos; cuando somos jóvenes y gozamos de salud, estamos siempre dispuestos a cantar y a bailar, y en la edad madura, preferimos la meditación y la tranquilidad, etc. De ahí, sin embargo, a dogmatizar que somos completamente gobernados por las células orgánicas, en igualdad con las impresiones, condicionamientos y sanciones del ambiente que nos rodea, va una distancia inconmensurable.
¡En efecto, existe en nosotros una fuerza íntima y personal que sobreexcede y trasciende a todo eso: nuestro “yo” espiritual! Ese “yo”, ser moral o alma (como quiera que le llamemos), una criatura de pequeña evolución espiritual, realmente poca libertad tiene de escoger entre el bien y el mal, ya que se rige más por los instintos que por la inteligencia o por el corazón. Pero, a medida que se esclarece, que domina sus pasiones y desarrolla su voluntad en los embates de la Vida, adquiere energías poderosísimas que lo hacen cada vez más apto para franquear obstáculos y limitaciones, sean de la naturaleza que sean. No sólo eso. Se acostumbra también a sopesar las razones y medir consecuencias, para decidir siempre por lo más justo, aunque desatendiendo, muchas veces, a sus propios deseos e intereses.
Un día, como Cristo, podrá afirmar que ya venció al mundo, pues, aunque esté hambriento, tendrá la capacidad de, voluntariamente, abstenerse de comer; si es rudamente ofendido, sabrá frenar su cólera y no replicar a la ofensa; y, aunque todos a su alrededor tengan miedo, mantendrá, imperturbable, su paz interior. (Cap. X, preg. 843 y siguientes)
Rodolfo Calligaris

( Tomado del libro "Las Leyes Morales")

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