Escasea, en la actual coyuntura terrestre, el sentimiento de la compasión. Habituándose a los propios problemas y aflicciones, el hombre deja de percibir los sufrimientos de su prójimo.
Meditando en sus necesidades, queda ajeno a las de su hermano, a veces , resguardándose tras una coraza de indiferencia a fin de protegerse de una mayor suma de dolores.
Dejando de interesarse por los otros, estos se olvidan de ellos y la vida social no pasa de las superficialidades inmediatas e insignificantes.
Desechado el sentimiento de la compasión, la criatura avanza para la impiedad y hasta para el crimen.
Se olvidan de la gratitud a los padres y a los benefactores, volviéndose de hecho soberbios, con lo que la presunción domina con arbitrariedad.
Moviéndose entre la multitud, el individuo que huye de la compasión se distancia de todos, pensando y viviendo exclusivamente para sí mismo o para los suyos. Mientras tanto, sin una relación saludable que favorece la alegría y la amistad, los sentimientos se deterioran y los objetivos de la vida pierden su alto significado, volviéndose más estrechos y egoístas.
La compasión es un puente de mano doble, propiciando el sentimiento que avanza en socorro o que retorna en aflicción.
Es el primer paso para la vigencia activa de las virtudes morales, abriendo espacios para la paz y el bien estar personal.
El individualismo le es una gran barrera que hace su dolorosa programación establecida en las bases del egocentrismo, que impide el desenvolvimiento de las colosales potencialidades de la vida, que yacen en todos los individuos.
La compasión auxilia el equilibrio psicológico, por hacer que se reflexiones en torno a las ocurrencias que afectan a todos los transeúntes en la experiencia humana.
Es posible que ese sentimiento no resuelva grandes problemas, ni ejecute excelentes programas. No obstante, el simple deseo de auxiliar a los otros proporciona saludables disposiciones físicas y mentales, que se transformarán en recursos de socorro en próximas oportunidades.
Mediante el hábito de la compasión, el hombre aprende a sacrificar los sentimientos inferiores y abrir el corazón.
Poco importa si el otro, el beneficiado por la compasión, no lo valora ni lo reconoce, o ni siquiera la identifique. Lo esencial es el sentimiento de edificación, el júbilo de la realización por pequeña que sea en quien lo experimenta.
Extender ese sentimiento es dar significado a la vida.
La compasión esta por encima de la emotividad desequilibrada y vacía. Ella hace, mientras la otra lamenta; realiza el socorro mientras la última apenas se apiada.
Cuando se es capaz de participar en los sufrimientos ajenos, los propios no parecen tan importantes y significativos.
Repartiendo atención en los demás, desaparece el tiempo vacío para las lamentaciones personales.
Gracias a la compasión, el poder de destrucción humana cede lugar a las ansias de armonía y de belleza en la Tierra.
Desenvuelve ese sentimiento de compasión para con tu prójimo, el mundo, y compadeciéndote de sus limitaciones y deficiencias, crece en acción rumbo al Gran Poder.
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Divaldo P. Franco. De la obra: Responsabilidad. Dictado por el Espíritu Joanna de Ângelis.
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