León Denis |
Todo
se encadena y se une en el Universo, tanto en lo moral como en lo
físico, según nos dicen los Espíritus. Las penas y las
recompensas se reparten entre los individuos mediante el juego
natural de las cosas. Tanto el bien como el mal vuelven a su punto
de partida. Hay faltas cuyos efectos se producen en el transcurso de
la vida terrestre, y otras que son más graves sus consecuencias se
dejan sentir en la vida espiritual, y a veces también en
encarnaciones ulteriores.
El
espíritu culpable arrastra consigo su oscuridad, su castigo, su
oprobió. Los sufrimientos de las almas perversas, no por no ser
materiales son menos vivos. El infierno no es más que un lugar
quimérico, un producto de la imaginación. Para que los hombres
sean felices en la Tierra, es preciso que este poblada solo de Buenos
Espíritus, encarnados o no, que solo quieran el bien. Habiendo
llegado este tiempo, tiene lugar una gran emigración entre los que
la habitan. Los que hacen el mal por hacerlo y quienes el sentimiento
del bien no les conmueve, no siendo ya dignos de la tierra
transformada, tienen que ser excluidos, porque si volvieran a
reencarnar traerían de nuevo a ella el desorden y la confusión y
serian un obstáculo al progreso.
Estos
espíritus rebeldes van a expiar su obstinación, a mundos
inferiores. La generación actual desaparecerá gradualmente y la
nueva le sucederá del mismo modo, sin que haya perturbación en el
orden natural de las cosas.
En
vez de nacer en ella un niño inclinado al mal, vendrá un Espíritu
más adelantado e inclinado al bien.
La
enseñanza de los Espíritus nos dice que el espíritu sufre las
consecuencias naturales de sus actos, que recaen sobre el y le
glorifican o le mortifican. El ser sufre en la vida de ultratumba no
solamente por el mal que ha hecho, sino también por su inacción y
su debilidad. En una palabra esa vida es obra suya, tal y como la
formo con sus manos. El sufrimiento es inherente al estado de
imperfección, se atenúa con su progreso y desaparece cuando el
espíritu a vencido a la materia.
El
castigo del Espíritu malo continúa no solamente en la vida
espiritual, sino también en encarnaciones sucesivas que lo arrastran
hacia mundos inferiores, donde la existencia es precaria y el dolor
reina soberano. Tales mundos son los que podríamos llamar el
infierno, la separación del cuerpo para estos espíritus es muy
penosa y llena de turbación y de angustia. La ilusión de la vida
terrena sigue para el por algunos años , son incapaces de darse
cuenta de su estado y de romper los lazos que lo encadenan al mundo
en el que vivieron, puesto que nunca se preocuparon por su origen ,
solo vivieron para la vida material y para sus placeres. Se
desesperan cuando sienten la indiferencia de los que lo rodean, que
no los ven, ni los sienten, errantes y tristes, sin rumbo, sin
esperanza , en los lugares que les son familiares, son almas en pena,
cuya presencia se ha supuesto en alguna moradas, y cuya realidad
queda establecida todos los días por medio de numerosos y ruidosas
manifestaciones.
La
situación del espíritu después de la muerte, resulta únicamente
de las aspiraciones y de los gustos que desarrollo en si. Siempre se
manifiesta la ley inexorable de la siembra y la recolección. El que
puso todos sus goces, toda su felicidad en las cosas de este mundo,
en los bienes de la Tierra, sufre cruelmente en cuanto se ve
privado de ellos. Toda pasión lleva su castigo en si misma.
El
Espíritu que no ha sabido emanciparse de los apetitos groseros, de
los deseos brutales, se convierte en juguete de ellos, sin poder
darles satisfacción. Despojado de todo lo que constituía su
grandeza terrena, la soledad y la privación le esperan en el
espacio.
Peor
aun es la situación de los Espíritu crueles y rapaces, de los
criminales de toda especie, de aquellos que hacen correr la sangre
o pisotean la justicia. Las quejas, las maldiciones, de sus victimas
resuenan en sus oídos durante un tiempo que se les hace una
eternidad. Sombras irónicas y amenazadoras le rodean y lo persiguen
sin descanso. No hay para esos espíritus retiro alguno lo
suficientemente profundo, lo bastante escondido, y en vano buscan el
reposo y el olvido. Solo la entrada en una vida oscura, la miseria,
el rebajamiento y la esclavitud pueden atenuar sus males. Los
egoístas, los hombres exclusivamente preocupados en su bienestar, se
preparan un penoso porvenir. No habiendo amado a nadie más que solo
a si mismos; no habiendo ayudado, consolado ni tranquilizado a
nadie, no encuentran simpatía ni cariño en la otra vida. Aislados
y desamparados, ven transcurrir el tiempo monótono y lento. Un
tedio taciturno le oprime, el pesar por las horas perdidas y por la
existencia desperdiciada, el odio hacia los intereses miserables que
les absorbían, todo ello es una tortura que les devora. Sufren,
vagan, hasta que un pensamiento caritativo acude a ellos y luce en
su oscuridad como un rayo de esperanza; hasta que esclarecidos por un
espíritu bienhechor se deciden a entrar en un camino mejor.
La
situación de los suicidas es a veces, mas mala aun. El suicidio es
una cobardía, un crimen, y sus consecuencias son terribles. El
suicidio no libera de los sufrimientos físicos. El espíritu
continúa ligado a ese cuerpo carnal que creía haber destruido;
sufre lentamente todas las fases de la descomposición, y las
sensaciones dolorosas se multiplican en lugar de desminuir. Lejos de
abreviar su padecimiento, lo prolonga indefinidamente; su malestar y
perturbación persisten durante mucho tiempo después de la
destrucción de la envoltura material. Le será preciso afrontar de
nuevo los padecimientos de los cuales quería escaparse, con la
muerte, y que fueron originados en su pasado. Deberá soportarlos
en las peores condiciones, volver a andar paso a paso el camino
sembrado de obstáculos, y para ello, tendrá que sufrir una
encarnación más penosa aun que aquella de la que quiso huir.
Los
sufrimientos de los ajusticiados, después de la ejecución, son
espantosos, la mayor parte son presa de una sobreexcitación aguda,
de atroces sensaciones que los vuelven furiosos. El horror de sus
crímenes, las miradas de sus victimas, que parecen perseguirles y
traspasarles como cuchillos, las alucinaciones y los sueños
espantosos, esa es la suerte que les espera. La mayor parte de ellos,
para encontrar una derivación de us males, se lanzan sobre los
encarnados de tendencias semejantes y les impulsan al crimen. Otros,
devorados por el remordimiento como por un fuego inextinguible,
buscan sin tregua refugio seguro que no hallan. A cada paso que dan,
a su alrededor, en todas partes, creen ver cadáveres, figuras
amenazadoras y charcos de sangre.
Los
espíritus malos sobre los cuales recae el peso de sus faltas están
en la imposibilidad de prever el porvenir. No conocen nada de las
leyes superiores. Los fluidos que los envuelven se oponen a la
relación con los Espíritus elevados, que quisieran arrancarles de
esas inclinaciones; pero no pueden hacerlo, a causa de su forma
grosera, casi material de estos espíritus y del campo restringido
de sus percepciones.
Devorados
por la envidia y por el odio, con el fin de distraerse de sus
preocupaciones, muchos buscan a los hombres débiles y propicios al
mal. Se encarnizan con ellos y les inculcan funestas inspiraciones;
pero, poco a poco, de estos nuevos excesos se deducen nuevos
sufrimientos. La reacción del mal causado les encierra en una red de
fluidos más sombríos. Las tinieblas se hacen más densas, se forma
un circulo estrecho, y la reencarnación, penosa y dolorosa, se
yergue ante ellos.
Los
que se han arrepentido y que se han resignado, ven próximo el tiempo
de los padecimientos y se han decidido a satisfacer la eterna
justicia. Los remordimientos, como un pálido resplandor, iluminan
sus almas con una luz vaga y permiten a los buenos espíritus que se
deslicen en ellos para prodigarles aliento y consejos.
El
mundo invisible es el lado opuesto de la humanidad. Los Espíritus no
son más que las almas, más o menos perfectas, de los hombres
desencarnados, y nuestras relaciones con ellos deben ser llevadas con
tanta reserva y prudencia como nuestras relaciones con nuestros
semejantes.
Lo
mismo ocurre con toda alma que abandona el mundo. Nuestras
evocaciones despiertan la atención del fallecido y facilitan su
separación corporal. Nuestras oraciones ardientes, semejante a
chorros luminosos o a vibraciones armoniosas, les iluminan y dilatan
su ser. Les resulta agradable pensar que no están abandonados a si
mismos en la inmensidad, que existen aun seres en la Tierra que se
interesan por su suerte y desean su felicidad. Aunque esta no pueda
ser obtenida en ningún caso mediante esas oraciones, no por eso
dejan de ser saludables par el espíritu, al que arrancan de la
desesperación y le dan fuerzas fluídicas necesarias para luchar
contra las influencias perniciosas y salir de su ámbito.
Los
Espíritus desdichados atienden nuestras llamadas y nuestras
evocaciones. Nuestros pensamientos simpáticos les envuelven como en
una corriente eléctrica, les atraen hacia nosotros y nos permiten
conversar con ellos a través e los mediúms.
El
Espíritu sufre en la vida espiritual, las consecuencias de todas
las imperfecciones, de las cuales no se despojó, durante la vida
corporal. Su estado feliz o infeliz es inherente al grado de su
depuración o de sus imperfecciones.
Toda
imperfección es una causa de sufrimiento y de privación de goce, y
no hay ni una sola imperfección que no lleve consigo consecuencias
deplorables e inevitables.
Los
espíritus infelices están excluidos de los mundos felices, donde
perturbarían la armonía; permanecen en los mundos inferiores, donde
expían sus faltas por las tribulaciones de la vida y se purifican
de sus imperfecciones, hasta que merezcan encarnarse en mundos más
avanzados, moral y físicamente.
Ningún
Espíritu está en las condiciones de no poder mejorarse nunca; pues
de ese modo estaría fatalmente destinado a una eterna inferioridad y
escaparía de las leyes del progreso que rige providencialmente a
todas las criaturas.
Cualquiera
que sea la inferioridad y la perversidad de los Espíritus, Dios
jamás los abandona. Todos tienen su ángel de la guarda, que vela
por ellos, espía sus movimientos y se esfuerza en suscitar en ellos
buenos pensamientos, el deseo de progresar y reparar en una nueva
existencia el mal que hicieron. El actúa de una forma oculta, sin
ninguna presión. El espíritu debe mejorarse por su propia voluntad,
y no a consecuencia de cualquier constreñimiento. Debe actuar bien o
mal en virtud de su libre albedrío, sin estar inducido en un
sentido u otro.
La
situación del espíritu, desde su entrada en la vida espiritual, es
la que se ha preparado, por la vida corporal. Más tarde, le es dada
una nueva encarnación para la expiación y la reparación, por medio
de nuevas pruebas, pero no siempre las aprovecha, en función de su
libre albedrío, si no lo hace es una tarea que deberá empezar de
nuevo cada vez en condiciones más penosas, de suerte, de que el que
sufre mucho en la Tierra, puede decir, que tenia mucho que expiar.
La
misericordia de Dios, es infinita, pero no es ciega. El culpable, al
cual perdona, no está exonerado mientras no haya satisfecho a la
justicia, sufre las consecuencias de sus faltas. Dios siempre deja la
puerta abierta para la vuelta al bien.
Todo
hombre pudiendo deshacerse de sus imperfecciones, por efecto, de su
voluntad, puede ahorrarse los males que son su consecuencia y
asegurar su felicidad futura.
Tal es la ley de
la Justicia Divina; a cada uno según sus obras asi en la Tierra como
en el Cielo.
Las
enseñanzas de los Espíritus han iluminado el camino de la vida, han
resuelto los oscuros problemas del porvenir, han fortificado la fe
vacilante y han restablecido la justicia sobre bases inquebrantables
La
nueva generación que debe fundar la era del progreso moral, se
distingue por la inteligencia y una razón precoz, unidas al
sentimiento innato del bien y de las creencias espiritualistas, lo
cual es señal segura de un cierto grado de adelantamiento anterior.
Los
cielos elevados son la patria de la belleza ideal y perfecta donde
todas las artes se inspiran.
La
ciencia moderna, de a cuerdo con la enseñanza de los Espíritus, nos
presenta el Universo sembrado de innumerables mundos habitados. El
cielo está en todas partes; por todas partes se encuentra lo
inconmensurable, lo insondable y lo infinito; en todas partes hay un
hormigueo de soles y de esferas, en medio de los cuales la Tierra no
es nada más que una unidad insignificante.
En
el seno de los espacios, no hay más que moradas circunscritas a las
almas. Siendo libres y puras, estas recorren la inmensidad y van a
donde las llevan sus afinidades y sus simpatías. Los espíritus
inferiores, grávidos por la densidad de sus fluidos, permanecen como
aferrados al mundo donde han vivido, circulando por la atmósfera o
mezclándose con los humanos.
Los
goces y las percepciones del Espíritu no resultan del ambiente que
ocupa, sino de su estado personal y de los progresos realizados. Cada
uno lleva en si su gloria o su infierno.
La
condición del Espíritu en la vida de ultratumba, su elevación, su
felicidad, todo depende de su facultad de sentir y de percibir, que
es proporcional a su grado de adelanto.
Los
Espíritus nos enseñan sobre la vida de ultratumba que no es un
lugar para la estéril contemplación ni para la beatitud ociosa.
Todas las regiones del Universo están pobladas por Espíritus
atareados. Por todas partes hay almas que suben y descienden, se
agitan en el seno de la luz o en las regiones oscuras. En un punto,
se aglomeran los auditorios para recibir las instrucciones de los
Espíritu elevados. Más lejos, se forman grupos para festejar a un
recién llegado. En otra parte otros espíritus combinan los fluidos,
les presentan mil formas y mil tintes maravillosos y los preparan
sutiles usos a que los destinan los espíritus superiores.
Otras
multitudes se aglomeran alrededor de los planetas y los siguen en sus
evoluciones; multitudes sombrías, turbadas, que fluyen sin saberlo
sobre los elementos atmosféricos. Espíritus luminosos las
atraviesan, más rápido que el relámpago, proporcionando auxilios
y consuelos a los encarnados que los imploran. Cada uno desempeña
su papel y contribuye a la gran obra a la medida de su merito y de
su adelanto. El universo entero evoluciona. Al igual que los mundos,
el Espíritu prosiguen su carrera eterna, atraídos hacia un estado
superior, entregados a diversas ocupaciones. Progreso por realizar,
ciencia por adquirir, dolor por extinguir, remordimientos por
calmar, amos a los humanos, expiación, abnegación, sacrificio,
todas estas etapas, todos estos móviles les estimulan, les impulsan,
les precipitan hacia su progreso. En esta inmensidad reinan
incesantemente el movimiento y la vida. Todo se transforma, se
engrandece, se eleva. La inmovilidad, la inacción es el retroceso,
es la muerte. Bajo el impulso de la gran Ley, seres y mundos, almas y
soles, todo gravita y se mueve en la orbita gigantesca trazada por
la voluntad divina.
Cuando
el alma virtuosa ha vencido las pasiones, abandona su cuerpo
miserable, instrumento de dolor y de gloria, vuela través de la
inmensidad y va a unirse con sus hermanos del espacio. Impulsada por
una fuerza irresistible, recorre regiones donde todo es armonía y
esplendor. La palabra humana es demasiado pobre para expresar lo que
ve en ella. Siente un gran goce al ver que la cadena que la unía a
la Tierra se ha roto, puede alcanzar la extensión, hundirse en el
vacío sin limites, elevarse al otro lado de la orbita de los
mundos, ella se irradia y se embriaga de espacio y de libertad. La
felicidad terrestre, la vejez decrepita y arrugada ceden el puesto a
un cuerpo fluídico de formas graciosas, forma humana idealizada que
se ha hecho diáfana y brillante.
Allí
encuentra a los que amaba en la Tierra, que le precedieron en la
nueva vida, los elegidos de sus afectos, sus compañeros de labor y
de sufrimiento. Es como si la esperaran después de un largo viaje.
Todos los que participaron de sus buenos y de sus malos días, todos
los que con ella se engrandecieron, lucharon, lloraron y sufrieron,
se aglomeran para recibirla, y despertándose súbitamente su
memoria, se producen explosiones de felicidad, efusiones que la pluma
no sabría describir.
El
infinito profundo, luminoso, se despliega con sus maravillas
esplendorosas, con sus millones de soles, sus hogueras multicolores,
zafiros, esmeraldas, joyas enormes sembradas en el azul, y sus
suntuosos cortejos de esferas. Los soles que el hombre contempla
como simples chispas, los contempla el Espíritu en su real y
colosal grandeza.
El
Espíritu bueno y puro es inaccesible al espanto. Ese infinito,
silencioso y frió para los Espíritus inferiores, se anima muy
pronto para el y le deja oír su voz poderosa. El alma, separada de
la materia, percibe poco a poco las vibraciones melodiosas, del
éter, las delicadas armonías que descienden de las colonias
celestes; oye el ritmo imponente de las esferas. Esos cantos de los
mundos, esas voces del infinito que resuenan en el silencio, los
percibe y los penetra de ellos hasta el arrebatamiento. Recogida,
embriagada, henchida de un sentimiento grave y religioso, de una
admiración que no puede ser saciada, el alma se baña en las olas
del éter, contempla las profundidades siderales, las legiones de
Espíritus, sombras frágiles, ligeras que flotan y se agitan en
ámbitos de luz. Asiste a la génesis de los mundos; sigue el
desenvolvimiento de las humanidades que los pueblan, y en este
espectáculo comprueba que en todos los lugares la actividad, el
movimiento y la vida se unen ordenadamente en el Universo. Los
espíritus puros llevan en si su luz y su felicidad; le siguen a
todas partes; forman parte integrante de su Ser.
Los
espíritus puros llevan en si su luz y su felicidad; le siguen a
todas partes; forman parte integrante de su Ser.
Cualquiera
que sea su grado de adelanto, el Espíritu que acaba de abandonar la
Tierra no puede aspirar a vivir indefinidamente esa vida superior.
Sujeto a la reencarnación, esa vida no es para él más que una
etapa de reposo, una compensación a los malos padecidos, una
recompensa ofrecida a sus meritos. Se empapa y se fortifica en ella
para luchas futuras. Pero, en el porvenir que le espera, no volverá
a encontrar ya las angustias y los cuidados de la vida terrena. El
Espíritu elevado está llamado a renacer en mundo mejor dotados que
el nuestro. La escala grandiosa de los globos contiene numerosas
gradas dispuestas para la ascensión de las almas; cada una de estas
asciende a ellas gradualmente.
En
las esferas superiores a la Tierra, la materia tiene menos imperio.
Los males que esta engendra se atenúan a medida que el ser,
progresa, y acaban por desparecer. Las necesidades corporales son
casi nulas y los duros trabajos, desconocidos. La existencia, es más
larga que la nuestra, transcurre en el estudio, en el compartir las
realizaciones de una civilización perfeccionada que tiene por base
la moral más pura, el respeto de los derechos de todos, la amistad,
y la fraternidad. Los horrores de la guerra, las epidemias, las
plagas, no tienen acceso, ni la enfermedad, y los groseros
intereses, (causa de tantas codicias en la Tierra) no dividen allí a
los Espíritus.
Estos
datos de las condiciones de habitabilidad de los mundos están
confirmados por la ciencia. Por medio del espectroscopio, que ha
analizado sus elementos constitutivos, a calcular su poder de
atracción y a pesar su masa. La astronomía nos demuestra que las
estaciones varían de duración e intensidad, según la inclinación
de los mundos con relación a su orbita. Nos enseña que Saturno
tiene la densidad de la madera de arce; Júpiter, poco más o menos,
la del agua. Nos dice que en Marte la pesadez de los cuerpos es la
mitad menos que en la Tierra.
Un
día, cuando el espíritu, después de haber recorrido el ciclo de
las existencias planetarias, después de haberse purificado con sus
renacimientos y sus emigraciones a través de los mundos, ve cerrarse
la serie de encarnaciones y abrirse la vida espiritual definitiva,
la verdadera vida del alma, de donde están desterrados el mal, la
sombra y el error.
El
Espíritu goza de la alegría y la paz, convive con espíritu
esclarecidos, pacientes y dulces, se une a ellos por un afecto que no
se turba por nada, participa de sus aspiraciones, de sus ocupaciones
, de sus gustos, se comprenden , se sustentan, se aman , libres de
las necesidades y de la muerte, jóvenes sin preocupación de los
siglos…. Luego después de estudiar, admirar , glorificar la obra
infinita, penetra más profundamente en los divinos misterios, ,
reconoce por toas partes la justicia, la belleza, y la bondad
celestial, se identifica con ellas y se nutre de ellas, sigue a los
genios superiores en su tarea, en sus misiones, ellos intentan
igualarlos , subir más arriba, siempre hay nuevos goces, nuevos
trabajos, nuevos progresos los esperan.; tal es la vida eterna,
magnifica, desbordante , la vida del espíritu purificado por el
sufrimiento.
Los
Espíritus superiores poseen en su grado eminente el sentido de lo
bello. Es la fuente de de sus más puros goces, y todos saben
realizarlo en obras, al lado de las cuales palidecen las obras
maestras de la Tierra. Para el alma superior, el arte, bajo sus
multiples aspectos es una oración, un homenaje rendido al Principio
eterno.
Siendo
fluídico el Espíritu, obra sobre los fluidos del espacio. Su
voluntad poderosa los combina, los dispone a su gusto, les presta los
colores y las formas que responden a su finalidad. Por medio de
estos fluidos, se ejecutan obras que desafían toda comparación y
todo análisis.
En
las moradas etéreas se celebran fiestas espirituales. Los espíritus
puros, radiantes de Luz, se agrupan por familias. Suaves armonías
(al lado de las cuales las de la Tierra no son más que ruidos
discordantes) les encantan, y en el espacio infinito se les aparece
el espectáculo maravilloso de los mundos girando en la extensión y
uniendo sus notas a las voces espirituales, el himno universal que
sube hasta Dios.
Todos
los Espíritus, en multitud innumerables, se conocen y se quieren.
Los vínculos, los afectos que los unían en la vida material,
quebrados por la muerte, se han restablecido para siempre. Acuden de
diversos puntos del espacio y de los mundos superiores para
comunicarse el resultado de sus misiones, de sus trabajos; para
felicitarse por sus éxitos, para ayudarse mutuamente en las obras
difíciles. Ningún resabio, ningún sentimiento de envidia se
desliza en esas almas delicadas.
El
amor, la confianza, la sinceridad presiden estas reuniones donde son
recogidas las instrucciones de los mensajeros divinos, donde son
aceptadas nuevas tareas que contribuyen a elevar mas. Unos consienten
en velar por el progreso y por el desenvolvimiento de las naciones y
de los mundos; otros encarnan en las tierras del espacio para cumplir
en ellas misiones de abnegación, para instruir a los hombres en la
moral y en la ciencia; otros, (los Espíritus guías o protectores)
se dirigen a cualquier alma encarnada, le prestan su apoyo en el
áspero camino de la existencia, la conducen desde el nacimiento
hasta la muerte durante varias vidas sucesivas, acogiéndola al final
de cada una de estas en el umbral del mundo invisible.
En
todos los grados de la jerarquía espiritual, el Espíritu
desempeña su papel en la obra inmensa del progreso y contribuye a la
realización de las leyes superiores.
Cuanto
más puro es el espíritu, más intensa, más ardiente se hace en él
la necesidad de amar, de hacer participe de sus goces y de su gloria,
de su felicidad a todos los que sufren, a todos los que se encadenan
en los abismos de la existencia inmortal. Su amor se va extendiendo
poco a poco a todos los seres al dirigirse sin parar hacia Dios,
Padre de las almas, centro de todos los poderes afectivos.
Existe
una jerarquía con diferentes grados en los espíritus, comienza en
el seno de la vida inferior, y se prolonga hacia las alturas
inaccesibles a nuestras captaciones actuales. Es un escalonamiento
inexpresable de poderes, de luces, de virtudes que van en aumento
desde la base hasta la cima – si es que hay una cima.
Son
tres grandes fases: la vida material, la vida espiritual y la vida
celestial, reaccionan una sobre la otra forman un todo que constituye
el campo de acción de los seres.
La
superioridad del espíritu se reconoce en su vestimenta fluidica.
Todo Espíritu es una hoguera de luz por mucho tiempo velada,
comprimida, invisible, que se desarrolla con los valores morales,
crece lentamente y aumenta en extensión y en intensidad. Al
principio es como un fuego oculto entre cenizas, y que se revela con
suaves chispas y luego con una llama tímida y vacilante. Un día se
convierte en una aureola; luego se activa, se extiende y abarca al
Espíritu por entero, que resplandece como un sol o como esos astros
errantes que recorren los abismos celestes, dejando tras de si una
aureola luminosa. Para obtener este grado de esplendor es preciso un
conjunto de trabajos, de obras fecundas; una acumulación de
existencias que a los humanos les parece una eternidad.
La
visión directa de Dios, según se dice, solo es propia de los
grandes Espíritus. La luz divina expresa la gloria, el poder, la
majestad del eterno; es la visión misma de la verdad. Pero pocas
almas pueden contemplarla sin velos. Para soportar su brillo, se
necesita gozar de una pureza absoluta.
La
vida humana intercepta las propiedades radiantes del espíritu. La
luz del alma está oculta bajo la carne, el hombre puede comprobarlo,
en sus buenas acciones, en los impulsos generosos, la mantienen y la
aviva. En los momentos de expansión, de caridad, de amor, es cuando
el alma siente como una llama, como una radiación que emana de su
ser. Esta Luz íntima es la que hace a los oradores, a los apóstoles
a los héroes. Ella es la que cautiva a los auditorios, la que
entusiasma a los pueblos y les hace realizar grandes cosas
Las
fuerzas espirituales se revelan entonces a los ojos de todos y ponen
de manifiesto lo que se puede obtener de las potencia psíquicas
puestas en acción por la pasión del bien y de la justicia. La
fuerza del alma es superior a todos los poderes materiales. Podría
mover un mundo. Y esta fuerza es luz.
Si
queremos recorrer rápidamente la cadena magnifica de los mundos y
llegar a las regiones etéreas, arrojemos lejos de nosotros todo lo
que nos haga el paso pesado que dificulta nuestro vuelo. ¡Devolvamos
a la Tierra lo que es de la Tierra, y no aspiremos nada más que los
tesoros eternos: trabajemos, oremos, consolemos, ayudemos y amemos,
amemos hasta la inmolación! ¡Cumplamos con nuestro deber, aun a
costa del sacrificio y de la muerte! Así sembraremos el germen de
nuestra felicidad para el porvenir.
Trabajo
realizado por Merchita
Extraído del
Libro “Después de la Muerte” León Denis
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"La carga es proporcional a las fuerzas, como la recompensa será proporcional a la resignación y el coraje".
Allan Kardec
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"La carga es proporcional a las fuerzas, como la recompensa será proporcional a la resignación y el coraje".
Allan Kardec
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¿CUANTOS PLANOS ESPIRITUALES EXISTEN ?
¿CUANTOS PLANOS ESPIRITUALES EXISTEN ?
Desde los planos físicos de mundos como la
Tierra, hasta los planos superiores habitados por Seres muy
evolucionados, hay toda una gama intermedia de planos de evolución
mas o menos alta o baja, e incluso de vibración mas lenta que la de
nuestro mundo al que rodean , tal como son los planos del Astral
Inferior o Bajo Astral.
Según
comunicados de Seres de cierta evolución, parece ser que todos estos
planos se estructuran en siete
planos principales que
se superponen entre ellos a modo parecido a como se estructuran las
capas que forman una cebolla. Los menos evolucionados contienen los
mundos espirituales y materiales más atrasados formando como el
núcleo de la Creación; por el contrario a medida que han ganado
grados evolutivos,se van alejando de ese núcleo espiritual mas
primario y atrasado, quedando ubicados en otros planos mas
adelantados desde los que los espíritus no acceden normalmente a
otros diferentes al que les corresponde. Así la Tierra se
encontraría en la tercera capa o plano, de modo que quedarían con
respecto al plano que ocupamos cuatro planos superiores al nuestro,
y dos inferiores. Cada plano tiene en la franja o dimensión
vibratoria que comprende, mundos semejantes al nuestro en número
indeterminado, aunque de mayor belleza en el caso de los de superior
evolución, y mas fealdad y tristeza en los de inferior evolución
o mundos del Bajo Astral.
Curiosamente, hay artistas de la pintura que en
un alarde de inspiración , a veces han plasmado cuadros idílicos
de esos mundos superiores, con sus paisajes, edificios, firmamento,
que parecen salidos de una fantasía oriental. Estos sorprendentes
casos de sensibilidad para plasmar paisajes y escenas de esos mundos,
van mas allá de la fantasía y son producto de una elevada
inspiración en la que visualizaron esos otros mundos y planos. La
fantasía y la inspiración a veces van de la mano y son el producto
de recuerdos e imágenes almacenadas en el subconsciente porque
alguna vez en el pasado de su historia espiritual, han visto y
vivido realmente estas escenas en otro plano, impresionando los
sentidos, o bien pueden ser producto del trance de inspiración
artística o recogidos durante el sueño en donde se lo han
transmitido o le han permitido visitar en espíritu esos lugares.
Debo
señalar también, que existe el llamado Plano
de Transición,
que se interpenetra con nuestra atmósfera psíquica terrestre,
diferente al que habitan los Seres del Bajo Astral, y se llama así
porque los Seres que lo habitan lo hacen transitoriamente mientras
esperan una próxima reencarnación cerca del plano físico. Es como
la sala de espera antes de regresar a este mundo y allí planifican
como va a ser su próxima vida humana y fijan los objetivos a
alcanzar en ella. En este mismo plano , a veces perdidos y
despistados están los Espíritus
errantes,
que no se han acoplado o sintonizado todavía con el plano espiritual
de sus correspondientes mundos y alojamientos, que por afinidad y
sintonía les corresponde. Estos Seres se caracterizan por su
atracción hacia lo material y entre estos hay muchos que tratan de
influir para bien o para mal entre los seres humanos. En estos
planos o franjas vibratorias en donde se desenvuelven los Espíritus
errantes, habitan Seres de muy diversos grados de atraso
espiritual, que se entremezclan y se encuentran perdidos ,
desorientados, y llenos de incertidumbre porque no se sienten a gusto
hasta que no se ubican en la franja vibratoria o lugar espiritual
con el que naturalmente deben sintonizar, y desde el que son
esclarecidos y dirigidos para una próxima reencarnación en los
mundos físicos..
Los planos mas elevados están libres de
influencias físicas planetarias y constituyen las dimensiones mas
sutiles. Están habitados por Seres bastante evolucionados, ya libres
completamente del proceso de la reencarnación en mundos físicos.
Y
aun por encima de estos, existen otros de mayor superioridad y
elevación espiritual, incomprensibles para nuestras mentes humanas.
En ellos coordinan sus actividades estos elevadísimos Seres de Luz
llamados Arcángeles,
Arquitectos Siderales o Cristos
Planetarios,
directos colaboradores y hacedores de la Suprema
Voluntad Divina,
en la gran obra del Universo, interviniendo en la formación de los
mundos y de las humanidades que los pueblan.
- Jose Luis Martín -
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“Cuanto
más adelanta el hombre en la penetración de los secretos de la
naturaleza, mejor se le descubre la universalidad del plano eterno”
-
Kepler -
EL POR QUÉ DE LA VIDA,
Al hombre le es muy importan que este saber por encima de todo, de donde viene, donde va, cual es su destino. Las ideas que nos hacemos del Universo y de sus leyes, del papel que cada uno de nosotros debe jugar sobre este teatro vasto, son de una importancia capital. Es según ellas que dirigimos nuestros actos. Es consultándolas que fijamos un fin en nuestra vida y marchamos hacia ese fin. Allí está la base, el verdadero móvil de toda civilización. Tanto vale el ideal, tanto vale al hombre. Tanto para las colectividades, como para el individuo, es la concepción del mundo y de la vida que determina los deberes; fija la vía que hay que seguir; las resoluciones que hay que adoptar.
Pero, así como lo dijimos, la dificultad en resolver estos problemas nos hace rechazarlo demasiado a menudo. La opinión de la mayoría es inestable, indecisa; los actos, los caracteres se resienten de eso. Ahí está el mal de la época, la causa de la confusión en la cual está presa. Tenemos el instinto del progreso; queremos marchar, pero, ¿para ir a dónde? Es con lo qué no se sueña bastante. El hombre, ignorante de su destino, es como un viajero que recorre automáticamente un camino, sin conocer ni el punto de partida ni el punto de destino, y no sabe por qué viaja; que, como consecuencia, siempre está dispuesto a fijarse en el menor obstáculo, y pierde su tiempo descuidando el fin que hay que alcanzar.
La insuficiencia, la oscuridad de las doctrinas religiosas y los abusos que engendraron llevaron a buen número de espíritus al materialismo. Creemos de buena gana que todo acaba con la muerte, que el hombre no tiene otro destino que desvanecerse en la nada. Demostraremos más adelante cuánto esta manera de ver está en oposición flagrante con la experiencia y la razón. Digamos desde ahora que destruye toda noción de justicia y de progreso.
Si la vida está circunscrita entre la cuna y la tumba, si las perspectivas de la inmortalidad no vienen para alumbrar nuestra existencia, el hombre no tiene ya otra ley que la de sus instintos, la de sus apetitos, la de sus goces. Poca importancia tiene que le gusten el bien y la equidad. Si sólo aparece y sólo desaparece de este mundo, si se lleva con él, en el olvido, sus esperanzas y sus afectos, sufrirá tanto más cuanto más elevadas sean sus aspiraciones; amando la justicia, el soldado del derecho, se considera condenado por no ver casi nunca su consecución; apasionado por el progreso, sensible a los dolores de sus semejantes, se imagina que se apagará antes de haber visto triunfar sus principios.
Con la perspectiva de la nada, cuanto más habrá practicado la devoción y la justicia, más caerá su vida fértil en amarguras y en decepciones. El egoísmo bien comprendido sería la sabiduría suprema; la existencia perdería toda grandeza, toda dignidad. Las facultades más nobles, las tendencias más generosas del espíritu humano acabarían por marchitarse, por apagarse totalmente.
La negación de la vida futura suprime también toda sanción moral. Con ella, que sean buenos o malos, criminales o sublimes, todos los actos acaban con el mismo resultado. No hay compensaciones a las existencias miserables, a la oscuridad, a la opresión, al dolor; no hay más consuelo en la prueba, más esperanza para los afligidos. Ninguna diferencia espera, en el futuro, al egoísta que sólo vivió y a menudo a costa de sus semejantes, y el mártir o el apóstol que habrá sufrido, habrá sucumbido combatiendo por la emancipación y el progreso de la raza humana. La misma sombra servirá para ellos de mortaja. Si todo acaba con la muerte, el ser no tiene ninguna razón para esforzarse, para contener sus instintos, sus gustos. Aparte de las leyes terrestres, nada puede retenerlo. El bien y el mal, el justo y el injusto también se confunden y se unen en la nada. Y el suicidio será siempre un medio de escapar de los rigores de las leyes humanas.
La creencia en la nada, al mismo tiempo que arruina toda sanción moral, deja irresoluto el problema de la desigualdad de las existencias, en lo que toca a la diversidad de facultades, de aptitudes, de situaciones, de méritos. En efecto, ¿por qué a unos todos los dones del espíritu y del corazón, los favores de la fortuna, mientras que tantos otros, tienen en reparto sólo pobreza intelectual, vicios y miseria? ¿Por qué, en la misma familia, los padres y los hermanos, nacidos de la misma carne y de la misma sangre, difieren en tantos puntos? Muchas cuestiones insolubles para los materialistas, así como para muchos creyentes. Estas cuestiones, vamos a examinarlas brevemente a la luz de la razón.
Trabajo de Merchita sacado de El porqué de la Vida de León Denis
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