martes, 16 de agosto de 2011

Investigando vidas pasadas

Dr- Ian Stevenson



IAN STEVENSON,
REMINISCENCIAS DE VIDAS PASADAS


Ian Stevenson nació el 31 de octubre de 1918 en Montreal, Canadá y
abandonó esta Tierra el 8 de febrero de 2007 en Charlottesville, Estados
Unidos. A lo largo de su vida, fue profesor y un eminente psiquiatra, fundador de la investigación científica sobre la reencarnación.

Desde 1967 hasta su muerte, fue director de la División sobre los Estudios de la Personalidad (DOPS) y profesor del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Virginia. Como especialista en psiquiatría e investigador científico de renombre mundial en el campo de lo paranormal, Ian Stevenson propuso a los occidentales que debemos dejar de lado nuestras tendencias a oponernos a creer en la “reencarnación” y mirar más de cerca la realidad de los casos que él ha estudiado.

En muchas regiones del globo, ha podido encontrar niños que dicen recordar una vida anterior. Ha compilado
dos mil seiscientos de estos casos conocidos, de los cuales sesenta y cinco han sido publicados a través de
sus diferentes libros. Basándose en los recuerdos de los niños, se han reunido informaciones precisas y se
han comparado con las informaciones referentes a lapersona de la vida anterior: su identidad, su familia, su lugar de residencia y las circunstancias de su muerte. Se han descubierto marcas de nacimiento, así como
otras características físicas que tienen un vínculo con las experiencias de la vida anterior presente en los recuerdos. ¿Cómo puede ser considerado el fenómeno de la reencarnación por un espíritu racional? ¿Es capaz un ser humano de recordar haber vivido en la tierra una vida anterior a la suya? Sí, afirma Ian Stevenson. Pero estos recuerdos son referidos por niños muy pequeños. Cuando este último dice recordar retazos de eventos de su vida anterior, que hace de ellos un relato detallado, uno se da cuenta, tras la investigación, que no ha podido tener conocimiento de ello en su segunda vida. He aquí lo que pensaba Ian Stevenson y citamos algunos extractos de su propia reflexión:

“(…) Los hombres de ciencia comprometidos con otros puntos de vista no perderían nada, a mi modo de ver
(aparte de algunos de sus conceptos, por ejemplo: que el ser humano no es más que un cuerpo físico) si consintieranen abrir su espíritu y examinar lo que tenemos como indicios de la vida después de la muerte. La reencarnación, al menos tal y como yo la concibo, no invalida en nada nuestros conocimientos sobre la evolución y la genética.

Sugiere sin embargo la posibilidad de dos corrientes: la evolución biológica y la evolución personal. Estas
corrientes muy bien podrían entrecruzarse a lo largo de la vida terrenal. ¿Cómo? Por el momento, apenas podemos vislumbrarlo (…)”

“(…) Ciertas personas tienen características únicas que no pueden ser explicadas por las solas combinaciones de variaciones genéticas y la influencia del entorno. La hipótesis de la reencarnación merece ser considerada como el tercer factor en juego. Si por la mezcla de genes somos un producto ‘del azar y de la necesidad’, para citar a Jacques Monod, no podemos esperar ninguna solución al problema de las desigualdades que diferencian a los seres desde su nacimiento. Hay escaso consuelo en la noción de ‘destino’ comparable a un juego de naipes en el que podemos utilizar bien o mal los que nos son servidos. ¿Por qué nace un individuo ciego? Un ciego de nacimiento no puede ver los naipes que tiene en la mano.
Evidentemente, creer en la reencarnación no trae compensación inmediata a la ceguera congénita.

Hagamos la pregunta de otra manera: ¿por qué tal persona y no otra nació ciega? De este modo, se sobrentiende o se presume que existe una asociación entre una personalidad y un cuerpo por la duración de una vida, y que existe una diferencia entre esta personalidad y su envoltura carnal.

Es evidente que si existe la reencarnación, el individuo que nace ciego puede, razonablemente, esperar tener en otra vida una visión normal. Los espíritus críticos objetan esta hipótesis diciendo que nuestros argumentos son el reflejo de nuestros deseos. Esta objeción implica la idea (falsa) de que lo que deseamos no puede ser verdad. Es cierto que somos más capaces de creer lo que nos gusta que lo que nos desagrada. Pero nuestras aspiraciones muy bien podrían resultar justas. De todas maneras, utopía o realidad, nuestras investigaciones deben continuar, nos guste o no el resultado (…)”.

“(…) Los niños están libres de toda la documentación que atesta el cerebro de los adultos. Es por eso que
atribuimos tanta importancia a sus relatos espontáneos sobre su vida anterior. Aparte de raras excepciones,
hablan por su propia voluntad: nadie les ha preguntado lo que eran antes de su nacimiento. No pueden haber
aprendido gran cosa sobre los difuntos por medios normales. Además, generalmente podemos evaluar con
bastante precisión si la información que comunican no tiene ninguna fuente normal (…)”.

Para ilustrar el trabajo de Stevenson, hemos extraído de su libro Los niños que recuerdan sus vidas anteriores tres testimonios de casos que él ha estudiado:

El caso de Sukia Gupta

“En 1955, en la aldea de Kampa, en el oeste de Bengala, Sukia Gupta tenía unos dieciocho meses cuando comenzó a mecer su almohada y a llamarla Minu. Cuando se le preguntó quién era Minu, respondió: ‘Mi hija’.
Durante los tres años que siguieron, la niña hablaba a menudo de su familia, de su marido, de su hija y de la vida que habían llevado juntos. Les dijo que era la reencarnación de una mujer llamada Mana y que su marido, sus cuñados Khetu y Karuna, y Minu vivían en Rathtala en el Bhatpara, a 18 Km. de allí. Sukia pedía que la llevaran allá y, como su familia jamás había oído hablar de esa región, ella propuso llevarlos. Un poco más tarde, su padre se enteró de que realmente Rathtala existía, que un tal Khetu vivía allí y que éste había tenido una cuñada llamada Mana, muerta algunos años antes y que había dejado una hija pequeña, Minu. Impulsado por la curiosidad, el padre de Sukia arregló un encuentro entre las dos familias. Sukia se dirigió
a Rathtala en compañía de sus padres durante el verano de 1959. Fue ella quien los condujo hasta su supuesto cuñado. Identificó a todas las personas de las que hablaba desde hacía años. Pero, hecho muy sorprendente, llamó a su cuñado Karuna, cuando todo el mundo lo llamaba Kutu. Hasta sus vecinos más cercanos desconocían su verdadero nombre. Sukia reconoció numerosos objetos en la casa y sacó los saris de Mana de un cofre lleno de trajes que habían pertenecido a diversas personas. Dio muestras de extremo cariño hacia su “marido” y Minu. Por tanto, jamás se podrá encontrar el menor rastro de fraude en este
asunto, ni el menor motivo para hacer fraude".

El caso de Erin Jackson

"Erin Jackson nació en Indiana en 1969. Su madre me escribió en 1980 para decirme que cuando su hija tenía unos tres años, hablaba a menudo como si recordara una vida pasada. Después de un intercambio de correspondencia, me dirigí a Indiana para interrogar a los padres de la niña, pero el padre de Erin no asistió a la entrevista, y su esposa me aseguró que él no sabía nada más que ella. La propia Sra. Jackson debió buscar en su memoria lo que podía darme como información pues desde los cuatro años Erin  había olvidado todo. El período de los “recuerdos” había sido, pues, muy corto. A los tres años Erin había comenzado a volver a ver “cuando era un muchacho” o bien “cuando se llamaba John”.

Por ejemplo: “Cuando me llamaba John, uno iba a un lago donde hacía flotar mi barco grande”. O: “Cuando yo era un muchacho, teníamos un perro negro y un gato blanco”.

Decía también que había tenido un hermano que se llamaba James y que su madrastra (probablemente la segunda esposa de su padre) la quería y se llevaba bien con ellos. Decía Erin que James tenía una marcada preferencia por la ropa negra, y hasta por la ropa interior negra. Pero no daba ninguna
indicación sobre el lugar y la época en que ocurría todo eso.

A menudo se quejaba de la fealdad de las grandes carreterasnorteamericanas con sus vallas de anuncios, sus postes telefónicos, y la invasión de automóviles todos reunidos en los mismos lugares. De vez en cuando murmuraba, como para sí misma: “Era mucho mejor cuando había caballos. Estos autos son terribles. Han echado todo a perder, los campos ya no son hermosos, las ciudades tampoco. (Pienso que la época de la que hablaba debía ubicarse antes de 1930, pues los estragos de las regiones rurales norteamericanas habían comenzado hacia 1910, cuando Henry Ford empezó a producir los automóviles en serie, lo cual llevó a la construcción de carreteras y autopistas).

Erin siempre quería vestirse como muchacho y realizar actividades de muchacho, y eso desde que estaba en edad de saber distinguir entre trajes femeninos y masculinos.

Para sus lecciones de natación, su madre le había comprado un traje de dos piezas del que se obstinaba en
llevar sólo la braga. Entonces, se le compró un bañador de una sola pieza. Igualmente, cuando necesitaba llevar vestidos de niña, parecía humillada y volvía rápidamente a sus jeans y pantalones. Cuando la conocí, ya tenía diez años, sin embargo no llevaba ropa femenina sino cuando no podía evitarlo, es decir unas tres veces por año, y aun así era necesario que sus vestidos estuvieran libres de feminidad: ¡nada de volantes, ni de encajes! Insistía también en llevar su cabello muy corto, como un chico, y no consintió en dejarlo crecer sino hasta los nueve años. Erin no se interesaba por las muñecas que representaban a seres humanos, y si se le daba una, la desnudaba en favor de uno de sus animales de peluche.

Le encantaba dibujar, leer y construir con juegos de construcción. Al aire libre prefería nadar, trepar a los
árboles y pescar. Tenía un gran deseo de aprender a jugar béisbol y de convertirse en “scout”, pero el equipo
donde quería entrar sólo admitía muchachos, lo cual la desconsoló. Con frecuencia suspiraba: “¡Como quisiera ser un muchacho! ¿Por qué no soy un muchacho?” Erin era una niña de inteligencia superior. Su madre me dijo que había aprendido a leer desde los tres años y, al parecer, sin que nadie se hubiera tomado el trabajo de enseñarle. Tenía una evidente facilidad para el dibujo, que (después de haber visto algunos de sus bosquejos) encontré insólita para una niña de su edad. También había compuesto poemas que un adulto hubiera estado contento de escribir.

Durante un año, Erin habló de su otra vida (más o menos una vez por semana). Cuando la conocí tenía casi once años y recordaba muy poco de lo que decía entre los tres y los cuatro. Sin embargo, a lo largo de mi conversación con su madre, intervino repetidas veces para comentar algunos detalles. Le quedaban, pues, secuelas de sus recuerdos.

Su masculinidad persistió durante algunos años luego de que había “olvidado” su vida anterior, pero a los once años evolucionó hacia la normalidad y comenzó a comportarse como todas las niñas de su edad.
Los Jackson eran de religión cristiana protestante, no creían en la reencarnación y casi nunca habían oído
hablar de ella cuando Erin empezó a “contar”. Luego,la Sra. Jackson realizó lecturas que la incitaron a creer,
mientras que su marido permanecía refractario. Sin embargo, no puede sospecharse que la Sra. Jackson haya
alentado a su hija en lo que ella misma definía como “ideas caprichosas”. Al principio, se contentaba con
escuchar absteniéndose de burlarse de ella, aparentando cortésmente que se interesaba.

El caso de Samuel Helander

Samuel Helander nació el 15 de abril de 1976 en Helsinki. Aun antes de cumplir los dos años, hizo observaciones, reconoció objetos y tuvo un comportamiento que parecía indicar que recordaba la vida del joven hermano de su madre, Pertti Hâikö. Estas particularidades se acentuaron a medida que crecía. Fui a Helsinki en 1978 y en 1981.

Mis informadoras eran la madre de Samuel y su abuela materna, madre de Pertti. Pertti había nacido el 8 de junio de 1957 en Helsinki, y murió el 10 de junio de 1975 de mellitus diabética no curada. Tenía pues dieciocho años.

Había tenido algunos síntomas como una sed extrema, bebiendo litros de agua, pero nadie se había dado cuenta de la gravedad de su estado. Un día, cayó en coma y no despertó. Su madre Anneli y su hermana Marja tuvieron un inmenso pesar. Durante su embarazo, Marja soñó que Pertti le decía: “Protege a este niño”. Pues ella había tenido la intención de interrumpir su embarazo.

Al año y medio, Samuel le decía a los que le preguntaban su nombre: “Pelti”, pues no pronunciaba las “r”. En vano se trató de hacerle comprender que se llamaba Samuel. Eso duró hasta que tuvo seis años (pero respondía cuando se le llamaba Samuel). Todas las manifestaciones suscitadas por sus “recuerdos” se producían cuando reconocía un objeto familiar a Pertti o una fotografía de amigos de Pertti. Las fotos del propio Pertti no estimulaban el interés de Samuel sino cuando representaban a Pertti niño. Después de diez
años, Pertti no le interesó más —al menos en fotos.

Un día, a la edad de tres años, ante una de esas fotosdijo que acababa de ser mordido en la pierna. Nadie le
había hablado de eso a Samuel y en la foto de Pertti no se veía ninguna herida. Otra vez, mirando la foto de Pertti caminando con ayuda de una andadera, dijo: “Ese soy yo luego de que me quitaron los yesos de las piernas”. Pero no había nada en esa foto que indicara que Pertti había tenido ambas piernas fracturadas en un accidente y que le acababan de quitar los yesos (Samuel tenía entre tres y cuatro años cuando hizo esa reflexión).
Cada vez que Samuel miraba el álbum de fotos familiares, se identificaba con Pertti diciendo: “Ese soy yo”. Un día, Samuel encontró una foto del padre de Pertti, habitualmente oculta en un cajón y, aunque la veía por primera vez, lo reconoció y dijo inmediatamente que era “su padre”. Samuel identificaba también los objetos que habían pertenecido a Pertti: una guitarra, una chaqueta de pana y un viejo reloj que había perdido las agujas. En cuanto Samuel lo vio, en un cajón lleno de baratijas, se precipitó, lo sacó y dijo que era suyo. Insistió en conservarlo, de vez en cuando lo ponía debajo de su almohada durante su sueño, y a veces en un cajón debajo de su cama.

Samuel nunca hacía alusión directa a la muerte de Pertti. Sin embargo, hizo dos observaciones a este respecto. Dijo que había estado en un lugar lleno de ataúdes, de los cuales algunos estaban abiertos (Samuel nunca había visto una sala mortuoria, pero el cuerpo de Pertti había sido depositado allí después su muerte), y que su abuela (la madre de Pertti) había llorado mucho (pero esa información pudo haberla obtenido por medios normales o por simple suposición). Una vez se le llevó al cementerio y, ante la tumba de Pertti, dijo: “Esa es mi tumba”.
La madre y la abuela de Samuel habían observado también un comportamiento idéntico entre los dos niños. Un día, cuando era muy pequeño; Pertti había tragado agua de su baño, eso lo había asustado, pero no le produjo fobia al agua. Más tarde, hacia los quince o dieciséis años, había caído en un mar helado a través una fina capa de hielo y había estado a punto de ahogarse. Después de este accidente, no quiso bañarse más, por
fobia al agua. Samuel tenía fobia al baño, y era preciso emplear la fuerza para obligarlo. Su abuela decía que dar un baño a Samuel era una pesadilla.

Samuel llamaba a sus padres por sus nombres respectivos desde que supo hablar, pero llamaba “mamá” a su abuela. Era categórico en este asunto y le decía a su madre: “Tú no eres mi madre”. Era extremadamente apegado a su abuela, al punto de intentar mamar de su seno (tenía entonces dos años y ya había sido destetado mientras que Pertti a esa edad aún no lo había sido).

Samuel no dejó de llamar a su abuela “mamá” hasta los cinco años.

Pertti había sido el promotor de una costumbre ya en desuso en la familia: en Navidad, daba la vuelta a la reunión y abrazaba a cada uno, espontáneamente. Para sorpresa de todos, Samuel lo hizo, espontáneamente, a los dos años y medio, durante la reunión familiar de Navidad (1978). En fin, dos actitudes de Pertti se encontraban en Samuel: se paraba gustosamente con una pierna delante de la otra, a menudo con una mano en la cadera y cuando caminaba, tenía las dos manos a la espalda. Pertti y Samuel eran los únicos de la familia en pararse así.

¿Cómo explicar la exactitud de esos recuerdos? ¿Habría vivido el niño realmente una vida anterior, presente en su memoria? Esa hipótesis entonces se vuelve plausible.

Ian Stevenson ha estudiado estos fenómenos con su equipo de investigadores, siguiendo los pasos de algunos de los más grandes pensadores de la historia de la humanidad, Pitágoras, Platón, Plotino, Orígenes, Kant, Fichte y Schopenhauer, entre otros. Las conclusiones a las cuales llega tienen con qué trastornar nuestras certezas, nuestra comprensión del cerebro humano y nuestra apreciación de lo paranormal.

El número más elevado de casos de reencarnación en ciertos países (India, Sri Lanka, Birmania, Brasil, Alaska, Líbano…) se debería sobre todo al hecho de que los relatos de los niños son mejor tolerados allí.
Stevenson rechaza toda posibilidad de fraude en virtud de la puesta en escena que habría impuesto la concordancia de numerosísimos testimonios y debido a la ausencia de un móvil que justificara el interés por tal fraude.
El niño que recuerda, es llevado a perder progresivamente esa memoria; el olvido de su vida anterior le permite comprender mejor su vida presente.

Estos recuerdos anteriores manifestados por los niños representan un formidable campo de exploración que permite comprender mejor la reencarnación. Los testimonios, por su número y su diversidad, constituyen elementos suplementarios de argumentación en favor de la idea de la reencarnación, es lo que Ian Stevenson ha llegado a demostrar con sus incansables búsquedas e investigaciones a través del mundo.

Le Journal Spirite nº 77

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