¿LA FE CURA?
En el capítulo 14 Los fluidos - ítem 31 - Curas - del libro La Génesis, de Allan Kardec explica que: “La cura se opera por la substitución de una molécula no sana por una sana.”
Podemos clasificar las curas en: curas materiales y curas espirituales. Las curas materiales son proporcionadas por la Medicina, por los remedios: Las espirituales son las que se realizan con la participación de los médiums. En este punto, el tratamiento espiritual no dispensa el tratamiento médico y viceversa.
¿Y cuánto a las curas de Jesús? En el capítulo 15 del libro La Génesis, el Codificador del Espiritismo observa: ¿En las curas que operaba Jesús,obraba cómo médium? No. Pues el médium es un intermediario un instrumento del cual se sirven los espíritus desencarnados. Ahora, el Cristo no tenía necesidad de asistencia, Él era el que asistía y auxiliaba a los demás; obraba, pues, por sí mismo, en vista de su poder personal, tal como lo pueden hacer los encarnados en ciertos casos, y en la medida de sus fuerzas. Por cierto, ¿cuál sería el Espíritu que osaría insuflarse sus propios pensamientos y encargarse de transmitirlos? Si Él recibiese un influjo extraño, no podría ser sino de Dios; pues Él era el médium de Dios.
El tiempo para la obtención de la cura puede variar dependiendo de cada caso. Hemos de considerar que cada uno de nosotros está sometido a la Ley de Causa y Efecto, por eso, no obtenemos la cura de todos nuestros males, en esta vida. Jesús no los curó a todos.
En el Evangelio Según el Espiritismo hay un mensaje de un Espíritu Protector que nos orienta: “La fe es humana y divina, conforme el hombre aplica sus facultades a la satisfacción de las necesidades terrenas, o de sus aspiraciones celestiales y futuras. El hombre de genio, que se lanza a la realización de algún emprendimiento, triunfa si tiene fe, porque siente en sí que puede y ha de llegar al fin visado, certeza que le faculta inmensa fuerza. el hombre de bien, creyente en su futuro celeste, desea llenar de bellas y nobles acciones su existencia, haure en su fe, en la certeza de la felicidad que lo espera, la fuerza necesaria, ya únahí se operan milagros de caridad, de devotamiento y de abnegación. En fin, con la fe no hay malos pendores que no se lleguen a vencer.”
El Magnetismo es una de las mayores pruebas del poder de la fe puesta en acción. Es por la fe que se cura y se produce esos fenómenos singulares, calificados otrora de milagros.
El Espiritismo que restaura, actualmente, el Cristianismo primitivo, viene orientando y ayudando en las curas espirituales por la desobsesión espiritual. El pase magnético. El agua fluidificada. La reforma íntima sin olvidarnos de la Caridad en las curas por la Terapía del Perdón. Hagamos, pues...
João Cabral
Fuentes: La Génesis. ESE.
Mensaje traducido por Isabel Porras - España
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EL CIELO EN LA CODIFICACIÓN ESPÍRITA
¿ En qué sentido se debe de interpretar la palabra Cielo ?
- ¿Crees que sea un lugar, como los Campos Elíseos de los antiguos, donde todos los Espíritus buenos están amontonados, en promiscuidad, sin más preocupación que disfrutar durante la eternidad de una dicha pasiva? No. El cielo es el espacio universal, son las estrellas, los planetas y todos los mundos superiores donde los Espíritus gozan de la plenitud de sus facultades, sin padecer las adversidades de la vida material ni las congojas inherentes al estado de inferioridad.
.. Ciertos Espíritus han declarado residir en el Cuarto Cielo, en el Quinto Cielo, etcétera. ¿Qué entendían ellos por eso?
- Vosotros les preguntáis en qué cielo viven porque tenéis la idea de que hay muchos cielos dispuestos como los pisos de una casa. Así pues, os contestan con vuestro propio lenguaje. Pero para ellos esas palabras, Cuarto o Quinto Cielo, expresan diversos grados de depuración y, por tanto, de felicidad. Sucede exactamente lo mismo que cuando se pregunta a un Espíritu si está en el infierno. Si es desventurado responderá que sí, por cuanto para él infierno es sinónimo de sufrimiento. Pero sabe muy bien que no se trata de un horno. Un pagano hubiera dicho que se encontraba en el Tártaro.
El Libro de los Espíritus- Allan Kardec-
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Teniendo los Espíritus una acción directa en la materia, ¿pueden provocar ciertos efectos con objeto de que se realice un acontecimiento? Por ejemplo, un hombre debe morir: sube una escalera, ésta se rompe y el hombre muere. ¿Son los Espíritus quienes han hecho que se rompiese la escalera, para cumplir el destino de aquel hombre?
Es muy cierto que los Espíritus tienen una acción en la materia, pero para el cumplimiento de la leyes de la naturaleza y no derogarlas, haciendo surgir a un punto un acontecimiento inesperado y contrario a aquellas leyes. En ejemplo propuesto se ha roto la escalera; porque estaba corroída o no era bastante fuerte para resistir el peso del hombre. Si el destino de éste era el perecer de semejante modo, los Espíritus le inspiraron la idea se subir a la escalera que había de romperse con su peso, y su muerte será un efecto natural sin que haya sido preciso un milagro para lograrlo.
- Allan Kardec- El Libro de los Espíritus
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LA MUERTE Y EL DOLOR
Frecuentemente, en las horas difíciles, la idea de la muerte acude a visitarnos. Nos es comprensible solicitar la muerte, pero no es verdaderamente deseable, sino después de haber triunfado de todas nuestras pasiones.
¿ Para qué desear la muerte si, no estando curados de nuestros vicios, necesitariamos aún de purificarnos con penosas reencarnaciones? Nuestras faltas son como la túnica del centauro pegada a nuestro Ser, y de la que sólo el arrepentimiento y la expiación nos puede librar.
El dolor reina siempre como soberano en el mundo y, sin embargo, un examen atento nos desmostraria que cuánta sabiduría y con qué previsión la voluntad divina ha graduado sus efectos. De etapa en etapa, la Naturaleza se encamina hacia un orden de cosas menos feroz, menos violento. En las primeras edades de nuestro planeta, el dolor constituía la única escuela y el único acicate para los seres. pero, poco a poco, el sufrimiento se atenúa: los males espantosos, la peste la lepra y el hambre, permanente en otro tiempo casi han desaparecido. El hombre ha dominado a los elementos, ha aproximado las distancias y ha conquistado la Tierra. La esclavitud ya no existe.
Todo evoluciona y progresa. Lenta, pero seguramente, a pesar de los retrocesos inherentes a la libertad, la humanidad se mejora.
Tengamos confianza en la Potencia directora del Universo. Nuestro Espíritu limitado no sabría juzgar el conjunto de su medios. Sólo Dios posee la noción exacta de esta ritmada cadencia, de esta alternativa necesaria de la vida y de la muerte, de la noche y del día, del placer y del dolor, de donde se desprende finalmente la felicidad y la elevación de los Seres. Dejémosle, pues, el cuidado de fijar la hora de nuestra partida, y esperémosla sin desearla ni temerla.
León Denis
El camino recto
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EN EL GRAN CAMINO DE LA EVOLUCIÓN
Seguimos afanados en la gran tarea de nuestra redención, somos aun muy pequeños, todavía no somos aptos para los grandes vuelos del conocimiento, aún cuando aspiremos fervorosamente a colaborar con el Plano Divino. Tenemos quizás, un elevado potencial de virtudes. Practicamos la buena voluntad y estamos ejercitándonos en la iluminación interior a través de un loable esfuerzo. Pero aún así, todavía no disponemos de la confianza necesaria para utilizarlas. Muchos temblamos ante las tempestades naturales del camino y vacilamos en el círculo de las pruebas necesarias al enriquecimiento del alma, exigiendo una cuidadosa atención por nuestra parte, ya que, por nuestra diligencia en el trabajo de espiritualizar, somos futuros instrumentos para valiosos servicios. Aun padecemos por la falta de armonía y por las angustias, que amenazan nuestro equilibrio, aunque no nos falte la asistencia precisa.
En los cambios en el plano mental de las criaturas nadie la impone jamás: es fruto de tiempo, esfuerzo y evolución, y el edificio de la sociedad humana, en el actual momento del mundo, viene siendo sacudido en sus propias bases, impulsando a un inmenso número de personas a renovaciones imprevistas. En vista del silencio de la inteligencia moderna, que da como resultado la parálisis del sentimiento, pone en peligro la razón. El progreso material aturde el alma del hombre poco vigilante. Hace siglos que grandes masas, permanecen distantes de la luz espiritual. La civilización puramente científica es un Saturno devorador, y la humanidad actual se enfrenta con implacables exigencias de acelerado crecimiento mental.
El azar no opera prodigios. Cualquier realización hay que planificarla, acometerla y ponerle término. Para que el hombre físico se convierta en hombre espiritual, el milagro exige mucha colaboración de nuestra parte.
Las alas sublimes del alma eterna no se extienden en los estrechos escondrijos de una incubadora. Hay que trabajar, pulir, sufrir.
Al lado de cada hombre y de cada mujer, en el mundo, permanece viva la Voluntad de Dios, en lo relativo a los deberes que les corresponde. Cada cual tiene delante el servicio que le compete, como cada día trae consigo posibilidades especiales de realización en el bien. El universo se encuadra en el orden absoluto. Como aves libres en limitados cielos, interferimos en el plano divino, creando para nosotros prisiones y ataduras, liberación y enriquecimiento. Debemos pues, adaptarnos al equilibrio divino, atendiendo a la función aislada que nos compete en la colmena de la vida.
¿Desde cuándo hacemos y deshacemos, terminamos y recomenzamos, emprende-mos el viaje reparador y regresamos, perplejos, para volver a empezar? Somos, en el escenario de la corteza planetaria, los mismos actores del drama evolutivo. Cada mile-nio es un acto breve, cada siglo una escena. Utilizando cuerpos sagrados, perdemos, como niños despreocupados y entretenidos en juegos infantiles, la oportunidad santificante de la existencia; de esta forma, nos convertimos en condenados de las leyes soberanas, que nos enredan a los escombros de la muerte, como náufragos piratas indignos por mucho tiempo del retorno a las luchas del mar. Mientras millones de almas poseen ocasiones de enmienda y reajuste, entregadas al esfuerzo regenerativo en las ciudades terrestres, millones de otras lloran la propia derrota, perdidas en la tenebrosa pausa de la desilusión y del padecimiento.
Todos nosotros, viajeros que vagamos en el desierto de la propia negación; de nosotros, pájaros de alas partidas, que intentamos volar al nido de la libertad y de la paz, y que, todavía nos debatimos en el lodazal de los placeres de ínfima condición. ¿Por qué no poner coto a las pasiones corrosivas que nos flagelan el espíritu? ¿Por qué no contener el impulso de la animalidad, en que nos complacemos, desde los primeros vestigios del raciocinio? Siempre el terrible dualismo de la luz y de las tinieblas, de la compasión y de la perversidad, de la inteligencia y del impulso bestial. Por una parte, estudiamos la ciencia de la espiritualidad consoladora y, por otra, nos abandonamos al envilecimiento.
El vendaval de las pasiones fulminantes de los hombres y de los pueblos pasa ululando, de uno a otro polo, sembrando malos presagios.
¿Hasta cuándo seremos genios demoledores y perversos? En vez de siervos leales del Señor de la vida, hemos sido soldados de los ejércitos de la ilusión, dejando a la retaguardia millones de tumbas abiertas bajo aluviones de ceniza y humo. En balde nos exhortó Cristo a buscar las manifestaciones del Padre en nuestro interior. Alimentamos y expandimos únicamente el egoísmo y la ambición, la vanidad y la fantasía en la Tierra. Contrajimos pesadas deudas y nos esclavizamos a los tristes resultados de nuestras obras, quedándonos, indefinidamente, en la mies de los espinos.
El trabajo de salvación no es exclusivo de las religiones, es una labor común a todos, porque un día vendrá en que el hombre ha de reconocer la Divina Presencia en todas partes. Lo que debemos hacer no es a título particular, es una obra genérica para la colectividad, el esfuerzo del servidor honesto y sincero, interesado en el bien de todos.
Si acudís al Espiritismo buscando orientación para el trabajo sublime del espíritu, no os olvidéis de vuestra propia luz. No contéis con antorchas ajenas para la jornada. En los planos de sufrimiento regenerador, en las cercanías de la carne, lloran amargamente millones de hombres y de mujeres que abusaron de la ayuda de los buenos, precipitándose en las tinieblas al perder en la tumba los ojos efímeros con que apreciaban el paisaje de la vida a la luz del Sol.
Indudablemente, la intención no puede ser más noble, pero es indispensable que consideréis vuestra necesidad de integración en el deber de cada día. Es imposible progresar en un siglo, sin atender las obligaciones de la hora. Es imprescindible, en la actualidad, recomponer las energías, reajustar las aspiraciones y santificar los deseos.
No basta creer en la inmortalidad del alma. Es inaplazable la iluminación de nosotros mismos, para que seamos claridad sublime. No basta, para la redención, el simple reconocimiento de la supervivencia del alma o del intercambio entre los dos mundos. Los livianos y los malos, los ignorantes y los tontos, pueden comunicarse igualmente a distancia de país a país. Antes de nada lo que importa es elevar el corazón, romper las murallas que nos encierran en la sombra, olvidar las ilusiones de la posesión, rasgar los velos espesos de la vanidad y abstenerse del letal licor del personalismo envilecido, para que las claridades del monte fulguren en el fondo de los valles, para que el sol eterno de Dios disipe las transitorias tinieblas humanas.
La Puerta Divina no se abre a espíritus que no se divinizaron por el trabajo incesante de cooperación con el Padre Altísimo. Y el suelo del planeta, al que os prendéis provisionalmente, representa el bendito círculo de colaboración que el Señor os confía. Recoged el rocío celestial en vuestro corazón sediento de paz, contemplad las estrellas que nos hacen señales de lejos, como sublimes ápices de la Divinidad, pero no olvidéis el campo de las luchas presentes.
El espiritualismo, en los tiempos modernos, no puede encerrar a Dios entre las paredes de un templo de la Tierra, porque nuestra misión esencial es la de convertir toda la Tierra en el templo de Dios.
Alimentemos la esperanza renovadora. No invoquéis a Jesús para justificar anhelos de reposo indebido. Él no alcanzó el cénit de la Resurrección sin subir al Calvario, y sus lecciones se refieren a la fe que transporta montañas.
No reclamemos, pues, el ingreso en mundos felices, antes de mejorar nuestro propio mundo. Olvidad el viejo error de que la muerte del cuerpo constituye una milagrosa inmersión del alma en el río del encantamiento. Rindamos culto a la vida permanente, a la justicia perfecta, y adaptémonos a la Ley que apreciará nuestros méritos siempre en conformidad con nuestras propias obras.
Nuestro trabajo es de iluminación y de eternidad. El Gobierno Universal no nos encargó la custodia de altares perecederos. No fuimos convocados a velar en el círculo particular de una interpretación exclusivista, sino a cooperar en la liberación del espíritu encarnado, abriendo horizontes más amplios a la razón humana y rehaciendo el edificio de la fe redentora que las religiones olvidaron.
Unos soplos inmensos de la onda evolucionista barren los ambientes de la Tierra. Todos los días se desmoronan principios convencionales, mantenidos como inviolables durante siglos. La mente humana, perpleja, es impulsada a transiciones angustiosas. El cambio de valores, la experiencia social y el proceso acelerado de selección por el sufrimiento colectivo perturban a los tímidos y a los descuidados, que representan una abrumadora mayoría en todas partes... ¿Cómo atender a esos millones de necesitados espirituales, si no tenéis la responsabilidad del socorro fraternal? ¿Cómo sanar la locura incipiente, si no os transformáis en imanes que mantengan el equilibrio? Sabemos que la armonía interior no es artículo de oferta y demanda en los mercados terrestres, pero la adquisición espiritual sólo es accesible en el templo del espíritu.
Es necesario que encendamos el corazón en amor fraternal, ante el servicio a efectuar. No bastará, en nuestras realizaciones, la creencia que espera; es indispensable el amor que confía y atiende, transforma y eleva, como recipiente legítimo de la Sabiduría Divina.
Seamos instrumentos del bien, antes que esperar cualquier gracia. La tarea exige valor y suprema devoción a Dios. Sin que nos convirtamos en luz, en el círculo en que estamos, en vano acometeremos las sombras, a nuestros propios pies. Y, en la acción que nos compete, no nos olvidemos que la evangelización de las relaciones entre las esferas visibles e invisibles es deber tan natural y tan inaplazable de la tarea como la
evangelización de las personas.
No busquéis lo maravilloso: la sed de lo milagroso puede viciaros y perderos.
Vinculaos, por la oración y por el trabajo constructivo, a los planos superiores, y estos os proporcionarán contacto con los Almacenes Divinos, que dan a cada uno de nosotros según la justa necesidad.
Las situaciones que os oprimen en el paisaje terrenal, por más duras o desagradables que sean, representan la Voluntad Suprema.
No saltéis los obstáculos, ni intentéis huir de ellos, vencedlos, utilizando la volun-tad y la perseverancia, dando así oportunidad de crecimiento a vuestros propios valores.
No transitéis sin la debida prudencia en los caminos de la carne, en que, muchas veces, imitáis a la mariposa insensata. Atended las exigencias de cada día, contentándoos al satisfacer las tareas mínimas.
No intentéis el vuelo sin haber aprendido a andar. Sobre todo, no indaguéis sobre probables derechos que os corresponderían en el banquete divino, antes de liquidar los compromisos humanos.
Es imposible conseguir el título de ángeles, sin antes ser criaturas sensatas.Presiden nuestros destinos soberanas e indefectibles leyes. Somos conocidos y examinados en todas partes.
Las facilidades concedidas a los espíritus santificados que admiramos, son prodigadas a nosotros, por Dios, en todos los lugares. El aprovechamiento, sin embargo, es obra nuestra. Las máquinas terrestres pueden llevar el cuerpo físico a considerable altura, pero el vuelo espiritual, con el que os liberaréis de la animalidad, jamás lo realizaréis sin alas propias.
Solamente los siervos que trabajan, graban en el tiempo las señales de la evolución; solo los que se bañan en el sudor de la responsabilidad consiguen acuñar nuevas formas de vida y de ideal renovador. Los demás, llámense monarcas o príncipes, ministros o legisladores, sacerdotes o generales, entregados a la ociosidad, se clasifican en el orden de los parásitos de la Tierra; no llegan a señalar su permanencia provisional en la corteza del Planeta; revolotean como insectos multicolores, volviendo al polvo del que se alzaron por algunos minutos.
Valgámonos de la luz para las realizaciones necesarias. Participemos del glorioso Espíritu de Cristo. Convirtámonos en claridad redentora.
Un desequilibrio generalizado y creciente invade la mente humana. Se combaten, desesperadamente, las naciones y las ideologías, los sistemas y los principios. Estable-cida la tregua en las luchas internacionales, surgen deplorables guerras civiles, armando hermanos contra hermanos. La indisciplina fomenta levantamientos y el ansia de libertad perturba la tranquilidad de los pueblos. Hay guerra entre las esferas de acción, encarnados y desencarnados de tendencias inferiores luchan ferozmente, por millones. Innumerables hogares se transforman en ambientes de inconformidad y falta de armonía. El hombre pelea consigo mismo en el actual proceso acelerado de transición.
¡Equilibraos, pues, en la edificación necesaria, convencidos que es imposible confundir la Ley o traicionar los dictámenes universales!
Del Libro en un Mundo Mayor de Chico Xavier (discurso de Eusebio)
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