¿ EL MUNDO ESTÁ MAL REPARTIDO ?
¿Por qué Dios concedió a unos la riqueza y el poder, y a oros la miseria?
-Para probar a cada uno de una manera diferente. Más allá de eso, vosotros lo sabéis, esas pruebas son elegidas por los propios Espíritus, que muchas veces sucumben al realizarlas.” (Allan Kardec. El Libro de los Espíritus. Libro Tercero capitulo IX. Ley de Igualdad. Pregunta 814
¿Cuál de esas pruebas es más peligroso para el hombre la de la pobreza o la de la riqueza?
-. Tanto una como la otra lo son. La miseria provoca la murmuración contra la Providencia; la riqueza lleva a todos los excesos. “(Allan Kardec. El Libro de los Espíritus. Libro Tercero. Capitulo IX. Ley de Igualdad. Pregunta 815.)
“Como explicar la suerte que favorece a ciertas personas en circunstancias que no dependen de la voluntad ni de la inteligencia, como en el juego, por ejemplo?- Ciertos Espíritus eligieron anticipadamente determinada especies de placer, y la suerte que los favorece es una tentación. Aquel que gana como hombre, pierde como Espíritu: es una prueba para su orgullo y su codicia. (Allan Kardec. El Libro de los Espíritus. Libro Tercero. Capitulo x. Ley de Libertad. Pregunta 865)
El vicio del juego, por sus características y efectos psíquicos sobre la personalidad del jugador, puede ser considerado como una verdadera neurosis. El estado emocional durante el juego, practicado en sus más variadas formas, lleva al condicionado al descontrol mental, a las tensiones psíquicas, a las cargas desequilibradas. Cuando, de un lado, trabajamos para serenar nuestras emociones desenvolviendo el equilibrio espiritual, en el juego destruimos, en pocas horas, lo que podemos haber construido interiormente en algunos meses.
El tiempo que se desperdicia en una diversión ociosa como es el juego, que consume las horas irrecuperables, podría muy bien ser aplicado en algo útil, provechoso para nuestro espíritu y para el prójimo. Se sacrifican, muchas veces, familias enteras en las apuestas hechas, donde algunos valores y propiedades son livianamente perdidos, llevándolas no es raro, a la miseria total. En el ansia de recuperar en un lance lo que ya se perdió, el jugador en un gesto de desespero, aumenta el valor de las apuestas, hundiéndose cada vez más por el descontrol de su voluntad.
Las emociones fuertes que dominan a los jugadores nos hacen presas fáciles de los espíritus inferiores, que los conducen a los mayores desastres. La aceptación sin resistencia de los convites de los socios no deja siquiera al vicioso pensar, dominado como está por el deseo enfermizo de ganar, fruto de la ambición desmedida.
Muchos pueden justificar los encuentros de grupos amigos que se reúnen sistemáticamente para jugar como oportunidades sociales de diversiones, o hasta de “confraternización”. No en tanto, si consultamos honestamente lo que nos impulsa a esas reuniones, ciertamente identificaremos el ansia de llenar un vacío indescifrable, resultante del hecho de no tener algo más productivo de que ocuparnos, y se consigue, así, con el tiempo, el condicionamiento ocioso
Para liberarse del juego, el mecanismo utilizado es el mismo: fortificar la voluntad con razones seguras, ampliamente encontradas en la necesidad de equilibrio emocional y de liberación de las influencias negativas, en el desperdicio del tiempo útil, en las desgracias de que podría ser víctima y de tantas otras razones. Y en el momento en el que el deseo se manifieste o la invitación al juego sea hecho, busquemos con toda fuerza las ideas positivas en nuestra mente, reaccionando, así, a las tentaciones. A medida que estamos reaccionando, más fuerte se hace nuestra voluntad, y será más fácil controlar nuestros deseos.
El deseo de adquirir por el juego una buena suma de dinero, que venga a suplir algunas necesidades o realizar ambiciones materiales, denota completa falta de fe en los designios Divinos, que conoce todas nuestras necesidades. Es también una forma de rebeldía e inconformidad con las limitadas condiciones financieras de nuestra existencia. Es exactamente por la humildad, que cultivamos a través del engaño material reducido, que vamos rectificando los abusos del pretérito. Estamos, entonces, contrariando el programa por nosotros mismos escogido en la Espiritualidad, dando alas a las mismas ambiciones que hoy ocultamente actúan, reflejando las tendencias engañosas en que ya estuvimos viviendo en el ayer distante.
Observemos un poco, indaguemos tranquilamente si la presa de enriquecimiento que deseamos, al comprar billetes de lotería o hacer apuestas en la lotería primitiva, nos hará realmente dignos en usufruir lo que no ganamos por nuestro propio esfuerzo, obtenido de nuestro trabajo. Analicemos las promesas y ofertas que articulamos en nuestra imaginación, prometiéndonos dar tal ocual parcela para esa o aquella obra de caridad, y confrontemos con lo que entendamos como caridad desinteresada, realizada con el corazón, sin espera de cualquier recompensa. Indudablemente, un dinero así ganado no nos hará felices, ni nos ayudará a crecer espiritualmente.
Solo, y únicamente, nos sirve y nos podrá pertenecer provisoriamente aquello que adquirimos con nuestro trabajo, con nuestro esfuerzo. Aquellos contemplados por la suerte ciertamente asumen encargos serios por los bienes recibidos, en la condición de préstamos, que pueden llevarlos al precipicio en su escalada evolutiva, por no estar preparados para bien administrar aquellos valores, comprometiéndose a existencia futuras de extrema pobreza.
Lo mejor es ser obedientes, resignados, confiados y trabajadores, porque Nuestro Padre, justo y bueno, todo sabe a nuestro respecto y nos proporcionará, cuando lo merezcamos y estemos en condiciones de saber distribuir, los bienes materiales perseguidos. Abolir los impulsos del juego, bajo cualquier forma que se presente, es también ejercicio respaldado en la fe y en la valorización de las oportunidades de trabajo, discipliadores de nuestras ambiciones. Es esa actitud más sensata de Aprendiz del Evangelio.
Portado por Marco Aurelio Rocha
TRADUCIDO: M. C. R.
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¿ Qué son los Planos
Espirituales ?.
En el Universo
infinito, los mundos espirituales que pueblan los espacios , se
constituyen o agrupan distintos en niveles o franjas vibratorias,
según sus grados de evolución. En estos diversos niveles
vibratorios el grado de materialidad de los mismos lo es a
diferentes niveles, así como la vibración mental de los que los
habitan, de modo que como agrupación de innumerables mentes
semejantes, vibrando en la misma sintonía, ejercen entre todas un
formidable poder creativo y moldeador de la materia sutil que los
forma, de modo que aun en lo que para nosotros son imponderables,para
ellos no lo son, y así pueden gozar de todo el decorado que sus
mentes creadoras han forjado a su alrededor.
Los planos
espirituales o astrales, vienen a ser las franjas o zonas
vibracionales de energía psíquica que engloban diferentes
dimensiones de existencia que contienen mundos de una
naturaleza no física, como la nuestra.
Estos planos se
suceden alrededor de los mundos físicos en un número
indeterminado, aunque desde tiempos inmemoriables, se estructuran en
siete , con grados de densidad material que van de mas a menos
densa, comenzando a contar por el plano astral más inmediato a
nuestra atmósfera material. El mas próximo a la Tierra por
afinidad con la baja sintonía psíquica que suele haber en nuestro
mundo, es el llamado Bajo Astral o Costra,
mas conocido como el Infierno
de las religiones, que se mezcla e interpenetra con la superficie
física ;sus moradores se mezclan con los espíritus encarnados en el
plano físico, en donde atraídos por sus mentes, les influyen
continuamente a nivel telepático. Los demás planos, sucesivamente
conforme se elevan, van gradualmente perdiendo en densidad y baja
vibración de su materia, ganando progresivamente en sutileza,
espiritualidad y belleza, de modo que siguiendo esta progresión, los
tres planos más elevados conforman ya mundos que son verdaderos
paraísos.
También se
podría definir a los Planos Astrales, como los diferentes niveles
de conciencia o de energía psíquica, en los que existen mundos
habitados por Seres que sintonizan en frecuencias vibratorias
semejantes entre sí, y así se agrupan por sintonía, y desde los
mundos que existen en los planos espirituales mas cercanos a la
Tierra y a otros mundos físicos semejantes, retornan más tarde de
nuevo a la vida física.
En resumen: A más
elevada vibración psíquica, menos densidad de la materia en esos
planos y mundos, y a menor grado de vibración psíquica y mental,
mayor es la densidad de las formas materiales, o sea, que el grado de
vibración psíquica es inversamente proporcional al grado de
materialidad.
- José Luis Martín-
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“ En
la Casa de mi Padre hay muchas moradas ”
-
Jesús de Nazaret-
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EN EL GRAN CAMINO DE LA EVOLUCIÓN
Seguimos afanados en la gran tarea de nuestra redención, somos aun muy pequeños, todavía no somos aptos para los grandes vuelos del conocimiento, aún cuando aspiremos fervorosamente a colaborar con el Plano Divino. Tenemos quizás, un elevado potencial de virtudes. Practicamos la buena voluntad y estamos ejercitándonos en la iluminación interior a través de un loable esfuerzo. Pero aún así, todavía no disponemos de la confianza necesaria para utilizarlas. Muchos temblamos ante las tempestades naturales del camino y vacilamos en el círculo de las pruebas necesarias al enriquecimiento del alma, exigiendo una cuidadosa atención por nuestra parte, ya que, por nuestra diligencia en el trabajo de espiritualizar, somos futuros instrumentos para valiosos servicios. Aun padecemos por la falta de armonía y por las angustias, que amenazan nuestro equilibrio, aunque no nos falte la asistencia precisa.
En los cambios en el plano mental de las criaturas nadie la impone jamás: es fruto de tiempo, esfuerzo y evolución, y el edificio de la sociedad humana, en el actual momento del mundo, viene siendo sacudido en sus propias bases, impulsando a un inmenso número de personas a renovaciones imprevistas. En vista del silencio de la inteligencia moderna, que da como resultado la parálisis del sentimiento, pone en peligro la razón. El progreso material aturde el alma del hombre poco vigilante. Hace siglos que grandes masas, permanecen distantes de la luz espiritual. La civilización puramente científica es un Saturno devorador, y la humanidad actual se enfrenta con implacables exigencias de acelerado crecimiento mental.
El azar no opera prodigios. Cualquier realización hay que planificarla, acometerla y ponerle término. Para que el hombre físico se convierta en hombre espiritual, el milagro exige mucha colaboración de nuestra parte.
Las alas sublimes del alma eterna no se extienden en los estrechos escondrijos de una incubadora. Hay que trabajar, pulir, sufrir.
Al lado de cada hombre y de cada mujer, en el mundo, permanece viva la Voluntad de Dios, en lo relativo a los deberes que les corresponde. Cada cual tiene delante el servicio que le compete, como cada día trae consigo posibilidades especiales de realización en el bien. El universo se encuadra en el orden absoluto. Como aves libres en limitados cielos, interferimos en el plano divino, creando para nosotros prisiones y ataduras, liberación y enriquecimiento. Debemos pues, adaptarnos al equilibrio divino, atendiendo a la función aislada que nos compete en la colmena de la vida.
¿Desde cuándo hacemos y deshacemos, terminamos y recomenzamos, emprende-mos el viaje reparador y regresamos, perplejos, para volver a empezar? Somos, en el escenario de la corteza planetaria, los mismos actores del drama evolutivo. Cada mile-nio es un acto breve, cada siglo una escena. Utilizando cuerpos sagrados, perdemos, como niños despreocupados y entretenidos en juegos infantiles, la oportunidad santificante de la existencia; de esta forma, nos convertimos en condenados de las leyes soberanas, que nos enredan a los escombros de la muerte, como náufragos piratas indignos por mucho tiempo del retorno a las luchas del mar. Mientras millones de almas poseen ocasiones de enmienda y reajuste, entregadas al esfuerzo regenerativo en las ciudades terrestres, millones de otras lloran la propia derrota, perdidas en la tenebrosa pausa de la desilusión y del padecimiento.
todos nosotros, viajeros que vagamos en el desierto de la propia negación; de nosotros, pájaros de alas partidas, que intentamos volar al nido de la libertad y de la paz, y que, todavía nos debatimos en el lodazal de los placeres de ínfima condición. ¿Por qué no poner coto a las pasiones corrosivas que nos flagelan el espíritu? ¿Por qué no contener el impulso de la animalidad, en que nos complacemos, desde los primeros vestigios del raciocinio? Siempre el terrible dualismo de la luz y de las tinieblas, de la compasión y de la perversidad, de la inteligencia y del impulso bestial. Por una parte, estudiamos la ciencia de la espiritualidad consoladora y, por otra, nos abandonamos al envilecimiento.
El vendaval de las pasiones fulminantes de los hombres y de los pueblos pasa ululando, de uno a otro polo, sembrando malos presagios.
¿Hasta cuándo seremos genios demoledores y perversos? En vez de siervos leales del Señor de la vida, hemos sido soldados de los ejércitos de la ilusión, dejando a la retaguardia millones de tumbas abiertas bajo aluviones de ceniza y humo. En balde nos exhortó Cristo a buscar las manifestaciones del Padre en nuestro interior. Alimentamos y expandimos únicamente el egoísmo y la ambición, la vanidad y la fantasía en la Tierra. Contrajimos pesadas deudas y nos esclavizamos a los tristes resultados de nuestras obras, quedándonos, indefinidamente, en la mies de los espinos.
El trabajo de salvación no es exclusivo de las religiones, es una labor común a todos, porque un día vendrá en que el hombre ha de reconocer la Divina Presencia en todas partes. Lo que debemos hacer no es a título particular, es una obra genérica para la colectividad, el esfuerzo del servidor honesto y sincero, interesado en el bien de todos.
Si acudís al Espiritismo buscando orientación para el trabajo sublime del espíritu, no os olvidéis de vuestra propia luz. No contéis con antorchas ajenas para la jornada. En los planos de sufrimiento regenerador, en las cercanías de la carne, lloran amargamente millones de hombres y de mujeres que abusaron de la ayuda de los buenos, precipitándose en las tinieblas al perder en la tumba los ojos efímeros con que apreciaban el paisaje de la vida a la luz del Sol.
Indudablemente, la intención no puede ser más noble, pero es indispensable que consideréis vuestra necesidad de integración en el deber de cada día. Es imposible progresar en un siglo, sin atender las obligaciones de la hora. Es imprescindible, en la actualidad, recomponer las energías, reajustar las aspiraciones y santificar los deseos.
No basta creer en la inmortalidad del alma. Es inaplazable la iluminación de nosotros mismos, para que seamos claridad sublime. No basta, para la redención, el simple reconocimiento de la supervivencia del alma o del intercambio entre los dos mundos. Los livianos y los malos, los ignorantes y los tontos, pueden comunicarse igualmente a distancia de país a país. Antes de nada lo que importa es elevar el corazón, romper las murallas que nos encierran en la sombra, olvidar las ilusiones de la posesión, rasgar los velos espesos de la vanidad y abstenerse del letal licor del personalismo envilecido, para que las claridades del monte fulguren en el fondo de los valles, para que el sol eterno de Dios disipe las transitorias tinieblas humanas.
La Puerta Divina no se abre a espíritus que no se divinizaron por el trabajo incesante de cooperación con el Padre Altísimo. Y el suelo del planeta, al que os prendéis provisionalmente, representa el bendito círculo de colaboración que el Señor os confía. Recoged el rocío celestial en vuestro corazón sediento de paz, contemplad las estrellas que nos hacen señales de lejos, como sublimes ápices de la Divinidad, pero no olvidéis el campo de las luchas presentes.
El espiritualismo, en los tiempos modernos, no puede encerrar a Dios entre las paredes de un templo de la Tierra, porque nuestra misión esencial es la de convertir toda la Tierra en el templo de Dios.
Alimentemos la esperanza renovadora. No invoquéis a Jesús para justificar anhelos de reposo indebido. Él no alcanzó el cénit de la Resurrección sin subir al Calvario, y sus lecciones se refieren a la fe que transporta montañas.
No reclamemos, pues, el ingreso en mundos felices, antes de mejorar nuestro propio mundo. Olvidad el viejo error de que la muerte del cuerpo constituye una milagrosa inmersión del alma en el río del encantamiento. Rindamos culto a la vida permanente, a la justicia perfecta, y adaptémonos a la Ley que apreciará nuestros méritos siempre en conformidad con nuestras propias obras.
Nuestro trabajo es de iluminación y de eternidad. El Gobierno Universal no nos encargó la custodia de altares perecederos. No fuimos convocados a velar en el círculo particular de una interpretación exclusivista, sino a cooperar en la liberación del espíritu encarnado, abriendo horizontes más amplios a la razón humana y rehaciendo el edificio de la fe redentora que las religiones olvidaron.
Unos soplos inmensos de la onda evolucionista barren los ambientes de la Tierra. Todos los días se desmoronan principios convencionales, mantenidos como inviolables durante siglos. La mente humana, perpleja, es impulsada a transiciones angustiosas. El cambio de valores, la experiencia social y el proceso acelerado de selección por el sufrimiento colectivo perturban a los tímidos y a los descuidados, que representan una abrumadora mayoría en todas partes... ¿Cómo atender a esos millones de necesitados espirituales, si no tenéis la responsabilidad del socorro fraternal? ¿Cómo sanar la locura incipiente, si no os transformáis en imanes que mantengan el equilibrio? Sabemos que la armonía interior no es artículo de oferta y demanda en los mercados terrestres, pero la adquisición espiritual sólo es accesible en el templo del espíritu.
Es necesario que encendamos el corazón en amor fraternal, ante el servicio a efectuar. No bastará, en nuestras realizaciones, la creencia que espera; es indispensable el amor que confía y atiende, transforma y eleva, como recipiente legítimo de la Sabiduría Divina.
Seamos instrumentos del bien, antes que esperar cualquier gracia. La tarea exige valor y suprema devoción a Dios. Sin que nos convirtamos en luz, en el círculo en que estamos, en vano acometeremos las sombras, a nuestros propios pies. Y, en la acción que nos compete, no nos olvidemos que la evangelización de las relaciones entre las esferas visibles e invisibles es deber tan natural y tan inaplazable de la tarea como la evangelización de las personas.
No busquéis lo maravilloso: la sed de lo milagroso puede viciaros y perderos.
Vinculaos, por la oración y por el trabajo constructivo, a los planos superiores, y estos os proporcionarán contacto con los Almacenes Divinos, que dan a cada uno de nosotros según la justa necesidad.
Las situaciones que os oprimen en el paisaje terrenal, por más duras o desagra -dables que sean, representan la Voluntad Suprema.
No saltéis los obstáculos, ni intentéis huir de ellos, vencedlos, utilizando la volun-tad y la perseverancia, dando así oportunidad de crecimiento a vuestros propios valores.
No transitéis sin la debida prudencia en los caminos de la carne, en que, muchas veces, imitáis a la mariposa insensata. Atended las exigencias de cada día, contentándoos al satisfacer las tareas mínimas.
No intentéis el vuelo sin haber aprendido a andar. Sobre todo, no indaguéis sobre probables derechos que os corresponderían en el banquete divino, antes de liquidar los compromisos humanos.
Es imposible conseguir el título de ángeles, sin antes ser criaturas sensatas.
Presiden nuestros destinos soberanas e indefectibles leyes. Somos conocidos y examinados en todas partes.
Las facilidades concedidas a los espíritus santificados que admiramos, son prodigadas a nosotros, por Dios, en todos los lugares. El aprovechamiento, sin embargo, es obra nuestra. Las máquinas terrestres pueden llevar el cuerpo físico a considerable altura, pero el vuelo espiritual, con el que os liberaréis de la animalidad, jamás lo realizaréis sin alas propias.
Solamente los siervos que trabajan, graban en el tiempo las señales de la evolución; solo los que se bañan en el sudor de la responsabilidad consiguen acuñar nuevas formas de vida y de ideal renovador. Los demás, llámense monarcas o príncipes, ministros o legisladores, sacerdotes o generales, entregados a la ociosidad, se clasifican en el orden de los parásitos de la Tierra; no llegan a señalar su permanencia provisional en la corteza del Planeta; revolotean como insectos multicolores, volviendo al polvo del que se alzaron por algunos minutos.
Valgámonos de la luz para las realizaciones necesarias. Participemos del glorioso Espíritu de Cristo. Convirtámonos en claridad redentora.
Un desequilibrio generalizado y creciente invade la mente humana. Se combaten, desesperadamente, las naciones y las ideologías, los sistemas y los principios. Estable-cida la tregua en las luchas internacionales, surgen deplorables guerras civiles, armando hermanos contra hermanos. La indisciplina fomenta levantamientos y el ansia de libertad perturba la tranquilidad de los pueblos. Hay guerra entre las esferas de acción, encarnados y desencarnados de tendencias inferiores luchan ferozmente, por millones. Innumerables hogares se transforman en ambientes de inconformidad y falta de armonía. El hombre pelea consigo mismo en el actual proceso acelerado de transición.
¡Equilibraos, pues, en la edificación necesaria, convencidos que es imposible confundir la Ley o traicionar los dictámenes universales!
Del Libro en un Mundo Mayor de Chico Xavier (discurso de Eusebio)
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