INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.-El Espíritu Protector o Guía
2.- La Doctrina Secreta: Las religiones
3.- La Verdad es difícil sostenerla ( comunicado mediúmnico)
4.- Un aviso de "el Más Allá"
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ESPÍRITU PROTECTOR O GUÍA
504 – ¿Podemos saber siempre el nombre de nuestro Espíritu protector o ángel guardián?
– ¿Por qué razón queréis saber nombres que no existen para vosotros? ¿Creéis que no existen entre los Espíritus más que los que vosotros conocéis?
– ¿De qué forma lo invocaremos si no lo conocemos?
– Dadle el nombre que queráis, el de un Espíritu superior a quien tengáis simpatía y veneración. Vuestro Espíritu protector vendrá a ese llamado, porque todos los Espíritus buenos son hermanos y se asisten entre sí.
505 – Los Espíritus protectores que toman nombres conocidos,¿son siempre realmente los de las personas que tenían aquellos nombres?
– No, pero de Espíritus que le son simpáticos y que vienen a menudo por orden suya. Necesitáis nombres y entonces toman uno que os inspire confianza. Cuando vosotros no podéis cumplir personalmente una misión, enviáis un comisionado que haga vuestras veces.
506 – Cuándo estemos en la vida espírita, ¿reconoceremos a nuestro Espíritu protector?
– Sí, porque, con frecuencia, le conocíais antes de encarnaros.
507 – ¿Todos los Espíritus protectores pertenecen a la clase de los Espíritus superiores? ¿Pueden encontrarse entre los grados intermediarios? Un padre, por ejemplo, ¿puede llegar a ser el Espíritu protector de su hijo?
– Puede serlo, pero la protección supone un cierto grado de elevación y además un poder y una virtud concedida por Dios. El padre que protege a su hijo puede a su vez estar asistido por un Espíritu más elevado.
508 – Los Espíritus que han dejado la Tierra en buenas condiciones, ¿pueden siempre proteger a los que aman y les sobreviven?
– Su poder es más o menos restringido y la posición en que se encuentran no les deja siempre toda la libertad de actuar.509 – Los hombres en estado salvaje o de inferioridad moral, ¿tienen, igualmente sus Espíritus protectores y en este caso son de orden tan elevado como los de los hombres muy adelantados?
– Eso es más difícil, pero invita, en un momento de desprendimiento a un Espíritu simpático para que lo asista en esa misión. Por otra parte los Espíritus no aceptan más misiones que las que pueden cumplir hasta el fin.
– Unido no es la palabra. Es cierto que los Espíritus malos procuran desviar del buen camino cuando encuentran la oportunidad,pero cuando uno de ellos se vincula a un individuo, lo hace por sí mismo, puesto que espera ser escuchado. Entonces se traba una lucha entre el bueno y el malo, y vence aquél a quien el hombre deja que le domine.
– Cada hombre tiene siempre Espíritus simpáticos, más o menos elevados que le aprecian y se interesan por él, como también los hay que le asisten en el mal
– A veces pueden tener una misión temporal; pero lo más frecuente es que son solicitados por la semejanza de pensamientos y de sentimientos, tanto en el bien, como en el mal.
– ¿Parece resultar de esto que los Espíritus simpáticos pueden ser buenos o malos?
– Sí; el hombre encuentra siempre Espíritus que simpatizan con él, cualquiera que sea su carácter.
– Existen diferencias en la protección y en la simpatía. Dadles el nombre que queráis. El Espíritu familiar corresponde más bien al amigo del hogar.
El Espíritu protector, ángel guardián o genio bueno es el que tiene la misión de seguir al hombre durante la vida y ayudarle a progresar. Siempre es de naturaleza relativamente superior a la del protegido.
Los Espíritus familiares se unen a ciertas personas por lazos más o menos duraderos con objeto de serles útiles dentro de los límites de su poder, con frecuencia bastante limitado. Son buenos, pero a veces poco adelantados y hasta un poco ligeros. Se ocupan gustosos de los pormenores de la vida íntima y sólo actúan por orden o con permiso de los Espíritus protectores.
Los Espíritus simpáticos son los que se sienten atraídos hacia nosotros por afectos particulares y una cierta semejanza de gustos y de sentimientos, así en el bien como en el mal. La duración de sus relaciones está siempre subordinada a las circunstancias.
El mal genio es un Espíritu imperfecto o perverso que se une al hombre para desviarlo del bien: pero obra por su propia iniciativa y no en virtud de una misión. Su tenacidad está en razón del acceso más o menos fácil que halla. El hombre es libre siempre de escuchar su voz o de rechazarla.
– Ciertas personas ejercen, en efecto, sobre otras, una especie de fascinación que parece irresistible. Cuando esto se verifica por el mal, es que los Espíritus malos se sirven de otros Espíritus malos para subyugar mejor. Dios lo permite para probaros.
– Eso ocurre algunas veces. Pero, con frecuencia, también encargan esa misión a otros Espíritus encarnados que le son simpáticos.
– Ciertos Espíritus se unen a los miembros de un misma familia que viven juntos y unidos por el afecto; pero no creáis en Espíritus protectores del orgullo de raza.
– Los Espíritus acuden con preferencia a donde están sus semejantes, pues allí están más a sus anchas y más seguros de ser escuchados. El hombre atrae a los Espíritus en razón de sus tendencias, ya esté sólo, ya forme un estado colectivo, como una sociedad, una ciudad o un pueblo. Hay, pues, sociedades, ciudades y pueblos que están asistidos por Espíritus más o menos elevados según el carácter y las pasiones que predominan en ellos. Los Espíritus imperfectos se alejan de los que los rechazan. El resultado de eso es que el perfeccionamiento moral de las colectividades, como el de los individuos, tiende a descartar a los Espíritus malos y a atraer a los buenos, que excitan y mantienen el sentimiento del bien de las masas, como pueden otros atizar las malas pasiones.
– Sí; porque esas reuniones son individualidades colectivas que marchan con un objetivo común y que tienen necesidad de una dirección superior.
– Todo es relativo al grado de adelanto de las masas como al de los individuos.
– Hay Espíritus protectores especiales y que asisten a los que invocan, cuando los consideran dignos; pero, ¿qué queréis que hagan por los que se creen ser lo que no son? No hacen que los ciegos vean ni que oigan los sordos.
Su enseñanza era doble: exterior y pública por una parte; interior y secreta por otra, y, en este caso, reservada sólo a los iniciados. Esta ha podido, en sus grandes rasgos, ser reconstituida recientemente, a consecuencia de pacienzudos estudios y de numerosos descubrimientos epigráficos (1). Desde entonces, la oscuridad y la confusión que reinaban en las cuestiones religiosas se han disipado; la armonía se ha hecho con la luz. Se ha obtenido la prueba de que todas las enseñanzas religiosas del pasado se relacionan; de que una sola y misma doctrina vuelve a encontrarse en su base, doctrina transmitida de edad en edad a una larga serie de sabios y de pensadores.
Todas las grandes religiones han tenido dos aspectos: el uno aparente y el otro oculto. En éste está el espíritu; en aquél, la forma o la letra. Bajo el símbolo material, se disimula el sentido profundo. El brahmanismo en la India, el hermetismo en Egipto, el politeísmo griego, el mismo cristianismo en su origen presentan este doble aspecto. Juzgarlos por su lado exterior y vulgar es juzgar el valor moral de un hombre por sus vestidos. Para conocerlos, es preciso penetrar el pensamiento íntimo que los inspira y forma su razón de ser; del seno de los mitos y de los dogmas, es preciso extraer el principio generador que les comunica la fuerza y la vida. Entonces se descubre la doctrina única, superior, inmutable, de la cual las religiones humanas no son más que adaptaciones imperfectas y transitorias, proporcionadas a las necesidades de los tiempos y de los medios. Se tiene en nuestra época una concepción del universo absolutamente exterior y material. La ciencia moderna, en sus investigaciones, se ha limitado a acumular el mayor número de hechos, y luego a deducir de ellos las leyes. Ha obtenido así maravillosos resultados; pero, por este procedimiento, el reconocimiento de los principios superiores, de las causas primordiales y de la verdad continuará siendo por siempre inaccesible.. Las causas secundarias mismas se escapan. El dominio invisible de la vida es más vasto que el que es abarcado por nuestros sentidos; en aquél reinan las causas de las cuales sólo vemos los efectos.
LEÓN DENIS
DESPUÉS DE LA MUERTE
El siguiente caso ha sido relatado por La
Patrie (La Patria) del 15 de agosto de 1858:
«El martes último me comprometí – tal vez muy imprudentemente –
a contaros una historia emocionante. Debería haber pensado en una cosa: que no
existen historias emocionantes, sino que existen historias bien contadas, y el
mismo relato, hecho por dos narradores diferentes, puede hacer dormir a un
auditorio o ponerle la piel de gallina. ¡Cómo he escuchado a mi compañero de
viaje de Cherburgo a París, el Sr. B…, de quien tengo una anécdota maravillosa!
Si yo hubiese taquigrafiado su narración, tendría verdaderamente alguna
posibilidad de haceros estremecer.
«Pero cometí el error de confiar en mi detestable memoria, y lo
lamento profundamente. En fin, mal o bien, he aquí la aventura, y el desenlace
os ha de probar lo que hoy, 15 de agosto, es un hecho totalmente consumado. «El
Sr. de S… (nombre histórico llevado aún hoy con honor) era oficial durante el
Directorio. Por placer, o por las necesidades de su servicio, él viajaba a
Italia.
«En uno de nuestros Departamentos del Centro, fue sorprendido
por la noche y se sintió feliz en encontrar un alojamiento bajo el tejado de
una especie de cabaña de aspecto sospechoso, donde se le ofreció una mala cena
y un camastro en un desván.
«Habituado a la vida de aventuras y al duro oficio de la guerra,
el Sr. de S… comió con buen apetito, se acostó sin murmurar y durmió
profundamente.
«Su sueño fue perturbado por una temible aparición. Vio a un
espectro levantarse en la sombra, caminar a pasos pesados hacia su camastro y
detenerse a la altura de su cabecera. Era un hombre de unos cincuenta años,
cuyos cabellos encanecidos y erizados estaban rojos de sangre; tenía el pecho
desnudo, y su garganta – con arrugas – estaba cortada con heridas abiertas.
Permaneció un momento en silencio, fijando sus ojos negros y profundos sobre el
viajero adormecido; después su pálida figura se animó, sus pupilas brillaron
como dos carbones ardientes; pareció hacer un violento esfuerzo y, con una voz
sorda y temblorosa, pronunció estas extrañas palabras:
– «Te conozco: tú eres un soldado como yo y como yo un hombre de
coraje, incapaz de faltar a su palabra. Vengo a pedirte un servicio que otros
me han prometido y que no han cumplido. Hace tres semanas que he sido
asesinado; el hospedero de esta casa, ayudado por su mujer, me sorprendieron
durante el sueño y me cortaron la garganta. Mi cadáver está escondido bajo un
montón de basura, en el fondo del corral a la derecha. Ve a buscar mañana a la
autoridad del lugar, trae a dos gendarmes y hazme enterrar. El hospedero y su
mujer se delatarán a sí mismos y tú los entregarás a la justicia. Adiós; cuento
con tu piedad; no olvides el ruego de un viejo compañero de armas.
«Al despertarse, el Sr. de S… se acordó del sueño. Con la cabeza
apoyada sobre el codo, se puso a meditar; su emoción estaba viva, pero se
disipó ante las primeras claridades del día y, como Atalía, dijo: ¡Un sueño!
¿Debería inquietarme por un sueño? Él contradijo a su corazón y, no escuchando
más que a su razón, cerró su valija y continuó de viaje.
«A la tarde llegó a su nueva etapa y se detuvo para pasar la
noche en un albergue. Pero apenas había cerrado los ojos, el espectro se le
apareció por segunda vez, triste y casi amenazante.
– «Me sorprendo y me aflijo – dijo el fantasma – al ver a un
hombre como tú perjurar y faltar a su deber. Esperaba más de tu lealtad. Mi
cuerpo está sin sepultura, mis asesinos viven en paz. Amigo, mi venganza está
en tus manos; en nombre del honor, te intimo a volver sobre tus pasos.
«El Sr. de S… pasó el resto de la noche en una gran agitación; a
la mañana siguiente, tuvo vergüenza de su pavor y continuó de viaje.
«A la noche, tercera parada: tercera aparición. Esta vez el
fantasma se encontraba más lívido y más terrible; estaba con una sonrisa amarga
en sus labios blancos; y habló con una voz ruda:
– «Parece que te he juzgado mal: parece que tu corazón, como el
de los otros, es insensible a los ruegos de los desafortunados. Por última vez
vengo a invocar tu ayuda y hacer un llamado a tu generosidad. Vuelve a X…,
véngame o sé maldito.
«Esta vez, el Sr. de S… no deliberó más: volvió al albergue
sospechoso donde había pasado la primera de esas noches lúgubres. Fue a la casa
del magistrado y pidió dos gendarmes. A su vista y a la vista de los dos
gendarmes, los asesinos se pusieron pálidos y confesaron su crimen, como si una
fuerza superior les hubiera arrancado esta confesión fatal.
«El proceso fue preparado rápidamente y ellos fueron condenados
a muerte. En cuanto al pobre oficial, cuyo cadáver fue encontrado bajo el
montón de basura, en el fondo del corral a la derecha, fue enterrado en tierra
santa, y los sacerdotes oraron por el reposo de su alma
«Al haber cumplido su misión, el Sr. de S… se apresuró a dejar
el país y se dirigió a los Alpes sin mirar hacia atrás.
«La primera vez que reposó en una cama, el fantasma se levantó
nuevamente en la sombra, no más feroz e irritado, sino dulce y benevolente.
– «Gracias, dijo él, gracias hermano. Deseo reconocer el
servicio que me has prestado: me mostraré a ti una vez más, una sola; dos horas
antes de tu muerte, vendré a avisarte. Adiós.
«El Sr. de S… tenía por entonces alrededor de treinta años;
durante treinta años ninguna visión vino a perturbar la quietud de su vida.
Pero el 14 de agosto de 182…, en vísperas del cumpleaños de Napoleón, el Sr. de
S… – que había permanecido fiel al partido bonapartista – reunió en una gran
cena a una veintena de antiguos soldados del Imperio. La fiesta había sido muy
alegre; el anfitrión, aunque envejecido, estaba vigoroso y con buena salud.
Estaban en el salón y tomaban café.
«El Sr. de S… tuvo deseos de aspirar una pizca de rapé y
percibió que se había olvidado la tabaquera en su cuarto. Tenía el hábito de
servirse él mismo; por un momento dejó a sus huéspedes y subió al primer piso
de su casa, donde se encontraba su dormitorio. Él no había llevado luz.
«Cuando entró en un largo pasillo que conducía a su cuarto, de
repente se detuvo y fue forzado a apoyarse sobre la pared. Delante de él, en la
extremidad de la galería, estaba el fantasma del hombre asesinado; el fantasma
no pronunció ninguna palabra, ni gesto alguno y, después de un segundo,
desapareció. Era el aviso prometido.
«El Sr. de S…, que tenía el alma resistente, después de un
momento de desfallecimiento, recobró su coraje y su sangre fría, caminó hacia
el cuarto, tomó allí su tabaquera y bajó al salón. Cuando allí entró, ninguna
señal de emoción apareció en su rostro. Se mezcló en la conversación y, durante
una hora, mostró todo su espíritu y toda su jovialidad habituales. A medianoche
los invitados se retiraron. Entonces se sentó y pasó tres cuartos de hora en
recogimiento; después, habiendo puesto en orden sus negocios, a pesar de no
sentir ningún malestar, volvió a su dormitorio. Cuando abrió la puerta, un tiro
lo tendió muerto, justo dos horas después de la aparición del fantasma. La bala
que le despedazó el cráneo estaba destinada a su empleado.
Henri D´Audigier
El autor del artículo ha querido, a toda costa, cumplir la
promesa que había hecho al periódico, de narrar algo emocionante y, para este
fin, ¿extrajo de su fecunda imaginación la anécdota que relata, o realmente
ella es verdadera? Es lo que nosotros no sabríamos afirmar. Además, esto no es
lo más importante; real o supuesta, lo esencial es saber si el hecho es
posible. ¡Pues bien! No vacilamos en decir: Sí, los avisos del Más Allá son
posibles, y numerosos ejemplos – cuya autenticidad no podría ser puesta en duda
– están ahí para atestiguarlo. Por lo tanto, si la anécdota del Sr. Henri d’Audigier
es apócrifa, muchas otras del mismo género no lo son, e incluso diremos que
ésta no ofrece nada que no sea bastante común. La aparición ha tenido lugar en
sueño, circunstancia muy vulgar, mientras que lo notorio es que pueden
producirse a la vista durante el estado de vigilia. El aviso del instante de la
muerte tampoco es insólito, pero los hechos de ese género son mucho más raros,
porque la Providencia – en su sabiduría – nos oculta ese momento fatal. Por lo
tanto, sólo excepcionalmente es que puede sernos revelado y por motivos que nos
son desconocidos. He aquí otro ejemplo más reciente, y menos dramático, es
verdad, pero cuya exactitud podemos garantizar.
El Sr. Watbled, negociante, presidente del tribunal de comercio
de Boulogne, falleció el pasado 12 de julio en las siguientes circunstancias:
Su mujer, desencarnada desde hacía doce años y cuya muerte le causaba un
incesante pesar, le apareció durante dos noches consecutivas en los primeros
días de junio, y le dijo: «Dios ha tenido piedad de nuestras penas y ha querido
que pronto estemos reunidos». Ella agregó que el 12 de julio siguiente era el
día marcado para esta reunión, y que en consecuencia él debía prepararse. En
efecto, desde ese momento se operó en él un cambio notable: se debilitaba a
cada día; luego cayó en cama y, sin sufrimiento alguno – en el día marcado –
dio el último suspiro entre los brazos de sus amigos.
El hecho en sí mismo no es discutible; los escépticos sólo
pueden argumentar sobre la causa, a la que ellos no dejarán de atribuir a la
imaginación. Se sabe que semejantes predicciones, realizadas por echadores de
la buenaventura, han sido seguidas por un desenlace fatal; en este caso, se
comprende que al estar la imaginación impresionada con esta idea, los órganos
puedan sufrir una alteración radical: más de una vez el miedo a morir ha
causado la muerte; pero aquí las circunstancias no son más las mismas. Aquellos
que se han profundizado en los fenómenos del Espiritismo pueden perfectamente
darse cuenta del hecho; en cuanto a los escépticos, no tienen más que un
argumento: «No creo, luego no existe». Interrogados al respecto, los Espíritus
han respondido: «Dios ha elegido a este hombre que era conocido por todos, a
fin de que este acontecimiento se extendiera a lo lejos y llevase a
reflexionar».
– Los incrédulos piden pruebas sin cesar; Dios las da a cada
instante a través de los fenómenos que surgen por todas partes; pero a ellos se
aplican estas palabras: «Tienen ojos y no ven; tienen oídos y no oyen».
Allan Kardec
Revista espirita 1858
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