sábado, 7 de diciembre de 2013

Historia de la civilización a la luz del Espiritismo

                                       

LAS GRANDES RELIGIONES DEL PASADO Y LAS
 PRIMERAS ORGANIZACIONES RELIGIOSA
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Las primeras organizaciones religiosas de la Tierra han tenido, naturalmente, su origen entre los pueblos primitivos de Oriente, a los que enviaba Jesús, periódica-mente, a Sus mensajeros y misioneros.
Dada la ausencia de escritura, en aquellas lejanas épocas, todas las tradiciones se transmitían de generación en generación, a través de las palabras. Aunque, con la cooperación de los desterrados del sistema de Capela, recibieron sus primeros impulsos los rudimentos de las artes gráficas, comenzando a florecer una nueva era de cono-cimiento espiritual, en el campo de las concepciones religiosas. Los Vedas, que cuentan con más de seis mil años, ya nos hablan de la sabiduría de los “sastras”, o grandes maestros de las ciencias hindúes, que les antecedieron en dos mil años, aproximada-mente, en las márgenes de los ríos sagrados de la India. Se puede observar, pues, que la idea religiosa, nació con la propia humanidad, constituyendo el aliciente de todos sus esfuerzos y realizaciones en el plano terrestre.

LAS RAZAS ADAMICAS
No podemos, sin embargo, olvidar que Jesús había reunido en los espacios infinitos a los seres proscritos que se habían exiliado en la Tierra, antes de su reencarnación general en los alrededores de las planicies de Irán y Pamir. Obedeciendo las determinaciones superiores del mundo espiritual, nunca habían podido olvidar la palabra salvadora del Mesías y sus divinas promesas. Las bellezas del espacio, aliadas al paisaje maravilloso del plano que habían sido obligados a abandonar, vivían en el centro de sus recuerdos más queridos. Las exhortaciones confortantes de Cristo, en las vísperas de su dolorosa inmersión en los fluidos pesados del planeta terrestre, cantaba en su interior los más hermosos himnos de alegría y esperanza.
Por eso aquellas civilizaciones antiguas poseían más fe, situando la intuición divina por encima de la razón puramente humana. La creencia, como íntima y sagrada adquisición de sus almas, era la fuerza motora de todas las realizaciones, y todos los exilia-dos, con el más santo entusiasmo en su corazón, habían hablado de Él y de Su infinita misericordia. Sus voces llenan todo el ámbito de las civilizaciones que habían pasado por los siglos sin fin, y presentado con mil nombres, según las épocas, el Cordero de Dios fue guardado en la comprensión y memoria del mundo, con todos Sus rasgos divinos y, además, como la propia cara de Dios, según las modalidades de los misterios religiosos.

LA GÉNESIS DE LAS CREENCIAS RELIGIOSAS
La génesis de todas las religiones de la humanidad tiene sus orígenes en Su corazón augusto y misericordioso. No queremos, con nuestra exposición, divinizar, dogmática-mente, la figura luminosa de Cristo, y sí aclarar Su gloriosa ascendencia en la direc-ción del orbe terrestre, ya que cada mundo, como cada familia, tiene su responsable supremo, ante la justicia y sabiduría del Creador.
Sería un craso error considerar bárbaros y paganos a los pueblos terrestres que todavía no han conocido directamente las enseñanzas sublimes de Su Evangelio de redención, ya que Su desvelada asistencia acompañó, como acompaña en todo tiempo, la evolución de las criaturas en todas las latitudes del orbe. La historia de China, Persia, Egipto, la India, los árabes, israelitas, celtas, griegos y romanos, está iluminada por la luz de sus poderosos emisarios. Y muchos de ellos, también lo hicieron, en cumplimiento de sus grandes y benditos deberes, que fueron tenidos por Él mismo, en reencarnaciones sucesivas y periódicas de Su divinizado amor. En el Manava-Darma, encontramos las enseñanzas de Cristo, en la China, en Fo-Hi, Lao-Tsé y Confucio. En las creencias del Tibet, está la personalidad de Buda y en el Pentateuco encontramos a Moisés. En el Corán tenemos a Mahoma. Cada raza recibió Sus instructores, como si fueran Él mismo, viniendo del resplandor de Su gloria divina.
Todas ellas, conociendo intuitivamente la palabra de las profecías, han archivado la historia de Sus enviados, en los moldes de Su venida futura, en virtud de los recuerdos latentes que habían guardado en el corazón, desde Su palabra en los espacios, llena de esclarecimiento y amor.

LA UNIDAD SUSTANCIAL DE LAS RELIGIONES
La verdad es que todos los libros y tradiciones religiosas de la antigüedad guardan, entre sí, la más estrecha unidad sustancial. Las revelaciones evolucionan en una esfera gradual de conocimiento. Todas se refieren al Dios impersonal, que es la esencia de la vida de todo el universo, y en el tradicionalismo de todas palpita la visión sublime de Cristo, esperado en todos los puntos del globo.
Los diversos pueblos del mundo traían de muy lejos sus conceptos y esperanzas, sin hablar de las grandes colectividades que florecían en América del Sur, que en aquel tiempo estaba casi unida a China por las tierras de Lemuria y de América del Norte, que se unía a la Atlántida. Pero no es nuestro propósito en estas pequeñas anotaciones hablar de otros temas que no se refieran a la superioridad de Cristo y la ascendencia de Su Evangelio.
Citando todos los pueblos antiguos del planeta, estamos obligados a recordar, igualmente, las grandes civilizaciones prehistóricas, que aparecieron y desaparecieron en el continente americano, de cuyos cataclismos y destrucción quedaron vestigios en los incas y los aztecas que, como todos los otros grupos del mundo habían recibido la palabra indirecta del Señor, en su marcha colectiva a través de augustos caminos.

LAS REVELACIONES GRADUALES
Hasta la palabra sencilla y pura de Cristo, la humanidad terrestre vivió etapas graduales de conocimiento y posibilidades, en la senda de las revelaciones espirituales. Los milenios, con sus experiencias consecutivas y dolorosas habían preparado los caminos de Aquel que venía, no solamente con Su palabra, sino principalmente con Su ejemplo salvador. Cada emisario trae una de las modalidades de la gran enseñanza que se ofreció en la humilde región de Galilea.
Por eso numerosos colectivos asiáticos no conocen las enseñanzas directas del Maestro, pero saben del contenido de Su palabra, en función de las propias revelaciones de su ambiente, y, si la Buena Nueva no se dilató en el transcurso del tiempo, por las calles de los pueblos, es porque los pretendidos misioneros de Cristo, en los siglos posteriores a Sus enseñanzas, no supieron cultivar la flor de la vida y la verdad del amor y de la esperanza, que Sus ejemplos habían implantado en el mundo: ahogándola en los templos de una falsa religiosidad, o encarcelándola en el silencio de los Claustros, la planta maravillosa del Evangelio fue sacrificada en su desarrollo y contrariada en sus más genuinos objetivos.

PREPARACIÓN DEL CRISTIANISMO
Las enseñanzas de Palestina han sido, de esta forma, precedidas de una larga y meticulosa preparación en la intimidad de los milenios. Los sacerdotes de todas las grandes religiones del pasado creyeron tener, en sus maestros y más altos iniciados, la personalidad del Señor, pero tenemos que estar de acuerdo en que Jesús fue inconfundible.
A la luz significativa de la historia, observamos muchas veces, en Sus auxiliares o instrumentos humanos, las características de las vulgaridades terrestres. Algunos han sido dictadores de conciencias, enérgicos y feroces en el sentido de mantener y fomentar la fe. Otros, traicionados en sus fuerzas y despreciando los compromisos sagrados con el Salvador, lejos de ser instrumentos del Divino Maestro, han abusado de la pro-pia libertad, prestando oídos a las fuerzas subversivas de las tinieblas y perjudicando la armonía general.

CRISTO, INCONFUNDIBLE

Pero Jesús señala Su pasaje por la Tierra con el sello constante de la más augusta caridad y del más abnegado amor. Sus parábolas y advertencias están impregnadas del perfume de las verdades eternas y gloriosas. El pesebre y el calvario son enseñanzas maravillosas, cuya claridad ilumina los caminos milenarios de toda la humanidad y sobre todo, sus ejemplos y actos constituyen el camino de todas las finalidades gran-diosas, en el perfeccionamiento de la vida terrestre.

Con esos elementos, hizo una revolución espiritual que permanece en el globo hace dos milenios. Respetando las leyes del mundo, aludiendo a la efigie de César, enseñó a las criaturas humanas a elevarse hacia Dios, en la amplia comprensión de las más santas verdades de la vida. Remodeló todos los conceptos de la vida social, ejempli-ficando la más pura fraternidad. Cumpliendo la ley antigua, su organismo estaba pleno de tolerancia, de piedad y amor, con sus enseñanzas en la plaza pública, delante de las criaturas disolutas e infelices, y solamente Él enseñó el “Amaos los unos a los otros”, viviendo la situación de quien sabía cumplirlo.
Los espíritus incapacitados para comprenderle pueden alegar que Sus fórmulas verbales eran antiguas y conocidas, pero ninguno podrá contestar que Su ejemplo fue único, hasta ahora, sobre la faz de la Tierra. La mayor parte de los misioneros religio-sos de la antigüedad se componía de príncipes, sabios o grandes iniciados, que salían de la intimidad confortable de los palacios y los templos, pero el Señor de la siembra y la cosecha era la personificación de toda la sabiduría, de todo el amor, y su único palacio era el taller humilde de un carpintero, donde enseñaba a la posteridad que la verdadera aristocracia debe ser el trabajo, lanzando la fórmula sagrada, definida por el pensamiento moderno, como el colectivismo de las manos, aliado al individualismo de los corazones, síntesis social hacia la que caminan los colectivos de los tiempos que transcurren y que, despreciando todas las convenciones y honras terrestres, prefirió no poseer ninguna piedra donde reposase el pensamiento dolorido, para que aprendiesen sus hermanos la gran enseñanza de “Camino de verdad y vida”.

A camino de la luz Francisco Cândido Xavier. Por el espíritu Emmanuel.

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" Fe inquebrantable, es la que puede mirar frente a la razón en todas las épocas de la humanidad"
   - Allan Kardec-
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                     FALTA DE FE
Se cuenta que un alpinista, deseoso de superar  más y más desafíos, resolvió, después de muchos años de preparación, escalar el pico más alto de América del Sur: el Aconcagua.
Y porque quería la gloria solo para sí, decidió hacer la escalada solo, sin ningún compañero.
En el día marcado allá estaba él al pie de la cordillera de los Andes, donde iniciaría la difícil subida.
Lo que el no esperaba era que la neblina le dificultase la marcha, más eso fue inevitable.
Y como el alpinista  no se había preparado para acampar, fue subiendo, con la disposición de alcanzar la cima. Fue quedando cada vez más tarde hasta que oscureció completamente.  No se veía absolutamente nada. No había luna  ni estrellas, solo la oscuridad  como terreno de juego.
Cuando el alpinista estaba a penas a cien metros de la cima, pisó una piedra falsa, escurrió y se cayó…  Fue cuando a una velocidad vertiginosa  fue cayendo y nada más lo envolvía la oscuridad a su vuelta.
Sentía  una terrible sensación de estar siendo arrastrado  por la fuerza de la gravedad.
Continuó cayendo hasta que sintió  un golpe fuerte que casi lo partió por la mitad…
Con todo el alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con grapas, y amarrado a una cuerda  fuerte en la cintura.
En aquellos momentos de silencio, suspendido en el aire, en completa oscuridad, pensó en Dios y resolvió pedirle ayuda.
¡Dios mío ayúdame!
De repente, oyó una voz grave y profunda que parecía hablarle en el  interior del alma: ¿Qué quieres de mi, hijo mío?
Sálvame por favor, respondió mentalmente.
Y la voz insistió: ¿Usted cree que yo pueda salvarle?
Yo tengo la certeza, Dios mío. Hablo el alpinista desesperado.
Entonces corte la cuerda  que lo mantiene pendiente, recomendó la voz.
El hombre quedo por un momento en silencio y después se agarro a la cuerda con todas sus fuerzas.
Cuenta, el equipo de rescate, que al día siguiente el alpinista fue encontrado muerto, congelado, agarrado con las dos manos a la cuerda que lo mantenía suspendido, a penas a dos metros del suelo.
Lo que ocasionó la falta de fe de aquel alpinista, fue la falta de visión.
 Si el sol estuviese iluminando a su alrededor, el percibiría que cortando la cuerda estaría a salvo, más eso no aconteció.
Comparando la claridad del sol con la luz del conocimiento, entenderemos porque nuestra fe es aun vacilante.
Cuando iluminamos la fe con la luz de la razón, ella se torna firme  nada ni nadie podrá quitárnosla.
Y si es balizada por el conocimiento  se torna capaz de transportar las montañas y remover cualquier obstáculo, porque deja de ser una creencia vaga, para ser una convicción inquebrantable.
Asi, cuando busquemos estudiar y comprender las leyes que rigen la vida,  como la inmortalidad del alma, por ejemplo, adquirimos  una seguridad tan firme que  ni la muerte del cuerpo físico nos  abala, por tener la certeza de que apenas salimos del cuerpo, sin salir de la vida. 

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 Gracias a la fe inquebrantable en la vida después de la muerte, fue que los primeros cristianos se entregaron al martirio alabando a Dios  en cánticos de gratitud…
Fue por la confianza integral en el padre, que Jesús se entregó totalmente al sacrificio sin amargura ni culpa, de modo para enseñarnos  que la fe  es el puente divino por donde transitaremos de nuestra pequeñez en la dirección de la libertad total y grandiosa, en nuestra escalada para Dios.
Equipo de Redacción de Momento Espirita
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"Ninguna actividad en el bien es insignificante..... los más altos árboles proceden de semillas insignificantes"
- Chico Xavier-
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DESPIERTE Y SEA FELIZ


El hombre y la mujer contemporáneos, seducidos por la ambición desmedida del poder, que les proporciona lujo, ocio y gozos, permanecen adormecidos en relación con las responsabilidades trascendentes.

Por considerarlas de secundaria importancia, en la vana suposición de que pueden remediar la situación interior en cualquier instante, transfieren el pensamiento y la emoción hacia lo exterior, con grandes perjuicios para la armonía interior.

Sus preocupaciones y anhelos giran en torno de los valores materiales, y en la hipótesis equivocada de que son personas especiales, incólumes al sufrimiento, a las aflicciones, y a los inevitables acontecimientos ingratos, se anestesian y se olvidan de los fenómenos biológicos -en constantes modificaciones-, y de los sucesos morales inesperados, como la detestada presencia de la propia muerte, o de su paso por el hogar…

Entretenidos en los juegos de las ilusiones, aplican el tiempo al deleite del placer, alejados de todo compromiso elevado para con la Vida, que los observa inexorablemente, aguardando el momento de convocarlos a la realidad.

Imaginan que la alegría no terminará, y que las concesiones de que disfrutan no tendrán fin…

¡Vana capacidad de consideración y respeto por la vida!

Sin embargo, cuando son llamados a los embates de la evolución, a través de los acontecimientos desgraciados de lo cotidiano, desorganizados y sin preparación, se sumergen en las amarguras o en la rebeldía, en el miedo o en las fugas espectaculares, con lo que procuran evitar los desafíos o enfrentarlos con hostilidad, acrimonia, violencia, insensatez…

El resultado, bien se concluye que es negativo, cuando no es doloroso.

A la criatura moderna le hace falta el conocimiento y la vivencia de la doctrina de Jesús.

Confundida o adulterada por fórmulas inocuas, o verbalismos vacíos de significación espiritual, se acepta como propuesta social relevante o como hábito ancestral conservado sin experiencia profunda.

La perfecta lección del amor, ampliamente repetida pero poco vivida, bastaría para alterar el panorama moral de los seres y proporcionarles felicidad.

Por esa razón, hay mucha alegría ruidosa, desmesuradas explosiones festivas, campeonatos de gozo, y poca armonía en los seres humanos.

Se multiplican las glorias de la inteligencia, pero también los conflictos del sentimiento.

Seres vacíos deambulan por todas partes, y como viajeros que perdieron el sentido existencial, se embriagan con las utopías para huir de sí mismos y de los otros.

El Espiritismo llega, en este momento decisivo, como respuesta del cielo generoso a la tierra afligida, ofreciendo directrices, preparación y luces que proporcionan paz.

Es necesario que haya un despertar de los valores del Espíritu eterno, a fin de que el hombre logre la identificación consigo mismo y con el bien.

Reunimos en ésta pequeña obra, treinta temas-desafío que se producen con frecuencia y que causan perturbación a las criaturas humanas.

Sin pretensión de solucionarlos, presentamos ángulos optimistas y abrimos espacios para una visión espiritual positiva del comportamiento.

No agregamos conceptos que no sean conocidos, sino que volvemos a presentarlos en un lenguaje apropiado a estos tiempos de confusión y de sufrimiento.

Aguardando que el querido lector medite sobre nuestras palabras y encuentre la plenitud, lo invitamos a que despierte y sea feliz.

Juana de Angelis a través de Divaldo Pereira Franco
Salvador, 14 de febrero de 1996





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