Saludo matinal de Merchita
Jueves 19 de mayo del 2016
Queridos amigos, hola buenos días, la cólera es un defecto que nos lleva a realizar actos 
reprobables y perjudiciales, para el buen funcionamiento de nuestra vida.
 Tanto Jesús como Pablo y los santos, tienen un claro conocimiento de la verdad y una 
firme adhesión al bien, eso les permite ser firmes para resistir al mal con el bien, como 
aconseja Pablo. Y a no responder al mal con otro mal propio, como es la ira injusta o 
desmedida, o la falta de corrección del mal.
Es inevitable  enojarse o molestarse cuando perturban nuestro buen funcionamiento
en  la vida y no todos   conseguimos dominar  la reacción  ante esos motivos de
contrariedad, actuando la mayoría de las veces de forma desproporcionada, agregando 
otro mal al que nos han causado, que no es otro que el sentir pesar por la forma en
 que hemos reaccionado.
El mal exige una respuesta: a veces hay que resistirlo y otras veces hay que soportarlo.
 Cuando nos servimos de virtudes  como la prudencia, justicia, templanza y fortaleza 
acertamos   en las decisiones que adoptamos.  La virtud de la fortaleza  se manifiesta 
en forma de valentía ante los males que podemos y debemos resistir  además de vencer,
 en forma de paciencia, ante los males invencibles que solo podemos sobrellevar.
"La cólera (o ira) es un deseo de venganza. Si el vengador procura hacerle un daño a 
quien es preciso corregir o castigar, esa venganza es ilícita. Pero es justo imponer una 
reparación del mal cometido con el fin de corregir los vicios y de mantener la justicia o 
restablecer la justicia y mantenerla".
    Si la cólera llega hasta el extremo deliberado de matar al prójimo o de herirlo 
gravemente, constituye una falta grave contra la caridad; la cólera se convierte en un 
vicio  cuando no somos capaces de controlar con nuestra razón  el movimiento espontaneo
de nuestra naturaleza. El enojo desproporcionado induce a la venganza, o a excederse 
en la defensa o en la corrección del culpable sin guardar proporción con la ofensa. 
Debe haber una proporción entre ofensa y defensa, que dictan las virtudes : 
prudencia-justicia-fortaleza-templanza.
Todos sabemos que las mismas cosas nos molestan a veces y otras no, según sea 
nuestro estado de ánimo, porque algunas veces estamos más irritables, irascibles o 
quisquillosos" que otras, siendo la cólera a un movimiento tan complejo se necesitan 
muchas virtudes para regularla y encauzarla, observemos esta lección:
UN MINUTO DE CÓLERA
Un minuto de cólera puede ser una invocación a las fuerzas 
tenebrosas del crimen, 
operando la ruptura de largas  y avanzadas tareas que 
veníamos efectuando en la sementera del sacrificio.
Por ese momento impensado, muchas veces, esposamos oscuros 
compromisos, descendiendo de la armonía a la perturbación y 
vagueando en los laberintos de la prueba por tiempo 
indeterminado a la procura de la necesaria reconciliación con la 
vida en nosotros mismos.
Por la brecha de la irritación, caemos sin percibirlo en los más 
bajos padrones vibratorios, arremetiendo, infelices e  incontrolables, los rayos de la 
destrucción y de la muerte que, partiendo de nosotros  para los otros, vuelven de 
los otros para nosotros,en forma de angustia y miseria, persecución y sufrimiento.
En muchos lances de la lucha evolutiva, semejante minuto es el factor de larga expiación,
 en la cual, en el cuerpo de carne o fuera de él, somos fantasmas de la aflicción, 
exhibiendo en el alma desorientada  y enfermiza las llagas de la locura, encadenados  a
 las consecuencias de nuestros errores   reaccionando  sobre nosotros, a la manera de 
arrasadora tormenta.
Si te dispones, de ese modo, a la jornada con Jesús en busca de la propia sublimación,
 aprende a dominar los propios impulsos y elige la serenidad  por clima de cada hora.
Ama y sirve, perdona y auxilia siempre, recordando que cada simiente debe germinar
 en el instante propio  y que cada fruto madura en la ocasión adecuada.
Toda violencia es explosión de energía, cuyos resultados nadie puede prever.
Guardemos la enseñanza de Cristo en el corazón, para que Cristo nos sustente  el 
alma en la lucha salvadora en la que nos cabe atender la redención, día a día.
 Por el Espíritu Emmanuel – Del Libro: Sembrador en los Nuevos Tiempos, Médium: Waldo Vieira.
Amigos os deseo un feliz jueves con mucho amor y mucho cariño. Merchita
                                                             ****************
Arrepentimiento, Culpa y Reparación
Henrique Fernández
El camino saludable de una persona que cometió uno error  y que ya consigue clasificar-
lo como inadecuado, es sin duda, el arrepentimiento.
Ese seria el primer grito de la conciencia para anunciar que aquello que nosotros hicimos,
 no deberíamos de haberlo hecho. La conciencia moral nos advierte en cuanto a la calidad
 del valor de nuestra acción.
 Desde punto de vista ético y de vivencia, pudiese afirmase que el arrepentimiento es una
 insatisfacción causada por la violación de un principio moral, aceptado por la persona 
como valor necesario.
Esto resulta en la libre aceptación del castigo, además de que la persona se dispone a 
evitar futuras transgresiones.
 En el plano de la evolución del Espíritu, el arrepentimiento en si mismo, ya es una conquista
 pues significa que hubo algún progreso. Solamente se arrepienten sinceramente, las 
criaturas que lograran desarrollar una cierta sensibilidad (feeling en la lengua inglesa), lo que
 Kardec llamó apropiadamente de madurez del sentido moral. Y es esta madurez la que nos 
permite comprender la esencia de la Doctrina, consonante al análisis particular que Kardec 
hace acerca de los buenos espiritas:
 “(...) la parte por así decir material de la ciencia, solamente requiere ojos que observen, 
mientras la parte esencial, exige un cierto grado de sensibilidad, lo que puede llamarse 
madurez del sentido moral.
 Madurez, que es independiente de la edad y del grado de instrucción, porque es peculiar al
 desenvolvimiento, en sentido especial, del Espíritu encarnado”. 
El pensamiento espirita establece una nítida relación entre sentido moral y sensibilidad.
 Proponiendo una reflexión de la naturaleza psico-sociológica que confirma nuestro 
raciocinio, Kardec considera que los lazos de familia, son más fuertes en el seno de una 
civilización moral mas avanzada (como parece ser la nuestra), y que “esos lazos, más débiles 
en los pueblos primitivos, se fortalecen con el desenvolvimiento de la sensibilidad y el 
sentido moral”.
Kardec afirmo que “con la inteligencia y el sentido moral nacen las nociones del bien y del 
mal, del lo justo e  injusto”.
 Y nacen también los fenómenos emocionales del arrepentimiento, del remordimiento y de 
la culpa, que abren caminos para la futura reparación.
 Como vemos, hay una estrecha relación entre la sensibilidad, desenvolvimiento del sentido 
moral y arrepentimiento.
Esto representa una expresión de sensibilidad del ser, que ya alcanzó un cierto grado de 
conciencia moral.
 Ya no se encuentra en una condición de embotamiento de su capacidad de valoración, ni en
ceguecido por el egoísmo que lo impele a atender exclusivamente a sus intereses, no raras 
veces en perjuicio de muchos.
 El arrepentimiento, puede ser entendido como una experiencia de alguien que ya consigue 
sensibilizarse, delante de sus acciones infelices y recorre en seguida, el rumbo que la 
madurez psicológica le permitir alcanzar.
 Es evidente que existen grados diferenciados de arrepentimiento, variando desde formas 
más pálidas y fugaces hasta la posición de profunda sinceridad, fruto de la madurez 
psicológica. En ese último caso, hay una disposición del ser, para el reajuste a través de la 
reparación.
 Los Espíritus esclarecen que el arrepentimiento, en el estado corporal, tiene como 
consecuencia hacer que en la vida actual, el Espíritu progrese, si tiene tiempo de reparar sus 
faltas.
Cuando la consciencia lo considere y le exponga a una imperfección, el hombre puede 
siempre mejorarse
 Es común que nos sintamos culpables en consecuencia del acto psicológico y moral del 
arrepentimiento. En ese sentido, hay que se establecer una distinción entre la culpa 
terapéutica y la culpa patológica. La primera es saludable, al paso que la segunda provoca 
trastornos variados.
 La culpa puede desdoblarse en remordimiento, como puede llevar al individuo a conductas 
y experiencias de mayor equilibrio.
 Cuando alguien se equivoca por algún motivo y se arrepiente, es comprensible que surja la 
culpa en las pantallas de la conciencia.
 No siendo la culpa un sentimiento negativo en si, cumple el papel de despertarnos la 
consciencia para la renovación de actitudes, recomponiéndonos moralmente.
Es claro que no estoy  refiriéndome a la culpa como experiencia emocional, en si mismo. 
Apenas sentir la culpa no determina ninguna transformación. Es precisamente en esta etapa,
 donde la responsabilidad establecerá el punto de ruptura, entre la culpa saludable y la no 
saludable.
 Al lidiar con el sentimiento de culpa, si el individuo asume la responsabilidad sobre sus 
propios actos y actúa verdaderamente como un adulto, sabrá enfrentar de modo maduro, 
las consecuencias de sus actos.
Y en ese caso no se inquietará con los tormentos del remordimiento, lo cual representa un 
grado mas profundo de culpa. La culpa es como una constante insatisfacción y repercute en 
la consciencia, mientras que el remordimiento traduce un estado inquietador, en el alma por
 el error cometido. Es una cuestión de grado.
 Cuando convertimos la culpa en responsabilidad, crecemos psicológicamente. De esto 
resultará la disposición para el heteroperdón (perdonar el otro), bien como para el auto-
perdón (perdonarse), pasos fundamentales para la reparación.
 Por otro lado, la fijación en los cuadros de remordimiento, nos tornará más difícil la revisión
 de los actos, la reflexión madura y la consecuente actitud de responsabilidad ya referida.
Será providencialmente necesario, en ese sentido, vivenciar los resultados del remordimiento
, sus consecuencias, para poder mas tarde liberarnos de tales cobranzas internas y despertar
 nuestro sentido de responsabilidad.
Cuando la culpa domina nuestro interior, estamos delante del remordimiento, lo cual se 
convierte en un verdugo interno, verdugo de nosotros mismos, al producir cuadros mentales
 y emociones descontroladas, que representan la base para otros numerosos problemas y 
trastornos psicológicos.
 La responsabilidad marca, de hecho, una diferencia en la conducta del ser. Ser responsable 
es reconocer humildemente sus faltas y desear sinceramente reparar el mal cometido.
Asumir nuestras responsabilidades es tener el coraje de ser. Es demostrar capacidad de 
actuar con elevación y dignidad, sin escamotear o crear justificaciones no sustentables.
En muchas situaciones entendemos (cuando la culpa es consciente), o sentimos (cuando la 
culpa es inconsciente), que las conductas auto-punitivas generadas y sustentadas por el 
sentimiento de culpa, estarían a servicio de algún “pago” de la deuda moral.
Personas que cometen errores y que se arrepienten, pueden terminar por sé, penarse, 
creyendo en el fondo, que no merecen una vida mejor o una vida feliz.
Si se auto castigan por la consciencia de culpa que les visita. No se permiten recomenzar o 
reparar la falta cometida. La culpa paraliza el individuo en la deletérea inacción, dándole al 
mismo tiempo la falsa idea de rescate o de ajusticiamiento.
No nos levantamos por el dolor vivido en clima de insatisfacción, lamentaciones y revuelta, 
como propone el amigo espiritual Lacordaire en “Bien sufrir y mal sufrir”.
 En una lenguaje de la filosofía existencial, tener responsabilidad, significaría salir de una vida
 banal, no autentica y vulgar, hacia una vida autentica y filosófica, a través de la consciencia 
de los problemas existenciales y de su condición de ser, siendo él, el responsable por todos 
sus actos.
Esta autenticidad se traduce por el coraje de ser, de romper con la banalidad en las 
relaciones humanas y ser lo que se elige ser.
 El pensamiento espirita está basado en la noción de responsabilidad personal por los sus 
propios actos.
 Veamos lo que afirmaran los Espíritus a ese respecto:
 “Disteis al animal el instinto que le traza el límite de lo necesario y él maquinalmente se 
conforma con eso; pero al hombre además de su instinto, le disteis la inteligencia y la razón; 
le disteis también la libertad de observar o infringir aquellas de vuestras leyes que le 
conciernen personalmente, es decir, de escoger entre el bien y el mal, a fin de que tenga el 
mérito y la responsabilidad de sus acciones.”.
 Es necesario considerar que estas nociones de responsabilidad y consciencia de los 
resultados morales de las acciones, van desarrollando en el ser inmortal lentamente, al largo 
de su proceso de evolución espiritual, lo que se reflexiona en el proceso de desenvolvimiento
 psicológico y emocional del ser encarnado.
 Asumida la responsabilidad, ya estamos avanzando en dirección a la reparación.
 Kardec considera tres pasos fundamentales en eses casos: el arrepentimiento, la expiación y 
la reparación. Ese modelo rompe con la visión culturalmente transmitida hasta los días de 
hoy, según la cual debemos temer el mal y  buscar a toda costa el bien.
 Cuantos conflictos neuróticos dominaran nuestro campos de consciencia y emocional, por el
 remordimiento patológico a que nos entregamos por cuenta de uno sistema de valores 
(personal y social compartiendo muchas veces) construido sobre las bases del miedo y de 
culpa!
El modelo propuesto en el pensamiento espirita se nos revela acogedor, humanista y 
moralmente elevado en sus fundamentos.
 Analizando el asunto en “El Cielo y el Infierno"”, Kardec afirma que “el arrepentimiento, a 
pesar de que sea el primer paso para la regeneración, no basta por si solo; son necesarias la 
expiación e la reparación. (...) Arrepentimiento, expiación e reparación constituyen, por lo 
tanto, las tres condiciones necesarias para apagar los trazos de una falta y sus consecuencias”
 (1ª parte, cap. VII, iten 16).
 Apagar los trazos de una falta y sus consecuencias, es tarea para los seres que ya despiertan
 la consciencia hacia otros valores y adoptan por esto mismo, una postura mas realista y 
productiva en la vida.
En algunas tradiciones religiosas, basta si el individuo se arrepiente, para estar exento de las 
responsabilidades sobre los actos cometidos anteriormente. Se entiende que en esos casos, 
el perdón sea una dádiva, una gracia, y no una conquista, algo que resulta del trabajo y del 
esfuerzo.
Kardec esclarece:
“El arrepentimiento suaviza los clavos de la expiación, abriendo la esperanza por el camino 
de la rehabilitación; solo la reparación, sin embargo, puede anular el efecto destruyéndole la 
causa. De lo contrario, el perdón seria una gracia, no una anulación.
Vemos en el trecho de encima, que es la esperanza lo que resulta del arrepentimiento. Siendo
 ese el primer paso, es comprensible que haya por la expiación, sufrimientos físicos y morales,
 aunque todavía precedido por la esperanza.
Es la esperanza, la  que nos da la fuerza necesaria para los avatares que se hacen necesarios, 
a fin de que nuestra consciencia si tranquilice, pasando a la reparación.
De este modo, la visión defendida por el Espiritismo es siempre optimista y esperanzadora, 
por cuanto no se desea “la muerte del impío, sino que él se convierta, y que deje el mal 
camino en que vive”
 Es el propio Codificador quien lo evidencia, cuando considera que “desde que se manifiestan
 los primeros visos de arrepentimiento, Dios nos hace entrever la esperanza”.
 Obsérvese que la esperanza puede resultar, desde los primeros signos de arrepentimiento. 
Esto significa que la expiación y la reparación, podrán ser frutos de la esperanza, al mismo 
tiempo en que ella sustenta las acciones del ser, en la realización de lo que le compete, para 
asumir las consecuencias de sus conductas.
 Ese modo de pensar invierte la lógica del pensamiento judaico-cristiano. Antes se admitía la 
necesidad de sufrir para evolucionar. Aquí si entiende que el sufrimiento es un accidente del 
camino, y no una condición “sin ecuanon” para el desarrollo de las potencialidades del ser.
Sufrimos por nuestras acciones equivocadas y no debido a un impositivo de la Ley de Dios. El
 único impositivo de está, es nuestro crecimiento moral e intelectual, para conquistar nosotros
 mismos, la felicidad plena por la perfección relativa.
 La noción de expiación es tratada con el mismo tono de esperanza y optimismo. Hay 
personas que teniendo altas dosis de conocimiento doctrinario espirita, entienden que la 
expiación es sanción, casi castigo.
Afirmo el codificador que “hasta que los últimos vestigios de la falta desaparezcan, la 
expiación consiste en los sufrimientos físicos y morales que le son consecuentes, sea en la 
vida actual, sea en la vida espiritual pos muerte, o todavía en nueva existencia corporal. 
(item 17 – CI)
No es nuestro planeta un “valle de lágrimas”, implica que la expiación consiste, en realidad, de
 experiencias que terminan por desenvolver nuestra sensibilidad más profunda. Es como el 
proceso de tallado de una piedra preciosa.
Para demostrar nuestra esencia precisamos vivir experiencias de amor, pero cuando delinque-
mos contra el amor, en el conocimiento, el sufrimiento es camino que se nos abre, para el 
desarrollo de nuestra sensibilidad y maduración de nuestro sentido moral delante de la vida. 
Afirmo Kardec que “la reparación consiste en hacer el bien a aquellos a quien se había hecho el 
mal”
Como estamos considerando nuestra jornada evolutiva como un camino de esperanza, 
recordémonos en los momentos difíciles de arrepentimiento y culpa, cuando “nuestro corazón 
nos condena”, de que “Dios es mayor que nuestro corazón, y conoce todas las cosas”
(*) Henrique Fernandes Miembro Expositor de la Asociación Médico-Espírita de Río de 
Janeiro. Miembro Consejero de la Rádio Rio de Janeiro. Maestro en Psicologia, Psicólogo 
y Psicoterapeuta
Traducido por Cassio
 Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta
                                                                                            *******************************
 
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