martes, 2 de diciembre de 2014

De la aprensión a la muerte


EXPRESIONES SOBRE LA MEDIÚMNIDAD

En la esfera de los Espíritus reencarnados hay que dosificar las percepciones  para no violar  las condiciones  de orden. Cada ser debe estar en su órbita de servicio, haciendo lo mejor  que esté a su alcance. Un médium, no debe preocuparse  por responder a todas las interrogaciones  del medio en que está,  so pena de arrojar sus producciones al desequilibrio, excepto cuando, por su propia evolución, consiga elevarse por sobre el campo del trabajo dominando las influencias  del medio y seleccionándolas, según el elevado criterio  de que ya consigue orientarse por el bien y enseñar a aquellos que lo acompañan.

El límite de percepción varía en cada médium, hay diferentes expresiones de mediúmnidad; con todo importa reconocer que cada Espíritu alcanzó un determinado  grado de crecimiento espiritual, por lo cual los resultados  del trabajo mediúmnico  difieren de individuo a individuo, así como las interpretaciones  de la vida son distintas de alma a alma. Las facultades medianímicos  pueden ser idénticas en distintas personas, pero cada persona  tiene su manera particular de  emplearlas. El modelo puede ser el mismo para un grupo de pintores, sin embargo, cada artista lo fijará en la tela según  su estilo y sentir.  Mediúmnidad es sintonía  y filtración. Cada Espíritu vive entre las fuerzas con las cuales armoniza, transmitiéndolas según las concepciones que caracterizan su modo de ser.

Toda la percepción es mental. Sordos y ciegos en la experiencia física, convenientemente educados  pueden oír y ver con recursos diferentes de aquellos que son vulgarmente utilizados. Las ondas Hertzianas y los rayos X  van enseñando a los seres humanos  que hay sonido y luz  mucho más allá de las limitadas fronteras en las que ellos actúan, y el médium es un dotado de posibilidades neuropsíquicas especiales que amplían la captación de sus sentidos.

En el campo de las impresiones comunes, aunque la criatura emplee los oídos y los ojos, ella ve y oye  con el cerebro; y pese a que el cerebro use las células  de la corteza para seleccionar los sonidos  y grabar las imágenes, quien ve y quien oye, en realidad  es la mente.  Todos los sentidos en la esfera fisiológica pertenecen  al alma, que es la que los fija en el cuerpo carnal conforme a los principios establecidos para la evolución de los Espíritus reencarnados en la Tierra.

Una prueba de ello es en el sueño, cuando el ser se encuentra desdoblado por las noches, viendo y oyendo pese a la inactividad  de los órganos carnales, en la experiencia que dominan “vida del sueño”

Somos receptores de una muy reducida capacidad, frente a las innumerables formas que nos llegan desde todos los dominios del Universo, captando solamente una humilde gama de las mismas. En síntesis, nuestra mente es un punto espiritual limitado que se desarrolla  en base al conocimiento y el amor en la espiritualidad infinita y gloriosa de Dios.

Ideas elaboradas con fuerza generan formas dotadas de movimiento, sonido y color, perfectamente perceptibles  por todos aquellos que se encuentran  sintonizados con la onda  que las expresan. Hay fenómenos de clarividencia y clariaudiencia  que parten de la observación activa de los instrumentos  mediúmnicos que identifican  la existencia de personas, paisajes y cosas exteriores, a ellos mismos, tal como acontece en la percepción terrestre común, y existen otros que tienen su causa  en la sugestión que les es llevada por el pensamiento creador  de los amigos desencarnados o encarnados, estímulos estos  que la mente de cada médium traduce según sus propias posibilidades, favoreciendo con ello las más dispares interpretaciones.

Es la técnica utilizada por los obsesores cuando generan  en sus víctimas las más variadas impresiones alucinatorias…

En materia de mediúmnidad no debemos olvidarnos del pensamiento. Nuestra alma vive donde está nuestro corazón. Caminamos al influjo de nuestras propias acciones, sea donde fuera.

La gravitación en el campo mental es tan efectiva como en la esfera de la experiencia física.

Sirviendo al progreso general, el alma se mueve en la gloria del bien. Encerrándose  en el egoísmo se arrastra, en desequilibrio, por las tinieblas del mal.

La Ley Divina procura el bien para todos.  Colaborar en la ejecución de sus sabios  propósitos  es iluminar la mente y clarificar la vida. Ponerle trabas con el pretexto de favorecer los caprichos perniciosos, es oscurecer  el raciocinio y coagular las sombras alrededor de nosotros mismos.

Es indispensable  enjuiciar todo lo que respecta a la orientación de nuestros propios pasos, a fin de evitar la niebla de la perturbación  y el dolor angustioso del remordimiento.

En los dominios del espíritu no existe la neutralidad. Evolucionamos con la luz eterna, según los designios de Dios, o nos estancamos en las tinieblas conforme a la equivocada determinación de nuestro yo.

No vale encarnar o desencarnar solamente. Todos los días las formas se crean o se destruyen.

Lo que importa es la renovación interior con un crecimiento de la visión, a fin de seguir hacia delante con la verdadera noción de la eternidad en la que nos desplazamos  en el tiempo.

La conciencia  cargada de propósitos malignos, revestida de remordimientos, llena de ambiciones desvariadas o ennegrecida de aflicciones, no puede sino traer fuerzas semejantes que la encadenan a torbellinos infernales.

La obsesión es el resultado de la siniestra unión de la mente con el desequilibrio propio de las tinieblas.

Pensamos y damos vida al objeto idealizado.

 La expresión visible de nuestros pensamientos  más íntimos denuncia nuestra misma  condición espiritual, y los que tienen afinidad  con la naturaleza  de nuestras inclinaciones  y deseos se acercan  a nosotros por lo que le dicen nuestros pensamientos.

Si persistimos  en las esferas más bajas  de la experiencia humana, los que aun cumplen sus jornadas  en los grados  de la animalidad se nos acercaran atraídos por el tipo de nuestros impulsos inferiores, absorbiendo a su vez las sustancias mentales que emitimos y proyectando sobre nosotros los elementos  dañosos que llevan con ellos.

Imaginar es crear.

Y toda la creación tiene vida y movimiento que, aunque breves, otorgan responsabilidad a la conciencia que la manifiesta. Y como la vida y el movimiento se vinculan a los principios que rigen las relaciones, es indispensable analizar lo que damos, a fin de saber que es lo que vamos a recibir.

Quien solamente mentaliza angustia y crimen, miseria y perturbación, ¿podrá reflejar en el espejo  de su propia alma otras imágenes que no sean la desarmonia y el sufrimiento?
Quien se demora indefinidamente en la medición del lodazal es propenso a ahogarse en el lodo.

Vigilemos el pensamiento purificándolo con la práctica incesante  del bien, para que así arrojemos de nosotros los grilletes que nos amenazan  para encadenarnos  a los oscuros procesos  de la vida inferior.

Por el pensamiento nos esclavizamos a los cepos del suplicio infernal, sentenciándonos,  a veces, a siglos de peregrinación por los caminos del dolor y de la muerte.

La mediumnidad torturada es la unión de almas comprometidas  en aflictivas pruebas para saldar antiguas deudas. Para abreviar  el tormento que flagela de mil modos la conciencia encarnadas y desencarnadas, en los distintos grados expiatorios, es imprescindible  proponerse  la renovación mental, pues este es el único medio de recuperar la armonía.

Los títulos de fe no constituyen meras palabras con las que podamos cubrir  nuestras deficiencias y debilidades. Expresan deberes de purificación a los que no podemos regir sin renunciar  a las obligaciones que nos corresponden.

Nadie es realmente espirita  ni está a la altura de este nombre solo por haber conseguido la cura de una dolencia rebelde con la ayuda de las Entidades  amigas,  y se convenza con ello, admitiendo la intervención del Mundo Espiritual en su existencia. Como tampoco nadie  es médium, en el elevado concepto del término, solamente  porque sea instrumento de comunicación entre las humanidades visible e invisible.

Para educarnos al trabajo  que nos fue asignado, conforme a los principios superiores que iluminan nuestra marcha, es necesario concretizar la esencia  de estos en nuestras realizaciones como testimonio de nuestra conversión  al amor santificante.


El pensamiento es tan significativo en la mediúmnidad, como importante  es el lecho para el rió. Haced corred las aguas  puras sobre un lecho de fango  y tendréis una corriente oscura, adulterada.

Es cierto que divinos mensajes descienden del Cielo a la Tierra. Sin embargo, para que ello suceda es imperioso que existan canales adecuados.

Jesús espera para la formación de mensajeros humanos capaces de proyectar en el mundo las maravillas de su Reino.

El médium no debe detenerse  en la simple erupción de comunicaciones. Le será indispensable la consagración de sus fuerzas a las más elevadas formas de vida, buscando la educación de sí mismo y servir desinteresadamente al prójimo el material el material con el que construya su propio camino.

El conocimiento amplia  el valor mental; y la siembra constante de bondad trae consigo  la cosecha de simpatía, sin la cual el granero de la existencia se reduce a una caravana de desesperación y desaliento. No basta ver, oír o incorporar a los Espíritus desencarnados para que alguien adquiera el  carácter de respetabilidad.

Toda obra para adelantar, exige trabajadores que se dediquen a su crecimiento y al cuidado de ellos mismos.

El Universo es la proyección de la Mente Divina y la Tierra,  es el producto de la mente humana.  Las civilizaciones y los pueblos, las culturas y las experiencias constituyen  formas de pensamientos por medio de las cuales evolucionamos incesantemente  hacia las esferas más altas.

Procuremos la conciencia de Jesús para que nuestra conciencia refleje  su perfección y su belleza…

 Trabajo realizado por Merchita
Extraído del libro En los Dominios de la Mediúmnidad de Chico Xavier

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DE LA APRENSIÓN A LA MUERTE

El hombre, sea cual fuere el grado de la escala al que pertenezca, desde el estado salvaje, tiene el sentimiento innato del futuro. Le dice la intuición que la muerte no es la última palabra de la existencia y que aquellos que lamentamos no están perdidos sin retorno. La creencia en el futuro es intuitiva y infinitamente, más general que la de la nada. ¿Cómo es pues, que, entre los que creen en la inmortalidad del alma, aun se encuentra tanto apego a la cosas de la Tierra, y tan grande aprensión a la muerte?
La aprensión a la muerte es el efecto de la sabiduría de la providencia, y una consecuencia del instinto de conservación común a todos los seres vivos. Ella es necesaria en tanto el hombre no esté bastante esclarecido en cuanto a las condiciones de la vida futura, como contra peso a la tendencia que, sin ese freno, lo llevaría a dejar prematuramente la ida terrestre, a menospreciar el trabajo de aquí, que debe servirle para su adelantamiento.
En por seso que, en los pueblos primitivos, el futuro no pasa una vaga intuición, más tardes simple esperanza; en fin, más tarde una certeza, pero aún contrabalanceada por un secreto apego a la vida corporal.
A medida que el hombre comprende mejor la vida futura, disminuye la aprensión a la muerte; pero al mismo tiempo, comprendiendo mejor si misión en la Tierra, espera si fin con más calma, resignación y sin miedo. La certeza de la vida futura da otro curso a sus ideas, otro objetivo a sus trabajos; antes de tener certeza, solo trabaja para el presente; con esta certeza trabaja con vistas al futura, sin descuidar el presente, porque sabe que su futuro depende de la dirección, más o menos buena que de al presente. La certeza de reencontrar a los amigos después de la muerte, de continuar las relaciones que tuvo en la Tierra, de no perder el fruto de ningún trabajo, de crecer incesantemente en inteligencia y perfección, le da paciencia para esperar y coraje para soportar la momentánea fatiga de la vida terrena. La solidaridad que ve establecerse entre los muertos y los vivos, le hace comprender la que debe existir entre los vivos; desde entonces la fraternidad tiene su razón de ser y la caridad un objetivo en el presente y en el futuro.
Para liberarse de las aprensiones a la muerte, debe poder encararla bajo su verdadero punto de vista, esto es penetrar por el pensamiento en el mundo invisible y tener hecha una idea de él tan exacta cuando es posible, lo que denota en el Espíritu encarnado un cierto desarrollo y una
cierta aptitud para desprenderse de la materia. En los que no son suficientemente avanzados, la vida material aún predomina sobre la vida espiritual, ligándose a lo exterior, el hombre sólo ve vida en el cuerpo, al paso que la vida real está en el alma; estando el cuerpo privado de vida, a sus ojos todo está perdido y se desespera. Si, en vez de concentrar el pensamiento en la vestimenta externa, la volviese para la fuente misma de la vida, sobre el alma, que es el ser real, sobreviviente a todo, lamentaría menos el cuerpo, fuente de tantas miserias y de tantos dolores. Pero para eso es preciso una fuerza que el Espíritu solo adquiere con la madurez.
La aprensión a la muerte depende, pues, de la insuficiencia de las nociones sobre la vida futura; pero denota la necesidad de vivir, y el miedo que la destrucción del cuerpo sea el fin de todo. Es, así, provocada por el secreto deseo de sobrevivencia del alma, aún velada por la incertidumbre.
La aprensión se debilita a medida que se adquiere la certeza; desaparece cuando la certeza es completa. 

ALLAN KARDEC

Extraído de la Revista “La Idea” N° 614
Órgano de difusión de la "Confederación Espiritista Argentina"

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CARACTERISTICA ESPÍRITA

El compañero que se cuenta en el censo de la Nueva Revelación no puede vivir de un modo diferente a los de más, sin embargo, es llamado por su conciencia a imprimir a sus actos la característica que le indica su convicción espírita.
Trabaja – no a la manera de una noria consciente a la que permanece atado por la cuerda de su ambición desmedida, aniquilándose sin ningún provecho, Actúa construyendo.
Gana – no para retener el dinero o los recursos de la vida con fines usurarios. Posee auxiliando.
Estudia – no para convertir su personalidad en una vitrina de condecoraciones
académicas, sin ningún valor para la humanidad. Aprende sirviendo.
Predica – no para consagrarse en torneos de oratoria y elocuencia convirtiendo la tribuna en un supuesto altar de su endiosamiento. Habla edificando.
Administra – no para ostentar su poder en los círculos sociales sin respetar la
responsabilidad que pesa sobre sus hombros. Dirige obedeciendo.
Instruye – no para transformar a los aprendices en ovejas a las que somete a una constante esquila, sacando de ellos retribuciones y ventajas económicas y sociales. Enseña ejemplificando.
Escribe – no para exhibir pomposamente su conocimiento del diccionario o rendir homenajes a las extravagancias de los escritores que hacen de la literatura una complicada escalera que utilizan para subir ellos solamente. Escribe ennobleciendo.
Cultiva la fe – no con la intención pretenciosa de asir el cielo teológico por medio de un éxtasis inoperante, comparando falsamente a Dios con un tirano amoroso afectado de caprichos y privilegios. Cree realizando.
El espírita vive como los demás, pero en todas las manifestaciones de la existencia está llamado a servir al prójimo a través de sus acciones.

André Luiz.

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