viernes, 27 de enero de 2023

Psicología en el Más Allá

  INQUIETUDES ESPIRITISTAS

1.- Para elevarnos sobre nosotros mismos

2.-Identidad de los Espíritus

3- Psicología en el Más Allá

4.- Charles R. Richet y el nacimiento de la Metapsíquica

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PARA  ELEVARNOS SOBRE NOSOTROS MISMOS

     Si el orgullo es el padre de una multitud de vicios, de la caridad nacen muchas virtudes. La paciencia, la dulzura, la reserva en el hablar, dimanan de ella.. Al hombre caritativo le es fácil ser paciente y dulce, y perdonar las ofensas que se le infieren. La misericordia es compañera de la bondad. Un alma elevada no puede conocer el odio ni practicar la venganza. Se eleva por encima de los bajos rencores, ve las cosas desde arriba. Comprendiendo que las sinrazones de los hombres no son más que el resultado de su ignorancia, no le infunde amargura ni resentimiento. Sabe que perdonar y olvidar los agravios del prójimo, es destruir todo genero de enemistad y borrar toda causa de discordia en el porvenir, así en la Tierra como en la vida del espacio.
     La caridad, la mansedumbre y el perdón de las injurias nos hacen invulnerables e insensibles a las bajezas y a las perfidias.
     Ellas provocan nuestro desprendimiento progresivo de las vanidades terrestres, y nos acostumbran a fijar nuestras miradas en las cosas en que no cabe decepción.
     Perdonar es deber del alma que aspira a los cielos elevados. ¿ Cuantas veces no hemos nosotros también necesitado perdón ? ¿ Cuantas no lo hemos pedido? Perdonémonos, para ser perdonados. No podríamos obtener para nosotros lo que negásemos a los demás. Si queremos vengarnos, que sea con buenas acciones.
     El bien hecho a quien nos ofende, desarma a nuestro enemigo. Su odio se cambia sorpresa, y su sorpresa admiración. Al despertad su conciencia dormida, esta lección puede producir en él una impresión profunda.
Quizás por este medio hayamos conmovido, iluminado y arrancado un alma a la perversidad.

LEON DENIS.

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    IDENTIDAD DE LOS ESPÍRITUS


264. La bondad y la benevolencia también son atributos esenciales de los Espíritus purificados. No alimentan odio a los hombres ni a los demás Espíritus. Lamentan sus debilidades, critican sus errores, pero siempre con moderación, sin resentimiento ni
animosidad. Si se admite que los Espíritus realmente buenos sólo pueden querer el bien y expresar conceptos elevados, se concluirá que todo lo que en el lenguaje de los Espíritus revele falta de bondad e indulgencia no puede tener origen en un Espíritu bueno.

EL LIBRO DE LOS MEDIUMS
ALLAN KARDEC

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         PSICOLOGÍA EN EL MÁS ALLÁ


     Para algunas personas, la idea de una “psicología en el más allá” puede parecer difícil de aceptar o de comprender. Es innecesario decir que para el que no cree en nada más que en la materia y piensa que con la muerte del cuerpo físico se extingue la existencia, una psicología al otro lado de la tumba no es más que una fantasía. Sin embargo, tampoco está del todo claro qué puede ofrecer una terapia psicológica en el plano espiritual entre aquellos que sabemos que somos seres espirituales inmortales en transitoria experiencia corpórea. Esto sucede porque no deja de estar extendida una percepción un poco mágica del momento de la muerte. Son muchos los que ignoran que hacer balance de lo vivido en la última encarnación puede llegar a ser una tarea muy difícil y penosa, aunque esencial. La comprensión de la vida en el plano espiritual y la planificación de futuras existencias están íntimamente relacionadas con la capacidad del desencarnado de sopesar sus recientes logros y fracasos con sinceridad y serenidad, armonizándolos con los archivos del inconsciente aún inaccesibles al desencarnado en los primeros momentos del regreso a la patria espiritual.

      Gracias a la psicografía, hoy conocemos relatos que nos exponen cómo los espíritus desencarnados son amparados psicológicamente en el plano espiritual. Reciben así el auxilio terapéutico necesario para que puedan comprender la nueva etapa de vida que se revela ante sus ojos tras la muerte física. No hay que subestimar el choque que puede suponer para una persona que no creía en nada más que en la materia, que despierte al otro lado de la vida, habiendo dejado atrás todo cuanto pensaba ser lo único que poseía. Tampoco hay que infravalorar el inmenso desamparo emocional que experimentan algunos espíritus que, creyendo saberlo todo sobre la vida espiritual cuando están encarnados, se encuentran algunas veces como niños que deben reaprender tantas cosas. Todo esto, sin mencionar la angustia que puede provocar la separación de la familia o la decepción que resulta de la constatación de que los méritos conquistados en la Tierra, si no están avalados por una conducta ética, moral y humana, no tienen ningún valor en el más allá.

La verdad es que la muerte nos devuelve a la realidad creada y alimentada por nuestra propia conciencia durante nuestra jornada en la Tierra. Despojarse del cuerpo físico no implica un conocimiento inmediato de las vidas pasadas del espíritu, ni tampoco una capacidad de auto-análisis sincera y realista. Puesto de otra manera, el paso por la carne deja reminiscencias en el periespíritu que no se eliminan tan fácilmente con la muerte. Cuanto más apegados estamos, más ayuda necesitamos para eliminar los registros asociados al orgullo, a la vanidad y al egoísmo. Desencarnado, el hombre debe verse frente a frente con su propia verdad. Pero nadie puede ver la verdad mientras tenga la visión ensombrecida por el orgullo, el egoísmo o la vanidad. Precisamente por esto, en la condición evolutiva en la que nos encontramos en la Tierra, es muy raro que un desencarnado se acuerde automáticamente de todo cuanto vivió en otras encarnaciones. El acceso sin restricciones a la información archivada en el propio espíritu sobre la historia evolutiva de cada uno es tan raro como lo son la auténtica humildad y el altruismo legítimo en nuestro planeta.

    El hombre encarnado es de una triple naturaleza: cuerpo, periespíritu y espíritu. Durante su jornada física todo lo que hace, piensa y siente queda registrado en todas las zonas de su ser, que son interdependientes. Se podría decir que el objetivo de la psicología en el más allá es ayudar al hombre a enfrentarse a su nueva situación, en la que ya no posee un cuerpo físico, sino que vive según la cosecha de lo que haya cultivado durante su paso por la carne. No se pretende que el desencarnado supere imperfecciones como el orgullo, el egoísmo y la vanidad, tarea que le corresponde en el transcurso de su inmortalidad. Se trata, sin embargo, de ofrecer al ser situaciones en las que, analizando su propia condición, cada uno sea capaz de reducir su orgullo, vanidad y egoísmo apenas lo suficiente para comprender el presente, empezar a armonizar el pasado en su fuero interno y posibilitar la elaboración de planes más realistas y útiles para el futuro.

     La atención psicológica en el más allá se ocupa fundamentalmente de la delicada tarea de ayudar a los recién llegados de la jornada física a comprender por qué están donde están. Es importante observar que para acceder a este tipo de tratamiento el espíritu debe estar en posesión de sus facultades mentales, aunque se sienta aturdido o tratado injustamente. Para los espíritus que desencarnan en penosas condiciones de inconsciencia y desequilibrio mental y emocional hay que ofrecerles, antes de la atención psicológica, los servicios de primeros auxilios. Solamente una vez que el espíritu ya se encuentra en posesión de sus facultades mentales podrá obtener el debido provecho de las sesiones psicológicas que le serán ofrecidas.

     La literatura mediúmnica nos ha ofrecido relatos en los que queda evidente que el apego es uno de los principales obstáculos al que nos enfrentamos en la condición de recién desencarnados. Podemos sentir diferentes niveles y diferentes tipos de apego. Por ejemplo, podemos sentir apego a las condiciones transitorias de la vida de encarnados, echando en falta los bienes materiales o la condición de superioridad que el poder o los recursos económicos nos concedían en la Tierra. Esta forma de apego está directamente relacionada con la vanidad y el desencarnado debe comprender que en la nueva realidad en la que ha penetrado, tras su muerte física, el único valor es el bien que haya hecho o el esfuerzo de educación que haya realizado.

     Otra forma de apego es el que sentimos por las personas que quedan atrás, como familiares, cónyuges y amigos. Pese a que lo que inicialmente anima dicho afecto sea un sentimiento positivo, el apego a los lazos establecidos en la Tierra puede dificultar que el desencarnado se centre en lo que es su nueva tarea: armonizarse con su pasado, comprender su nueva situación y empezar a caminar hacia adelante. El egoísmo es la emoción desequilibrante que ofrece el trasfondo de este tipo de apego, sea porque deseamos ardientemente volver a disfrutar de la compañía de los que amamos, sea porque nos creemos indispensables para la vida de los nuestros, olvidando que en los planes de la Espiritualidad Superior no existe espacio para improvisaciones. Podemos además experimentar el apego a un sentimiento de superioridad espiritual o auto-iluminación. Personas que, cuando estaban encarnadas, desempeñaban posiciones de orientación espiritual, pueden experimentar el apego por las ideas que defendieron en el campo religioso o filosófico al que estaban afiliadas. Éstos necesitan hacer grandes esfuerzos para superar el orgullo por su conocimiento de la realidad espiritual o por la elevación moral que creen tener.

      La psicología del más allá está fundada en el tratado psicológico más sencillo y sublime del que se tiene conocimiento en la Tierra, el Evangelio de Jesús. ¿En qué se basa esta terapia? El Médico de las Almas ofrecía información a sus discípulos en la medida de su capacidad de comprensión de las cosas del cielo y de la tierra; también dialogaba con ellos, les hacía preguntas, desafiándoles a pensar sobre el significado de sus parábolas; Jesús no esperó hasta que sus discípulos fueran moral o intelectualmente perfectos para enviarles a difundir su palabra. Por el contrario, el Maestro consideró que el propio trabajo edificante, aliado a lo que habían escuchado de él, les enseñaría a superar sus límites y crecer espiritualmente. Hay diversos ejemplos en la literatura mediúmnica que nos demuestran cómo estos principios son aplicados de forma sistemática en la espiritualidad para ayudar a los desencarnados a enfrentarse al orgullo, la vanidad y al egoísmo del que llegan impregnados a la patria espiritual.

En Nuestro Hogar, André Luiz nos cuenta, por las manos del inolvidable Chico Xavier, cómo tras recibir los primeros auxilios y sentirse más fuerte, le invadió un gran deseo de colaborar con los demás. Su orgullo de la condición de médico en la Tierra, sin embargo, le hizo creer que sus conocimientos serían útiles en la colonia espiritual que le acogiera. Nuestro querido amigo tuvo que empezar colaborando en la limpieza de la enfermería, trabajo que, hasta entonces, había considerado inferior. Durante la realización de esta tarea, pasó a observar a los pacientes allí ingresados. Abandonando la máscara del médico de la Tierra que sólo veía a pacientes, pasó a ver hermanos de sufrimiento. Durante su trabajo en la enfermería, mientras hacía tareas que nunca había realizado en su última encarnación, André Luiz aprendió a amar el servicio y a servir con humildad. La forma como consigue autorización para la tarea tampoco debe ser olvidada. André Luiz solicita una cita con Clarencio, Ministro del Auxilio, y se da cuenta que el honorable bienhechor recibe a los que le vienen a consultar de dos en dos. De esta manera, cada uno de los entrevistados no sólo tiene que superar la vergüenza de exponer su caso ante otra persona, sino que también tiene la oportunidad de aprender de las elucidaciones recibidas por su compañero de cita.

     En Memorias de un Suicida, psicografiado por Ivonne do Amaral Pereira, vemos cómo las labores educativas se entremezclan con la revisión del pasado delictuoso de los espíritus “aprisionados” en la Torre. Allí, espíritus, antes criminales en la Tierra o en la espiritualidad, reciben lecciones sobre los derechos de cada individuo en la sociedad terrena y en la espiritual. Los reclusos viven en pequeños recintos para estudio y residencia, recibiendo amplias oportunidades de reflexión. Conocemos además una especie de gabinete de fenomenología transcendental donde un complejo equipo, cuyo magnetismo ejerce la influencia de un imán, posibilita la visión de los pensamientos y acciones pasadas de los sujetos investigados. Para la reeducación de los espíritus ignorantes e inferiores, dicha clase de aparatos es muy útil e indispensable. Esto sucede porque pese a recibir las instrucciones más elevadas, muchos siguen cegados por el orgullo. Éste sofoca las conclusiones lógicas del razonamiento, que prefiere presentar quejas y otros argumentos para justificar las faltas. Pese a que intentemos esquivar nuestras responsabilidades por miedo al futuro preparado por nuestras actitudes del pasado, la espiritualidad dispone de métodos tan energéticos como nuestra resistencia en asumir nuestros compromisos.

No podría terminar esta colaboración sin recordar al Hospital Esperanza, que conocemos en el libro Lirios de Esperanza, psicografiado por Wanderley de Oliveira y dictado por el espíritu Ermance Dufaux. El objetivo de dicha institución erguida en la psicosfera brasileña, es ofrecer socorro y orientación a los seguidores de Cristo de distintas tradiciones filosóficas y religiosas, que no supieron o no quisieron asumir el compromiso con su mensaje de amor. Quizá sorprenda al lector saber que en este hospital existe un área, denominada Judas Iscariote, dedicada especialmente a la recuperación mental de líderes espiritistas que analizaron con gran atención las necesidades de los demás, pero se olvidaron de su propia liberación. Los que ingresan allí entienden el mensaje de Jesús y del Espiritismo por las vías de la razón, pero son adictos a la admiración y a la notoriedad, aún principiantes en el amor desinteresado y fraterno.

     En conclusión, debemos comprender que el hombre desencarnado es simplemente el hombre desprovisto de su cuerpo físico. Cuando volvemos a la espiritualidad llevamos con nosotros todo el progreso moral que hayamos realizado, pero obviamente también cargamos con todas nuestras imperfecciones. Éstas siguen poniendo trabas a nuestro progreso en la espiritualidad, así como lo hacían en la carne. Gracias a la misericordia divina y a la tolerancia y dedicación de la Espiritualidad Superior, el hombre no estará jamás desamparado en cualquiera que sea el plano en el que se encuentre. Los métodos y equipos utilizados por los trabajadores de la psicología del más allá lo demuestran. Demos gracias a Dios y a los amigos y mentores que, pese a nuestras imperfecciones, nos siguen ofreciendo la oportunidad de armonizarnos con el pasado, comprender el presente y construir un futuro de más luz para toda la humanidad.

Por Janaina Minelli de Oliveira. Doctora en Lingüística Aplicada y profesora de Habilidades Comunicativas en la Universidad Rovira i Virgili. Colabora en los proyectos de asistencia social y divulgación del Centro Espírita Amalia Domingo Soler de Barcelona.
(Art. Tomado de la Revista Espírita Número: 4 )


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CHARLES R. RICHET Y EL NACIMIENTO DE LA  METAPSÍQUICA

      Médico francés, catedrático de fisiología en 1878, miembro de la Academia de ciencias y de medicina, Charles Richet se convirtió en 1919 en presidente honorario del IMI (Instituto Metapsíquico Internacional). Luego, ocupó el puesto de presidente entre 1930 y 1935.

      Su contribución a la investigación metapsíquica fue muy importante, especialmente por su participación en los experimentos con los célebres médiums de la época. En octubre de 1892, en Milán, colaboró con una comisión que dirigía una serie de experimentos a los que se había prestado Eusapia Palladino, médium de efectos  físicos. Prosiguió luego sus propios experimentos en París, y publicó el resultado de sus investigaciones en el periódico de la S. P. R. (Society for Psychical Research) iniciando al mismo tiempo una correspondencia con Frederick Myers.

      Charles Richet se interesó particularmente por el estudio de la telepatía, la clarividencia, la premonición y la psicoquinesia.  Pero desafiaba las teorías y otorgaba el mayor valor a la realidad de los hechos. Sin embargo, como todo investigador, tenía unos supuestos de base, especialmente una convicción  “fisicalista” según la cual el pensamiento (la consciencia) no podía concebirse fuera del cerebro. Por consiguiente, para él, los fenómenos paranormales probablemente podían comprenderse con arreglo a una energética interna (hoy diríamos “intrapsíquica”) y le era indispensable establecer un marco de investigación que fuera radicalmente opuesto a las hipótesis espíritas. En efecto, consideraba que los fenómenos paranormales eran únicamente de naturaleza fisiológica, y refutaba todas las concepciones relacionadas con la supervivencia del alma después de la muerte. Más allá de sus dudas sobre la realidad espírita, en su proceso científico Charles Richet aportó respuestas sobre la naturaleza humana y su relación con los fenómenos púdicamente llamados “psíquicos”. De hecho se trata de una relación entre espíritu y materia. Pero en la época, se desconfiaba de las nociones espiritualistas para evitar la amalgama con los fenómenos de milagros religiosos.

     No obstante, las obras de Charles Richet siguen siendo una fuente de información importante e interesante.

     A la vez físico, psicólogo y filósofo, se ocupó de todos los campos de investigación para comprender al hombre y el mundo que le rodea.

     A partir de 1884, Charles Richet participó en el movimiento pacifista, que no impidió la guerra de 1914, pero contribuyó vigorosamente a preparar la defensa de la paz después de esa guerra.

    Miembro, y luego presidente de Sociedades pacifistas, Charles Richet prosiguió su acción mediante discursos, conferencias, artículos de prensa, libros y su activa participación en congresos nacionales e internacionales de los cuales fue presidente.

     «En cuanto se constituye una ciencia nueva, a pesar de las grandes esperanzas que hace nacer en sus entusiastas y audaces promotores, es tratada primero, por el gran público, pero sobre todo por los eruditos, con burla y desprecio. Me atreveré pues aquí a pedir socorro para una ciencia nueva,  todavía sin forma y en esbozo, ciencia llamada de las cosas ocultas, ciencia que (en 1894) denominé Metapsíquica, pero que de buena gana llamaría ciencia de lo inhabitual… ¡Pues bien! Esa ciencia de lo inhabitual a la que he dedicado tantos esfuerzos es perseguida. ¡Oh! No me conmuevo por ello .

Todas las ideas nuevas lo fueron en su origen. ¿Por qué no iban a serlo aún hoy? 

( Autoría desconocida)

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