“Numerosas
escuelas se multiplican para los espíritus desencarnados y, ahora
que yo soy un humilde discípulo de estos planteles educativos del
Maestro Jesús, reconocí que los planos espirituales también tienen
su folklore… De los millares de episodios de este folklore del
cielo sobre la vida y obra de Jesús, conseguí reunir treinta y
traer al conocimiento del generoso lector que me concede su atención…
Ahora,
para consolidar la curiosidad de los que me leen con el sabor de la
crítica, tan a gusto de nuestro tiempo, justificando la substancia
real de las narraciones de este libro, citaré al apóstol Marcos
cuando dice: “Y sin parábolas nunca les hablaba, pero todo
declaraba en particular a sus discípulos” (4; 34); y, el apóstol
Juan cuando afirma: “Pero, hay muchas otras cosas que Jesús hizo y
que, si cada una de por sí fuese escrita, creo que ni aún todo el
mundo podría contener los libros que se escribiesen” (21; 25)…
Pedro
Leopoldo, noviembre 9 de 1940 - HUMBERTO DE CAMPOS” (Escritor
brasileño fallecido).
Frente
a las nuevas enseñanzas de Jesús, todos los fari seos del templo
tomaban enormes cuidados por su extre mado apego a los textos
antiguos. El
Maestro,
sin embargo, nunca perdió la oportunidad de esclarecer las
situaciones más difíciles con la luz de la verdad que su palabra
divina traía al pensamiento del mundo. Gran número de doctores no
conseguía ocultar su descontento, porque no obstante sus actividades
para derrotarlo, continuaban las acciones generosas de Jesús
beneficiando a los sufridores y afligidos. Se discutían los nuevos
principios en el gran templo de Je rusalén, en sus plazas públicas
y en las sinagogas. Los más humildes y pobres veían en el Mesías
el emisario de Dios, cuyas manos repartían en abundancia los bienes
de la paz y del consuelo. Las personalidades importantes le temían.
Es
que el profeta no se dejaba seducir por las grandes promesas que le
hacían con referencia a su futuro material. Jamás atemperaba su
palabra de verdad con las convenien cias del comodísimo de la época.
A pesar de ser magnánimo para con todas las fallas ajenas, combatía
el mal con ardor tan intenso, que luego se hacía objeto de la
hostilidad de
intenciones
inconfesables. Mayormente en Jerusalén, que con su cosmopolitismo,
era un expresivo retrato del mundo, las ideas del Señor encendían
las más acaloradas discusiones. Eran gentes del pueblo que se
entregaban a la apología fran ca de la doctrina de Jesús, siervos
que le sentían con todo el calor del corazón reconocido, sacerdotes
que lo comba tían abiertamente, convencionalistas que no lo
toleraban, individuos ricos que se rebelaban contra sus enseñanzas.
Sin
embargo, a pesar de las disensiones naturales que preceden el
establecimiento definitivo de las ideas nuevas, algunos espíritus
acompañaban al Mesías, tomados de vivo interés por sus elevados
principios. Entre estos, figuraba Ni codemos, fariseo notable por el
corazón bien formado y por las dotes de inteligencia. Así, una
noche, al cabo de grandes preocupaciones y largos razonamientos,
buscó a Jesús en particular, seducido por la magnanimidad de sus
acciones y por la grandeza de su doctrina salvadora. El
Mesías
estaba acompañado apenas de dos de sus discípulos y recibió la
vi sita con su acostumbrada bondad.Después
de los saludos habituales, y revelando su an siedad de conocimientos,
tras hondas meditaciones, Nico demos se le dirigió respetuoso:
-
Maestro, bien sabemos que vienes de Dios, pues so lamente con la luz
de la asistencia divina podrías realizar lo que has efectuado,
mostrando la señal del cielo en vuestras manos. ¡He empleado mi
existencia en interpretar la ley pero deseo recibir vuestra palabra
sobre los recursos que deberé disponer para conocer el Reino de
Dios!
El
Maestro
sonrió bondadosamente y esclareció:
-
Primero que todo Nicodemos, no basta que haya vivido interpretando la
ley. Antes de razonar sobre sus dis posiciones, deberías haber
sentido sus textos. Pero, en ver dad debo decirte que nadie conocerá
el Reino del Cielo sin nacer de nuevo.
-
¿Cómo puede un hombre nacer de nuevo, siendo viejo? - Interrogó el
fariseo, altamente sorprendido - ¿Aca so podrá regresar al vientre
de su madre?
El
Mesías fijó en él su mirada serena, consciente de la gravedad del
asunto debatido, y acrecentó:
-
¡En verdad te reafirmo que es indispensable que el hombre nazca y
renazca para conocer plenamente la luz del reino!
-Entretanto,
¿cómo puede ser esto? - preguntó Ni codemos perturbado.
-
¿Cómo eres maestro en Israel e ignoras estas co sas? - Inquirió
Jesús como sorprendido - Es natural que cada uno solamente
testifique de aquello que sepa; pero necesitamos considerar que tú
enseñas. A pesar de eso no aceptas nuestros testimonios. Si hablando
yo de cosas terre nas sientes dificultades en comprenderlas con tus
razona mientos sobre la ley, ¿cómo podrás aceptar mis
afirmacio nes cuando yo hable de las cosas celestiales? Sería locura
des tinar los alimentos apropiados a un adulto para el frágil
orga nismo de un niño.
Extremamente
confundido, se retiró el fariseo, que dando Andrés y Santiago
empeñados en obtener del Mesías el esclarecimientonecesario,
acerca de aquella nueva lección.
Jerusalén
casi dormía bajo el velo espeso de la noche alta. Silencio profundo
flotaba sobre la ciudad. Pero Jesús y aquellos dos discípulos
continuaban presos a la conversa ción particular que habían
entablado. Deseaban ellos ardien temente penetrar el sentido oculto
de las palabras del Maes tro. ¿Cómo sería posible aquél
renacimiento? Con todo y sus conocimientos, también compartían la
perplejidad que había llevado a Nicodemos a retirarse sumamente
sorprendido.
-
¿Por qué tamaña admiración frente a estas verda des? - les
preguntó Jesús, bondadosamente - ¿Los árboles no renacen después
que se podan? Con respecto a los hom bres, el proceso es diferente,
pero el espíritu de renovación es siempre el mismo. El cuerpo es
una vestimenta. El hom bre es su dueño. Todo ropaje material acaba
roto, pero el hombre, que es hijo de Dios, encuentra siempre en su
amor los elementos necesarios al cambio de vestuario. La muerte del
cuerpo es ese cambio indispensable, porque el alma ca minará siempre
a través de otras experiencias, hasta que consiga la imprescindible
provisión de luz para el camino de finitivo al Reino de Dios con
toda la perfección conquis tada a lo largo de los rudos caminos.
Andrés
sintió que una nueva comprensión le felici taba el espíritu simple
y preguntó:
-
Maestro, ya que el cuerpo es como la ropa material de las almas, ¿por
qué no somos todos iguales en el mundo? Veo jóvenes bellos, junto a
inválidos y paralíticos.
-
¿Acaso no he enseñado - dijo Jesús - que tiene que llorar todo
aquél que se transforma en instrumento de escándalo? Cada alma
lleva en sí misma el infierno o el cielo que edificó en lo íntimo
de la conciencia. ¿Sería justo que se concediera un segundo ropaje
más perfecto y más be llo al espíritu rebelde que dañó el
primero? ¿Qué diríamos de la sabiduría de Nuestro Padre, si
facultase las posibilidades más preciosas a los que las utilizaron
en la víspera para el robo, el homicidio, la destrucción? Los que
abusaron de la túnica de la riqueza vestirán después la de los
siervos y es clavos más humildes, como las manos que hirieron podrán
ser cortadas.
-
Señor, comprendo ahora el mecanismo del resca te - murmuró
Santiago, exteriorizando la alegría de su en tendimiento - Pero,
observo que de ese modo el mundo ne cesitará siempre del clima de
escándalo y sufrimiento, dado que el deudor para saldar su cuenta,
no podrá hacerlo sin que otro le tome el lugar con la misma deuda.
El
Maestro comprendió la amplitud de la objeción y esclareció a los
discípulos, preguntando:
-
Dentro de la ley de Moisés, ¿cómo se verifica el proceso de la
redención?
Santiago
meditó un instante y respondió:
-
También en la ley está escrito que el hombre paga rá "ojo por
ojo, diente por diente".
-
También tú, Santiago, estás procediendo como Ni codemos - replicó Jesús
con sonrisa generosa - Como to dos los hombres, has razonado pero no
has sentido. Aún no ponderaste, tal vez, que el primer mandamiento
de la ley es una determinación de amor. Antes del "no
adulterarás", del "no codiciarás", está el "amar
a Dios sobre todas las cosas, de todo el corazón y de todo el
entendimiento". ¿Cómo po drá alguien amar al Padre,
aborreciendo su obra? Con todo, no extraño la exigüidad de visión
espiritual con que exami naste el texto de los profetas. Todas las
criaturas han hecho lo mismo. Investigando las revelaciones del cielo
con el egoísmo que les es natural, organizaron la justicia como el
edificio más alto del idealismo humano. Y, entretanto, yo colo co el
amor encima de la justicia del mundo y he enseñado que sólo el amor
cubre la multitud de pecados. Si nos amarramos a la ley del talión,
somos obligados a reconocer que donde existe un asesino habrá más
tarde un hombre que tendrá que ser asesinado; con la ley del amor,
sin embargo, comprendemos que el verdugo y la víctima son dos
herma nos, hijos de un mismo Padre. Basta que ambos sientan eso para
que la fraternidad divina aleje los fantasmas del escán dalo y del
sufrimiento.
Ante
las explicaciones del Maestro, los dos discípulos estaban
maravillados. Aquella profunda lección los esclare cía para
siempre.
Entonces,
Santiago se aproximó y sugirió a Jesús que proclamase aquellas
nuevas verdades en la predicación del siguiente día. El Maestro le
dirigió una mirada de admira ción e interrogó:
-
¿Será que no comprendiste? Pues si un doctor de la ley salió de
aquí sin que yo le pudiese explicar toda la verdad, ¿cómo quieres
que proceda de modo contrario, con la simple comprensión del
espíritu popular? ¿Construye alguien una casa iniciando el trabajo
por elecho?
Además de eso, más tarde mandaré al Consolador para esclarecer y
ampliar mis enseñanzas.
Evidentemente
impresionados, Andrés y Santiago ca llaron sus últimas
interrogaciones. Aquel diálogo particular entre el Señor y los
discípulos, permanecería guardado en la leve sombra de la noche en
Jerusalén; pero, la lección a Ni codemos había sido dada. La ley
de la reencarnación estaba proclamada para siempre en el Evangelio
del Reino.
Tomado
del libro “BUENA NUEVA” de FRANCISCO CÁNDIDO XAVIER (Médium
Espírita) y HUMBERTO DE CAMPOS (Espíritu desencarnado).
Elaborado
por: GILGARAL
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