lunes, 30 de enero de 2012

El sentido de la Reencarnación



Adaptar la obra de Allan Kardec al contexto de nuestras sociedades de hoy, era el propósito de  algunos escritos anteriores, “La sensatez espírita” y “La relación de causa y efecto”, referentes a las nociones de prueba, expiación y resignación, dentro de una reactualización de los conceptos. Sin discrepar de los grandes principios esenciales contenidos en la obra primordial que fundó el espiritismo,
     En el Libro de los Espíritus, temas particulares de la metafísica han tenido que ser revisados en el transcurso de la reflexión de los propios espíritas y con la ayuda de los espíritus que desde 1858 han afinado sus propuestas.
     Pasamos ahora a otro tema, el de la reencarnación, noción esencial de la filosofía espírita, desarrollada en el capítulo IV de El Libro de los Espíritus bajo el título de “Pluralidad de las existencias”. La actualización espírita sobre este tema no vale sino para algunas precisiones suplementarias que vienen a confirmar lo fundamental, pues de hecho, todos los grandes lineamientos del principio de reencarnación ya están contenidos en ese capítulo.

Lo innato y lo adquirido
     Sabemos que en el transcurso de nuestras vidas sucesivas, el alma se transforma progresivamente, asumiendo que cada vida es una nueva experiencia que nos pone en contacto con nuestros semejantes, a los que hemos conocido anteriormente o no, en el aprendizaje de una verdadera comunicación entre los seres, y por consiguiente en el contexto de una sociedad, una cultura, una civilización.
      El primer contacto con la vida encarnada comienza por los padres, la familia, o con los que suplen a la familia cuando el niño ha sido abandonado. Es entonces cuando, en la amnesia de las anterioridades, se puede creer que ese niño acaba de nacer, ya sea por casualidad para los ateos, ya sea creado por la voluntad de Dios para los creyentes. Y sin embargo, ese niño muestra ya signos de despertar y de inteligencia aun antes de haber sido instruido y educado. A veces da pruebas de una vivacidad de espíritu y de una comprensión que asombra a los padres. Más aún, cuando adquiere el lenguaje, puede llegar a hablar de lo que era antes, recordando otros padres, otra familia, otro medio. Se cree entonces que está inventando historias como afectado de una precocidad de futuro novelista, a menos que se esté atento a sus “fantasías”, y buscando un poco, se encuentren rastros de lo que ya no es un cuento de hadas sino un recuerdo. Así, los niños se acuerdan con mucha precisión de ciertos eventos anteriores, lo cual fue estudiado ampliamente por Ian Stevenson a través de sus múltiples investigaciones por el mundo.

(*) Hay pues, y hasta más allá de la afirmación espírita, la noción de las vidas anteriores que se impone.
Entre sus interrogantes existenciales, el filósofo se plantea con frecuencia la pregunta de  lo innato y lo adquirido,, pero nunca se sospecha que la parte innata no es forzosamente el resultado de una transmisión
genética, sino más bien la realidad del espíritu reencarnado que lleva consigo en forma inconsciente la huella indeleble de todas sus vidas anteriores. Esta parte innata que el niño posee en sí no hay que buscarla más en una transmisión hereditaria, por cuanto es difícilmente concebible suponer que las aptitudes particulares o los diferentes rasgos de carácter, hayan podido ser transmitidos por la vía de los cromosomas.

     Dentro de una concepción materialista, uno se limita a eso, sugiriendo que la inteligencia puede resultar de
combinaciones genéticas y por tanto estrictamente físicas, como si la genética fabricara al espíritu con todas sus potencialidades. No es una creencia, la de una ciencia que considera lo inimaginable dentro de sus postulados, a pesar de que la noción de preexistencia del espíritu es mucho más coherente y comprensible, al explicar por qué hay tanta disparidad en los rasgos de carácter y las personalidades que a menudo se afirman muy temprano en los niños pequeños.

     El recién nacido no surge de ninguna parte, no es la pura creación de sus padres, sino solamente la procreación. Reencarnado desde el momento de la concepción, su espíritu se ha desplegado en la materia,
participando inconscientemente por su impulso vital en la elaboración de su físico. Progresivamente se integra en el mundo de la materia, y su memoria del otro mundo se vela porque la materia orgánica y en particular el cerebro, ya no permiten la conservación de antiguos recuerdos. El cerebro será el soporte de otra memoria, la de la vida que comienza, la memoria de todos los eventos de esta nueva vida que se registrarán espiritualmente, pero también con el soporte cerebral.

     Respecto al principio de la encarnación y sus mecanismos, todo es claro y lógico, y  esto ya se ha  explicado más ampliamente en diversos artículos..

Un sentido metafísico 
     Ahora, desde un punto de vista metafísico son  necesarias otras explicaciones y nos vuelven a llevar invariablemente a la noción de divinidad.  ¿Por qué es necesario reencarnar?  ¿Por qué no bastaría una sola
vida? ¿Por qué Dios no ha concebido las cosas de otra manera? Etc. Muchas preguntas que preocupan o a
veces confunden a las personas que están a punto de admitir la idea de las vidas sucesivas.   A ciertas personas les gustaría no tener sino una sola vida, otras dicen desear que después ésta todo termine en la nada
total. Y si uno se detiene en las preferencias de cada uno, habrá tanta diversidad y tantas creencias que no se podrá extraer de allí la menor verdad universal. Y sin embargo, todo el mundo está de acuerdo en decir que forzosamente hay una verdad única que se aplica a todos los seres, ¡evidentemente deseando cada uno
que la suya sea la buena! Entonces será preferible ponerse de acuerdo sobre otro punto de vista, el que
siempre ha prevalecido en las investigaciones y los descubrimientos: no es cuestión de creer lo que se desea (Cristóbal Colón creía firmemente que llegaba a las Indias, descubrió América…), sino de estudiar la Naturaleza en todos sus aspectos, incluyendo los aspectos espirituales. No nos corresponde decretar lo que es o lo que debería ser, sino tomar las cosas tal y como se nos presentan. Y en lo que concierne  a la reencarnación, concepto ya demostrado por numerosas observaciones espíritas y otras, tocamos una ley universal cuyo sentido es necesario tratar de comprender. Ese sentido ya está dado por el  espiritismo, y los espíritus no han variado en sus enseñanzas desde hace ciento cincuenta años. Ellos han definido la evolución como desarrollo intelectual y moral del espíritu a través de las vidas sucesivas, en una alternancia con momentos espirituales de vida en el más allá. Hay un comienzo pero no hay fin: el espíritu sigue el movimiento ascendente de su emancipación en el transcurso de numerosas vidas en diferentes mundos, para reunir al término de ese recorrido, el amor total en su participación en el fenómeno divino.

     Varias vidas en la Tierra o en un planeta similar forman parte de ese recorrido palingenésico, y evidentemente son esas vidas las que nos interesan más particularmente, en la medida en que muchos de nosotros ya hemos vivido existencias en el suelo terrestre y seremos llamados a vivir otras en él, antes de considerar una encarnación futura en un mundo superior.

     Nacer, morir, volver a renacer y progresar sin cesar, tal es la ley.   A esta frase fundamental de Allan Kardec que resumía la evolución, nosotros agregaremos: evolucionar a través de los mundos hasta la perfección del ser, en un universo infinito y eterno. Y tocamos allí la noción de pluralidad de los mundos, noción que está relacionada con la de la reencarnación, pues para el espíritu no hay fronteras en una solidaridad universal, más allá de los límites de nuestra Tierra, planeta habitado entre una multitud de otros.

     Respecto a nuestro ciclo de vidas terrestres, sabemos (porque lo comprobamos) que vivimos en un etapa
todavía poco adelantada, que proyecta sin embargo lo que podría ser la evolución de la Tierra dentro de
una perspectiva de justicia, libertad y paz. Eso, se puede imaginar, se puede tratar de construir, se puede luchar con ese fin. Y es allí donde interviene la noción evolutiva, no solamente de individuos en su progreso personal, sino de una sociedad humana que debe encontrar su emancipación por la conciencia de  las individualidades que la componen. Al hablar de sociedad, uno no se aleja de la idea de la reencarnación,
uno no hace sino prolongar el principio de las vidas sucesivas, pues no hay evolución individual que pueda
disociarse de la evolución colectiva. Todos hemos participado, poco o mucho, en la vida de nuestro planeta en nuestras vidas anteriores. Hemos vivido sus torpezas, en el bien, en el mal, en la indiferencia, en el crimen o en la complicidad del crimen. Hemos podido admitir, o predicado, ideas que hoy censuramos.

     Quién sabe si algunos de nosotros no hemos sido los inquisidores de ayer o los promotores de conflictos
guerreros, fanatizados por una ignorancia que hoy nos haría enrojecer de vergüenza. Por otra parte este argumento podría significar que necesitamos perdonar todos los horrores que vemos hoy, sabiendo que en nuestro pasado palingenésico quizás hemos perpetrado los mismos. Sin embargo, perdonar no significa aceptar, y tenemos derecho a portar los ideales justos cuando nuestro espíritu ha alcanzado la consciencia de su responsabilidad en un sentido de solidaridad que quizás no era el mismo en nuestras vidas pasadas.

     La evolución general se traduce con frecuencia en una relación de fuerza entre las buenas voluntades que
luchan y los humanos que todavía son guiados por sus bajos instintos egoístas y orgullosos. El sentido de
la evolución se ubica en una lucha por los valores que transformarán a la humanidad. En todo caso, como
espíritas no podemos escapar a esta consciencia que nos es dada por la enseñanza del más allá desde hace ciento cincuenta años y que nos dice: aprendan a hacerse libres y responsables, aprendan a amarse, desarrollen el sentido de solidaridad y justicia. Lo que para hablar claramente significa que no hay evolución
estrictamente individual, donde cada uno trabajaría para la salvación de su propia alma, sino una evolución
que pasa por la preocupación por el otro, por los otros, en una lucha perpetua contra todos los males de la
humanidad.

     Cuando hoy se habla de reencarnación, es en función de lo que nos relaciona a cada uno, con toda la
humanidad. En otros tiempos, se pensaba en la familia, en el entorno cercano o a lo mejor en la situación del
país en que se vivía.   Hoy, se piensa en mundo, nuestra “casa común”, como decía   Gorbachev,** -  ex presidente soviético, - donde vivimos todos en interdependencia, no sólo en el plano económico, sino en un plano espiritual donde necesitamos inventar nuevas relaciones solidarias entre los pueblos. Ese es el desafío para mañana, y es todo el sentido de nuestras vidas encarnadas actuales, porque hoy más que ayer, estamos en tiempo para una nueva emancipación posible, tanto desde el punto de vista individual como colectivo.

(*) Ian Stevenson  (1918-2007), psiquiatra, profesor de la universidad de  Charlottesville - Virginia, estudió por el mundo numerosos casos de niños  que se acuerdan de sus vidas anteriores. 
(**) Gorbachev hablaba sólo de la “casa común” de una Europa ampliada para clausurar el episodio de la guerra fría, pero en la sociedad globalizada  de hoy .
- Jacques Pecatte- Revista Le Journal Spirite nº 84 abril/2011





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