INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.- Comportamiento espírita
2.-¿ Existen los milagros ?
3.- Buscad y hallaréis
4.- Actividad de los Espíritus
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COMPORTAMIENTO ESPÍRITA
Lo que debe ser el espiritista entre sus hermanos y en los Centros Espiritas.
"El verdadero espiritista no solo cuida de su aprendizaje acerca de los espíritus, o sea, de su parte intelectual, sino que también busca de todas las formas traducir eso mediante una serie de conductas y actitudes que mantiene en sus actividades diarias"
Libro "El hombre que no sabía que había muerto"
José Manuel Fernández
Todo espiritista debe hacer uso de toda la humildad posible ante sus hermanos, porque la humildad es siempre un ejemplo constante de buenas formas y nunca compromete ni es causa de disturbios ni rencillas; pero esta humildad no debe nunca ser fingida, sino leal y dispuesta a todo servicio, mientras éste sea justo y pueda redundar en bien de alguno de nuestros hermanos. Siempre debe considerarse el espiritista inferior a sus hermanos y dispuesto a ser el servidor de todos, porque ya sabe que el primero debe ser el servidor de todos y, por más que haga y haya hecho, nunca podrá pagar lo que debe a Aquel que es el autor de todo; y, por más que sepa, no alcanzará nunca la infalibilidad: así, pues, siempre podrá equivocarse; por lo tanto, bajo este punto de vista, no hará nunca ni alardes de saber, ni de poseer facultades y menos considerarlas extraordinarias, sino exponer sus ideas y sus opiniones de una manera prudente, sensata y con oportunidad. Si alguna vez se ve importunado por alguno de sus hermanos, procurará contestar en buenas formas, y si no es posible que de momento su hermano entienda la razón, callará, esperando una buena ocasión, para que pueda, con la humildad que debe caracterizarle, convencerle y llevarle a la razón, si esto es posible: así hará uso de la caridad, porque todo espiritista debe ser caritativo con su hermano.
Así como para realizar una empresa, realizar un negocio, adquirir algún objeto que nos agrada mucho, hacemos a veces sacrificios y trabajos, y realizamos empresas de alguna importancia, no debe olvidar el espiritista que no hay empresa más grande, ni trabajo más noble que el de atraerse el amor leal y sincero de sus hermanos; no hay en la tierra nada de tanto provecho como el de ser hombre de paz, de amor y de concordia; este hermano es una garantía para la paz y el progreso de sus hermanos, y es la base de toda propaganda provechosa y eficaz del Espiritismo. Así, pues, cuando comprendemos que uno de nuestros hermanos anda en el error, no debe ningún espiritista echársele encima, sino recordar que todos podemos caer enfermos de cuerpo y de alma, y si no es posible atraerlo por medio de la caridad, debe todo espiritista atraérselo por medio de la indulgencia. Hay un gran medio para atraerse a los hombres y es buscar en ellos si hay algo que, sin faltar a la justicia, sea muy de su gusto y les halague mucho. Cuando a uno de nuestros hermanos se le ve extravío en alguna costumbre o manera, tanto en el hablar como en el obrar, no se debe nunca llevar sobre él la murmuración, ni juzgarlo ligeramente, ni abandonarlo, ni echarlo, antes de haber probado los medios posibles de atraerlo.
Digo que si se nota en él alguna inclinación o costumbre que no falte a la justicia, a veces nos lo podemos atraer, procurando aparentar que aquellas costumbres o inclinaciones son de nuestro agrado, procurar contraer amistades íntimas por aquel lado, para ver si teniéndonos después más confianza, llegamos a tener influencia moral para llevarlo a buen camino. Esto es lícito y de alta práctica moral, siempre que esto no pueda separar al espiritista que tal hace en bien de su hermano, del buen camino. Para más claridad: debemos estudiarnos las cualidades buenas que hay en nosotros, para ver si, con la unión de estas, reparamos defectos. Ahora, cuando sobre un hermano se ha hecho todo lo posible y él no se deja convencer, es necesario, sin ruido, ni sin choque de ninguna clase, separarse o separarlo, procurando no contaminarse, ni que nadie se contamine con él, pero siempre después de haber adoptado todo aquello que aconseja la humildad, el amor, la indulgencia y la caridad.
He dicho que todo espiritista debe ser caritativo con su hermano, y esto lo demuestra el que, si se nos obliga, según ley divina, a practicar la caridad en todo, mucho más debemos practicarla entre los que, bajo el punto de vista espiritual, debemos formar una sola familia.
Así , pues, el espiritista no debe abandonar a su hermano, ni en la crisis, ni en la enfermedad, ni en la miseria; muy al contrario, debe ser para él como un padre o como una madre; consolarle en sus aflicciones, asistirle en sus enfermedades, ayudarle en sus necesidades, protegerlo en su ancianidad, darle la mano en su juventud; en una palabra, debe ser todo espiritista para su hermano, la verdadera providencia terrenal, sosteniéndole hasta donde se pueda, en todos los trances de la vida planetaria. Así como en la parte moral debemos ser caritativos, indulgentes y humildes con nuestros hermanos, no lo debemos ser menos en la parte material. Así es cómo crearemos entre nosotros una verdadera fraternidad, porque el amor dispensa muchas cosas, y si llegamos a amarnos mucho, no hay duda que nos sufriremos nuestros defectos con gusto.
He aquí la manera de dar buen ejemplo a la humanidad, que tan llena de males y egoísmos está; he aquí la manera de hacer más llevadera la cruz que por ley hemos de llevar en este mundo, porque el amor es la savia divina y el bien y la paz; he aquí la manera de atraer las miradas de la humanidad y demostrarle que la palabra hermanos no es una pura fórmula, sino la expresión del amor que nos sentimos. He aquí la manera de constituir una familia, que nos quitaría muchas amarguras que hoy nos agobian y nos daría muchos días de paz y de alegría y reinaría en nuestras reuniones tanta cordialidad y tanto amor, que en ellas se regenerarían nuestros espíritus. No quiero decir con esto que no haya paz entre nosotros, pero habría más; no diré que no haya amor y protección, pero esta sería más decidida y otros horizontes se despejarían en nuestras reuniones, en nuestros Centros, en nuestras sesiones. Hay amor y protección mutua entre nosotros, pero esta ha de ser más decidida; hay amor entre nosotros, pero éste ha de ser más entusiasta; hay caridad, pero esta ha de ser más amplia y extensiva. Si en la tierra no es posible, fuera de la familia, hallar moradas de paz debe serlo entre nosotros: por eso hay que tratarnos con indulgencia, con amor y con caridad.
Sólo así cumpliremos lo que nos hemos propuesto al venir en la tierra, porque no somos espiritistas porque sí, sino que lo somos porque vinimos ya preparados, y no hay duda que, desde el mundo espiritual, hicimos propósitos de hacer mucho bien y sólo la turbación puede hacernos olvidar tan buenos propósitos: por eso es necesario hacer grandes esfuerzos para que la protección espiritual pueda despertar propósitos olvidados.
Y no siempre el amor en germen, la caridad y la humildad domina en los Centros y reuniones espiritistas. Causa lástima el ver, como yo he visto algunas veces, luchas en los centros para llegar a ser los primeros; causa lástima el ver a veces luchas, discusiones, desavenencias, por si será éste o aquél que ejercerá el cargo de presidente. Esto ha venido, algunas veces, demostrando hasta dónde se llega cuando se pierde el buen sentido espiritista. Esto llega a suceder cuando en un Centro se pierde el verdadero amor al Padre y el agradecimiento al Señor y Maestro.
Los que más influyen en un Centro espiritista son los que han de vivir más alerta y son los que más han de guardar las reglas prescritas en los artículos anteriores, porque son los encargados de vigilar y conducir a los que tienen menos alcances y menos comprensión. Si a todos los espiritistas incumbe el ser prácticos en la caridad, en la adoración al Padre en espíritu y verdad, a la admiración de su gran obra, de su gran providencia y de su gran amor; a la admiración y estima del Sublime Mártir, Señor de los señores; al conocimiento y práctica de su ley; a la práctica de templanza y del amor al prójimo, cuánto más incumbe a los que por alguno o varios conceptos llegan a tener influencia y a dirigir algunos de sus hermanos! La misión de éstos es sumamente delicada, porque, según su manera de obrar, pueden llevar a algunos o a muchos al buen camino o les pueden hacer encallar en los peligros de la vida. Los que por su entender comprenden más y se convierten en guías de sus hermanos, no se pertenecen a si mismos, son como ejemplo de sus hermanos y no pueden hacer bancarrota a la verdad, sino ser fieles a la ley divina y procurar siempre vivir alerta, para no interpretar mal la ley; deben ser modelos en todo, nunca pueden dejarse dominar por el amor propio, que siempre es muy mal consejero, que debe rechazar todo espiritista y mayormente el que ha venido con una inteligencia superior a la generalidad. Los que destacan por su comprensión sobre la mayoría, pueden sacar un gran bien de su misión y elevarse a gran altura espiritual, si su existencia la emplean en el bien para sus hermanos, siendo modelos en las virtudes y prácticas consignadas; pero pueden contraer una gran responsabilidad, si la inteligencia y superioridad que tienen sobre sus hermanos la emplean para satisfacer miras u opiniones personales, o bien andando con poco cuidado, saben sacar poco fruto de sus facultades. Yo, a pesar de ser persona insignificante, tiemblo sólo al pensar que pudiera cometer alguna falta, que por desidia mía o por amor propio, o por falta de amor al Padre, de agradecimiento al Señor o por falto de indulgencia, amor o caridad, pudiera ser causa de que alguno de mis hermanos se desviara. No podemos ser infalibles; pero cuando en algo no hemos sido correctos en la práctica de la ley divina, si esta incorrección nos perjudica sólo a nosotros mismos, debemos corregirla; pero si esta trasciende y puede perjudicar a nuestros hermanos en la práctica del Espiritismo, debemos ser prontos en dar toda clase de satisfacciones, acudiendo a todas aquellas virtudes que el caso requiera, hasta dejar borradas las huellas de la incorrección cometida.
A veces sucede que son dos las personas que ejercen una influencia decidida entre los hermanos de un mismo Centro; éstos han de procurar siempre que no se formen bandos, sino mantenerlos siempre en la mayor unidad posible; y si la influencia de cada uno de los dos no bastara para mantenerlos unidos en el amor y la unidad de miras, bajo el punto de vista que debe reinar siempre en los Centros espiritistas, los que tal influencia ejercen deben ponerse al último de todos, sellando su boca y sólo hablar para aconsejarles lo que el Señor manda en su ley. Hace poco tiempo vinieron algunos espiritistas ante mí para dirimir sus cuestiones, a fin de que yo diera la razón al que según mi parecer la tuviera. Porque no me dijeran que no había escuchado sus razones les atendí. La ofensa consistía en algunas palabras poco respetuosas que unos dirigieron a los otros; al preguntarme mi parecer fue mi contestación la siguiente:-¿Los que habéis pronunciado palabras poco caritativas sobre vuestros hermanos, habéis pensado antes de pronunciarlas en el deber que tiene todo espiritista de practicar la ley de caridad, amor, indulgencia y fraternidad a que os obliga el Espiritismo? Y los que habéis recibido la ofensa, antes de daros por resentidos, ¿os habéis acordado del Señor y Maestro que se dejó besar por el apóstol traidor y no respondió ni una palabra a los insultos, a los golpes, a las heridas que le inferían sus verdugos y martirizadores, antes bien, les perdonó y pidió perdón para ellos? Es muy natural que no pudieron darme ninguna contestación categórica. Entonces les dije: -Id, pues, aprended bien lo que el Espiritismo os manda y enteraos bien de lo que manda el Señor en su Evangelio y de lo que El hizo, y cuando estéis bien enterados y lo practiquéis, vosotros mismos me diréis quiénes de vosotros tienen razón y quiénes no la tienen.
Así entiendo que no es fácil que haya nunca disensiones en donde reine el amor, la caridad y la humildad, porque cada uno se considerará que es el servidor de los demás y tendrá sumo gusto en serlo, porque sabrá que así cumple la ley y así progresa, y que por este camino llegará a su felicidad, mientras que siguiendo por el camino contrario labra su ruina, que más o menos tarde tendrá que soportar. Entiendo, también, que pueden presentarse asuntos difíciles de solucionar; en estos casos, los más prudentes se callan y suplican a Dios y esperan que el tiempo y los acontecimientos vengan a poner remedio a los males, y sólo se acude a una resolución extrema, cuando ni la caridad, ni la indulgencia, ni el amor, ni la humildad pueden remediar esos males; pero la resolución se ejecuta con la prudencia y buenas formas que aconseja la moral más acrisolada, evitando murmuraciones y, sobre todo, hechos que puedan trascender fuera de los espiritistas, porque si no se incurre en grave falta, porque si originan escándalos y publicidades que hacen gran daño a los que nos observan, porque les da lugar a considerar a los espiritistas como se considera a los demás hombres que no profesan ninguna doctrina moral. En resumen: entendemos que en los Centros espiritistas debe haber quién dirija y enseñe; pero éstos no se hacen por votaciones ni a voluntad de los hermanos, sino que éstos vienen ya nombrados desde arriba; por eso el especial cuidado debe ser en saber reconocer los que vienen aptos para hacer un trabajo especial y, si se llegan a conocer, procurar que ocupen el lugar por el cual han venido entre nosotros, y mientras no haya motivo, deben permanecer en su puesto, porque de lo contrario se corre el riesgo de perder la verdadera lógica espiritista y caer en graves errores.
No nos cansaremos de repetir: en los Centros en donde reine el amor y la adoración al Padre en espíritu y verdad, la admiración, respeto y amor al Señor, la indulgencia, la caridad y la humildad, no faltará paz y armonía entre los hermanos, su vida se deslizará más tranquila, sentirán gozo en el alma, porque muchas veces recibirán la influencia de buenos espíritus, harán un gran progreso y hallarán una recompensa en el mundo espiritual, más grande de lo que se puede calcular.
Miguel Vives
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¿EXISTEN LOS MILAGROS?
“La palabra milagro significa cosa admirable o extraordinaria. Un acto de poder divino contrario a las leyes de la naturaleza”
Sin duda, cuando hablamos de milagros nos viene a la mente la idea de algo sobrenatural o excepcional que no tiene una explicación racional bajo las leyes que conocemos. La pregunta que viene a continuación sería la siguiente: ¿Conocemos todas las leyes de la naturaleza?. Evidentemente la ciencia nos está confirmando diariamente que no, pues nuevas investigaciones y descubrimientos amplían las leyes que antes conocíamos y que teníamos como verdades absolutas. Son siempre relativas, de ahí que no podamos otorgar a la ciencia la única capacidad de conocimiento de la realidad.
Existen otras que se encuentran al margen de las leyes materiales que conocemos y que corresponden al ámbito de lo espiritual, y que sin duda deberíamos estudiar y conocer en profundidad para desmitificar presuntos “milagros” que son inexistentes porque en el momento en que se descubren las leyes que los posibilitan dejan de ser milagros para tener una explicación racional.
En la antigüedad, lo inexplicable se asociaba al milagro. Con el avance de la ciencia, el círculo de lo maravilloso se fue restringiendo y quedó circunscrito a la espiritualidad. Este hecho sirvió a las religiones de todo signo y condición para mantener al pueblo en la ignorancia que pudiera al mismo tiempo mantener la sumisión a un Dios que en cualquier momento podría subvertir el orden y la armonía que Él mismo había creado con el fin de castigar o premiar a aquellos que no siguieran los dogmas y las instrucciones de los representantes de Dios en la Tierra, obrando “los milagros” que fueran necesarios. Incluso en muchos casos a petición de los sacerdotes, que eran los delegados en la Tierra del poder divino.
Hoy, estas cuestiones de pensamiento cuasi medieval están descartadas por la mayoría de las personas serias, los teólogos y muchos integrantes de las propias religiones que las han venido sustentando. Aún así existen muchas personas dentro de las religiones tradicionales que siguen creyendo que el milagro es posible bajo este razonamiento: ¿Acaso Dios no es omnipotente? Por tanto puede cambiar las leyes que él mismo ha creado y en un momento determinado permitir que lo sobrenatural se imponga sobre lo natural.
Sin embargo, lo que la razón nos dice y la ciencia nos confirma es precisamente lo contrario. Las leyes que rigen el mundo en su aspecto material son perfectas, ordenadas, armónicas e inmutables. Por lo tanto, además de una contradicción en sí mismas, esta reflexión va en contra de la sabiduría e inteligencia suprema que es Dios, porque, si Este se ve obligado a modificar las leyes que Él mismo creó, significa que estas no son perfectas y por tanto Él tampoco lo es. Total y absoluta contradicción cuando, mediante la observación y experimentación de las fuerzas y leyes que rigen el universo material y la realidad que podemos conocer, nos damos cuenta de que todo implica un orden superior, una perfección y armonía, una finalidad y un propósito que dirige la evolución de este universo hacia formas más bellas y perfectas sin romper en ningún caso las leyes que le han dado origen, sino más bien efectuando una transformación paulatina dentro de las mismas hacia niveles de mayor perfección y equilibrio.
Es evidente que todo aquello que es inexplicable para la ciencia actual tiende a ser cuestionado, y por tanto, hasta que no se haya la causa que lo permite, se da pie a la especulación sobre si se trata de un fenómeno que escapa a la naturaleza que conocemos, y por ende lo suelen llamar "Sobrenatural". Sin embargo, lo que la observación nos confirma es que no hay nada fuera de las leyes naturales en el universo físico; otra cosa es el universo espiritual que se rige mediante otros parámetros. Por ello, aquello cuya causa desconocemos no tiene por qué estar considerado como algo excepcional o milagroso, sino simplemente acontece porque nuestra limitada capacidad y conocimiento todavía no nos ha permitido desvelar los grandes misterios de la vida, la conciencia y la causa primera de todas las cosas.
“Una explicación racional basada en las leyes de la naturaleza, pone límite a la imaginación destruyendo la superstición. El espiritismo, lejos de ampliar lo sobrenatural, lo restringe hasta sus límites extremos y derriba el último refugio” Allán Kardec, Génesis, Cap. XIII
Entre las características que podemos atribuir a un posible milagro es que sea, en primer lugar, inexplicable. Si descubrimos la ley que lo permite, deja de serlo, y por lo tanto se acaba su carácter sobrenatural porque encontramos la explicación o el agente que lo produce.
Otra característica de lo milagroso es que sea excepcional e insólito, lo cual supone que sea único. Pero esto no impide que si este fenómeno vuelve a repetirse o con anterioridad al mismo ya aconteció en otra parte, tiempo o lugar, significará que puede repetirse y, por tanto, obedece a unas circunstancias dadas y concretas, contingentes y sujetas a leyes. Desde este preciso instante deja de ser un milagro, aunque todavía no esté a nuestro alcance o conocimiento la totalidad de los elementos o agentes que lo pueden producir.
Llegado a este punto, abordemos ahora qué acontece con aquellos acontecimientos que no afectan al universo físico y sí al espiritual. En este sentido la filosofía espírita de Allán Kardec nos demuestra que el elemento espiritual es una de las fuerzas vivas de la naturaleza. Esta fuerza, al asociarse con el elemento material, permite comprender muchos fenómenos, dentro del ámbito estrictamente material, que son completamente naturales al estar asociados a leyes que los ordenan y dirigen. Al igual que la ciencia nos explica la base de las leyes que permiten las leyes naturales, el espiritismo revela y explica las leyes espirituales capaces de hacernos comprender los fenómenos que competen a esas leyes y que la mayoría de las veces parecen inexplicables y suelen ser considerados como milagrosos.
En este entramado de fenómenos inexplicables se encuentran los fenómenos anímicos y mediúmnicos (*), que lejos de ser algo milagroso, se ajustan a leyes de energía, magnetismo, fuerza y afinidad vibratoria entre las inteligencias que los producen y generan, inteligencias con cuerpo o sin él (los espíritus), y que hoy día tenemos la facilidad de comprender con claridad gracias a los avances complementarios de algunas ciencias como la neurología o la psicología. Se trata de la acción de “mentes sin cerebro”, algo que ya se abra paso en la explicación real de multitud de fenómenos que fueron considerados milagrosos en el pasado y que hoy, gracias a la ciencia espírita y los nuevos avances de la ciencia de vanguardia, alcanzan explicaciones lógicas, razonables y sensatas fuera de cualquier milagro o fenómeno sobrenatural que obligaría a subvertir leyes perfectas e inmutables que siguen funcionando desde el principio de la creación de este universo que podemos conocer.
Por tanto, los milagros, desde la acepción que nos permite entenderlos como algo inexplicable o que rompe las leyes naturales, no existen como tales. Detrás de ellos están las leyes que todavía la mayoría desconocen, y que muchos ya vislumbran al profundizar en la esencia personal de la conciencia humana, verdadero motor y agente de todos los fenómenos inexplicables que afectan al ser humano y el entorno que le rodea.
Por Antonio Lledó
“La intervención de inteligencias ocultas en los fenómenos espiritas no hace que estos sean milagrosos, ya que su causa es un agente invisible que constituye una de las fuerzas de la naturaleza cuya acción se refleja en el mundo material y moral” Allán Kardec, Génesis Cap. XIII
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BUSCAD Y HALLARÉIS
Interpretado al pie de la letra, esas palabras serían la negación de toda providencia, de todo trabajo e, consiguientemente, de todo progreso. Con semejante principio, el hombre se limitaría a esperar pasivamente. Sus fuerzas físicas e intelectuales se mantendrían inactivas. Si tal fuese su condición normal en la Tierra, jamás hubiese salido del estado primitivo y, si de esa condición hiciese él su ley en la actualidad, solo le cabría vivir sin hacer cosa alguna. No puede haber sido ese el pensamiento de Jesús, pues estaría en contradicción con lo que dijo otras veces con las propias leyes de la Naruraleza. Dios creó al hombre sin vestidos y sin abrigo, pero le dio inteligencia para fabricarlos ( Cap. XIV, nº 6; Cap XXV, nº 2).
No se debe, por tanto, ver en esas palabras nada más que una poética alegoría de la Providencia, que nunca deja abandonados a los que en ella confían, queriendo, todavía, que esos por su lado, trabajen. Si ella no siempre acude con un auxilio material, inspira las ideas para encontrar los medios de salir de la dificultad. ( Cap. XXVII, nº 8)
- El Evangelio según el Espiritismo- Allan Kardec- Cap XXV
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