jueves, 2 de mayo de 2024

La Eutanasia y los espíritas

 INQUIETUDES ESPÍRITAS

1.- Las fuentes de la verdadera Vida

2.- Lo inverosimil

3.- La Eutanasia y los espíritas

 

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LAS FUENTES DE LA VERDADERA VIDA: PENSAMIENTO Y ACCIÓN

La flor se abre a las caricias del Sol y a las lágrimas del rocío; igualmente el alma se abre bajo la influencia radiosa de la excelsa Naturaleza. Bajo estas potentes impresiones, todo en ella se agita y vibra. Ella ora, y su plegaria es un grito de gratitud y de amor. De la oración, pasa a la contemplación, a esa forma superior del pensamiento por la que se incorpora misteriosamente en nosotros el sentido augusto y divino de la obra universal.

Pero la contemplación no es suficiente. La verdadera vida es la acción; la ley nos impone la lucha y la prueba; solamente por este medio adquiriremos mérito.

 Vuestros deberes, vuestra cotidiana tarea os absorben, os retienen lejos de las puras fuentes del pensamiento. Por esto mismo, es bueno y saludable volverse de tanto en tanto hacia la Naturaleza, para buscar en ella fuerza e inspiración.

- León Denis-

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             RELATOS MEDIÚMNICOS  DEL P. GERMÁN



                           LO  INVEROSIMIL

Es costumbre muy añeja en este mundo, creer que no es verdad todo aquello que se separa de nuestro modo de ser, y así cuando se lee la descripción de un crimen horrible, se dice: ¡ Jesús me valga !; ¡ Parece mentira que haya seres tan miserables !.... de igual manera cuando leemos relatos de acciones generosas, decimos moviendo la cabeza en señal de incredulidad: ¡ Qué inverosimilitud ! Esto es pintar como querer; no hay seres en este mundo tan fuertes y tan virtuosos, ¡ es imposible !.

Estas o parecidas frases hemos oído repetidas veces después de haber leído en las sesiones espiritistas artículos referentes a las memorias del Padre Germán, o haberse comunicado este por conducto de un médium parlante.

Últimamente se comunicó dicho espíritu y después se promovió discusión entre varios espiritistas, reconociendo que sus principios eran inmejorables, su moral sublime, tan sublime que rayaba en lo inverosímil.

Sin duda el espíritu estaba escuchando las opiniones de todos, transcurrieron algunos días y volvió a comunicarse el Padre Germán y de su magnífica comunicación, vamos a copiar la última parte, porque esta responde a las dudas que despiertan sus relatos negándoles la veracidad que legítimamente les corresponde, dijo así:

¿ Creeis amigos míos que un hombre no puede resistir a la tentación de la carne, que no puede luchar con sus propios defectos venciéndolos en la batalla?, escasos conocimientos tenéis de la vida, cuando negáis hechos naturales que se desenvuelven dentro de la sana lógica y en el terreno firme de la razón.

¿ No sabéis que cada espíritu se enamora de una virtud, mejor dicho, de una buena cualidad, porque la virtud se puede decir que es el conjunto de los buenos sentimientos del hombre?.

Todo ser, tenedlo entendido, le rinde culto a un ideal y llega a engrandecerse en el sentido de que su aspiración, que su deseo dominante le conduce. ¿ Creéis que no puede ser cierto que un alma encarnada en la Tierra tenga valor y poder para luchar con todas las seducciones que nos ofrece la vanidad y los falsos halagos del mundo?. Pues, ¿ qué diréis entonces de los hombres que sacrifican su vida en aras de un ideal político o religioso?, y recordad que son  muchos los mártires que ha tenido la humanidad.

Antes de Cristo, en la época prehistórica, cuando aún vuestros historiadores no habían recopilado las memorias de las generaciones, un sin número de hombres inmolaron su vida en bien de su patria; en épocas posteriores, antes de la era cristiana, filósofos y guerreros murieron creyendo firmemente  que con  su sacrificio creaban una nueva civilización. Cristo, bien sabida es su historia, murió en el profundo convencimiento de que con su muerte haría una verdadera revolución en el orden moral y religioso de la Sociedad; y después de tantas heroicidades como han hecho los pueblos en el pasado, ¿ por qué ponéis en duda la firme voluntad de un hombre empeñado en su progreso y el de los demás?.

¿Sabéis por qué dudáis de la verdad de mis hechos?, porque os han sido referidos sencillamente, porque no he mezclado ninguno de mis actos ni el milagro ni el privilegio, como se ha supuesto en la historia de los reformadores de la humanidad, que la mayor parte de ellos, el vulgo los ha convertido en enviados de Dios, en profetas inspirados por el Espíritu Santo, llegando a tanto la aberración humana, que deificó a Cristo, cuando la vida de este  estuvo dentro de todas las Leyes Naturales, muchas de ellas desconocidas entonces, combatidas ahora, pero que no por esto, ni la ignorancia de ayer, ni la incredulidad y petulancia de hoy, le quitan ni un ápice a la eterna verdad de la naturaleza que invariablemente armónica, desenvuelve la vida de los espíritus dentro de los límites proscritos por su adelanto moral e intelectual.

Leed la historia de todos los reformadores, y al leerla, descartad de ella todo lo fabuloso, milagroso y maravilloso; que como apéndice necesario lo ha aumentado la tradición y la leyenda, y despojados de los accesorios que les ha dado la ignorancia de los pueblos, los profetas, los mesías, los redentores de todas las épocas quedarán reducidos a simples hombres imperfectos, aunque si perfectibles.

Partís de un principio falso, muy falso, habéis divinizado a un reducido número de hombres, y habéis infamado al resto de la humanidad, negándole virtudes que quizá la mayoría posee; que están en germen, y espera el momento propicio para dejar la estrecha célula en que viven, y de larvas informes, convertirse en pintadas mariposas.

Entre los grandes perjuicios que han causado las religiones, sin negarles por esto los beneficios que han reportado a las civilizaciones, el mayor  sin duda ha sido darle un tinte milagroso a los efectos naturales de las causas motoras de la vida, el sustituir los dioses del Paganismo con los santos del Catolicismo; ha sido la perdición de la humanidad porque lo justo y lo razonable ha perdido su veracidad, y lo absurdo, lo erróneo, lo que está desprovisto de sentido común, ha tomado carta de naturaleza en una sociedad que se cree inferior a su origen divino.

Ya os lo he dicho muchas veces y os lo repetiré siempre que tenga ocasión, cuando la mediumnidad esté más extendida, caerán todos los castillos de naipes que ha levantado la superstición y el fanatismo, y se verán los santos tal cual son. Por santo fui yo aclamado en mi última encarnación; aún hay altares en la Tierra, con mi estatua, aún la fuente de la salud mana entre ruinas y sencillos pastores que al conducir su ganado, se sientan en las peñas, que según la tradición me sirvieron de asiento, y al sentarse hacen la señal de la cruz invocando mi ayuda para que su rebaño, bebiendo el agua milagrosa se salve de toda enfermedad.

Yo en tanto, aprovechando la combinación de múltiples circunstancias he podido deciros en el error que vive la grey romana, creyendo en mi santidad, y lo mismo que yo he conseguido, conseguirán mañana otros espíritus, y el clero católico con sus serafines y legiones, quedará reducido a la nada, completamente a la nada, y muchos de sus santos os inspirarán profunda compasión, porque los veis desposeídos no solo de sus celestes vestiduras, sino errantes, frenéticos, sin brújula, sin estrella polar que les guíe al puerto de la vida; y en cambio muchos seres que han pasado desapercibidos en el mundo, viviendo en la mayor miseria, muriendo en un completo abandono, vendrán a daros lecciones de moral, de resignación, de esperanza, de fe cristiana; serán vuestros mentores, vuestros amigos, vuestros guías o espíritus protectores, que con sus paternales consejos os ayudarán a sostener el peso de vuestra cruz, como hoy felizmente, me sucede respecto a vosotros. No fui santo, estuve muy lejos de la santidad, pero tuve afán de progresar y la moral que veis en mis acciones no es inventada por mí, es la moral universal, es la ley del progreso. ¿ Por qué encontráis inverosimilitud en mis actos, cuando entre vosotros hay espíritus capaces de hacer mucho más de lo que yo hice?; y no por virtud, precisamente, sino por egoísmo, como en gran parte lo hice yo; pero egoísmo noble, no el egoísmo mezquino de la tierra, de atesorar riquezas o alcanzar honores. No, egoísmo de mayor progreso, de mejor vida en mundos regenerados. ¡Vivir !; ¡ amar !;  ¡ sentir!; ¡ comprender !; ¡ penetrar en los santuarios de la ciencia !..... Todo esto y mucho más ambiciona el espíritu cuando se propone dar comienzo a su regeneración. En tales circunstancias me hallaba yo; había vivido muchos siglos rodando por las bibliotecas, había pasado muchas noches en los observatorios astronómicos pidiéndole a los astros noticias de Dios; había preguntado a las capas geológicas cómo se hizo habitable el planeta, había pedido a  los fósiles el árbol genealógico de mis mayores; llegué a ser sabio, como se dice en la Tierra y mientras más sabía, más ignorante me encontraba, y llegué a comprender que debía emplear mi sabiduría, no en enriquecer museos ni en hacer prosélitos para esta o aquella escuela filosófica, pronunciando elocuentes discursos en Academias científicas; sino que debía empezar por educarme, moralizarme, refrenar mis pasiones, por saber cuales eran mis deberes y mis derechos que de muy antiguo me creía con derecho para juzgar sin imponerme el deber de juzgarme a mí mismo.

 He aquí el secreto de mi última existencia.

- Padre Germán-(espíritu)-


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       LA EUTANASIA Y LOS ESPÍRITAS

                                   


Esta palabra, tan conocida en nuestros tiempos, procede de la lengua griega y se compone por un lado de la partícula “eu” que significa bueno y por otro,  del término   más conocido en español que es “thanatos”, o sea, muerte, por lo que al final nos quedamos con la expresión traducida de “buena muerte”. Existen dos tipos de eutanasia: la activa y la pasiva. En la primera, se introduce alguna modificación en el ambiente que genera, provoca o anticipa la muerte del paciente, como por ejemplo sería administrar una dosis excesiva de morfina. En la segunda, se actúa pero de modo pasivo, es decir, se deja de tratar cualquier complicación que sobreviene en el proceso como puede ser interrumpir la alimentación por vía parenteral al enfermo; en todo caso, se trataría de un fallecimiento por omisión. Por último, aunque lo habitual es que sea el moribundo el que solicite el cese de sus sufrimientos, la aceleración del óbito también puede producirse sin el consentimiento del mismo, o sea, por voluntad ajena al afectado.
       Cabe preguntarse ante este fenómeno qué postura adoptar como espíritas que somos, pues no podemos permanecer impasibles ante un asunto tan grave que atañe nada más y nada menos que al momento de la “desencarnación” de una persona.

  Hemos de fijarnos en la cuestión partiendo de un postulado básico: aquí no estamos hablando de un concepto de muerte digna, honrosa o atenuada, sino de la defensa y del respeto a  la vida bajo cualquier condición. Alguien puede pensar que resulta algo similar expresado de manera diferente pero no es así; son materias absolutamente distintas. Si no partimos desde este enunciado, corremos el riesgo de que los defensores de la eutanasia nos ganen la batalla de los argumentos. Y es que queda muy bien, de cara al público en general, transmitir el mensaje de que se está defendiendo la idea de un trance digno y sin sufrimientos (en el terreno de las palabras siempre existe un amplio margen para maniobrar hasta llegar adonde a uno le interesa) cuando en verdad, si nos detenemos un poco a reflexionar lo que se está cercenando es simple y llanamente el derecho a la vida que todos tenemos por el simple hecho de existir.
   Desde tiempos inmemoriales las sociedades así como las leyes que se iban elaborando, castigaban con el máximo rigor los atentados a la integridad de sus componentes, pues resultaría absurdo no querer preservar el don más preciado que posee el individuo y que no es otro que la vida. Sin  embargo, el combate por el uso de los términos podría conducirnos a una radical relativización de los conceptos. A esto se une, la presencia reforzada de entidades inteligentes de uno y otro plano, que luchan con todas sus fuerzas por imponer al resto, sus intrigantes y confusos puntos de vista sobre asuntos tan serios sobre el que hablamos. No hay pues otra opción que la de implicarnos con nuestra respuesta firme y razonada en defensa de nuestros planteamientos. Insisto: se trata de un conflicto ideológico, muy sutil e intelectual, en el que está en juego un modelo como el nuestro que postula la defensa del concepto de vida (al igual que sucede con el aborto), frente a una postura extrema que patrocina el hedonismo a ultranza y que condena o intenta minimizar con todas sus armas la presencia del esfuerzo, el sacrificio o el sufrimiento en la vida del hombre.

 Como conocedores de lo que se mueve en el plano inmaterial tenemos que subir un peldaño en el análisis de esta delicada cuestión. Veamos pues, lo que hacen sus voceros. Se suele decir que la serpiente, en su estertor final y antes de sucumbir, intenta por todos los medios y en el último suspiro, picarte para transmitir su veneno. Intuye que va a perecer con seguridad y por eso busca desesperadamente que tú también le acompañes al túmulo. ¿No es acaso lo que está sucediendo desde hace ya años cuando algunos nos quieren confundir, en defensa de la ciencia y de los avances tecnológicos, acerca de que ha llegado el momento de disponer libremente sobre la vida del ser humano? Como el sabio dijo, la cobardía consiste en no actuar cuando tienes que hacerlo. Así pues, nuestra obligación moral como entidades dotadas de conciencia nos impele a proclamar el derecho a vivir por encima del deseo de escapar al sufrimiento.

 Hasta un personaje de tanta relevancia histórica como Buda, dedicó toda su existencia a liberar al hombre del padecimiento, pero no se le conoce palabra alguna en sus reflexiones y en sus obras que incitaran al ser humano a acortar su vida directa o indirectamente a través de otros. Pero ¿no hemos tomado nota todavía de que existe vida más allá de la sepultura o de las cenizas? ¿Es que no nos damos cuenta de que la reencarnación es un bendito fenómeno que cumple con la función de ajustar nuestro progreso, nuestro camino evolutivo en pos de la perfección moral? ¿Hay alguien todavía por ahí entre nosotros, hermanos de la Doctrina, que piense que con el óbito todo se acaba? Nuestra existencia no es más que una gota en el inmenso océano de la eternidad y no obstante, se presentan todavía mentes desviadas del auténtico ascenso espiritual que se atreven a hablar (y vaya si lo hacen) de que el avance en el conocimiento debe conllevar alterar en toda regla una de las disposiciones sagradas del Creador: el derecho a vivir el tiempo que haga falta, pues se trata  del mecanismo perfecto que Dios pone en nuestra ruta, sin el cual nada tendría sentido pues no habría forma de ir renovándonos, de instruirnos y de ir siendo, etapa tras etapa, mejor persona.

 ¡Cuántas reuniones espíritas se producen, cuántos testimonios se recogen en textos psicografiados donde nuestros hermanos, ahora desvestidos del ropaje de la carne, nos comentan lo que les sobrevino tras acceder voluntariamente a la anticipación del final de sus días! ¿Acaso no sabemos de los efectos devastadores que la turbación supone sobre las almas recién salidas del plano físico mediante ese procedimiento? Toda transgresión de una ley divina tiene unos efectos. Quizá aquí, en la dimensión terrenal, puede darse el caso de crímenes y otros delitos que pasan desapercibidos o que permanecen sin reparar, pero sabemos perfectamente que eso no ocurre en la esfera espiritual, donde la desnudez que impera impide esconder nuestras intenciones, sean del tipo que sean. Ya no hablamos miedosamente de castigos o penas, decimos simplemente en voz alta que toda acción supone una reacción equivalente (ley de causa-efecto). Así operan los mecanismos que rigen el buen orden del universo, perfecto reloj que todo lo mide a su debido tiempo y fiel reflejo de la suprema Inteligencia que todo lo gobierna, nuestro Padre celestial, que desea lo mejor para sus hijos y nos dota de la libertad de elegir, pero no para contravenir sus leyes naturales sino para cumplirlas, acelerando así el tránsito hacia la verdadera felicidad, aquella que contemplas entusiasmado cuando en medio de la oscura caverna platónica giras la cabeza y observas atónito el mundo de las Ideas.

   Estas almas inteligentes, aunque perversas, desde muchos rincones de influencia y desde muchos palcos con atriles, están intentando de forma insistente vendernos la idea de que el conocimiento del ser humano ha crecido tanto que ya por fin ha llegado el momento de derogar las leyes naturales dispuestas por el Creador. Al igual que la serpiente de antes, atisban su destierro, o dicho de otra forma, vislumbran su exilio a regiones extrañas. En ellas, podrán añorar con suspiros de angustia las ansias de progreso de un planeta que ahora desprecian porque se opone a sus aspiraciones de estancamiento, pues no les da pábulo a sus sueños de rebeldía. Por eso elevan la voz, gritando cada vez más, como queriendo tener más razón, pero de poco les servirá ya que nada ni nadie puede oponerse al progreso. Multitud de nobles espíritus están trabajando desde hace tiempo para que nuestra querida Tierra alcance la condición de regeneración que muchos anhelamos, a pesar de los obstáculos que esta minoría orgullosa y arrogante muestra frente a las normas divinas, pretendiendo imponer sus destructivos planteamientos sobre los que no acatamos su insurrección amoral. Y es que tenemos que ser conscientes de que existen algunas rebeliones que no se efectúan para mejorar las condiciones de vida de sus componentes, sino para sumirlos durante más tiempo en las sombras y en la ignorancia de unas tinieblas que lo único que pretenden es que no descorramos el velo de la ansiada Verdad. ¡Tuerto yo, que los demás permanezcan ciegos! – afirman con vehemencia. ¡Ese es su lema! 

Hay que decirlo alto y claro: la eutanasia es un crimen y constituye un atropello contra la vida. Sabemos que durante el período previo a la “desencarnación” y que puede extenderse desde días hasta años, el espíritu aprovecha para tomar conciencia de su realidad y para examinar las distintas partes de su recorrido vital. Sufre el cuerpo, claro, pero no deja de ser parte de nuestro eterno programa de aprendizaje. Y nos preguntamos: ¿cuidados paliativos para el organismo que padece? ¡TODOS! Por caridad y por dignidad humana, faltaría más. Ahora bien, de ahí a provocar la muerte del afectado hay una distancia insalvable y para la que no existe justificación. Sufre el niño cuando nace, la mujer cuando pare, el infante cuando accede a su primer día de escuela, el sujeto cuando enferma, el ser cuando ve partir al otro lado a sus familiares y allegados, los padres cuando observan cómo sus hijos se emancipan al abandonar el hogar, el trabajador despedido, el maestro que no observa progreso alguno en sus alumnos, la madre cuando contempla a su vástago despreciativo e indiferente a su amor, el adolescente cuando no ve colmados sus deseos de correspondencia afectiva en la pareja que pretende…¿seguimos?







       Esto no es nuevo, hace ya más de 2500 años que el sabio príncipe Gautama se dio cuenta de que el sufrimiento era consustancial a la naturaleza humana y ahora, como dioses del orgullo y de la vanidad, pretendemos alterar el proyecto divino, perfilado desde antes de arrancar el cronómetro del tiempo, con nuestro empeño en poner fecha de caducidad a las células que componen un organismo, eso sí, todo ello “vendido, aderezado y transmitido” ante la opinión pública con la excusa de evitar una “insoportable” amargura, ya que el argumento principal es eludir a toda costa cualquier tipo de dolor pues para esto ha ganado la tecnología la batalla a la ética. Ni la más oscura y profunda mazmorra donde se ubicara al Conde de Montecristo del buen Alejandro Dumas, resistiría la comparación con la astuta y maliciosa frialdad de esta premisa que hoy en día utilizan ante sus púlpitos estos apóstoles de la muerte. Y es que en su interior se ríen a carcajadas de sus seguidores, porque conocen de antemano que su estratagema está perdida antes de su destierro, pero que van a hacer todo lo posible por seguir extendiendo su manto de negrura sobre todos los que se dejen convencer por sus “hábiles y perversos” argumentos.

     Somos espíritas y conocemos cómo despiertan a la nueva dimensión aquellos que solicitan les sea practicada la eutanasia. Curiosamente, ellos sufren ahora los dolores de los que pretendieron liberarse, cual suicida que se decanta por la muerte en la creencia de que sus males cesarán para siempre. ¡Dios mío, cuántos de tus hijos te ruegan ya con lágrimas de arrepentimiento en sus mejillas por retornar cuanto antes al plano de la carne, para aliviar el desconsuelo que les supone el acortamiento artificial de su última vida en esta dimensión! Y es que el libre albedrío es tan autónomo como después deudor a las consecuencias de sus actos. Es la grandeza del ser humano, pero que debe saber administrar.

   Hoy proclamamos este mensaje a los cuatro vientos pues sabemos que tenemos razón, pero no por un decreto firmado de infalibilidad sino porque somos coherentes con lo que hemos estudiado y porque nos sentimos responsables de nuestras acciones: ¡Nunca matar! Que el amor sustituya a la frialdad, que la caridad supere a la indiferencia. Oremos por todos aquellos que solicitan, aplican y defienden la eutanasia, por los pacientes, por los equipos sanitarios, por los familiares y amigos que la sustentan y hasta por los gobernantes que la amparan. Cuando despierten del letargo de su impasibilidad, se enfrentarán a los efectos de sus actos y aún así, el Padre, en su infinita generosidad, les tenderá la mano a través de sus celestes mensajeros que jamás rechazan el auxilio hacia las almas confundidas.
    El estremecedor testimonio vital de Viktor Frankl nos acerca a la esencia de este asunto. Él, que pudo sobrevivir a los campos de exterminio alemanes, quedó desprovisto de familia hacia arriba y hacia abajo, incluso en horizontal pues también su mujer sucumbió, pero como hijo adelantado a su tiempo y como tantos enviados del plano superior, comprendió que resistió a aquel dramático pasaje de su vida porque  le encontró un “sentido” a tan conmovedora experiencia. Resurgió su alma de la oscuridad, se irguió y volvió a caminar para dejarnos, como psiquiatra que era, uno de los tratamientos más sublimes que existen: la logoterapia*. ¿Por qué el hombre no habría de hallar un sentido a los momentos previos a su abandono del plano físico? La vida sigue porque somos inmortales pero es bueno saber que la alteración de las leyes divinas conlleva un coste, que como peaje, habrá de abonarse más adelante en nuestra ruta de kilómetros infinitos. Somos espíritas y por ello, no podemos permanecer callados guardando nuestro saber en el zurrón de nuestros adentros, sino que debemos promulgar la leyes del Creador en los escenarios en los que nos desenvolvemos, no solo con nuestras palabras sino sobre todo con el ejemplo de nuestros actos.
   
      Cierta vez invitaron a Teresa de Calcuta a manifestarse en multitud en contra de la guerra. Ella, con su buen criterio de ser iluminado se negó y argumentó que jamás iría a ninguna concentración en contra de nada. “Asistiré a cualquier manifestación a favor de la paz”- afirmó en cambio. Nosotros no vivimos en oposición a nada ni a nadie, tan solo estamos a favor de la VIDA, que ya es bastante. Sirva como punto final de esta cuestión el  emotivo relato de Chico Xavier y que se titula “La deuda y el tiempo”.

     Chico visitó durante muchos años a un joven que tenía el cuerpo totalmente deformado y que vivía en una barraca a la vera de un bosque. El estado del alineado mental era completo. La madre de este joven estaba también muy enferma y Chico la ayudaba a bañarlo, alimentarlo y a hacer la limpieza del pequeño aposento en que vivía.

 
- El cuadro era tan aterrador que, en una de sus visitas en que un grupo de personas lo acompañaba, un médico preguntó a Chico:
- ¿En este caso la eutanasia no estaría justificada?
- No lo creo, doctor- le respondió Chico. Este nuestro hermano, en su última encarnación, tenía mucho poder. Persiguió, perjudicó y con torturas inhumanas quitó la vida de muchas personas. Algunas lo perdonaron, otras no y lo perseguirán durante toda su vida. Esperaron su “desencarnación” y, así que él dejó el cuerpo, ellos lo agarraron y lo torturaron de todas las maneras durante muchos años. Este cuerpo deforme y mutilado representa una bendición para él. Fue la única manera que la Providencia Divina encontró para esconderlo de sus enemigos. Cuanto más tiempo aguante, mejor será. Con el pasar de los años, muchos de sus enemigos lo habrán perdonado. Otros habrán reencarnado. Aplicar la eutanasia sería devolverlo a las manos de sus enemigos para que continuasen torturándolo.
- ¿Y cómo rescatará él sus crímenes? -preguntó el médico.
- El hermano X acostumbra a decir que Dios usa el tiempo y no la violencia

* Recomiendo ampliamente la lectura de la obra capital de Viktor Frankl: “El hombre en busca de sentido”

.Publicado por José Manuel Fernández en el Blog Entre Espíritus



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