La muerte siempre hiere corazones.
Cuando se trata de niños de tierna edad, parece aun peor.
El dolor de los padres, se une a la de los amigos y conocidos y ella va creciendo como una bola de nieve.
Normalmente termina con gritos de rebeldía contra la Divinidad y Su Sabiduría.
O entonces las criaturas claman a Dios, creyéndose por Él olvidadas.
Fue exactamente por ese cuadro casi rutinario que nos sorprendió la historia narrada por una americana.
Casada, madre de dos bellos niños, una buena provisión de cuentas, problemas, amor y felicidad.
Pero Beth sentía que, en el Mundo Espiritual había un niño más esperando para nacer. Ella lo sentía como de ella. Apenas lo había concebido.
Conseguir al niño no fue fácil. Fueron siete años de médicos, oraciones, informes y dos abortos espontáneos.
Finalmente, nació el niño.
Ella no conseguía encontrar el nombre que significase regalo directo de Dios, por eso lo llamó Marcos.
Reconocía al hijo como algo muy especial.
Y era así. A medida que fue creciendo, fue agitando a toda la familia.
Como ocurre muchas veces con el hijo fuera de tiempo, ellos reabrieron los ojos y los corazones de padres y hermanos para nuevos y ricos sentimientos de amor y de felicidad.
Los hermanos más mayores pronto asumieron el papel de jóvenes padres.
Y del Camaradinha, como lo llamaban, fueron recibiendo lecciones de paciencia, comprensión, tolerancia.
Sí, porque cuando él estaba despierto conseguía mantener a toda la familia, en la mayor parte del tiempo, un poco loca.
Cuando despertaba, alguien daba la alarma: ¡Alerta! ¡Tifón a la vista!
Se subía al piano, al armario, en la mesa. Era un Espíritu tan lleno de vida que Beth creía que nunca el mundo conseguiría domar. El parecía libre como una brisa fresca.
A veces, ella se detenía a contemplarlo.
Naricita chatilla, boca sonriente, vivos ojos azules, cabello rubio. Y pensaba: Me acordaré siempre de ti como eres ahora.
Pero, poco antes de cumplir cinco años, Marcos enfermó. Leucemia. Dijeron que el iba a morir.
En aquel día del diagnóstico, el padre montó el coche que había escondido para la Navidad y dejó que el hijo corriese alegremente con el por el jardín, antes de partir para el hospital.
Fueron tres semanas de inyecciones, dolores, transfusiones, píldoras. Volvieron para casa.
Comenzaron los interminables exámenes de sangre y los intentos para mantener al niño vivo. Siempre había esperanza…
Mirar para los ojos brillantes y confiados de una criatura amada, asistir al dolor de los tratamientos, ver aquella criatura morir lentamente... era insoportable.
Pero Marcos murió durante un año entero.
El gran amor de toda la familia no lo protegió contra ninguna cosa.
Cuando el cuerpo se hinchó, Beth le daba amor. Cuando quedó ciego, ella le contaba historias para aliviarle el dolor.
Cuando fue acometido por una hemorragia, atormentado por convulsiones, ella le dijo adiós.
El murió. Ella le cerró los ojos.
Abrazada al marido y a los otros dos muchachos, dijo:
De nuevo sabemos que hay un niño en el Mundo Espiritual que es parte de nosotros.
Dios nos permitió conocerlo y vivirlo.
La luz de Marcos brillará por el resto de nuestras vidas. ¡Muy agradecida, Dios mío!
Redacción del Momento Espírita, con base en el artículo Una pequeña estadística
Muerte Infantil
¡Un hijo es bendición divina!
Es una delicia a cada sonrisa,
Diente que surge, palabra nueva aprendida...
¡Y más nos llena de buenas expectativas!
Aquel pedacito de persona,
Tan lindo y confiado,
De nosotros tan necesitado,
¡Es nuestra seguridad de un futuro radiante!
Cuando algo malo ocurre,
Una dolencia, una fatalidad,
Nos desesperamos, maldecimos la suerte,
Olvidamos las gracias
Y blasfemamos.
Dudamos de la bondad y justicia divina.
En verdad, somos espíritus eternos
Pasando por experiencias terrenas.
El dolor de la nostalgia es inmenso,
Casi insoportable,
De nada sirven.
Por el contrario,
Estaremos negando las Leyes de Dios,
Que es igual para todos,
Sin distinción.
Nacimos y morimos.
El tiempo de este estadio
Es individual, depende de la necesidad
De cada uno.
Llorar de nostalgia
Es normal.
Entender y acatar los designios
De Dios, nos dará alivio
Y resignación.
Ilze Soares
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