viernes, 17 de diciembre de 2010

La Fe


La fe es la confianza de la criatura en sus destinos, es el sentimiento que la eleva a la infinita Potestad, es la certeza de estar en el camino que va a la verdad. La fe ciega es como el farol cuyo rojo claro no puede traspasar la oscuridad; la fe esclarecida es foco eléctrico que ilumina con brillante luz el camino a recorrer.


Generalmente se considera fe como mera creencia en ciertos dogmas religiosos, aceptados sin examen. Más la verdadera fe está en la convicción que nos anima y nos arrebata para los ideales elevados. Hay fe en si mismo, en una obra material cualquiera, la fe política, la fe en la patria. Para el artista, para el pensador, la fe es el sentimiento del ideal, es la visión del sublime farol encendido por la mano divina en los despeñaderos eternos, a fin de guiar a la Humanidad al Bien y a la Verdad.

Es ciega la fe religiosa que anula la razón y se somete al juicio de otros, que acepta un cuerpo de la doctrina verdadero o falso, y de el se torna totalmente cautivo. En su Impaciencia y nosotros en sus excesos, la fe ciega recorre fácilmente a la perfidia, la subyugación, conduciendo al fanatismo. Aun bajo es te aspecto, es la fe un poderoso incentivo, pues tiene enseñado a los hombres a humillarse y a sufrir. Pervertida por el espíritu de dominio, ha sido la causa de muchos crímenes, más, en sus consecuencias funestas, también deja reaparecer sus grandes ventajas.

¿Ahora, si la fe ciega puede producir tales efectos, que no realizará la fe esclarecida por la razón, la fe que juzga, discierne y comprende? Ciertos teólogos nos exhortan a despreciar la razón, a renegarla, a rebatirla. ¿Deberemos por eso repudiarla aun mismo cuando ella nos muestra el bien y lo bello? Esos teólogos alegan los errores en que la razón cayó y parecen, lamentablemente, olvidar que fue la razón que descubrió esos errores y ayudarnos corregirlos.

La razón es una facultad superior, destinada a esclarecernos sobre las cosas. Como todas las otras facultades, se desenvuelve y engrandece por el ejercicio. La razón humana es un reflejo de la Raza eterna. Es Dios en nosotros, dijo San Paulo. Desconocerle el valor y la utilidad es menospreciar la naturaleza humana, es ultrajar la propia Divinidad. Querer sustituir la razón por la fe es ignorar que ambas son solidarias e inseparables, que se consolidan vivifican una a la otra. La unión de ambas abre al pensamiento un campo más basto: armoniza nuestras facultades y nos traza la paz interna.

La fe es madre de nobles sentimientos y de grandes hechos. El hombre profundamente firme y convencido es imperturbable ante el peligro, del mismo modo que en las tribulaciones.

Superior a las lisonjas, a las seducciones, a las amenazas, al bramar de las pasiones, el oye una voz resonar en las profundidades de su conciencia, instigándolo a la lucha, encorajándolo en los momentos peligrosos.

Para producir tales resultados, necesita la fe reposar en base sólida que le ofrecen libre examen y la libertad del pensamiento. En vez de dogmas y misterios, le cumple reconocer tan solamente principios provenientes de la observación, directa, del estudio de las leyes naturales. Tal es el carácter de la fe espirita.

La filosofía de los Espíritus viene a ofrecernos una fe racional y, por eso mismo, robusta EN el conocimiento del mundo invisible, la confianza en una ley superior de justicia y progreso imprime a esa fe un doble carácter de calma y seguridad. ¿Efectivamente que podremos temer, cuando sabemos que el alma es inmortal y cuando, después de los cuidados y consumaciones de la vida, más allá de la noche sombría en que todo parece sumergirse, vemos despuntar suave claridad de los días permanente? Esencializados de la idea de que la vida no es más que un instante en el conjunto de la existencia integral, soportaremos, con paciencia, los males inevitables que ella engendra. La perspectiva de los tiempos que se nos abren nos dará poder de dominar las mezquindades presentes y de colocarnos por encima de los vaivenes de la fortuna. Así, nos sentiremos más libres y más bien armados para la lucha.

El espirita conoce y comprende la causa de sus males; sabe que todo sufrimiento es legitimo y lo acepta sin murmurar; sabe que la muerte nada aniquila, que nuestros sentimientos perduraran en la vida del más allá del túmulo y que todos los qué se amaron en la Tierra volverán a encontrarse, libres de todas las miserias, lejos de esta luctuosa morada; reconoce que solo hay separación para los malos. De esas creencias le resultan consolaciones que los indiferentes y escépticos ignoran. Si, de una extremidad a otra del mundo, todas las almas comulgasen en la misma fe poderosa, asistiríamos a la mayor transformación moral que la Historia jamás registró.
Más esa fe, pocos aun la poseen, El Espíritu de Verdad tiene hablado a la Tierra, más insignificante número lo han oído atentamente. Entre los hijos de los hombres, no son los poderosos los que escuchan, y, si, los humildes, los pequeños, los desheredados, todos los que tienen sed de esperanza. Los grandes y los afortunados han despreciado sus enseñanzas, como hace diecinueve siglos repelieron al propio Cristo. Los miembros del clero y las asociaciones sabias se aliaron contra ese “deshacer de placeres” que venia a comprometer los intereses, el reposo y destruirle las afirmaciones. ¡Pocos hombres tienen el coraje de desligarse y de confesar que se engañaron! ¡El orgullo los esclavizó totalmente! Prefieren combatir toda la vida esta verdad amenazadora que va a arrasar sus efímeras obras. Otros, muy secretamente, reconocen la belleza, la magnitud de esta doctrina, más se atemorizan ante sus exigencias morales. Agarrados a los placeres, ansiando vivir a su gusto, indiferentes a la existencia futura, apartan de sus pensamientos todo cuanto podría inducirlos a repudiar hábitos que, sin embargo reconocen como perniciosos, no dejan de ser apartados. ¡Qué amargas decepciones van a recibir por causa de esas locas evasivas!

Nuestra sociedad, absorbida completamente por las especulaciones, poco se preocupa con la enseñanza moral. Innumerables opiniones contradictorias se chocan; en medio de esa confusión torbellino de la vida, el hombre pocas veces se detiene para reflexionar.

Más todo animo sincero, que procura la fe y la verdad, ha de encontrarla en la nueva revelación. Un influjo celeste se extenderá sobre el a fin de guiarlo para ese sol naciente, que un día iluminará a la Humanidad Entera (León Denis, Después de la muerte. Quinta Parte, Cáp. 44.)

No apaguemos la antorcha de la fe en nuestros días de claridad, para que no nos falte la luz en los días oscuros.
Cuando el vino al encuentro del pueblo, un hombre se le aproximo y, lanzándose de rodillas a sus pies, dijo: Señor, tened piedad de mi hijo, que es lunático y sufre mucho, pues cae muchas veces en el fuego y muchas veces en el agua. Lo presenté a tus discípulos, más ellos no lo pudieron curar.

Jesús respondió, diciendo: ¿o raza incrédula y depravada, hasta cuando estaré con vosotros? ¿Hasta cuando os sufriré? Traedme aquí a ese niño – y amenazando Jesús al demonio, este salio del niño, que en el mismo instante quedo sano. Los discípulos fueron entonces en un particular con Jesús y le preguntaron: ¿Por qué no pudimos nosotros expulsar ese demonio? - Jesús les respondió: por causa de vuestra incredulidad. Pues en verdad os digo, si tuvieseis la fe del tamaño de un grano de mostaza, diríais a esta montaña: transpórtate de aquí para allí y ella se transportaría, y nada os seria imposible. (Mateo)

En el sentido propio, es cierto que la confianza en sus propias fuerzas torna al hombre capaz de ejecutar cosas materiales, que no consigue hacer quien duda de si. Aquí sin embargo únicamente en el sentido moral se deben entender esas palabras. Las montañas que la fe descoloca son las dificultades, las resistencias, la mala voluntad, en suma, con que se depara por parte de los hombres, aun cuando se trate de las mejores cosas. Los preconceptos de la rutina, el interés material, el egoísmo, la ceguera del fanatismo de las pasiones orgullosas son otras tantas montañas que obstaculizan el camino a quien trabaja por el progreso de la Humanidad. La fe robusta da la perseverancia, la energía y los recursos que hacen se venzan los obstáculos, así en las pequeñas cosas, como en las grandes. De la fe vacilante resultan la inseguridad y el éxito del que se aprovechan los adversarios que se han de combatir; esa fe no procura los medios de vencer, porque no asegura que pueda vencer.

En otra acepción, se entiende como fe la confianza que se tiene en la realización de una cosa, la certeza de conseguir determinado fin. Ella da una especie de lucidez que permite se vea, en pensamiento, la meta que se quiere alcanzar y los medios de llegar a ella, de suerte que aquel que la posee camina, por así decirlo, con absoluta seguridad. En uno como en otro caso, puede ella dar lugar a que se ejecuten grandes cosas. La fe sincera y verdadera es siempre calma; faculta la paciencia que sabe esperar, porque, teniendo su punto de apoyo en la inteligencia y en la comprensión de las cosas, tiene la certeza de llegar al objetivo deseado. La fe vacilante siente su propia flaqueza; cuando la estimula el interés, se torna furibunda y juzga suplir, con la violencia, la fuerza que le falta. La calma en la lucha es siempre señal de fuerza y de confianza; la violencia al contrario, denota flaqueza y duda de si mismo.

Cumple no confundir la fe con presunción. La verdadera fe se conjuga a la humildad; aquel que la posee deposita más confianza en Dios que en si mismo, por saber que, simple instrumento de la voluntad divina, nada puede sin Dios. Por esa razón es que los Buenos espíritus van en su auxilio. La presunción es menos fe de lo que el orgullo, y el orgullo es siempre castigado, más tarde o mas temprano, por la decepción y por los malogros que le son infligidos.

El poder de la fe se demuestra de modo directo y especial, en la acción magnética; por su intermedio, el hombre actúa sobre el fluido, agente universal, le modifica las cualidades y le da un impulso por así decir irresistible. De hay previene que aquel que a un gran poder fluídico normal lo junta con ardiente fe, puede, solo por la fuerza de su voluntad dirigida para el bien, operar esas singulares fenómenos de curar a otros, tenidos antiguamente como prodigios, más que no pasan de ser un efecto de la ley natural. Tal es el motivo por que Jesús dijo a sus apóstoles: si no curasteis, fue porque no tenéis fe.

Desde el punto de vista religioso, la fe consiste en la creencia en dogmas especiales, que constituyen diferentes religiones. Todas ellas tienen sus artículos de fe. Bajo ese aspecto, puede ser la fe razonada o ciega. No examinando nada la fe ciega acepta, sin verificación, lo verdadero como lo falso, y a cada paso e choca con la evidencia de la razón. Llevada al exceso, produce fanatismo. Posada en el error, más tarde o más temprano se desmorona; solamente la fe que se basa en la verdad garantiza el futuro, porque nada tiene que temer al progreso de las luces, dado que lo que es verdadero en la oscuridad, también lo es a la luz del día. Cada religión pretende tener la exclusiva de la verdad; preconizar alguien la fe ciega sobre un punto de creencia es confesarse impotente para demostrar que está con la razón.

Se dice vulgarmente que la fe no se prescribe, donde resulta alegar mucha gente que no tiene la culpa de no tener fe. Sin duda, la fe no se prescribe, ni, lo que aun es más cierto, se impone. No; ella se adquiere y nadie hay que esté impedido de poseerla, aun mismo entre los más refractarios. Hablamos de las verdades espirituales básicas y no de tal o cual creencia particular. No es la fe la que le compete procurarlos; es a ellos que le cumple irle, al encuentro y, si buscan sinceramente, no dejaran de hallarla. Tiende, pues, como cierto los que dicen: “Nada mejor tenemos que desear creer, más no podemos”, apenas los labios lo dicen y no el interior, por cuanto, a decir eso, tapan los oídos. Las pruebas, no en tanto, les llueven alrededor, ¿porque huyen de la observación?

De la parte de unos, hay desanimo; de la de los otros, el temor de ser forzados a cambiar de hábitos; de la parte de la mayoría, hay orgullo, negándose a reconocer la existencia de una fuerza superior, porque habría de inclinarse ante ella. En ciertas personas, la fe parece de algún modo innata; una centella vasta para desenvolverla. Esa facilidad de asimilar las verdades espirituales es señal evidente de anterior progreso. En otras personas, al contrario, ellas difícilmente penetran, señal no menos evidente de las naturalezas retraídas. Las primeras ya creyeron y comprenderán. Traen, AL renacer, la intuición de lo que sabían. Están con la educación hecha. Las segundas todas tienen que aprender: están con la educación por hacer. Ella, entre tanto, se ara y, sino queda concluida en esta existencia, quedará en la otra. La resistencia del incrédulo, debemos convenir, muchas veces proviene menos del de lo que de la manera como le presentan las cosas. La fe necesita de una base, base que es inteligencia perfecta de aquello en que se debe creer. Y para creer, no basta ver, es preciso, sobretodo, comprender. La fe ciega ya no es de este siglo (1), tanto es así que precisamente el dogma de la fe ciega es el que produce hoy mayor número de incrédulos, porque pretende imponerse, exigiendo obligación de una de las más preciosas prerrogativas del hombre: el raciocinio y el libre albedrío. Es principalmente contra esa fe que se levanta el incrédulo, y de ella es que se puede, con verdad, decir que no se prescribe. No admitiendo pruebas, ella deja en el espíritu alguna cosa de vago, que da nacimiento a la duda. La fe razonada, por apoyarse en hechos y en la lógica, ninguna oscuridad deja. La criatura entonces cree, porque tiene certeza, y nadie tiene certeza sino es porque comprendió. Es porque nos e doblega. Fe inalterable solo es la que puede encarar de frente la razón, en todas las épocas de la Humanidad. A ese resultado conduce el Espiritismo, por lo que triunfa de la incredulidad, siempre que no encuentra oposición sistemática interesada.



Parábola de la higuera seca.

Cuando salía de Betania el tuvo hambre; y. viendo a lo lejos una higuera, se encamino para ella, a ver si encontraría alguna cosa; habiéndose, sin embargo aproximado, solo halló hojas, pues no era tiempo de higos. Entonces, dijo Jesús a la higuera: ¡Que nadie coma de ti fruto alguno, lo que sus discípulos oyeron. – E n el día siguiente, al pasar por la higuera, vieron que se secó hasta la raíz. _ Pedro, acordándose de lo que dijo Jesús, dijo: Maestro, mira como se secó la higuera que tú maldijiste – Jesús tomando la palabra, les dijo: tened fe en Dios. – En verdad os digo, que aquel que diga a esta monta: Tirate de hay y lánzate l mar , más sin albergar en su corazón, creyente, al contrario, firmemente , de que todo lo que dijo a acontecerá, verá que, en efecto, acontece. (San Marcos)

La higuera que se secó es el símbolo de los que apenas aparentan propensión para el bien, más que, en realidad, nada de bueno producen; los oradores que más brillo tienen que solidez, cuyas palabras traen superficial barniz, de suerte que agradan a los oídos, sin que, entre tanto, revelen, cuando son escrutados , algo de substancial en los corazones. Y al preguntarse que provecho tendrán los que los escuchan. Simboliza también todos aquellos que, teniendo medios de ser útiles, no lo son; todas las utopías, todos los sistemas locos, todas las doctrinas carentes de base sólida. Lo que las más de las veces falta es la verdadera fe, la fe productiva, la fe que habla a las fibras del corazón, la fe, en una palabra, que transporta las montañas. Son árboles cubiertos de hojas, sin embargo, faltan los frutos. Por eso es que Jesús los condena a la esterilidad, por cuanto de hay vendrá en que se hallaran secos hasta la raíz. Quiere decir que todos los sistemas, todas las doctrinas que ningún bien hayan producido para la humanidad, caerán reducidas a la nada; que todos los hombres deliberadamente inútiles, por no haber puesto en acción los recursos que traían consigo, serán tratados como a la higuera que se seco.

Los mediums son intérpretes de los Espíritus.; suplen, en estos últimos, la falta de órganos materiales por los cuales transmiten sus instrucciones. De hay vienen ser dotados de facultades para ese efecto. En los tiempos de renovación social, les cabe una misión espacialísima; son árboles destinados a ofrecer alimento espiritual a sus hermanos. Multiplicándose en número, par que abunde el alimento, los hay por todas partes, en todos los países en todas las clases de la sociedad, entre los ricos y los pobres, entre los grandes y los pequeños, con el fin de que en ningún punto falten y a fin de quedar demostrado a los hombres que todos son llamados. Si sin embargo, ellos desvían del objetivo providencial la preciosa facultad que les fue concedida, se emplean en cosas fútiles o perjudiciales, se ponen al servicio de los intereses mundanos, si en vez de frutos sazonados dan malos frutos si rechazan a utilizarla en beneficio de los otros, si ningún provecho sacan de ella para si mismos, mejorándose, son como la higuera estéril.

Dios les retirará un don que se torno inútil en ellos: la simiente que no saben hacer que fructifique, y consentirá que se tornen presas de los Espíritus malos.

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