Es muy natural, hoy en día, la discusión acerca del aborto. Un asunto como ese no podría merecer menor atención de las personas, por la seriedad con que se presenta.
Cuando tratamos de esas cuestiones, podríamos ir un poco más hondo en nuestro raciocinio, preguntándonos si, en algún momento de nuestras vidas, ya no cometimos algún tipo de aborto.
Tal vez la primera respuesta que nos venga a la mente es la de que nunca cometimos un aborto. Por lo menos, no en lo que se refiere a la interrupción de la gestación de un cuerpo.
Mas si pensaramos de forma más amplia, podríamos decir que provocamos un aborto toda vez que, por un motivo u otro, impedimos que buenas ideas se manifiesten.
Cuando impedimos que una persona exprese sus sentimientos, sus opiniones.
O si no contribuimos con lo que tenemos de bueno para alguien, estamos abortando las oportunidades que las situaciones nos ofrecen.
Si pensamos bien, esos hechos ocurren con frecuencia en nuestras vidas.
Si estamos quitando ideas, reprimiendo hechos, matando buenos pensamientos, estamos provocando el aborto de buenas cosas.
Cuando, en el hogar, no permitimos que las ideas de los demás familiares sean expresadas; cuando no permitimos que un hijo o hermano nos cuente algún hecho; cuando no damos la debida atención a sus conversaciones, podemos estar cometiendo un aborto de los más serios, porque impedimos que el ingenio, el interés, la confianza de la criatura se manifieste.
Tal vez esos hechos no nos parezcan importantes, pero si no colaboramos para el buen entendimiento familiar, a través del dialogo, valorando las buenas ideas, las opiniones, estamos andando por las vías del egoísmo, practicando el aborto de las oportunidades de crecimiento y armonía.
Debemos meditar acerca del asunto, y examinar si no estamos cometiendo muchos abortos de ese tipo.
Las buenas ideas, las grandes realizaciones siempre exigieron un tiempo para acontecer, un tiempo que se hace natural para que las cosas maduren y vengan a fructificar en el tiempo adecuado.
Es así como se da con la formación de la vida física, que requiere un tiempo determinado para que el cuerpo se forme y pueda salir a la Luz.
Dé una oportunidad a las buenas ideas, a las opiniones constructivas, para que la vida se haga con las buenas realizaciones de cada día, en la construcción conjunta de un futuro mejor, como hace Dios, que nos renueva cada día la certeza de que vivir es para siempre.
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Amar al prójimo como a sí mismo, es hacer por los otros lo que nos gustaría que los otros hiciesen por nosotros, es la expresión máxima de la caridad, porque resume todos los deberes del hombre con el prójimo.
No podemos encontrar guía más seguro para tal respecto que de lo que hacer al prójimo aquello que deseamos para nosotros.
Cuando permitamos y respetemos el espacio de las personas que conviven con nosotros. Oyendo con atención sus ideas y respetando sus opiniones, estamos en el rumbo cierto para la destrucción del egoísmo.
¡Piense en eso!
Redacción de Momento Espirita
Además de la familia consanguínea, tenemos un equipo espiritual al que nos imantamos por los más fuertes lazos del corazón.
Nadie odia sin haber amado profundamente y nadie experimenta animosidad sin haber conocido antes la bendición de la simpatía.
Por eso mismo, los desafectos constituyen también fuerzas de nuestro conjunto, que no podemos eliminar y por esa razón es que el santuario doméstico o la oficina de trabajo, son siempre preciosos educadores en donde sombras y luces se mezclan para nosotros como hojas y flores.
Aprendamos con Jesús a usar la química del amor, en la intimidad de nuestros pensamientos, practicando cada día, pequeños ejercicios de tolerancia,si nos proponemos efectivamente abrirnos a la fraternidad que nos arrojará a las gloriosas cimas de la vida.
Reconozcamos que todos los obstáculos son medidas de nuestra fe y que todos los dolores son oportunidades valiosas a nuestro agradecimiento y, fortaleciendo el cariño donde ya existía la confianza y exaltando la plantación de bondad donde aún repuntan los espinares de la aversión, sepamos vivir con el amor
que Cristo nos enseñó, en la certeza de que nuestros mínimos actos de renuncia y ternura, de entendimiento y gentileza, de auxilio y generosidad, representan decisivo esfuerzo de nuestra alma, no solo en nuestra elevación, sino también en el levantamiento salvador de nuestro grupo entero.
(Texto de Emmanuel através de la Psicografia de Francisco Cândido Xavier.
Aportado por
Alexandra Albergaria ***************************
Com-pasión
Muchas personas se han extrañado de que haya escrito en esta columna que “sin compasión (en el sentido budista) no se combate el hambre”. ¿Por qué "en el sentido budista"? Porque compasión, en el sentido común, posee una connotación despectiva: es sentir pena por el otro, sentimiento que lo rebaja, pues ve en él el hambre de pan sin ver también el hambre de belleza.
Podríamos entender la com-pasión en el sentido del cristianismo originario, sentido altamente positivo, que es tener miseri-cor-dia, es decir, un corazón (cor) capaz de sentir a los míseros y salir de sí para socorrerlos. Actitud que la misma palabra com-pasión sugiere: tener pasión con el otro, sufrir con él, alegrarse con él, andar el camino con él. Pero esta acepción no prosperó. Predominó la otra, moralista y menor, de quien mira de arriba abajo y echa una limosna en la mano del sufridor.
Sin embargo, la concepción budista de la compasión es diferente. Tiene que ver con la pregunta básica de la que nace el budismo: ¿cuál es el camino que nos libera del sufrimiento? La respuesta de Buda es: "por la com-pasión, por la infinita com-pasión". En la actualización del Dalai Lama: "ayuda a los otros siempre que puedas, pero si no puedes, jamás los perjudiques " (O Dalai Lama fala de Jesus, Fisus 1999, p. 214). Como podemos ver, Buda coincide en esto con Jesús.
La "gran com-pasión" (karuna en sánscrito) implica dos actitudes: desapego de todas las cosas y cuidado con todas las cosas. Por el desapego renunciamos a poseerlas y aprendemos a respetarlas en su alteridad y diferencia. Por el cuidado nos acercamos a las cosas para entrar en comunión con ellas, responsabilizarnos por su bienestar y socorrerlas en su sufrimiento. Es un comportamiento solidario que nada tiene que ver con la pena y la mera asistencia. Para el budista el nivel de desapego revela el grado de libertad y de madurez que poseo; y cuánta benevolencia y responsabilidad tengo con todas las cosas, el nivel de cuidado. La com-pasión engloba las dos dimensiones. Exige, pues, libertad, altruismo y amor.
La com-pasión no conoce límites. El ideal budista es el bodhisattva, aquella persona que lleva tan lejos el ideal de la com-pasión que se dispone a renunciar al nirvana y acepta incluso pasar por un número infinito de vidas sólo para poder ayudar a los otros en su sufrimiento. Ese altruismo se expresa en la oración del bodhisattva: " Mientras dure el tiempo, persista el espacio y haya personas que sufren, quiero también durar yo para liberarlas del sufrimiento.” La cultura tibetana expresa ese ideal a través de la figura del Buda de los mil brazos y de los mil ojos. Con ellos puede, com-pasivo, atender a un número ilimitado de personas.
Partiendo de esta comprensión, se entiende que sin com-pasión no se puede combatir eficazmente el hambre. Hay que acoger al pobre como lo que es, como un sufridor. Y simultáneamente cuidar de él como un co-igual.
La com-pasión en el sentido budista nos enseña también cómo debe ser nuestra relación con la naturaleza: primero, respetar su alteridad; después, cuidar de ella. Y sólo entonces usarla, en la medida justa, para nuestro provecho.
A la "guerra infinita" de la demencia actual, debemos oponer la "com-pasión infinita" de la sabiduría budista. ¿Utopía? Sí, pero es la mejor manera de mostrar nuestra verdadera humanidad, hecha de com-pasión y de cuidado.
Leonardo Boff
( Aportado por Cassio López )
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