jueves, 31 de enero de 2019

Cómo librarse de un Espíritu obsesor

ESPIRITISMO


Vemos hoy aquí:

1.- Funciones de los Guías Espirituales
2.- El Tránsito
3.- El engaño
4.- Cómo librarse de un Espíritu obsesor
5.-Jesús para el Espiritismo


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FUNCIONES DE LOS GUÍAS ESPIRITUALES
























Para favorecer el trabajo de los guías el hombre ha de elevarse espiritualmente, expurgando sus pecados, abandonando sus vicios, dominando las pasiones peligrosas y despreciando los placeres lascivos de la carne. De esa forma, se sintoniza con los planos espirituales superiores y puede recibir de los espíritus benefactores la orientación segura y provechosa, para cumplir con su destino educativo en el mundo material.
 Aunque nunca  le faltan las enseñanzas adecuadas a cada pueblo de la tierra, pues por toda ella, han encarnado entidades excepcionales que se dedican heroicamente a orientar al hombre terrenal para que alcance su definitiva Ventura Espiritual.
 Buda instruyó a los asiáticos, Hermes a los egipcios, Pitágoras  a los griegos, Zoroastro a los persas, mientras Jesús resumió todas sus enseñanzas en el Evangelio y Allan Kardec las popularizó por medio de la Codificación Espírita.
 El hábito del Bien  y la integración definitiva del Hombre a los preconceptos evangélicos de Jesús, despiertan las fuerzas creadoras del alma y la inmunizan  contra los ataques  perversos y capciosos de las entidades de las tinieblas. Solo la vida espiritual superior permite al hombre oír la voz de su guía vibrando en la intimidad de su alma, evitando los recursos drásticos y dolorosos que lo Alto, a veces, necesita movilizar para reprimir las actividades ilícitas y peligrosas.
 Los guías, muchas veces se sirven de espíritus inferiores para perturbar a sus tutelados encarnados, para apartarlos de actividades que puedan perjudicarles, para conseguir su integridad espiritual. Ellos actúan sin sentimentalismo, con severidad, como el padre con el hijo indisciplinado, que está entregado a hábitos nocivos.
 Los mentores espirituales recurren a los fluidos agresivos y algunas veces, hasta enfermizos, de los espíritus inferiores, a fin de retener en el lecho de sufrimiento a los tutelados imprudentes que no prestan atención a sus intuiciones benefactoras. A veces, cuando la necesidad lo impone, recurre hasta el accidente correctivo, como una medida de urgencia para interrumpir las actividades nocivas a terceros y así mismo.
 Aunque nos parezcan estas providencias de los guías violentas y crueles, su  objetivo es el de obligar a los imprudentes a apartarse de los focos del mal, evitándoles mayores prejuicios para el espíritu, comprometido ya en el pasado.
 Los guías, echan mano de los medios enérgicos, debilitando la integridad  fisica de los pupilos, cuando estos son refractarios a las sugestiones para liberarlos de los vicios y pasiones destructivas. De esa forma, los movilizan a través del sufrimiento, en el lecho del dolor, con el fin de desviarlos de los pecados y para que no le sucedan cosas peores.
 Muchas personas van a los centros espiritas para que los espíritus inferiores que les perturban se alejen, quejándose de su influencia, ignorando muchos de ellos que es bueno pues su guías se valen de ello para preservarlos de mayores prejuicios.
 Es solo apenas una interferencia compulsiva sobre los hombres imprudentes, y cuyo objetivo, es reducir sus actividades nocivas.
 Subyugados por la carga de fluidos molestos de esos espíritus colaboradores, las personas dejan las aventuras extra conyugales censurables, se alejan de los vicios del juego y evitan los ambientes corrompidos donde domina el toxico del alcohol. Se sienten desanimados, febriles y buscan un lecho para descansar, completamente indispuestos, o imposibilitados para seguir en los deslices de sus compañeros. No siempre esto es así, a veces se trata de un proceso obsesivo dirigido por espíritus de las sombras. En ambos casos, los fluidos perniciosos o agresivos desaparecen en sus acciones indeseables;  en cuanto las victimas ejecutan objetivos constructivos.
 Es como el padre severo, ante el hijo rebelde, que no hace caso de sus consejos, resolviendo adoptar métodos más rigurosos y eficaces. Esos recursos drásticos, aunque criticables en apariencia, muchas veces evitan que los encarnados ingresen en la senda criminal, que podría llevarlos a la cárcel, o impedirles las aventuras que machacarían el buen nombre y prestigio de la familia, evitándoles la unión ilícita con la mujer adultera, o apartándole de negocios sucios.
 El saneamiento, no se refiere propiamente al cuerpo transitorio, sino al espíritu eterno. Alcanza al rico y al pobre, a la criatura culta y al ignorante.
 Este mal no desaparecerá mientras  el espíritu rebelde no modifique su conducta beneficiosamente. Si la cura la disponen los guías, hasta parecerá fácil y en algunos casos milagrosa.
 Los guías utilizan este método cuando fallan todos los recursos suaves, entonces convocan  a ciertos espíritus de graduación primaria, obedientes, aunque de graduación primaria, para que, con sus fluidos mortificantes actúen sobre sus negligentes pupilos encarnados.
 Son muy pocos los hombres cuya conducta espiritual elevada les permite la sintonía constante con las fajas vibratorias espirituales de la intuición pura. La inestabilidad mental y emotiva, muy común entre los encarnados, los aísla de las intuiciones saludables de sus guías; por eso se hace necesaria la disciplina correctiva y drástica, capaz de anularles los impulsos viciosos.
 La chispa Divina, cuando surge en el alma humana, en un momento de gran ternura o sensibilidad espiritual, atiza el fuego renovador del espíritu y transforma al “Harapo humano” en un héroe, o al tirano en santo.
 Múltiples ejemplos hay de ello, Maria  Magdalena se despojó de sus joyas y abandonó su palacio; a Pedro le bastó una simple invitación para seguir al Maestro. No importan los siglos y los milenios que hayamos vivido en la materia en contacto con la animalidad, en el sentido de desarrollar nuestra conciencia, si en el momento oportuno, de madurez y progreso espiritual, el ángel que vive en nosotros asume definitivamente la dirección de nuestro ser.
 Los credos, las religiones, los cursos iniciáticos y las doctrinas espiritualistas ayudan al hombre a distinguir el verdadero camino. Solamente la autorrealización el vivir en si mismo las enseñanzas evangélicas, es lo que nos eleva y permite divisar las alturas.
 El hombre cuando está encarnado desaprovechar el tiempo, para su autorrealización superior, dado que ya conoce el programa que lo conduce a la felicidad.
Todo espíritu tiene el derecho de buscar el clima que le es más propicio, pero es obvio que ha de sufrir, en sí mismo, los buenas o malos efectos del ambiente que su libre albedrío elige para vivir.
                    Trabajo realizado por Merchita


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                                                                      EL TRÁNSITO



1. No se excluyen por la confianza en la vida futura los temores del tránsito de esta vida a la otra. Muchos no temen la muerte por el hecho de morirse, lo que temen es el momento de la transición. ¿Se sufre o no se sufre en el tránsito? He aquí lo que les ocupa más, y la importancia de este asunto es tanto mayor cuanto con toda seguridad nadie puede evitarlo. Puede uno dejar de hacer un viaje terrestre, pero aquel camino han de recorrerlo todos, ricos y pobres, y por doloroso que sea, ni la clase social, ni la fortuna, pueden endulzar su amargura.
 2. Al ver la calma de ciertas muertes y las terribles convulsiones de la agonía en algunas otras, se puede ya considerar que las sensaciones no son siempre las mismas. Pero, ¿quién puede hacernos una reseña respecto de esto? ¿Quién nos describiría el fenómeno fisiológico de la separación del alma y del cuerpo? ¿Quién nos dirá las impresiones que se sienten en este instante supremo? Sobre este punto, la ciencia y la religión enmudecen. ¿Y  por qué? Porque falta a la una y a la otra el conocimiento de las leyes que rigen las relaciones del espíritu y la materia; la una se detiene en el umbral de la vida espiritual; la otra en el de la vida material. El Espiritismo es el lazo de unión entre las dos. Él solo puede referir cómo se opera la transición, y sea por las nociones más positivas que da de la naturaleza del alma, ya sea por lo que informan los que han dejado la envoltura material. El conocimiento del lazo fluídico que une el alma y el cuerpo es la clave de este fenómeno, así como de muchos otros.

3. La materia inerte es insensible, éste es un hecho positivo. Sólo el alma experimenta las sensaciones del placer y del dolor. Durante la vida, cualquier separación de la materia se refleja en el alma, quien recibe por ello una impresión más o menos dolorosa. El alma es la que sufre y no el cuerpo. Éste no es más que el instrumento del dolor, el alma es el paciente. Después de la muerte, estando el cuerpo separado del alma, puede ser impunemente maltratado, porque nada siente. El alma, cuando está aislada, no sufre por la desorganización de este último. Tiene sus sensaciones propias, cuyo origen no está en la materia tangible.

El periespíritu es la envoltura fluídica del alma, de la cual no se separa ni antes ni después de la muerte, con la que no forma, por expresarlo así, más que uno, porque no puede concebirse el uno sin el otro.Durante la vida, el fluido periespiritual penetra en el cuerpo en todas sus partes y sirve de vehículo a las sensaciones físicas del alma. Por este intermediario obra también el alma, sobre el cuerpo y dirige sus movimientos.

4. La extinción de la vida orgánica causa la separación del alma y del cuerpo por la rotura del lazo fluídico que los une, pero esta separación jamás es brusca. El fluido periespiritual se separa poco a poco de todos los órganos. De modo que la separación no es completa y absoluta sino cuando no queda un solo átomo del periespíritu unido a una molécula del cuerpo. La sensación dolorosa que el alma experimenta en semejante momento está en razón de la suma de los puntos de contacto que existe entre el cuerpo y el periespíritu, y de la mayor o menor dificultad y lentitud que ofrece la separación. Es preciso, pues, entender que, según las circunstancias, la muerte puede ser más o menos penosa. Estas diversas circunstancias son las que vamos a examinar.


5. Sentemos, desde luego, como principios los cuatro casos siguientes, que se pueden mirar como las situaciones extremas, entre las cuales hay una multitud de matices:

1.º Si en el momento de la extinción de la vida orgánica estuviese operada completamente la separación del periespíritu, el alma no sentiría absolutamente nada.
2.º Si en este momento la cohesión de los dos elementos está en toda su  fuerza, se produce una especie de rasgadura que obra dolorosamente sobre el alma.
3.º Si la cohesión es débil, la separación es fácil y se verifica sin sacudidas.
4.º Si después del cese completo de la vida orgánica existen todavía numerosos puntos de contacto entre el cuerpo y el periespíritu, podrá el alma sentir los efectos de la descomposición del cuerpo hasta que el lazo se rompa enteramente.
      De esto resulta que el sufrimiento que acompaña a la muerte está subordinado a la fuerza de adherencia que une el cuerpo al periespíritu. Que todo lo que pueda menguar esta fuerza y favorecer la rapidez de la separación hace el tránsito menos penoso. En fin, que si la separación se opera sin ninguna dificultad, el alma no experimenta ninguna sensación desagradable.

6. En el tránsito de la vida corporal a la vida espiritual se produce también otro fenómeno de una importancia capital: es el de la turbación. En este momento, el alma experimenta un sopor que paraliza momentáneamente sus facultades y neutraliza, en parte al menos, las sensaciones. Está, por expresarlo así, cataleptizada, de modo que casi nunca es testigo consciente del último suspiro.

    Decimos casi nunca, porque hay un caso en que puede tener conciencia de ello, como veremos después. La turbación puede, pues, considerarse como el estado normal en el instante de la muerte.Su duración es indeterminada, varía de algunas horas a algunos años. A medida que se disipa, el alma está en la situación de un hombre que sale de un sueño profundo. Las ideas son confusas, vagas e inciertas. Se ve como al través de una niebla, poco a poco la vista se aclara, la memoria vuelve, y se reconoce.

    Pero este despertar varía según los individuos. En unos es tranquilo y experimentan una sensación deliciosa, mientras que en otros está lleno de terror, de ansiedad, y produce el efecto de una terrible pesadilla.

7. El momento del último suspiro no es, pues, el más penoso, porque, ordinariamente, el alma no tiene conciencia de sí misma. Pero antes sufre por la desagregación de la materia durante las convulsiones de la agonía, y después, por las angustias de la turbación. Apresurémonos a declarar que este estado no es general.  La intensidad y la duración de este sufrimiento están, como hemos dicho, en razón de la afinidad que existe entre el cuerpo y el periespíritu. Cuanto más grande es esta afinidad, mayor es y más penosos son los esfuerzos del espíritu para separarse de sus lazos.

Pero hay personas en las cuales la cohesión es tan débil, que la separación se opera por sí misma y naturalmente. El espíritu se separa del cuerpo como un fruto maduro cae de su tallo. Esto sucede con las muertes tranquilas y de apacible despertar en la otra vida.

8. El estado moral del alma es la causa principal que influye sobre la mayor o menor facilidad de la separación. La afinidad entre el cuerpo y el periespíritu está en razón de la adhesión del espíritu a la materia.Está en su máximum en el hombre cuyas preocupaciones se encuentran todas en la vida y goces materiales, y es casi nula en aquel cuya alma purificada se ha identificado con anticipación con la vida espiritual. Puesto que la lentitud y la dificultad de la separación están en razón del grado de depuración y desmaterialización del alma, depende de cada uno hacer el tránsito más o menos fácil o penoso, agradable o doloroso.
Sentado esto, a la vez como teoría y como resultado de la observación, nos queda por examinar la influencia de la clase de muerte sobre las sensaciones del alma en el último momento.

9. En la muerte natural, la que resulta de la extinción de las fuerzas vitales por la edad o la enfermedad, la separación se opera gradualmente.En el hombre cuya alma está desmaterializada y cuyos pensamientos se han desprendido de las preocupaciones terrestres, la separación es casi completa antes de la muerte real. El cuerpo vive todavía con vida orgánica cuando el alma ha entrado ya en la vida espiritual, y no está ligada al cuerpo sino por un lazo tan débil, que rompe a la última palpitación del corazón. En este estado, el espíritu puede haber recobrado ya su lucidez y ser testigo consciente de la extinción de la vida de su cuerpo, considerándose feliz por haberse librado de él. Para él la turbación es casi nula. Esto no es más que un momento de sueño pacífico, de donde sale con una indecible impresión de dicha y de esperanza.

En el hombre material y sensual, aquel que ha vivido más para el cuerpo que para el espíritu, para quien la vida espiritual es nada, ni siquiera una realidad en su pensamiento, todo ha contribuido a aflojarlos durante la vida. Al aproximarse la muerte, la separación se hace también por grados continuos. Las convulsiones de la agonía son indicio de la lucha que sostiene el espíritu que, a veces, quiere romper los lazos que le retienen, otras se aferra a su cuerpo, del cual una fuerza irresistible le arranca violentamente, como si dijéramos a pedazos.

10. El espíritu se adhiere tanto más a la vida corporal cuanto no ve nada más allá. Siente que se le escapa y quiere retenerla. En lugar de abandonarse al movimiento que le arrastra, resiste con todas sus fuerzas, pudiendo así prolongar la lucha durante días, semanas y meses enteros. Sin duda en este momento el espíritu no tiene toda su lucidez. La turbación ha comenzado mucho tiempo antes de su muerte, pero por esto no sufre menos, y la vaguedad en que se encuentra, la incertidumbre de lo que vendrá a ser de él, aumentan sus angustias. Llega la muerte, y no se ha acabado todo. La turbación continúa, siente que vive, pero no sabe si es de la vida material o de la vida espiritual. Lucha todavía hasta que las últimas ligaduras del periespíritu se rompen. La muerte ha puesto término a la enfermedad efectiva, pero no ha tenido sus consecuencias. Mientras existen puntos de contacto entre el cuerpo y el periespíritu, el espíritu siente los achaques de aquél, y sufre.
    11. Muy diferente es la posición del espíritu desmaterializado, aun en las más crueles enfermedades. Los lazos fluídicos que le unen al cuerpo, siendo muy débiles, se rompen sin ninguna sacudida. Después su confianza en el porvenir, que ha entrevisto ya con el pensamiento, algunas veces también en realidad, le hace mirar la muerte como una libertad y sus males como una prueba. De lo que resulta para él una tranquilidad moral y una resignación que endulzan el sufrimiento. Después de la muerte, rotos estos lazos en el mismo instante, ninguna reacción dolorosa se opera en él. Siente su despertar libre, dispuesto, aliviado de un gran peso, sobre todo contento porque no sufre ya.

12. En la muerte violenta, las condiciones no son exactamente las mismas. Ninguna desagregación parcial ha podido traer una separación anticipada entre el cuerpo y el periespíritu. La vida orgánica, en toda su fuerza, se para repentinamente. La separación del periespíritu no comienza, pues, sino después de la muerte, y en este caso, como en los otros, no puede operarse instantáneamente.

El espíritu, sorprendido, está como aturdido, pero sintiendo que piensa, se cree aún vivo, y esta ilusión dura hasta que se da cuenta de su posición. Este estado intermediario entre la vida corporal y la vida espiritual es uno de los más interesantes para el estudio, porque presenta el singular espectáculo de un espíritu que toma su cuerpo fluídico por su cuerpo material, y que experimenta todas las sensaciones de la vida orgánica. Ofrece una variedad infinita de matices, según el carácter, los conocimientos y el grado de adelanto moral del espíritu. Es de corta duración para aquellos cuya alma está depurada, porque en ellos había un desprendimiento anticipado, y la muerte, incluso la más súbita, no hace más que apresurar su realización. En otros puede prolongarse durante años. Este estado es muy frecuente incluso en los casos de muerte ordinaria, y para algunos no tiene nada que sea penoso, según las cualidades del espíritu. Pero para otros, es una situación terrible. En el suicidio, sobre todo, ésta es la situación más penosa. El cuerpo, reteniendo al periespíritu por todas sus fibras, todas las convulsiones del mismo repercuten en el alma, y por esto siente atroces sufrimientos.

13. El estado del espíritu en el momento de la muerte puede resumirse así: El espíritu sufre tanto más cuanto el desprendimiento del periespíritu es más lento. La prontitud del desprendimiento está en razón del grado de adelanto moral del espíritu. Para el espíritu desmaterializado, cuya conciencia es pura, la muerte es un sueño de algunos instantes, exento de todo sufrimiento, y cuyo despertar está lleno de suavidad.

14. Para trabajar en su depuración, reprimir sus tendencias malas, vencer sus pasiones, es preciso ver sus ventajas en el porvenir. Para identificarse con la vida futura, dirigir a ella sus aspiraciones y preferirla a la vida terrestre, es necesario no sólo creer en aquella, sino comprenderla. Es necesario representársela bajo un aspecto satisfactorio para la razón, en completa concordancia con la lógica, el buen sentido y la idea que uno se forma de la grandeza, de la bondad y de la justicia de Dios. De todas las doctrinas filosóficas, el Espiritismo es la que ejerce, bajo este aspecto, la más poderosa influencia por la fe inquebrantable que da. El espíritu formal no se limita a creer, cree porque comprende, y comprende porque se dirige a su entendimiento. La vida futura es una realidad que se descorre sin cesar a su vista. La ve y la toca, por expresarlo así, en todos los instantes. La duda no puede entrar en su alma. La vida corporal, tan limitada, se borra para él ante la vida espiritual, que es la verdadera vida. De ahí el poco caso que hace de las sinuosidades del camino y su resignación en las vicisitudes, de las cuales comprende la causa y la utilidad. Su alma se eleva por las relaciones directas que tiene con el mundo invisible, los lazos fluídicos que le adhieren a la materia se debilitan y así se opera un primer desprendimiento parcial que facilita el tránsito de esta vida a la otra. La turbación inseparable del tránsito dura poco tiempo, porque tan pronto como se ha franqueado el paso se reconoce a sí mismo. Nada le es extraño y se da cuenta de su estado.

15. Ciertamente el Espiritismo no es indispensable para obtener este resultado. Así es que no tiene pretensión de que sólo él puede asegurar la salvación del alma, pero la facilita por los conocimientos que procura, los sentimientos que inspira y las disposiciones en la cuales coloca el espíritu, a quien hace comprender la necesidad de mejorarse. Además, da los medios de facilitar el desprendimiento de otros espíritus en el momento en que dejan la envoltura terrestre, y de abreviar el término de la turbación por la plegaria y la evocación. Por la oración sincera, que es una magnetización espiritual, se provoca una desagregación más pronta del fluido periespiritual, por una evocación dirigida discretamente y con prudencia, y animando con palabras de benevolencia, se saca al espíritu del sopor en que se encuentra y se le ayuda a reconocerse más pronto. Si está sufriendo, se le incita al arrepentimiento, el único que puede abreviar los sufrimientos.

Publicado por Natalia Toledo