EL INFIERNO EN LLAMAS
Cierto día, andando por las calles de Brasil, por curiosidad, pare para ver un cartel puesto en un punto del autobús, donde varias personas se amontonaban para leer lo que en el había escrito. Para mi sorpresa, decía lo siguiente: Almas perdidas y torturadas para siempre y, en letras rojas, el remate explicativo: “EL INFIERNO EN LLMAS, 11.000 GRADOS CENTIGRADOS Y NI UNA SOLA GOTA DE AGUA.” El cartel dibujaba un filme que seria exhibido en una iglesia del local. Era un documento producido por una institución norteamericana, registrando “exactamente” como era el infierno. (¡?)
Con impresionante sensación de estar, hay cuatrocientos años, y no sosegando mi estupefacción, delibere buscar la llama de la lógica kardeciana para comentar el tema.
Vivimos, pensamos y trabajamos – eso es real – y que morimos, no es menos cierto, nos enseña Kardec. ¿Sin embargo, dejando la Tierra, para donde vamos? ¿Qué seremos después de la muerte? ¿Estaremos mejor o peor?
En ese contexto, el Espiritismo surgió para enfrentar las conmociones provocadas por las ideologías extrañas y apareció en Francia – el centro cultural del mundo occidental, allá en la época, - en medio de una torrente de ideologías que inducían al hombre al escepticismo, o, cuando no, al nihilismo, principalmente, por causa de las proposiciones de la caduca teología.
Dos años después de haber sido lanzado El Libro de los Espíritus, era lanzada la obra que estaba, también, destinada a avalar los fundamentos, sobre los cuales se asentaban las ideas sobre el origen biológico del hombre y de los seres de la naturaleza. Charles Darwin entra para la historia con el libro El Origen de las Especies y, con el, los dogmas mitológicos del ultramontanismo enfrentaron un gran dilema: ¿Como explicarían Adán y su paraíso, el infierno y las penas eternas?
Todos nosotros somos libres en la elección de nuestras creencias. Podemos creer en alguna cosa o no creer en cosa alguna, más, aquellos que enseñan la idea de las penas eternas, o en un Cielo destituido de lógica, o, aun, en la negación de la vida futura, siembran gérmenes de peligrosas consecuencias.
Creer que el espíritu “taciturno” viva, por toda la eternidad, de la contemplación, a la espera del Cielo, es imaginar una vida monótona y fastidiosa, después de la muerte. Más allá de eso, es por eso que las pinturas artísticas de la época retrataban los llamados bienaventurados, mostrando figuras angélicas, donde más trasparecía el tedio, en vez de la verdadera felicidad.
En aquella época, la creencia más común era la de que había siete cielos – de hay la expresión “estar en el séptimo cielo”, para explicar la perfecta felicidad. Los musulmanes admiten nueve cielos, mientras que el astrónomo Ptolomeo, que vivió en Alejandría, en el siglo II, contaba once cielos, y la teología cristiana admite tres cielos.
Gracias a Nicolás Copérnico, en el Siglo XV, fue dado un gran paso en dirección a la moderna Astronomía, destruyendo las teorías geocéntricas ptolemaicas. En el Siglo XVI, Kepler, en su obra intitulada Misterio Cosmográfico, siguiendo el sistema Copérnico, descubre la verdadera órbita de los planetas.
Galileo, con las pesquisas de Kepler, creo la mentalidad Cosmografía científica, abriendo espacio para la síntesis newtoniana – base de toda la teoría astronómica. Isaac Newton, en el siglo XVII, aplicó los principios de la mecánica a los fenómenos celestes, y por las leyes de Kepler dedujo la ley de Gravedad Universal, afirmando que cuanto mayor el cuerpo, menor su caída. Gracias a eso es que se da el equilibrio entre los astros.
Hoy, la ciencia intenta explicar con seguridad la formación de las galaxias, de las estrellas. Tenemos conocimientos de que existen billones de soles en la Vía Lacten, y más de cien millones de galaxias, configurando los planos del universo de Dios, desafiando a la inteligencia humana.
11.000 GRADOS CENTIGRADOS Y NI UNA GOTA DE AGUA es bien el infierno, dramatizado por los escritores Virgilio y Homero, en la Grecia antigua, que acabó siendo el modelo del genero y se perpetuo en el seno cristiano, donde tuvo sus poetas plagiadores. Ambos tienen el fuego material por base de tormento, sin embargo, como siempre, la mitología cristiana exageró en la imagen del infierno. Si los paganos tenían, como suplicios individuales, los toneles de las Danaides, la rueda de Ixión y el peñasco de Sísifo, los cristianos, tienen, para todos, sin distinción, las calderas ardientes. Kardec comenta un sermón, pregonado en Montpillier, en 1860, en que el sacerdote cito: “calderas que los ángeles erigen el tiempo para asistir a los tormentos de los condenados sin remisión y Dios les oye los gemidos para toda la eternidad”
Las tradiciones de diversos pueblos registran la creencia en los castigos para los malos y recompensa para los buenos en la vida más allá del túmulo, de conformidad con sus obras durante la vida terrena. Todavía, la tesis que fundamenta en la existencia de un infierno y la eternidad de las penas, no resiste el análisis objetivo. El fuego eterno es, solamente, una figura de que el hombre utilizó para materializar la idea del infierno, por considerar el fuego el suplicio más atroz y más efectivo, para punir a las almas pecadoras. El hombre del siglo XXI, no ve un sentido lógico en esa tesis.
Jesús se utilizó de la figura del infierno y del fuego eterno, para colocarse al alcance de la comprensión de los hombres de aquella época. Se valió de imágenes fuertes, para impresionar la imaginación de hombres, que entendía poco sobre las cosas del espíritu. En muchas otras oportunidades, El enfatizó que el Padre es misericordioso y bueno y que todos los que Dios le confió ninguno se perdería.
La justicia Divina no se manifiesta para punir, sino para direccionar al bien a aquel que se desvió del camino recto. Dios creo a los eres para que progresaran, continuamente. Esa evolución se produce por las diversas experiencias, buenas y malas, y lo que nos sirve de consuelo es saber que el sufrimiento no es eterno, como el mal también, no lo es.
En el Universo de Dios, no hay lugar reservado para un infierno eterno y, mucho menos, para el infierno en llamas. André Luiz nos habla, si, sobre el Umbral, donde viven seres inferiores en evolución, más ese lugar no se asemeja al infierno en la tradicional acepción teológica. En el Umbral, los seres que allá se agrupan están sujetos, tan bien, a la ley del progreso, pues, gracias a los mecanismos de la reencarnación, todos se van ajustando, gradualmente, a las Leyes de Dios.
Jorge Hessen
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