martes, 21 de diciembre de 2010
María de Nazaret
En el año 3744 de Adán, el día 8 de Tebet (corresponde al actual 8 de Septiembre), nacía una niña robusta y hermosa, de color trigueño y cabello castaño, con cara y ojos que resumían toda la belleza entonces no igualada, ni aun hoy, de las mujeres árabes, siendo aquella niña un adorno más al ya muy bello Valle de Jericó y su histórica ciudad de la tribu de Benjamín.
Corrió su infancia como la de todas las niñas y la de todos los hijos del Creador. Nada anormal podían notar sus amiguitas y parientes, salvo su precoz inteligencia y su hermosura, unida a un carácter varonil acompañado de una ternura que hacían un gran contraste. Crecía María desarrollándose en las formas de la mujer fecunda y los jóvenes de la ciudad le cantaban en todo momento amores y ya en sus 15 abriles no se le llamaba por su nombre, sino que todos la conocían por "La Rosa de Jericó" y se empezaban así a cumplir las profecías.
Desde los años del uso de la razón, además de servir de aya a su hermano Jaime, ayudaba a sus padres en el manejo de la casa y sus ganados y era enseñada por sus padres y sus tíos Simeón y Zacarías en los secretos de las Escrituras y en el desarrollo de sus facultades medianímicas y es así cómo Simeón supo algún tiempo antes que sería casada con el viudo José, el carpintero de Nazaret, y Zacarías el nacimiento de Juan para precursor del Mesías Jesús.
María no era mística ni penitente, ni pasaba el tiempo en canturreos ni meditaciones: su espíritu sabía otras cosas del verdadero Dios y estaba en todo momento en presencia del Padre Común, sin dejar sus deberes de hija y de trabajos.
Sus padres:
Joaquín y Ana, este eran los nombres de sus padres naturales de Maria.
En las floridas riberas del Jordán y en lo más hermoso del valle de Jericó vivían en el crepúsculo de la Ley Mosaica y en los albores de una nueva era de luz, de cuya antorcha ellos serían los progenitores, dos seres dichosos en su humildad de laboriosos pastores, apreciando la naturaleza a la que comprendían lo suficiente para su felicidad y como seres destinados a dar a la humanidad un ser que sería el arca de la Alianza entre todos los hombres, pues de su seno nacería el Misionero de la Libertad, el enviado del Padre a predicar el Amor, el Libertador de la conciencia humana, pero hombre como todos los hombres, e hijo del hombre como los demás hombres, sin que el "Espíritu Santo" tuviera otra participación que la que tiene establecida para todos los seres en la Ley armónica del Universo.
Aquellos seres son Joaquín y Ana. En la madurez de su edad y para alegría de su hogar, fue elegida la materia de estos virtuosos trabajadores por el Altísimo Espíritu de la que venía con la alta misión de dar carne en sus entrañas a Jesús, espíritu de alta misión que hasta entonces había venido a la Tierra en su carácter de Amor y Rebeldía, y necesitaba por esto que la materia que había de amamantarlo fuera lo más perfecta posible y de la raza Adámica, para que justamente estuvieran en esa materia la fortaleza y la virtud en su más alto grado.
En prueba del conocimiento que estos venturosos padres tenían de su misión, inserto una de las coplas que el anciano cantaba arrullando a la bella niña y luego a ella con su hermanito Jaime:
Blanca Cordera mía
Tú eres mi orgullo
Tú me das alegría
cuando te arrullo.
Ven niña ven,
porque Joaquín te adora
y Ana también.
Quien ovejas e hijos me dio
Es un Padre, más no puede ser.
Es el Dios de mi Padre Jacob
Adoradle hijos míos que es Él.
Texto extraído del libro;
“Historia Verdadera de María de Nazareth, madre de Jesús”
Por Joaquín Trincado.
Otros trabajos en el Más Allá
En bellísima y conmovedora poesía, intitulada "Retrato de Madre" María Dolores describe la asistencia maternal y efectiva prestada por el Espíritu de María a Judas, que se encontraba en la región del umbral, ciego y solitario, mucho tiempo después de la crucifixión del Maestro.
En el final del diálogo con el discípulo suicida, sufriendo mucho y preso a terribles remordimientos, la Benefactora lo convence argumentando con intenso amor:
"Hijo mío, te amo, te amo y quiero
Verte de nuevo en la vida
Maravillosamente revestido
De paz y luz, de fe y elevación...
Vendrás conmigo a la Tierra,
Perderás, poco a poco, el ánimo violento,
Tendrás el corazón
En las aguas del bendito olvido.
En una nueva existencia de esperanza,
Te llevaré conmigo
¡Te daré otra Madre! ¡Piensa y descansa! ...
Y Judas, en ese instante,
Como quien olvidase su propio dolor gigante
O como quien se desgarra
De pesadilla atroz,
Preguntó: - ¿quién sois?
¿Qué me habláis, así, sabiéndome traidor?
¡¿Sois divina mujer, irradiando amor
O ángel celestial de quien presiento la luz?!...
No obstante, ella al mirarlo, frente a frente.
Respondió simplemente:
-Hijo mío, soy María, la madre de Jesús".
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En el libro mediúmnico Memorias de un Suicida nos enteramos de la notable e integral asistencia a los suicidas, que viven en profundo sufrimiento en el Más Allá, por parte de la Legión de los Siervos de María, "dirigidos por el gran Espíritu María de Nazareth, ser angélico y sublime que en la Tierra mereció la honrosa misión de seguir, con solicitudes maternales, a aquel que fue el redentor de los hombres.
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