viernes, 9 de junio de 2023

Obsesión y pruebas

    INQUIETUDES  ESPÍRITAS

1.- Resumen teórico del móvil de las acciones humanas

2.-  Utilidades del Espiritismo y sus progresos

3.- Médiums videntes

4.-Obsesión y pruebas

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Resumen teórico del móvil de las acciones humanas

872. La cuestión del libre arbitrio puede resumirse así: El hombre no es inevitablemente conducido al mal. Los actos que realiza no “están escritos” de antemano. Los delitos que comete no constituyen el resultado de un decreto del destino. Puede –con el carácter de prueba o con el de expiación- escoger una existencia en la que se verá arrastrado hacia el crimen, ya sea por el ambiente mismo en que se encuentre, o bien por las circunstancias que sobrevengan; pero siempre es libre de hacer o no hacer. Así pues, el libre albedrío existe en el estado de Espíritu en la elección de la existencia y de las pruebas, y en el estado corporal en la facultad de ceder o resistir a las solicitaciones a las que nos hemos voluntariamente sometido. Cabe a la educación combatir esas malas tendencias. Y lo hará con provecho cuando esa educación se base en el estudio profundizado de la naturaleza moral del hombre. Mediante el conocimiento de las leyes que rigen esa naturaleza moral se llegará a modificarla, del modo que se modifica la inteligencia por medio de la instrucción y el estado físico por la higiene.

El Espíritu desprendido de la materia, en estado errante, elige sus futuras vidas corpóreas según sea el grado de perfeccionamiento a que haya llegado, y en esto sobre todo consiste – según dijimos- su libre albedrío. Esa libertad no se ve anulada por la encarnación. Si cede a la influencia de la materia es porque desfallece bajo las pruebas mismas que ha escogido, y para que lo ayuden a superarlas puede invocar la asistencia de Dios y de los buenos Espíritus. (Véase el parágrafo 337).

Sin el libre albedrío el hombre no tiene culpa en el mal ni mérito en el bien. Y esto es tan reconocido, que en la sociedad humana se reprueba o se elogia siempre la intención, vale expresar, la voluntad. Ahora bien, quien dice voluntad está diciendo libertad. Por lo tanto, el hombre no puede buscar una excusa para sus malas acciones achacándolas a su organismo, sin abdicar de su razón y de su condición de ser humano, para equipararse al animal. Si es así para el mal, lo mismo será para el bien. Pero cuando el hombre practica el bien tiene gran cuidado en que se le reconozca el mérito a él mismo y no a sus órganos, lo que prueba que instintivamente no renuncia, a despecho de lo que opinen algunos obcecados, al más bello privilegio de su especie: la libertad de pensar.
La fatalidad, tal como se la entiende comúnmente, supone la decisión previa e irrevocable de todos los acontecimientos de la vida, sea cual fuere su importancia. Si fuera este el orden de las cosas, el hombre sería una máquina carente de voluntad. ¿Para qué le serviría entonces su inteligencia, visto que sería dominado invariablemente, en todos sus actos, por el poder del destino? Semejante doctrina, si fuese cierta, significaría la destrucción de toda libertad moral. Ya no habría responsabilidad para el hombre y, por consiguiente, no existirían ni el bien ni el mal, ni crímenes ni virtudes. Dios, soberanamente justo, no podría castigar a su criatura por culpas que ella no haya contraído, como así tampoco recompensarla por virtudes cuyo mérito no le cabría. Una ley así sería, además, la negación de la ley del progreso, por cuanto el hombre que esperara todo de la suerte no intentaría nada para mejorar su posición, puesto que no podría hacerla ni mejor ni peor.

Sin embargo, la fatalidad no es una palabra vana. Existe en la situación en que está el hombre en la Tierra y en las funciones que cumple, como consecuencia del tipo de vida que eligió su Espíritu, ya sea con carácter de prueba, de expiación o de misión. Sufre invariablemente todas las vicisitudes de esa existencia y todas las inclinaciones, buenas o malas, que le son inherentes. Pero hasta ahí no más llega la fatalidad, porque de su voluntad depende que ceda o no a esas tendencias. El detalle de los acontecimientos se halla subordinado a las circunstancias que él mismo provoca por medio de sus actos, sobre los cuales pueden también influir los Espíritus, por los pensamientos que le sugieran. (Ver párrafo 459).

La fatalidad reside, pues, en los sucesos que se presenten, visto que ellos son la consecuencia de la elección de la vida que ha hecho el Espíritu. Puede no estar en el resultado de tales acontecimientos, pues podrá depender del hombre modificar el curso de los mismos valiéndose de su prudencia. Pero la fatalidad no interviene nunca en los actos de la vida moral. En la muerte sí está sometido el hombre, de manera absoluta, a la inexorable ley de la fatalidad. Porque no puede escapar al decreto  que fija el término de su existencia, ni a la clase de muerte que debe interrumpir su curso.

Según la doctrina común, el hombre posee en sí mismo todos sus instintos. Éstos procederían, o de su organismo, del cual no podría ser responsable, o de su propia naturaleza, en la que puede buscar una excusa que lo satisfaga personalmente, alegando que no es culpa suya que sea él así. Con toda evidencia, la Doctrina Espírita es más moral. Admite en el hombre la existencia del libre albedrío en toda su plenitud. Y al decirle que si procede mal está cediendo a una mala sugestión extraña, le deja toda la responsabilidad del hecho, pues le reconoce el poder de resistir, cosa evidentemente más fácil que si tuviera que luchar contra su propia naturaleza. Así pues, conforme a la Doctrina Espírita no hay tentación que sea irresistible. El hombre puede siempre hacer oídos sordos a la voz oculta que en su fuero interno lo está incitando al mal, como podrá asimismo desatender la voz material de alguien que le hable. Lo puede por su voluntad, pidiendo a Dios la fuerza necesaria para ello y reclamando al efecto la ayuda de los buenos Espíritus. Es lo que Jesús nos enseña en el sublime ruego de la oración dominical, cuando nos hace decir: “No nos dejéis caer en tentación, mas líbranos del mal”.

Esa teoría de la causa excitadora de nuestros actos resalta, evidentemente, de toda la enseñanza impartida por los Espíritus. No sólo es de sublime moralidad, sino que –agregamos- eleva al hombre a sus propios ojos. Lo muestra libre de sacudirse un yugo obsesor, así como es libre de cerrar su casa a los importunos. No es ya una máquina que funcione por un impulso independiente de su voluntad, sino un ser provisto de razón, que escucha, juzga y escoge libremente entre dos consejos. Añadamos que, pese a esto, el hombre no está privado de su iniciativa. No deja por ello de obrar por propio impulso, puesto que en definitiva es sólo un Espíritu encarnado que conserva, bajo la envoltura corporal, las cualidades y defectos que como Espíritu tenía.

Las faltas que cometemos tienen, pues, su causa primera en la imperfección de nuestro propio Espíritu, el que no ha alcanzado aún la superioridad moral que algún día tendrá, pero que no por ello deja de poseer su libre arbitrio. La vida corporal le es concedida para que purgue sus imperfecciones por medio de las pruebas que enfrenta, y tales imperfecciones son, precisamente, las que lo tornan más débil y accesible a las sugestiones de los demás Espíritus imperfectos como él, que aprovechan esto para tratar de hacer que desfallezca en la lucha que ha emprendido. Si sale vencedor de ella, se eleva. Si fracasa, sigue siendo lo que era: ni peor ni mejor. Se trata de una prueba que habrá de reiniciar, y puede que permanezca mucho tiempo en ese estado. Cuanto más se depura, tanto más disminuyen sus puntos débiles y menos oportunidades da a los que lo incitan al mal. Su fuerza moral crece en virtud de su elevación, y los malos Espíritus se alejan de él.

Todos los Espíritus, buenos en mayor o menor grado, cuando se hallan encarnados constituyen la especie humana. Y como la Tierra es uno de los mundos menos adelantados, hay en ella más Espíritus malos que buenos, de ahí que veamos tanta perversidad entre nosotros. Hagamos, pues, todos los esfuerzos que podamos para no tener que volver más tarde a esta estación, y para merecer ir a descansar en un mundo mejor, en uno de esos mundos privilegiados en los que el bien reina soberano, y donde sólo recordaremos nuestro paso por la Tierra como un período de exilio.

LIBRO DE LOS ESPIRITUS  - VIII – ALLAN KARDEC

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  Utilidades del Espiritismo y sus                                       Progresos 


por: Amalia Domingo Soler

El Espiritismo, difunde una luz que penetrará desde el palacio del potentado hasta la cabaña del rústico aldeano, luz que en medio de la diversidad de escuelas, de sistemas y de opiniones religiosas, políticas y sociales que dividen a la humanidad actual, será de un gran poder para iluminar a todos. 

El Espiritismo tiene por objeto combatir la incredulidad y sus funestas consecuencias, dando prueba patente de la existencia del alma y su vida futura. Se dirige a todos en general pero muy particularmente a los que no creen en nada y a los que dudan, cuyo número es muy grande por desgracia.
El Espiritismo que sabe que toda creencia es superficial y sólo da las apariencias de la fe pero no la fe sincera, expone sus principios a la vista de todos de modo que puede cada cual formar opinión con conocimiento de causa. Los que lo aceptan lo hacen libremente y porque lo encuentran racional. No impone una creencia, invita a un estudio; no pretende convertirse por sorpresa, sino que se le estudie detenidamente, para después rechazarlo o aceptarlo. 

Los espiritistas decimos: al que ha nosotros viene como hermano, como a hermano lo recibimos; al que nos rechaza le dejamos en paz; pero guardándole las misma consideraciones. 

El Espiritismo nos enseña la influencia que el mundo invisible ejerce con el mundo visible y las relaciones que entre ambos existen, como la astronomía nos enseña las relaciones de los astros con la Tierra; nos la presenta como una de las fuerzas que gobiernan al Universo y contribuyen al sostenimiento de la armonía general. Y este conocimiento de ultratumba nos lleva a la resolución de infinidad de problemas insolubles hasta ahora; nos da la prueba patente de la existencia del alma; de su individualidad después de la muerte, de su inmortalidad y de su suerte verdadera; es pues, la destrucción del materialismo no con razonamientos sino con hechos.
Por esto, hermanos míos: Cuando los dogmas religiosos se derrumban minados en su base por la ciencia positiva y el espíritu de examen de nuestro siglo; cuando las falsas y desconsoladoras interpretaciones de la ciencia materialista buscan en vano solución a las grandes cuestiones morales y satisfacción a los anhelos y aspiraciones de la humanidad; cuando todo se halla perturbado y pidiendo regeneración, y se agita el problema político "unido en nuestros días al problema social, que es ante todo un problema religioso"; cuando más oscuro se ve el horizonte y más intrincado el camino, conduciéndonos por todas las partes al abismo como irremediable y desastroso fin; cuando hasta las mismas conquistas de la civilización semejan convertirse en elementos perturbadores para sumir a la humanidad en las tinieblas de caótico desconcierto; en este momento supremo en que todo se pone en tela de juicio y de todo se duda, hasta de la existencia de Dios y de nuestro yo inmortal, aparece providencialmente el Espiritismo hecho de todos los tiempos, con el doble carácter de ciencia de observación y de doctrina filosófica, sentando las bases de la religión del porvenir que ha de resolver todos los problemas hoy planteados. 

Abriga esta seguridad el Espiritismo proclamando: 

La Existencia de Dios. 

Infinidad de mundos habitados. 

Preexistencia y persistencia eterna del Espíritu. 

Demostración experimental de la supervivencia del alma humana por la comunicación medianímica con los espíritus. 

Infinidad de fases en la vida infinita de cada ser. 

Recompensas y penas como consecuencia natural de los actos. 

Progreso infinito. 

Comunión universal de los seres. 

Solidaridad. 

Sí, ciertamente; con estos principios, el Espiritismo viene en el momento preciso ha abrir la era nueva de una transformación social y religiosa. Pero a diferencia de las tradiciones religiosas que han mantenido a los pueblos en la servidumbre del pensamiento, el Espiritismo no admite más que las demostraciones por los hechos estudiados en sus causas y en sus efectos, y rechaza todo super-naturalismo: Sometiendo sus principios al crisol de la razón, no impone ninguna especie de creencia, y por lo tanto no teme la discusión; llama a los librepensadores imparciales y a los amantes de toda idea grande y generosa susceptible de transformar el actual estado social demostrando por medio de una creencia positiva, la imperiosa necesidad para todos indistintamente de someterse a la ley de Solidaridad, que encierra los grandes principios de libertad, de igualdad y fraternidad. 

La base de toda filosofía y de todo saber, resumida en la célebre inscripción del templo de Delfos"conócete a ti mismo" es un problema resuelto con la contestación que el Espiritismo da a los tres eternos interrogantes: ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿A dónde vamos? y la existencia de inmortalidad del yo espiritual, que las escuelas espiritualistas no han podido probar de una manera incontestable, por medio del razonamiento, merced a los fenómenos espiritistas es una verdad que puede ser ya positivamente demostrada, sin contestación posible, por los investigadores concienzudos. 

Así el Espiritismo no dice: "cree" sino "estudia" y en esto fía su fuerza atractiva, y a eso debe sus inmensos progresos. 

Ninguna escuela filosófica, ninguna doctrina religiosa alcanzó en tan poco tiempo el desarrollo y extraordinario crecimiento que ha tenido el Espiritismo. 

Éste ha entrado en una fase de investigación científica con los trabajos de William Crookes, el célebre químico inglés de Sollner, y de Paul Gibier el eminente médico Francés, a quienes precedieron en la afirmación de la realidad de los fenómenos espiritistas distinguidos sabios; naturalistas como Alfredo Russell Wallace, físico y químico como Varley, y otros eminentes profesores; y astrónomos como Camilo Flammarión , genios como ,Victor Hugo y una pléyade de grandes literatos contemporáneos. 

Con tan ilustre compañía, bien pueden soportar los espiritistas el calificativo de locos, que también se lo dieron sus contemporáneos a los más notables descubridores y a los grandes bienhechores de la humanidad. 

De modo que, en el curso de los progresos del Espiritismo, los principios que proclama concluirán por ser aceptados como la expresión de la realidad porque la influencia de la Verdad, la Belleza y la Bondad de las cuales cada uno tenemos un destello por la esencia de donde hemos salido, tiende a evolucionar hacia la armonía que es el bien, objeto esencial de nuestra doctrina, la cual se impone a la razón como una verdadera ciencia, sin que pueda ser destruida por los sofismas de falsos sabios. 

A medida que se extiendan las ideas que el Espiritismo da de la existencia de Dios y su justicia, y de las sucesivas existencias del alma, se verá como ha dicho un profundo pensador; que las impaciencias se calman, las ambiciones se entibian, las disidencias de los partidos se borran, los espíritus se reúnen para un fin común, con un mismo pensamiento, y la opinión pública tomará una fisonomía nueva, permitiendo llenar sus aspiraciones justas. 

Entonces el ser humano, llevará con paciencia el destino que le toca en la Tierra, persuadido de que, por duro que sea, es una prueba que ha merecido, y que si la sufre con grandeza de ánimo y resignación durante los instantes de la vida planetaria, dará un gran paso adelante en la vida eterna. 

Mirará con piedad al orgulloso de alma baja que explota o desprecia a sus semejantes, comprenderá que la justicia divina no puede ser completa aquí en la Tierra porque hay una vida eterna, y como consecuencia necesita de esto, resolverá con sentido justo y armónico el hoy, gravísimo problema social realizando el mejoramiento colectivo en virtud del mejoramiento individual, con cumplimiento del deber, libremente aceptado por impulso de la propia conciencia. 

Tal ha de ser, el resultado de los progresos del Espiritismo, y para ello aparece, sin duda, providencialmente con sus caracteres actuales, moviendo a un tiempo la razón y el sentimiento, con el doble objetivo de impulsar al hombre a conocer y amar. 

Sí; somos todos hijos del mismo Padre y todos nos hemos de tolerar unos a otros, proclamando y practicando la Solidaridad y la Fraternidad universal. Para confundir a toda la humanidad, en el sentimiento de adoración a Dios y en el estrecho abrazo que simboliza la ley suprema de amor. 

He aquí porqué yo siento inmensa satisfacción allí donde se propague el Espiritismo, y mi Espíritu emocionado tributa en estos momentos un afectuoso recuerdo de gratitud al inolvidable Kardec que nos legó una filosofía tan grande como luminosa suplicándole que desde esos mundos de luz donde mora, nos ayude a continuar su obra. 

Y se lo tributemos también a toda esa pleyade de sabios escritores y escritoras que van difundiendo la luz de tan bello ideal, a quienes saludo con toda la efusión de mi alma. ¡Gloria a los bienhechores de la humanidad! 
¡Gloria al Espiritismo!

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      MÉDIUMS VIDENTES

Los médiums videntes están dotados de la facultad de ver a los Espíritus. Los hay que gozan de esta facultad en estado normal, estando enteramente despiertos y conservando un recuerdo exacto; otros no lo tienen sino en un estado de sonambulismo, o próximo a él. Esta facultad rara vez es permanente; casi siempre es efecto de una crisis momentánea y pasajera. Se pueden colocar en la categoría de los médiums videntes todas las personas dotadas de la doble vista. La posibilidad de ver los Espíritus en el sueño resulta, sin contradicción, de una especie de mediumnidad, pero no constituye, propiamente hablando, los médiums videntes.
      Hemos explicado este fenómeno en el capítulo VI, de las “Manifestaciones visuales”.
El médium vidente cree ver por los ojos como los que tienen la doble vista; pero en realidad es el alma que ve, y esta es la razón por la cual ven tanto con los ojos cerrados como con los ojos abiertos; de donde se sigue que un ciego puede ver a los Espíritus como el que tiene la vista intacta. Se podría hacer sobre este último punto un estudio interesante: el de saber si esta facultad es más frecuente entre los ciegos. Espíritus que fueron ciegos nos han dicho que en vida tenían por el alma la percepción de ciertos objetos y que no estaban sumergidos en la negra oscuridad.

168. Es preciso distinguir las apariciones accidentales y espontáneas de la facultad propiamente dicha de ver a los Espíritus.
     Las primeras son frecuentes sobre todo en el momento de la muerte de las personas que se han amado o conocido, y que vienen a advertir que no pertenecen ya a este mundo. Hay numerosos ejemplos de hechos de este género, sin hablar de las visiones durante el sueño. Otras veces son igualmente de parientes o amigos, que aunque muertos de más o menos tiempo, aparecen ya sea para indicar un peligro, ya sea para dar un consejo o pedir un servicio. El servicio que pueda reclamar un Espíritu consiste, generalmente, en el cumplimiento de una cosa que no ha podido hacer en vida, o en el socorro de las oraciones. Estas apariciones son hechos aislados que tienen siempre un carácter individual y personal, y no constituyen una facultad propiamente dicha. La facultad consiste en la posibilidad, si no permanente, al menos muy frecuente, de ver cualquier Espíritu que se presenta por extraño que nos sea. Esta es la facultad que constituye propiamente hablando de los médiums videntes.
     Entre los médiums videntes los hay que sólo ven a los Espíritus que se evocan y de los cuales pueden hacer la descripción con una minuciosa exactitud; describen con los menores detalles sus gestos, la expresión de su fisonomía, las facciones, el traje y hasta los sentimientos de que parecen animados. Hay otros en los cuales esta facultad es más general; ven toda la población espiritista ambiente ir, venir y hasta podría decirse cumplir sus misiones.

EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS. ALLAN KARDEC.

 

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                         OBSESIÓN Y PRUEBAS
                                                           

En ningún momento el Espíritu regresa a la Tierra, víctima de un destino implacable que lo condene a situaciones irreparables.
   Si así fuese, estaríamos inevitablemente condenados al castigo y la venganza por nuestras debilidades del pasado. La Justicia Divina no es vengativa, es justa y amorosa, no desea nuestro aniquilamiento ni sufrimiento, sí quiere nuestra recuperación, asimismo las pruebas que debamos sufrir solo dependen de nuestra conducta y comportamiento. La fatalidad, la suerte, el acaso o el destino, están en nuestras manos, son creación nuestra. Existe una ley justa pero inflexible que actúa de forma inmediata, según nuestros pensamientos, voluntad y forma de vida que libremente, cada uno decida vivir.
   Los espíritus endeudados con faltas indisciplinadas cometidas en vidas pasadas, son enviados nuevamente a este plano terrestre y colocados en medio de las influencias mórbidas, semejantes a las que ellos alimentaron anteriormente. La nueva existencia física puede ser favorable o no, dependerá de la forma en como actúe y piense, en medio de sus viejos compañeros, ya sean víctimas o verdugos. Siempre que tengan un comportamiento digno y vivan en buena armonía con sus semejantes, podrán sobrevivir sin grandes conflictos ni tragedias, recibiendo con justicia la ayuda del mundo espiritual, y aun así que se esfuerce por resistir las malas influencias, se aparte de ellas, practicando el amor, la tolerancia, el sacrificio y la renuncia a favor de sus semejantes, aunque fuese perseguido por un peligroso obsesor, podría sobrevivir en la materia, venciendo cualquier influencia obsesiva.

- José Aniorte- 

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