miércoles, 17 de diciembre de 2014

Planos espirituales

                                             
             
León Denis
                                     VIDA FUTURA



Todo se encadena y se une en el Universo, tanto en lo moral como en lo físico, según nos dicen los Espíritus. Las penas y las recompensas se reparten entre los individuos mediante el juego natural de las cosas. Tanto el bien como el mal vuelven a su punto de partida. Hay faltas cuyos efectos se producen en el transcurso de la vida terrestre, y otras que son más graves sus consecuencias se dejan sentir en la vida espiritual, y a veces también en encarnaciones ulteriores.

El espíritu culpable arrastra consigo su oscuridad, su castigo, su oprobió. Los sufrimientos de las almas perversas, no por no ser materiales son menos vivos. El infierno no es más que un lugar quimérico, un producto de la imaginación. Para que los hombres sean felices en la Tierra, es preciso que este poblada solo de Buenos Espíritus, encarnados o no, que solo quieran el bien. Habiendo llegado este tiempo, tiene lugar una gran emigración entre los que la habitan. Los que hacen el mal por hacerlo y quienes el sentimiento del bien no les conmueve, no siendo ya dignos de la tierra transformada, tienen que ser excluidos, porque si volvieran a reencarnar traerían de nuevo a ella el desorden y la confusión y serian un obstáculo al progreso.

Estos espíritus rebeldes van a expiar su obstinación, a mundos inferiores. La generación actual desaparecerá gradualmente y la nueva le sucederá del mismo modo, sin que haya perturbación en el orden natural de las cosas.

En vez de nacer en ella un niño inclinado al mal, vendrá un Espíritu más adelantado e inclinado al bien.


La enseñanza de los Espíritus nos dice que el espíritu sufre las consecuencias naturales de sus actos, que recaen sobre el y le glorifican o le mortifican. El ser sufre en la vida de ultratumba no solamente por el mal que ha hecho, sino también por su inacción y su debilidad. En una palabra esa vida es obra suya, tal y como la formo con sus manos. El sufrimiento es inherente al estado de imperfección, se atenúa con su progreso y desaparece cuando el espíritu a vencido a la materia.

El castigo del Espíritu malo continúa no solamente en la vida espiritual, sino también en encarnaciones sucesivas que lo arrastran hacia mundos inferiores, donde la existencia es precaria y el dolor reina soberano. Tales mundos son los que podríamos llamar el infierno, la separación del cuerpo para estos espíritus es muy penosa y llena de turbación y de angustia. La ilusión de la vida terrena sigue para el por algunos años , son incapaces de darse cuenta de su estado y de romper los lazos que lo encadenan al mundo en el que vivieron, puesto que nunca se preocuparon por su origen , solo vivieron para la vida material y para sus placeres. Se desesperan cuando sienten la indiferencia de los que lo rodean, que no los ven, ni los sienten, errantes y tristes, sin rumbo, sin esperanza , en los lugares que les son familiares, son almas en pena, cuya presencia se ha supuesto en alguna moradas, y cuya realidad queda establecida todos los días por medio de numerosos y ruidosas manifestaciones.

La situación del espíritu después de la muerte, resulta únicamente de las aspiraciones y de los gustos que desarrollo en si. Siempre se manifiesta la ley inexorable de la siembra y la recolección. El que puso todos sus goces, toda su felicidad en las cosas de este mundo, en los bienes de la Tierra, sufre cruelmente en cuanto se ve privado de ellos. Toda pasión lleva su castigo en si misma.

El Espíritu que no ha sabido emanciparse de los apetitos groseros, de los deseos brutales, se convierte en juguete de ellos, sin poder darles satisfacción. Despojado de todo lo que constituía su grandeza terrena, la soledad y la privación le esperan en el espacio.

Peor aun es la situación de los Espíritu crueles y rapaces, de los criminales de toda especie, de aquellos que hacen correr la sangre o pisotean la justicia. Las quejas, las maldiciones, de sus victimas resuenan en sus oídos durante un tiempo que se les hace una eternidad. Sombras irónicas y amenazadoras le rodean y lo persiguen sin descanso. No hay para esos espíritus retiro alguno lo suficientemente profundo, lo bastante escondido, y en vano buscan el reposo y el olvido. Solo la entrada en una vida oscura, la miseria, el rebajamiento y la esclavitud pueden atenuar sus males. Los egoístas, los hombres exclusivamente preocupados en su bienestar, se preparan un penoso porvenir. No habiendo amado a nadie más que solo a si mismos; no habiendo ayudado, consolado ni tranquilizado a nadie, no encuentran simpatía ni cariño en la otra vida. Aislados y desamparados, ven transcurrir el tiempo monótono y lento. Un tedio taciturno le oprime, el pesar por las horas perdidas y por la existencia desperdiciada, el odio hacia los intereses miserables que les absorbían, todo ello es una tortura que les devora. Sufren, vagan, hasta que un pensamiento caritativo acude a ellos y luce en su oscuridad como un rayo de esperanza; hasta que esclarecidos por un espíritu bienhechor se deciden a entrar en un camino mejor.

La situación de los suicidas es a veces, mas mala aun. El suicidio es una cobardía, un crimen, y sus consecuencias son terribles. El suicidio no libera de los sufrimientos físicos. El espíritu continúa ligado a ese cuerpo carnal que creía haber destruido; sufre lentamente todas las fases de la descomposición, y las sensaciones dolorosas se multiplican en lugar de desminuir. Lejos de abreviar su padecimiento, lo prolonga indefinidamente; su malestar y perturbación persisten durante mucho tiempo después de la destrucción de la envoltura material. Le será preciso afrontar de nuevo los padecimientos de los cuales quería escaparse, con la muerte, y que fueron originados en su pasado. Deberá soportarlos en las peores condiciones, volver a andar paso a paso el camino sembrado de obstáculos, y para ello, tendrá que sufrir una encarnación más penosa aun que aquella de la que quiso huir.

Los sufrimientos de los ajusticiados, después de la ejecución, son espantosos, la mayor parte son presa de una sobreexcitación aguda, de atroces sensaciones que los vuelven furiosos. El horror de sus crímenes, las miradas de sus victimas, que parecen perseguirles y traspasarles como cuchillos, las alucinaciones y los sueños espantosos, esa es la suerte que les espera. La mayor parte de ellos, para encontrar una derivación de us males, se lanzan sobre los encarnados de tendencias semejantes y les impulsan al crimen. Otros, devorados por el remordimiento como por un fuego inextinguible, buscan sin tregua refugio seguro que no hallan. A cada paso que dan, a su alrededor, en todas partes, creen ver cadáveres, figuras amenazadoras y charcos de sangre.

Los espíritus malos sobre los cuales recae el peso de sus faltas están en la imposibilidad de prever el porvenir. No conocen nada de las leyes superiores. Los fluidos que los envuelven se oponen a la relación con los Espíritus elevados, que quisieran arrancarles de esas inclinaciones; pero no pueden hacerlo, a causa de su forma grosera, casi material de estos espíritus y del campo restringido de sus percepciones.

Devorados por la envidia y por el odio, con el fin de distraerse de sus preocupaciones, muchos buscan a los hombres débiles y propicios al mal. Se encarnizan con ellos y les inculcan funestas inspiraciones; pero, poco a poco, de estos nuevos excesos se deducen nuevos sufrimientos. La reacción del mal causado les encierra en una red de fluidos más sombríos. Las tinieblas se hacen más densas, se forma un circulo estrecho, y la reencarnación, penosa y dolorosa, se yergue ante ellos.

Los que se han arrepentido y que se han resignado, ven próximo el tiempo de los padecimientos y se han decidido a satisfacer la eterna justicia. Los remordimientos, como un pálido resplandor, iluminan sus almas con una luz vaga y permiten a los buenos espíritus que se deslicen en ellos para prodigarles aliento y consejos.

El mundo invisible es el lado opuesto de la humanidad. Los Espíritus no son más que las almas, más o menos perfectas, de los hombres desencarnados, y nuestras relaciones con ellos deben ser llevadas con tanta reserva y prudencia como nuestras relaciones con nuestros semejantes.

Lo mismo ocurre con toda alma que abandona el mundo. Nuestras evocaciones despiertan la atención del fallecido y facilitan su separación corporal. Nuestras oraciones ardientes, semejante a chorros luminosos o a vibraciones armoniosas, les iluminan y dilatan su ser. Les resulta agradable pensar que no están abandonados a si mismos en la inmensidad, que existen aun seres en la Tierra que se interesan por su suerte y desean su felicidad. Aunque esta no pueda ser obtenida en ningún caso mediante esas oraciones, no por eso dejan de ser saludables par el espíritu, al que arrancan de la desesperación y le dan fuerzas fluídicas necesarias para luchar contra las influencias perniciosas y salir de su ámbito.

Los Espíritus desdichados atienden nuestras llamadas y nuestras evocaciones. Nuestros pensamientos simpáticos les envuelven como en una corriente eléctrica, les atraen hacia nosotros y nos permiten conversar con ellos a través e los mediúms.

El Espíritu sufre en la vida espiritual, las consecuencias de todas las imperfecciones, de las cuales no se despojó, durante la vida corporal. Su estado feliz o infeliz es inherente al grado de su depuración o de sus imperfecciones.

Toda imperfección es una causa de sufrimiento y de privación de goce, y no hay ni una sola imperfección que no lleve consigo consecuencias deplorables e inevitables.

Los espíritus infelices están excluidos de los mundos felices, donde perturbarían la armonía; permanecen en los mundos inferiores, donde expían sus faltas por las tribulaciones de la vida y se purifican de sus imperfecciones, hasta que merezcan encarnarse en mundos más avanzados, moral y físicamente.
Ningún Espíritu está en las condiciones de no poder mejorarse nunca; pues de ese modo estaría fatalmente destinado a una eterna inferioridad y escaparía de las leyes del progreso que rige providencialmente a todas las criaturas.

Cualquiera que sea la inferioridad y la perversidad de los Espíritus, Dios jamás los abandona. Todos tienen su ángel de la guarda, que vela por ellos, espía sus movimientos y se esfuerza en suscitar en ellos buenos pensamientos, el deseo de progresar y reparar en una nueva existencia el mal que hicieron. El actúa de una forma oculta, sin ninguna presión. El espíritu debe mejorarse por su propia voluntad, y no a consecuencia de cualquier constreñimiento. Debe actuar bien o mal en virtud de su libre albedrío, sin estar inducido en un sentido u otro.

La situación del espíritu, desde su entrada en la vida espiritual, es la que se ha preparado, por la vida corporal. Más tarde, le es dada una nueva encarnación para la expiación y la reparación, por medio de nuevas pruebas, pero no siempre las aprovecha, en función de su libre albedrío, si no lo hace es una tarea que deberá empezar de nuevo cada vez en condiciones más penosas, de suerte, de que el que sufre mucho en la Tierra, puede decir, que tenia mucho que expiar.

La misericordia de Dios, es infinita, pero no es ciega. El culpable, al cual perdona, no está exonerado mientras no haya satisfecho a la justicia, sufre las consecuencias de sus faltas. Dios siempre deja la puerta abierta para la vuelta al bien.

Todo hombre pudiendo deshacerse de sus imperfecciones, por efecto, de su voluntad, puede ahorrarse los males que son su consecuencia y asegurar su felicidad futura.

Tal es la ley de la Justicia Divina; a cada uno según sus obras asi en la Tierra como en el Cielo.

Las enseñanzas de los Espíritus han iluminado el camino de la vida, han resuelto los oscuros problemas del porvenir, han fortificado la fe vacilante y han restablecido la justicia sobre bases inquebrantables

La nueva generación que debe fundar la era del progreso moral, se distingue por la inteligencia y una razón precoz, unidas al sentimiento innato del bien y de las creencias espiritualistas, lo cual es señal segura de un cierto grado de adelantamiento anterior.

Los cielos elevados son la patria de la belleza ideal y perfecta donde todas las artes se inspiran.

La ciencia moderna, de a cuerdo con la enseñanza de los Espíritus, nos presenta el Universo sembrado de innumerables mundos habitados. El cielo está en todas partes; por todas partes se encuentra lo inconmensurable, lo insondable y lo infinito; en todas partes hay un hormigueo de soles y de esferas, en medio de los cuales la Tierra no es nada más que una unidad insignificante.

En el seno de los espacios, no hay más que moradas circunscritas a las almas. Siendo libres y puras, estas recorren la inmensidad y van a donde las llevan sus afinidades y sus simpatías. Los espíritus inferiores, grávidos por la densidad de sus fluidos, permanecen como aferrados al mundo donde han vivido, circulando por la atmósfera o mezclándose con los humanos.

Los goces y las percepciones del Espíritu no resultan del ambiente que ocupa, sino de su estado personal y de los progresos realizados. Cada uno lleva en si su gloria o su infierno.

La condición del Espíritu en la vida de ultratumba, su elevación, su felicidad, todo depende de su facultad de sentir y de percibir, que es proporcional a su grado de adelanto.

Los Espíritus nos enseñan sobre la vida de ultratumba que no es un lugar para la estéril contemplación ni para la beatitud ociosa. Todas las regiones del Universo están pobladas por Espíritus atareados. Por todas partes hay almas que suben y descienden, se agitan en el seno de la luz o en las regiones oscuras. En un punto, se aglomeran los auditorios para recibir las instrucciones de los Espíritu elevados. Más lejos, se forman grupos para festejar a un recién llegado. En otra parte otros espíritus combinan los fluidos, les presentan mil formas y mil tintes maravillosos y los preparan sutiles usos a que los destinan los espíritus superiores.

Otras multitudes se aglomeran alrededor de los planetas y los siguen en sus evoluciones; multitudes sombrías, turbadas, que fluyen sin saberlo sobre los elementos atmosféricos. Espíritus luminosos las atraviesan, más rápido que el relámpago, proporcionando auxilios y consuelos a los encarnados que los imploran. Cada uno desempeña su papel y contribuye a la gran obra a la medida de su merito y de su adelanto. El universo entero evoluciona. Al igual que los mundos, el Espíritu prosiguen su carrera eterna, atraídos hacia un estado superior, entregados a diversas ocupaciones. Progreso por realizar, ciencia por adquirir, dolor por extinguir, remordimientos por calmar, amos a los humanos, expiación, abnegación, sacrificio, todas estas etapas, todos estos móviles les estimulan, les impulsan, les precipitan hacia su progreso. En esta inmensidad reinan incesantemente el movimiento y la vida. Todo se transforma, se engrandece, se eleva. La inmovilidad, la inacción es el retroceso, es la muerte. Bajo el impulso de la gran Ley, seres y mundos, almas y soles, todo gravita y se mueve en la orbita gigantesca trazada por la voluntad divina.

Cuando el alma virtuosa ha vencido las pasiones, abandona su cuerpo miserable, instrumento de dolor y de gloria, vuela través de la inmensidad y va a unirse con sus hermanos del espacio. Impulsada por una fuerza irresistible, recorre regiones donde todo es armonía y esplendor. La palabra humana es demasiado pobre para expresar lo que ve en ella. Siente un gran goce al ver que la cadena que la unía a la Tierra se ha roto, puede alcanzar la extensión, hundirse en el vacío sin limites, elevarse al otro lado de la orbita de los mundos, ella se irradia y se embriaga de espacio y de libertad. La felicidad terrestre, la vejez decrepita y arrugada ceden el puesto a un cuerpo fluídico de formas graciosas, forma humana idealizada que se ha hecho diáfana y brillante.

Allí encuentra a los que amaba en la Tierra, que le precedieron en la nueva vida, los elegidos de sus afectos, sus compañeros de labor y de sufrimiento. Es como si la esperaran después de un largo viaje. Todos los que participaron de sus buenos y de sus malos días, todos los que con ella se engrandecieron, lucharon, lloraron y sufrieron, se aglomeran para recibirla, y despertándose súbitamente su memoria, se producen explosiones de felicidad, efusiones que la pluma no sabría describir.

El infinito profundo, luminoso, se despliega con sus maravillas esplendorosas, con sus millones de soles, sus hogueras multicolores, zafiros, esmeraldas, joyas enormes sembradas en el azul, y sus suntuosos cortejos de esferas. Los soles que el hombre contempla como simples chispas, los contempla el Espíritu en su real y colosal grandeza.

El Espíritu bueno y puro es inaccesible al espanto. Ese infinito, silencioso y frió para los Espíritus inferiores, se anima muy pronto para el y le deja oír su voz poderosa. El alma, separada de la materia, percibe poco a poco las vibraciones melodiosas, del éter, las delicadas armonías que descienden de las colonias celestes; oye el ritmo imponente de las esferas. Esos cantos de los mundos, esas voces del infinito que resuenan en el silencio, los percibe y los penetra de ellos hasta el arrebatamiento. Recogida, embriagada, henchida de un sentimiento grave y religioso, de una admiración que no puede ser saciada, el alma se baña en las olas del éter, contempla las profundidades siderales, las legiones de Espíritus, sombras frágiles, ligeras que flotan y se agitan en ámbitos de luz. Asiste a la génesis de los mundos; sigue el desenvolvimiento de las humanidades que los pueblan, y en este espectáculo comprueba que en todos los lugares la actividad, el movimiento y la vida se unen ordenadamente en el Universo. Los espíritus puros llevan en si su luz y su felicidad; le siguen a todas partes; forman parte integrante de su Ser.

Los espíritus puros llevan en si su luz y su felicidad; le siguen a todas partes; forman parte integrante de su Ser.

Cualquiera que sea su grado de adelanto, el Espíritu que acaba de abandonar la Tierra no puede aspirar a vivir indefinidamente esa vida superior. Sujeto a la reencarnación, esa vida no es para él más que una etapa de reposo, una compensación a los malos padecidos, una recompensa ofrecida a sus meritos. Se empapa y se fortifica en ella para luchas futuras. Pero, en el porvenir que le espera, no volverá a encontrar ya las angustias y los cuidados de la vida terrena. El Espíritu elevado está llamado a renacer en mundo mejor dotados que el nuestro. La escala grandiosa de los globos contiene numerosas gradas dispuestas para la ascensión de las almas; cada una de estas asciende a ellas gradualmente.

En las esferas superiores a la Tierra, la materia tiene menos imperio. Los males que esta engendra se atenúan a medida que el ser, progresa, y acaban por desparecer. Las necesidades corporales son casi nulas y los duros trabajos, desconocidos. La existencia, es más larga que la nuestra, transcurre en el estudio, en el compartir las realizaciones de una civilización perfeccionada que tiene por base la moral más pura, el respeto de los derechos de todos, la amistad, y la fraternidad. Los horrores de la guerra, las epidemias, las plagas, no tienen acceso, ni la enfermedad, y los groseros intereses, (causa de tantas codicias en la Tierra) no dividen allí a los Espíritus.

Estos datos de las condiciones de habitabilidad de los mundos están confirmados por la ciencia. Por medio del espectroscopio, que ha analizado sus elementos constitutivos, a calcular su poder de atracción y a pesar su masa. La astronomía nos demuestra que las estaciones varían de duración e intensidad, según la inclinación de los mundos con relación a su orbita. Nos enseña que Saturno tiene la densidad de la madera de arce; Júpiter, poco más o menos, la del agua. Nos dice que en Marte la pesadez de los cuerpos es la mitad menos que en la Tierra.

Un día, cuando el espíritu, después de haber recorrido el ciclo de las existencias planetarias, después de haberse purificado con sus renacimientos y sus emigraciones a través de los mundos, ve cerrarse la serie de encarnaciones y abrirse la vida espiritual definitiva, la verdadera vida del alma, de donde están desterrados el mal, la sombra y el error.

El Espíritu goza de la alegría y la paz, convive con espíritu esclarecidos, pacientes y dulces, se une a ellos por un afecto que no se turba por nada, participa de sus aspiraciones, de sus ocupaciones , de sus gustos, se comprenden , se sustentan, se aman , libres de las necesidades y de la muerte, jóvenes sin preocupación de los siglos…. Luego después de estudiar, admirar , glorificar la obra infinita, penetra más profundamente en los divinos misterios, , reconoce por toas partes la justicia, la belleza, y la bondad celestial, se identifica con ellas y se nutre de ellas, sigue a los genios superiores en su tarea, en sus misiones, ellos intentan igualarlos , subir más arriba, siempre hay nuevos goces, nuevos trabajos, nuevos progresos los esperan.; tal es la vida eterna, magnifica, desbordante , la vida del espíritu purificado por el sufrimiento.

Los Espíritus superiores poseen en su grado eminente el sentido de lo bello. Es la fuente de de sus más puros goces, y todos saben realizarlo en obras, al lado de las cuales palidecen las obras maestras de la Tierra. Para el alma superior, el arte, bajo sus multiples aspectos es una oración, un homenaje rendido al Principio eterno.

Siendo fluídico el Espíritu, obra sobre los fluidos del espacio. Su voluntad poderosa los combina, los dispone a su gusto, les presta los colores y las formas que responden a su finalidad. Por medio de estos fluidos, se ejecutan obras que desafían toda comparación y todo análisis.

En las moradas etéreas se celebran fiestas espirituales. Los espíritus puros, radiantes de Luz, se agrupan por familias. Suaves armonías (al lado de las cuales las de la Tierra no son más que ruidos discordantes) les encantan, y en el espacio infinito se les aparece el espectáculo maravilloso de los mundos girando en la extensión y uniendo sus notas a las voces espirituales, el himno universal que sube hasta Dios.

Todos los Espíritus, en multitud innumerables, se conocen y se quieren. Los vínculos, los afectos que los unían en la vida material, quebrados por la muerte, se han restablecido para siempre. Acuden de diversos puntos del espacio y de los mundos superiores para comunicarse el resultado de sus misiones, de sus trabajos; para felicitarse por sus éxitos, para ayudarse mutuamente en las obras difíciles. Ningún resabio, ningún sentimiento de envidia se desliza en esas almas delicadas.

El amor, la confianza, la sinceridad presiden estas reuniones donde son recogidas las instrucciones de los mensajeros divinos, donde son aceptadas nuevas tareas que contribuyen a elevar mas. Unos consienten en velar por el progreso y por el desenvolvimiento de las naciones y de los mundos; otros encarnan en las tierras del espacio para cumplir en ellas misiones de abnegación, para instruir a los hombres en la moral y en la ciencia; otros, (los Espíritus guías o protectores) se dirigen a cualquier alma encarnada, le prestan su apoyo en el áspero camino de la existencia, la conducen desde el nacimiento hasta la muerte durante varias vidas sucesivas, acogiéndola al final de cada una de estas en el umbral del mundo invisible.

En todos los grados de la jerarquía espiritual, el Espíritu desempeña su papel en la obra inmensa del progreso y contribuye a la realización de las leyes superiores.

Cuanto más puro es el espíritu, más intensa, más ardiente se hace en él la necesidad de amar, de hacer participe de sus goces y de su gloria, de su felicidad a todos los que sufren, a todos los que se encadenan en los abismos de la existencia inmortal. Su amor se va extendiendo poco a poco a todos los seres al dirigirse sin parar hacia Dios, Padre de las almas, centro de todos los poderes afectivos.

Existe una jerarquía con diferentes grados en los espíritus, comienza en el seno de la vida inferior, y se prolonga hacia las alturas inaccesibles a nuestras captaciones actuales. Es un escalonamiento inexpresable de poderes, de luces, de virtudes que van en aumento desde la base hasta la cima – si es que hay una cima.

Son tres grandes fases: la vida material, la vida espiritual y la vida celestial, reaccionan una sobre la otra forman un todo que constituye el campo de acción de los seres.

La superioridad del espíritu se reconoce en su vestimenta fluidica. Todo Espíritu es una hoguera de luz por mucho tiempo velada, comprimida, invisible, que se desarrolla con los valores morales, crece lentamente y aumenta en extensión y en intensidad. Al principio es como un fuego oculto entre cenizas, y que se revela con suaves chispas y luego con una llama tímida y vacilante. Un día se convierte en una aureola; luego se activa, se extiende y abarca al Espíritu por entero, que resplandece como un sol o como esos astros errantes que recorren los abismos celestes, dejando tras de si una aureola luminosa. Para obtener este grado de esplendor es preciso un conjunto de trabajos, de obras fecundas; una acumulación de existencias que a los humanos les parece una eternidad.

La visión directa de Dios, según se dice, solo es propia de los grandes Espíritus. La luz divina expresa la gloria, el poder, la majestad del eterno; es la visión misma de la verdad. Pero pocas almas pueden contemplarla sin velos. Para soportar su brillo, se necesita gozar de una pureza absoluta.

La vida humana intercepta las propiedades radiantes del espíritu. La luz del alma está oculta bajo la carne, el hombre puede comprobarlo, en sus buenas acciones, en los impulsos generosos, la mantienen y la aviva. En los momentos de expansión, de caridad, de amor, es cuando el alma siente como una llama, como una radiación que emana de su ser. Esta Luz íntima es la que hace a los oradores, a los apóstoles a los héroes. Ella es la que cautiva a los auditorios, la que entusiasma a los pueblos y les hace realizar grandes cosas

Las fuerzas espirituales se revelan entonces a los ojos de todos y ponen de manifiesto lo que se puede obtener de las potencia psíquicas puestas en acción por la pasión del bien y de la justicia. La fuerza del alma es superior a todos los poderes materiales. Podría mover un mundo. Y esta fuerza es luz.

Si queremos recorrer rápidamente la cadena magnifica de los mundos y llegar a las regiones etéreas, arrojemos lejos de nosotros todo lo que nos haga el paso pesado que dificulta nuestro vuelo. ¡Devolvamos a la Tierra lo que es de la Tierra, y no aspiremos nada más que los tesoros eternos: trabajemos, oremos, consolemos, ayudemos y amemos, amemos hasta la inmolación! ¡Cumplamos con nuestro deber, aun a costa del sacrificio y de la muerte! Así sembraremos el germen de nuestra felicidad para el porvenir.

Trabajo realizado por Merchita
Extraído del Libro “Después de la Muerte” León Denis

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"La carga es proporcional a las fuerzas, como la recompensa será proporcional a la  resignación y el  coraje".

Allan Kardec

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  ¿CUANTOS PLANOS ESPIRITUALES EXISTEN ?

Desde los planos físicos de mundos como la Tierra, hasta los planos superiores habitados por Seres muy evolucionados, hay toda una gama intermedia de planos de evolución mas o menos alta o baja, e incluso de vibración mas lenta que la de nuestro mundo al que rodean , tal como son los planos del Astral Inferior o Bajo Astral.
Según comunicados de Seres de cierta evolución, parece ser que todos estos planos se estructuran en siete planos principales que se superponen entre ellos a modo parecido a como se estructuran las capas que forman una cebolla. Los menos evolucionados contienen los mundos espirituales y materiales más atrasados formando como el núcleo de la Creación; por el contrario a medida que han ganado grados evolutivos,se van alejando de ese núcleo espiritual mas primario y atrasado, quedando ubicados en otros planos mas adelantados desde los que los espíritus no acceden normalmente a otros diferentes al que les corresponde. Así la Tierra se encontraría en la tercera capa o plano, de modo que quedarían con respecto al plano que ocupamos cuatro planos superiores al nuestro, y dos inferiores. Cada plano tiene en la franja o dimensión vibratoria que comprende, mundos semejantes al nuestro en número indeterminado, aunque de mayor belleza en el caso de los de superior evolución, y mas fealdad y tristeza en los de inferior evolución o mundos del Bajo Astral.

Curiosamente, hay artistas de la pintura que en un alarde de inspiración , a veces han plasmado cuadros idílicos de esos mundos superiores, con sus paisajes, edificios, firmamento, que parecen salidos de una fantasía oriental. Estos sorprendentes casos de sensibilidad para plasmar paisajes y escenas de esos mundos, van mas allá de la fantasía y son producto de una elevada inspiración en la que visualizaron esos otros mundos y planos. La fantasía y la inspiración a veces van de la mano y son el producto de recuerdos e imágenes almacenadas en el subconsciente porque alguna vez en el pasado de su historia espiritual, han visto y vivido realmente estas escenas en otro plano, impresionando los sentidos, o bien pueden ser producto del trance de inspiración artística o recogidos durante el sueño en donde se lo han transmitido o le han permitido visitar en espíritu esos lugares.
Debo señalar también, que existe el llamado Plano de Transición, que se interpenetra con nuestra atmósfera psíquica terrestre, diferente al que habitan los Seres del Bajo Astral, y se llama así porque los Seres que lo habitan lo hacen transitoriamente mientras esperan una próxima reencarnación cerca del plano físico. Es como la sala de espera antes de regresar a este mundo y allí planifican como va a ser su próxima vida humana y fijan los objetivos a alcanzar en ella. En este mismo plano , a veces perdidos y despistados están los Espíritus errantes, que no se han acoplado o sintonizado todavía con el plano espiritual de sus correspondientes mundos y alojamientos, que por afinidad y sintonía les corresponde. Estos Seres se caracterizan por su atracción hacia lo material y entre estos hay muchos que tratan de influir para bien o para mal entre los seres humanos. En estos planos o franjas vibratorias en donde se desenvuelven los Espíritus errantes, habitan Seres de muy diversos grados de atraso espiritual, que se entremezclan y se encuentran perdidos , desorientados, y llenos de incertidumbre porque no se sienten a gusto hasta que no se ubican en la franja vibratoria o lugar espiritual con el que naturalmente deben sintonizar, y desde el que son esclarecidos y dirigidos para una próxima reencarnación en los mundos físicos..
Los planos mas elevados están libres de influencias físicas planetarias y constituyen las dimensiones mas sutiles. Están habitados por Seres bastante evolucionados, ya libres completamente del proceso de la reencarnación en mundos físicos.
Y aun por encima de estos, existen otros de mayor superioridad y elevación espiritual, incomprensibles para nuestras mentes humanas. En ellos coordinan sus actividades estos elevadísimos Seres de Luz llamados Arcángeles, Arquitectos Siderales o Cristos Planetarios, directos colaboradores y hacedores de la Suprema Voluntad Divina, en la gran obra del Universo, interviniendo en la formación de los mundos y de las humanidades que los pueblan.

- Jose Luis Martín -

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Cuanto más adelanta el hombre en la penetración de los secretos de la naturaleza, mejor se le descubre la universalidad del plano eterno”
- Kepler -
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  EL POR QUÉ DE LA VIDA,

Al hombre le es muy importan que este saber por encima de todo, de donde viene, donde va, cual es su destino. Las ideas que nos hacemos del Universo y de sus leyes, del papel que cada uno de nosotros debe jugar sobre este teatro vasto, son de una importancia capital. Es según ellas que dirigimos nuestros actos. Es consultándolas que fijamos un fin en nuestra vida y marchamos hacia ese fin. Allí está la base, el verdadero móvil de toda civilización. Tanto vale el ideal, tanto vale al hombre. Tanto para las colectividades, como para el individuo, es la concepción del mundo y de la vida que determina los deberes; fija la vía que hay que seguir; las resoluciones que hay que adoptar.
Pero, así como lo dijimos, la dificultad en resolver estos problemas nos hace rechazarlo demasiado a menudo. La opinión de la mayoría es inestable, indecisa; los actos, los caracteres se resienten de eso. Ahí está el mal de la época, la causa de la confusión en la cual está presa. Tenemos el instinto del progreso; queremos marchar, pero, ¿para ir a dónde? Es con lo qué no se sueña bastante. El hombre, ignorante de su destino, es como un viajero que recorre automáticamente un camino, sin conocer ni el punto de partida ni el punto de destino, y no sabe por qué viaja; que, como consecuencia, siempre está dispuesto a fijarse en el menor obstáculo, y pierde su tiempo descuidando el fin que hay que alcanzar.
 La insuficiencia, la oscuridad de las doctrinas religiosas y los abusos que engendraron llevaron a buen número de espíritus al materialismo. Creemos de buena gana que todo acaba con la muerte, que el hombre no tiene otro destino que desvanecerse en la nada. Demostraremos más adelante cuánto esta manera de ver está en oposición flagrante con la experiencia y la razón. Digamos desde ahora que destruye toda noción de justicia y de progreso.
 Si la vida está circunscrita entre la cuna y la tumba, si las perspectivas de la inmortalidad no vienen para alumbrar nuestra existencia, el hombre no tiene ya otra ley que la de sus instintos, la de sus apetitos, la de sus goces. Poca importancia tiene que le gusten el bien y la equidad. Si sólo aparece y sólo desaparece de este mundo, si se lleva con él, en el olvido, sus esperanzas y sus afectos, sufrirá tanto más cuanto más elevadas sean sus aspiraciones; amando la justicia, el soldado del derecho, se considera condenado por no ver casi nunca su consecución; apasionado por el progreso, sensible a los dolores de sus semejantes, se imagina que se apagará antes de haber visto triunfar sus principios.
 Con la perspectiva de la nada, cuanto más habrá practicado la devoción y la justicia, más caerá su vida fértil en amarguras y en decepciones. El egoísmo bien comprendido sería la sabiduría suprema; la existencia perdería toda grandeza, toda dignidad. Las facultades más nobles, las tendencias más generosas del espíritu humano acabarían por marchitarse, por apagarse totalmente.
La negación de la vida futura suprime también toda sanción moral. Con ella, que sean buenos o malos, criminales o sublimes, todos los actos acaban con el mismo resultado. No hay compensaciones a las existencias miserables, a la oscuridad, a la opresión, al dolor; no hay más consuelo en la prueba, más esperanza para los afligidos. Ninguna diferencia espera, en el futuro, al egoísta que sólo vivió y a menudo a costa de sus semejantes, y el mártir o el apóstol que habrá sufrido, habrá sucumbido combatiendo por la emancipación y el progreso de la raza humana. La misma sombra servirá para ellos de mortaja. Si todo acaba con la muerte, el ser no tiene ninguna razón para esforzarse, para contener sus instintos, sus gustos. Aparte de las leyes terrestres, nada puede retenerlo. El bien y el mal, el justo y el injusto también se confunden y se unen en la nada. Y el suicidio será siempre un medio de escapar de los rigores de las leyes humanas.
 La creencia en la nada, al mismo tiempo que arruina toda sanción moral, deja irresoluto el problema de la desigualdad de las existencias, en lo que toca a la diversidad de facultades, de aptitudes, de situaciones, de méritos. En efecto, ¿por qué a unos todos los dones del espíritu y del corazón, los favores de la fortuna, mientras que tantos otros, tienen en reparto sólo pobreza intelectual, vicios y miseria? ¿Por qué, en la misma familia, los padres y los hermanos, nacidos de la misma carne y de la misma sangre, difieren en tantos puntos? Muchas cuestiones insolubles para los materialistas, así como para muchos creyentes. Estas cuestiones, vamos a examinarlas brevemente a la luz de la razón.

Trabajo de  Merchita sacado de El porqué de la Vida de León Denis

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