León Denis |
El estudio de los fenómenos espiritistas nos ha dado a conocer estados de materia y condiciones de vida que la ciencia había ignorado durante largo tiempo. Hemos aprendido que más allá del estado gaseoso u aun del estado radiante descubierto por W. Crookes, la materia invisible que yace imponderable se encuentra bajo formas cada vez más sutiles que designamos con el nombre de "fluidos". A medida que se rarifica, adquiere nuevas propiedades y una fuerza de radiación creciente, convirtiéndose en una de las formas de la energía. Bajo este aspecto es como se revela en la mayor parte de las experiencias de que hablaremos en los capítulos siguientes.
Cuando un espíritu se manifiesta en un centro humano, no puede hacerlo sino con el auxilio de una fuerza tomada de los médiums y de los asistentes.
Esta fuerza es producida por el cuerpo fluídico. Ha sido designada alternativamente con los nombres de fuerza ódica, magnética, néurica, etérica; nosotros la llamamos fuerzas psíquica porque obedece a la voluntad. Esta es su motor; los miembros son sus agentes conductores; se desprende más especialmente de los dedos y del cerebro.
Existe en cada uno de nosotros un foco invisible cuyas radiaciones varían de amplitud y de intensidad según nuestras disposiciones mentales. La voluntad puede comunicarles propiedades especiales; éste es el secreto del poder curativo de los magnetizadores.
A éstos es, en efecto, a quienes se ha revelado primeramente en sus aplicaciones terapéuticas.
León Denis (En lo invisible)
(Aportado por Marco Antuan )
Jesús afirmó el poder de la palabra. Él la usaba para curar. Todas las curas de dolencias mentales, Él las realizaba por el poder de la palabra. Jesús vino a enseñarnos a hablar, porque hablando es como nos legó el mayor tesoro del mundo: el Evangelio. No perdamos más tiempo diciendo cosas que el viento se lleva, ofensas que nuestros propios oídos no desean escuchar. No vamos a olvidar que Cristo y los buenos amigos espirituales nos pueden estar escuchando, para después hacerse visible en nuestro corazón. Nuestras palabras son aquello que respiramos y es por eso que son sagradas.
Regina Lucía de Souza
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