jueves, 6 de noviembre de 2014

Después de la muerte



Albino Teixeira
VOTO ESPíRITA

El espirita es alguien que asegura a sí mismo ser efectivamente: tan confiado en las Leyes Divinas que jamás se confía a la desesperación, por más agudo que le sea el sufrimiento; tan optimista que nunca pierde el coraje, en las dificultades por las que se ve enfrentado, aguardando lo mejor y haciendo lo mejor que puede en las actividades de cada día; tan diligente que jamás abandona el trabajo, aun cuando ganancias o pérdidas lo induzcan a eso; tan comprensivo que fácilmente descubre los medios de justificar las faltas del prójimo; tan firme en los ideales edificantes que, en ninguna circunstancia, sorprende motivos para caer en desánimo; tan sereno que no se aparta de la paciencia, sean cuales fueren los sucesos desagradables; tan conocedor de sus propias flaquezas que no encuentra oportunidad o inclinación para registrar las flaquezas de los demás; tan estudioso que no pierde la mínima ocasión para la adquisición de nuevos conocimientos; tan realista que no alimenta ninguna ilusión a su propio respeto, aceptándose hoy imperfecto o desajustado, como tal vez sea, pero siempre haciendo el esfuerzo máximo para ser mañana como debe ser; tan entusiasmado ante la Creación y la Vida Eterna que jamás permite vengan dificultades o pruebas a solaparle la alegría de vivir o obscurecerle el don de servir.
El espirita, en fin es alguien consciente de que Dios está al lado de todos, pero procura afirmarse, sentir, pensar y actuar incesantemente, al lado de Dios.
Albino Teixeira

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GOCES DE LOS BIENES DE LA TIERRA

Mercedes Cruz Reyes

¿Tienen derecho todos los hombres a usar de los bienes  de la tierra’? (Pregunta 711 del libro de los Espíritus); la respuesta de los espíritus es:

Este derecho es consecuencia de la necesidad de vivir. Dios no puede haber impuesto un deber sin haber dado al hombre los medios de cumplirlos.

Para excitar al hombre al cumplimiento de su misión y para probarle con la tentación Dios ha dado atractivos a los goces de los bienes materiales.

Esta tentación tiene el objeto de desarrollar su razón que debe preservarle de los excesos. Si el hombre no hubiese sido excitado al uso de los bienes de la tierra más que con la mira de su utilidad, su indiferencia hubiera podido comprometer la armonía del universo.

Dios le ha dado el atractivo del placer que le solicita al cumplimiento de las miras de la Providencia. Pero por este mismo atractivo, Dios ha querido, además, probarle con la tentación que le arrastra al abuso, de que su razón ha de preservarle.

Los goces tienen límites fijados por la Naturaleza para indicarnos él límite de lo necesario, el hombre con sus excesos llega a la saciedad y ellos mismos se castigan.

El hombre que busca en los excesos de todas clases un refinamiento de los goces se hace inferior al bruto; porque este sabe limitarse a la satisfacción de la necesidad. Reniega de la razón que Dios le ha dado por guía, y mientras mayores son sus excesos, más impera en su naturaleza la animalidad que la espiritualidad. Dios ha dado a todos los seres vivientes el instinto de la conservación para concurrir a las miras de la Providencia y por esto Dios les ha dado la necesidad de vivir.

La vida, además, es necesaria para el perfeccionamiento de todos los seres, estos lo sienten instintivamente sin darse cuenta de ello.

Dios ha proporcionado siempre los medios para vivir, de hecho la tierra produce lo que es necesario a todos sus habitantes; solo lo necesario es  útil, lo superfluo no lo es nunca.
El hombre ingrato descuida la tierra, por eso esta no produce lo bastante, y con frecuencia acusamos a la Naturaleza de lo que es efecto de la imprevisión.

La tierra produciría siempre lo necesario, cuando el hombre supiese contentarse con ello.

Si no abastece a todas las necesidades, es porque el hombre emplea en lo superfluo lo que podría darse a lo necesario.

El árabe del desierto, siempre  encuentra con que vivir; porque no se crea necesidades ficticias; pero cuando la mitad de los productos se malbaratan en satisfacer caprichos no es extraño que al día siguiente no se encuentre nada, sin razón, se quejara cuando se encuentre despropósito en tiempo de escasez.

La Naturaleza, por tanto, no es imprevisora. El suelo es el origen primero de donde emanan todos los otros recursos y bienes de la tierra que son todos aquellos de que el hombre puede gozar en este mundo.

A ciertos individuos les faltan los medios de subsistencia, a pesar de estar rodeados de abundancia, esto es debido al egoísmo de los hombres que no siempre hacen lo que deben.

Buscad y encontrareis; estas palabras no quieren decir que basta mirar al suelo para encontrar lo que se desea sino que hemos de buscar con ardor y perseverancia, sin desanimarse, no con malicie ante los obstáculos que con mucha frecuencia, son medios de poner a prueba nuestra constancia, paciencia y firmeza.

La infelicidad de muchos consiste en que van por un camino que no es el que les ha trazado la Naturaleza, y entonces es cuando les falta inteligencia para llegar al término. Todos tenemos un lugar, pero con la condición de que cada uno ocupe el suyo y no el de otros. La Naturaleza no puede ser responsable de los vicios, de la organización social, de la ambición y del amor propio.

La civilización multiplica día a día las necesidades, los orígenes del trabajo y los medios de vivir pero mucho le queda aun por hacer. Cuando el hombre haya redondeado su obra nadie podrá decir que carece de lo necesario a no ser por culpa suya.

El prudente conoce él límite de lo necesario por intuición y muchos por experiencias adquiridas a sus espesas. El hombre es insaciable. La Naturaleza ha trazado él límite de sus necesidades por medio de su propia organización; pero los vicios han alterado su constitución y le han creado necesidades que no son reales.

Todos los que amontonan bienes terrestres para conseguir los superfluos en perjuicio de los que carecen de lo necesario, desconocen la ley de Dios y un día habrán de responder de las privaciones que hayan hecho sufrir. Él limite de lo necesario y de lo superfluo nada tiene de absoluto.

La civilización ha creado necesidades de que carece el salvaje, y los espíritus que han dictado estos preceptos no pretenden que el hombre civilizado deba vivir como el salvaje. La civilización desarrolla el sentido moral, y al mismo tiempo el sentimiento de caridad que induce a los hombres a prestarse mutuo apoyo. Los que viven a expensas de las privaciones de los otros, explotando en provecho suyo los beneficios de la civilización, no tienen de está más que un barniz, como hay gentes que de la religión sola tienen el antifaz.

La ley de conservación obliga a atender a las necesidades del cuerpo, pues sin fuerza y salud es imposible trabajar. El bienestar es un deseo Natural en el hombre y Dios no prohibe más que el abuso, éste es contrario a la conservación. No mira como un crimen el que se busque el bienestar si no es adquirida a expensas de otro, y si no ha contribuido a mermar las fuerzas morales y físicas.

La riqueza es una prueba muy resbaladiza, más peligrosa que la miseria por sus consecuencias, por las tentaciones que da y la fascinación que ejerce; es el supremo excitante del orgullo, del egoísmo y de la vida sensual; es el lazo más poderoso que une al hombre a la tierra y que desvía sus pensamientos del cielo, se ve muchas veces que el que pasa de la miseria a la fortuna olvida muy pronto su primera posición, a los que la compartían y a los que le han ayudado, y se vuelve insensible, egoísta y vano.

Si la riqueza es el origen de muchos males, de malas pasiones y de muchos crímenes no debe culparse a la cosa, sino al hombre que abusa de ella, como abusa de todos los dones de Dios; con el abuso hace pernicioso lo que podría serle más útil, lo cual es consecuencia del estado de inferioridad del mundo terrestre.

El hombre tiene por misión trabajar para la mejoría material del globo; debe desbravarlo, sanearlo, y disponerlo para que un día reciba toda la población que corresponde a su extensión; y para eso es preciso aumentar la producción; si la producción de una comarca es insuficiente, es necesario buscarla más lejos. Por esto mismo las relaciones de pueblo a pueblo se hacen necesarias y para hacerlas más fáciles  es necesario destruir los obstáculos materiales que los separan y hacer las comunicaciones más rápidas.

Siendo la riqueza el primer medio de ejecución, sin ella no habría grandes trabajos, no habría actividad, no habría estimulante, no habría pesquisas. Con razón, pues, está considerada como un elemento de progreso.

Los hombres no son igualmente ricos; porque no son igualmente inteligentes, activos y laboriosos para adquirir, ni sobrios y previsores para conservar. Está demostrado matemáticamente que la fortuna, igualmente repartida, daría a cada uno una parte mínima e insuficiente y que hecha esta repartición el equilibrio se rompería en poco tiempo por  la diversidad de caracteres y de aptitudes.

Teniendo cada uno apenas lo necesario para vivir el resultado seria: el agotamiento de todos los grandes trabajos que concurren al progreso y al bienestar de la Humanidad; suponiendo que se diese a cada uno lo necesario, no habría ya el aguijón que empuja a los grandes descubrimientos y a las empresas útiles.

Si Dios la concentra en ciertos puntos es para que desde allí se esparza en cantidad suficiente, según las necesidades.  Muchos se preguntan porque Dios la da a personas incapaces de hacerla fructificar para el bien de todos?. Esta es una prueba de la sabiduría y de la bondad de Dios. Con el libre albedrío el hombre en su experiencia aprende a diferenciar el bien del mal;  de la practica del bien es resultado de sus esfuerzos y voluntad.

No debe ser conducido fatalmente ni al bien, ni al mal pues sin esto sólo seria un instrumento pasivo e irresponsable como los animales. La fortuna es un medio para proveerle moralmente, es un poderoso medio de acción para el progreso, no quiere que quede por mucho tiempo  improductivo, y por esto la cambia de puesto incesantemente.

Cada uno debe poseerla para ensayarse a servirse de ella y probar el uso que de la misma sabe hacer, como, hay la imposibilidad material de que todos la tengan a un mismo tiempo y como si todos la poseyesen, nadie trabajaría y el mejoramiento del globo  sufriría las consecuencias, cada uno la posee a su vez; el que hoy no la tiene, la tuvo ya o la tendrá en otra existencia, y el que la tiene ahora podrá no tenerla mañana.

Hay ricos y pobres, la pobreza es para la una la prueba de la paciencia y de la resignación y la riqueza es para los otros la prueba de la caridad y de la abnegación. El origen del mal está en el egoísmo y en el orgullo; los abusos de toda naturaleza cesaran por si mismos cuando los hombres se sometan a la ley de la caridad.

El hombre nada puede llevarse al otro mundo de lo que posee materialmente y si se lleva todo lo que es para el alma. Al llegar al otro mundo su colocación esta subordinada a su haber, pero no se paga con oro.  No se le tomará cuenta del valor de sus bienes ni de sus títulos, sino de la suma de sus virtudes. No se puede servir a Dios y a Mamón, si pues se siente el alma dominada por la codicia de la carne, deberá darse prisa en sacudir el yugo que la abruma, por que Dios, justo y severo dirá ¡ ¿qué has hecho ecónomo infiel, de los bienes que te he confiado?

¿Cuál es, pues, el mejor empleo de la fortuna? La solución de este problema está en “ Amaos los unos a los otros “ el que animado ama a su prójimo tiene trazada una línea de conducta y su caridad no es fría y egoísta, no reparte a su alrededor lo superfluo de una existencia dorada, sino esa caridad llena de amor que busca a la desdicha y la levanta sin humillarla.

El rico ha de dar además de lo superfluo más aun, ha de dar un poco de lo que le es necesario. No rechacemos el llanto por temor de ser engañado hay que buscar el origen del mal, consolar primero informarse después y mirar si el trabajo, los consejos, el mismo afecto, serán  más  eficaces que la limosna. Difundamos a nuestro alrededor con la caridad, el amor a Dios, el amor al trabajo el amor al prójimo.

La vida es un instante, damos mucha importancia al bienestar de ese instante y descuidamos la estancia en la vida eterna, la verdadera vida la del Espíritu. Muchos se sacrifican día y noche para obtener vienes perecederos y se van vacíos de valores morales que les sirven en el más aya para su paz y confort espiritual, lejos de desligarse del mundo material, se adhieren aun muertos más a el, por el apego a esos vienes materiales que en la mayoría de los casos van a parar a manos extrañas que los destruyen, siendo en el más aya la tortura para sus dueños que quieren llevarse el fruto de un trabajo de sacrificio y abnegación, son muchos los que se esfuerzan en seguir guardándolos creyendo que aun les pertenecen y que pueden hacerlo. Mas tarde cuando logran despertar de esa pesadilla, se lamentan de su equivocación, de su mal dirigida vida fascinados en la lucha por esos vienes y lamentan su tiempo perdido y las consecuencias de esa labor estéril, muchos llenos de débitos, se resienten hasta de crímenes por obtener o defender lo que según ellos les pertenecía.

Su amor a los vienes terrestre es una de las mayores trabas para su adelantamiento moral y espiritual, por poseer esos vienes rompieron sus facultades afectivas, concentrándose solo en esos vienes materiales. Su satisfacción muy natural por obtener la fortuna y que Dios aprueba se convirtió en una pasión que absorbió todos los otros sentimientos y paralizó los impulsos del corazón la sórdida avaricia, la prodigalidad exagerada  son los agentes de esos infortunados que olvidaron las leyes de Dios, que anima a los hombres poderosos a dar sin ostentación para que los pobres reciban sin bajezas.

El hombre nunca debe olvidar, y es que todo viene de Dios y todo vuelve a Dios. Nada le pertenece en la tierra, ni siquiera su pobre cuerpo, somos depositarios y no propietarios; Dios nos ha prestado y debemos devolvérselo, y lo que nos presta es con la condición de que al menos lo superfluo ha de ir a parar a los que no tienen lo necesario

El hombre que tiene apego a los bienes de la tierra es como el niño que solo ve el momento presente. El instinto de propiedad ha provocado grandes revoluciones, ensangrentado a los pueblos. Hay hombres inquietos por las posesiones materiales y es porque el hombre aun no ha aprendido a poseer, toda conquista humana el alma debería aprovecharla, como fuerza de elevación.

El hombre ganara su santidad, cuando comprenda que solo posee verdaderamente aquello que se encuentra dentro de él, en el contenido espiritual de su vida, todo lo que se relaciona con el exterior como puede ser; criaturas, paisajes y vienes transitorios, pertenecen a Dios que nos los concederá dé acuerdo con nuestros méritos.

El salvador nos dijo: Mi reino no es de este mundo. El Señor no ordena que uno se despoje de lo que posee, para  reducirnos a la mendicidad voluntaria, porque vendríamos a ser una carga para la sociedad, esto seria descargarnos de la responsabilidad que la fortuna hace pesar sobre el que la posee.

 El rico tiene, pues, una misión que puede hacer agradable y provechosa para él; desechar la fortuna cuando Dios se la da, es renunciar al beneficio del bien que puede hacerse administrándola  con prudencia. Saber emplear útilmente cuando se tiene, saberla sacrificar cuando sea necesario, es obrar según las miras del Señor.

Los espíritus nos dicen: “Sabeos  contentar con poco “Si sois pobres, no envidiéis a los ricos porque la fortuna no es necesaria para la felicidad, si sois ricos no olvidéis que estos vienen se os han confiado y que deberéis justificar su empleo como en una cuenta de tutela. No seáis depositarios infieles haciéndolos servir para la satisfacción de vuestro orgullo y de vuestra sensualidad, no os creáis con el derecho de disponer únicamente para vosotros, de lo que solo es un préstamo, y no un donativo.

 Si no sabéis devolver, no tenéis el derecho de pedir, y acordaos que el que da a los pobres paga la deuda que ha contraído con Dios. Jesús prometio a los humildes y a los pequeños la entrada en el reino celestial, la riqueza y el poder engendran con demasiada frecuencia la soberbia, en cambio una vida laboriosa y oscura es el elemento más seguro para el progreso moral.

En la tarea diaria, las tentaciones los deseos y los apetitos malsanos asedian menos al trabajador, el se puede entregar a la meditación y desarrollar su conciencia. El hombre de mundo por el contrario, es absorbido por las ocupaciones frívolas, por la especulación  o por el placer.

La riqueza nos ata a la tierra con lazos tan numerosos y tan íntimos que rara vez consigue la muerte romperlos y librarnos de ellos. Del amor a los vienes materiales  nace la envidia el que la posee, puede despedirse de todo reposo, su vida se convierte en un perpetuo tormento. Los éxitos, la opulencia del prójimo despierta en él ardientes codicias y una fiebre de posesión que le consumen.

El hombre debe ser dueño de su fortuna y no su excavo, deberá mostrarse superior a ella siendo desinteresado y generoso. Cuando no sé esta suficientemente armado para las seducciones de la riqueza, se deberá el Espíritu apartarse de esa prueba peligrosa y buscar una vida sencilla, lejos de los vértigos de la fortuna y de la grandeza, si ocupan un puesto elevado no deberá regocijarse por ello, porque su responsabilidad y sus deberes serán mucho más extensos.
Si es colocado  en la categoría inferior de la sociedad, que no se avergüence nunca de ello. El papel de los humildes es el más meritorio. El pobre debe ser sagrado para todos, pues pobre fue como Jesús quiso nacer y morir.

El trabajo, las privaciones y el sufrimiento desarrollan las fuerzas viriles, del alma, la prosperidad las aminora. La pobreza nos enseña a compadecernos de los males de los demás, haciéndonos conocerlos mejor, nos une a todos los que sufre; da valor a mil cosas hacia las cuales son indiferentes los dichosos.

Los que no han conocido sus lecciones ignoran siempre uno de los aspectos más conmovedores de la vida. No envidiemos a los ricos, cuyo esplendor aparente oculta tantas miserias morales. No olvidemos que bajo el silicio de la pobreza se esconden las virtudes más sublimes, la abnegación y el Espíritu de sacrificio. No olvidemos tampoco que con las labores y la sangre, con la inmolación continua de los humildes viven las sociedades, se defienden se renuevan.

El más grande en la tierra puede convertirse en uno de los últimos en el espacio y el mendigo puede vestirse un traje resplandeciente. Jesús vino no para que poseamos facilidades efímeras sino para que seamos poseídos por las riquezas imperecibles, no para que nos rodeemos de favores externos, y si, para concentrar en nosotros las adquisiciones definitivas.

No nos visito el Cristo, como el donador de beneficios vulgares. Vino a ligarnos la lampara del corazón a la usina del Amor a Dios convirtiéndonos en luces inextinguibles. El dinero no significa un mal. El apóstol de los gentiles nos esclarece que el amor al dinero es la raíz de toda especie de males.

El hombre no puede ser condenado por sus expresiones financieras, más si, por el mal uso de semejantes recursos materiales, es por la obsesión de poseer que el orgullo y la ociosidad, dos fantasmas del infortunio humano se instalan en las almas, abrigándolas a los desvíos de la luz eterna.

El dinero que te viene a las manos, por los caminos rectos, que solo tu conciencia puede analizar a la claridad divina, es un amigo que busca tu orientación saludable y el consejo humanitario. Responderemos ante Dios, por las directrices que le diéramos y ¡hay de nosotros si materializamos esa fuerza benéfica en el sombrío edificio de la iniquidad!

Muchas son las madres que abandonan sus hogares dejándolos en manos desconocidas durante muchas horas del día, con el fin de experimentar la mina lucrativa, convirtiendo la marcha evolutiva en corriente inquietante. La verdad aguarda al hombre e interroga ¿qué trajisteis?.

El infeliz responderá que reunió ventajas materiales que se esforzó por asegurar la posición tranquila de sí mismo y de los suyos.  Y examinando el equipaje, se verifica, casi siempre qué las victorias son derrotas fragosas. No son valores del alma, ni tienen el sello de los bienes eternos.

El viajero mira hacia atrás y siente frío. La conciencia inquieta se llena de nubes y la voz del evangelio le suena a los oídos.

. ! Pobre de ti, porque tus lucros fueron pérdidas desastrosas ¡ Y lo que tienes amontonado ¿ para quien será?

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DESPUÉS DE LA MUERTE

Libre el Espíritu del pesado fardo del cuerpo físico, la mente es la fuerza motora que le mueve, y le mueve con la rapidez del pensamiento. A donde dirija su pensamiento, allí se traslada instantáneamente con su envoltura o psicosoma; donde tenga su pensamiento o deseo, allí se halla. Los avaros, los coleccionistas, por ejemplo, luego de desencarnados, quedan automáticamente imantados a aquello que les fascinaba, al objeto de sus excentricidades, de sus aficiones.
Necesario es aclarar que, esto tiene múltiples facetas, como múltiples son las diversas condiciones intelectuales y morales de los humanos.
Y ahora, vienen estas preguntas, tremendas: ¿Ha utilizado esa vida para el progreso del Espíritu? ¿Ha sido útil a sus semejantes? ¿Ha sido su vida guiada por la «voz de la Conciencia«, o la ha ahogado para seguir en el camino de la «dolce vita», o dominado por el egoísmo y pasiones ha sido causa de dolor a sus semejantes?
Aquí, comienza a actuar el otro aspecto de la Ley de Consecuencias o de causa y efecto. Cuando se llega a esta fase de la Vida Una, cuando el «difunto» se da cuenta de su situación, de su realidad existencial, y se ve a sí mismo tal cual como antes era, se produce el fenómeno inverso de cuando encarnó: el alma (facultad sensitiva y emotiva) y la mente (facultad intelectiva, volitiva, raciocinativa), comienza a vibrar con mayor intensidad (ya que la materia orgánica actúa como reductor, por ser de vibración más lenta); y del fondo inconsciente comienzan a aflorar todos los detalles de la vida recién terminada. Entonces, toma conciencia del daño que haya hecho o deseado hacer y sufre intensamente; a menos que sea el tipo bestial, bruto, con una conciencia incipiente, poco desarrollada todavía, que continuará lo mismo, hasta su despertar. Asimismo, toda acción de bien, es motivo de felicidad en el grado del bien realizado.
La vulgar creencia de que va a encontrarse ante el tribunal de Dios, debe ser descartada como irreal. No obstante, cierto es que habrá de encontrarse ante el «tribunal» de su propia Conciencia (juez inexorable) pues, libre de la prisión y presión de la carne, que adquiere una mayor fuerza de manifestación. Y ante su vista se presentan en cuadros fluídicos y en movimiento (tal cual acontecieron) sus principales acciones, al igual que vemos en un cinema, y de los cuales no puede huir, no puede librarse, porque están grabados en su propia naturaleza psíquica, en su mente que se torna más lúcida, así como grabados también en los planos mental y emocional del éter cósmico. Y al recordarlos, son actualizados por sintonía. En muchos de los casos, surgen también (en cuadros fluídicos) algunas de sus vidas pasadas, a fin de que pueda apreciar el motivo y por qué de las vicisitudes en ésa su última existencia terrena.
Cuando se llega a este punto, comienza a recogerse la cosecha de la siembra. La siembra, es voluntaria; pero, la cosecha es obligatoria.
Si sembramos dolor, eso mismo recogeremos. Si sembramos amor, en la práctica del bien, la felicidad será la cosecha.
Las oraciones —dicen algunos— liberan de las penas y sufrimientos a las almas.
¡Cuan engañados viven quienes mantienen tal creencia!
Pues, si así fuese, aquellas almas que no dejan parientes ni amigos que oren por ellas, no tendrían las mismas posibilidades, lo cual no sería de verdadera justicia. Y por otra parte, aquellos que dispusieron de dinero, podrían pagar oraciones para cuando su alma desencarne, lo que equivaldría a comprar con dinero el progreso del alma (¡……!).
Además de ilógico, sería injusto.
Todo ser es responsable de sus actos ante la Ley Divina. Y LA LEY DIVINA, QUE ES SABIDURÍA Y AMOR, DA A CADA CUAL EXACTAMENTE LO QUE CADA CUAL MERECE.
¡No nos engañemos con espejismos!
La oración sincera, salida del alma con todo amor (y solamente así) es una vibración magnética que llega al alma desencarnada a la cual va dirigida y le produce una sensación de alivio, si sufre, y de alegría al apreciar que sus seres queridos le recuerdan con cariño. E importante también es, elevar el pensamiento a Lo Alto, pidiendo con verdadero amor sentido, ayuda para ese ser, a fin de que sea guiado en la nueva modalidad de vida.
La Ley de Consecuencias está inmanente en la propia naturaleza psíquica y espiritual de todo ser. Toda acción, tiene su reacción. Toda deuda, ha de ser saldada. Toda trasgresión a la Ley Divina del Amor, quiebra el equilibrio, y cuyo equilibrio tiene que ser restaurado por el mismo trasgresor. Esa es la ley, y lo demás son pamplinas.
CREENCIA EN EL DESCANSO ETERNO.—El concepto del «descanso eterno», creencia bastante generalizada por desventura, puede haber sido establecida en el pasado por la imaginación del hombre, al sentir la necesidad del descanso después de una vida de sufrimientos y trabajos penosos, como era en pasados siglos.
De ahí, esa frase tan común que oímos, cuando asistimos a algún sepelio: ¡por fin, descansa! Frase que puede haber surgido también de una apreciación errónea, al ver el cuerpo rígido del difunto.
¡Nada más incierto! Porque, al salir el cuerpo espiritual que animaba ese cuerpo físico, ahora inerte, el primero sigue sintiendo, sigue pensando; sigue viviendo, aunque en otra dimensión. No así el segundo, como unidad.
Y como la vida es energía y ésta en movimiento, el descanso tal como algunos lo entienden, no existe en el Más Allá, y menos eterno.
Existen sí, moradas etéreas (porque el cuerpo espiritual es también de sustancia etérea) tan o más reales que las de nuestro plano físico; a las que son llevadas aquellas almas buenas que han sufrido y aquéllas que han practicado el bien, y cuya belleza y felicidad están en relación a la sensibilidad de esas almas y a sus obras de amor fraterno.
Y en esos ambientes de belleza y dicha inenarrables, en esa otra vida del Espíritu, existe una actividad plena. Mas, esa actividad es totalmente voluntaria, donde las almas buenas, vibrando en amor fraterno, continúan practicando el bien, mediante ayudas a sus seres queridos que permanecen en la Tierra, y contribuyendo en obras de progreso a otros seres. Pero, también las almas poco evolucionadas, y las ruines y cargadas de odios, continúan apegadas aquí al plano físico, perturbando a aquellas personas con las cuales están unidas por los lazos del odio. Aun cuando no sea percibido por nuestros sentidos físicos, esta actividad es tan real, cual la nuestra humana.
Sebastián de Arauco.

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