domingo, 5 de junio de 2016

Lucha en la enfermedad

Escepticismo y espiritismo

De un siglo a esta parte ha venido haciendo su obra el escepticismo, que tiende a empobrecer cada vez más las fuentes de la vida y del pensamiento. Muy al contrario de constituir una fuerza o cualidad, es antes una dolencia del Espíritu que destruye y aniquila la confianza que debemos tener en nosotros mismos, en nuestros recursos ocultos, en las posibilidades de desarrollarnos, evolucionar y elevarnos a los planos magníficos del Cosmos mediante continuado esfuerzo; la confianza en esa ley suprema que atrae al Ser desde lo hondo de los abismos de vida y crece a su iniciativa y vuelo las perspectivas infinitas del tiempo y el vasto escenario de los mundos.

Distiende el escepticismo poco a poco los resortes del alma, reblandece los caracteres, extingue la acción fecunda y creadora. Potente para destruir, jamás creó nada grande. 

Y si toma incremento puede trocarse en un flagelo, vale expresar, en causa de decadencia y muerte para un pueblo.

El criticismo es producto del espíritu escéptico de nuestro tiempo. Ha llevado a cabo un lento trabajo de disgregación, reduciendo a polvo cuanto integraba la fuerza y grandeza del alma humana. La literatura es el principal medio de influencia de que dispone*. La nueva generación se deja seducir por la forma elegante del lenguaje y la magia de la expresión en sus predecesores, como también por la consideración enfermiza de que resulta más fácil criticar y mofarse que estudiar a fondo un asunto y extraer conclusiones lógicas. Así se va renunciando paulatinamente a toda convicción, a toda fe elevada, para complacerse en una suerte de vago y estéril diletantismo. 

Juzgan de buen tono adoptar la actitud del desilusionado, considerar vano el esfuerzo e inaccesible la verdad, renunciar a toda tarea penosa, contentándose con comparar las ideas y opiniones para tratarlas con ironía y convertirlas en objeto de irrisión.

Los progresos del escepticismo se explican porque entre nosotros las formas de la fe no responden ya a las exigencias del espíritu moderno y de la ley de evolución. Desprovista se halla la religión de las bases racionales sobre que se puede edificar un convencimiento firme. Ahora bien, el Espiritualismo experimental viene a llenar este vacío y ofrecer al alma contemporánea un campo de observación, un conjunto de pruebas y hechos que constituye sólido apoyo para las creencias del porvenir.

El Universo se nos muestra como depósito de fuerzas ignotas, de energías innumerables. Un infinito que produce vértigo aparece ante el pensamiento, un infinito de realidad, la noción de lo sobrenatural se desmorona, pues de la inmensa Naturaleza vemos crecer incesantemente los límites de su dominio, revelándose la posibilidad de una vida orgánica invisible, más rica e intensa que la, de los humanos, regida por leyes imponentes. En infinidad de casos esa vida se mezcla con la nuestra e influye sobre esta última para bien o mal.

Abundante venero de inspiración mana del Mundo Invisible sobre la humanidad, y estrechos lazos subsisten entre vivientes y desaparecidos. Todas las almas se hallan unidas por hilos misteriosos y ya en la Tierra vibran las más sensibles al ritmo de la vida universal.

Por el justo equilibrio entre la libertad individual y la autoridad de la ley suprema se explican y concilian las incoherencias aparentes de la vida y la historia, al paso que su profundo sentido y su finalidad se revelan al que sabe penetrar la naturaleza íntima de las cosas. Fuera de esta acción soberana no habría sino desorden y caos en la variedad infinita de los esfuerzos e impulsos indi-viduales, en toda la obra humana en suma.
Con el pretexto de análisis y de libre crítica existe en nuestra época, una tendencia profundamente deplorable a denigrar cuanto ha hecho la admiración de los siglos, a deslucir y alterar todo lo que se halle exento de tachas y lunares. en toda época y por dondequiera vemos erguirse grandes sombras que nos hablan y exhortan. Desde el fondo de los siglos surgen voces que nos refrescan gratos recuerdos, recuerdos tales que si los tuviéramos presentes siempre en el Espíritu bastarían para inspirar e iluminar nuestra vida. Pero sopla el viento del escepticismo y el olvido y la indiferencia llegan, nos absorben las preocupaciones del vivir material y terminamos por perder de vista lo que de más grande y elocuente existe en los testimonios del pasado.
A medida que aumenta el conocimiento del Universo y del Ser, retrocede y se desvanece la noción de lo sobrenatural. Llegamos a comprender que la Naturaleza es una, pero que en su inmensidad contiene dominios y formas de vida que por mucho tiempo escaparon a nuestros sentidos. Estos sin embargo son limitadísimos,  Ya que sólo nos posibilitan percibir los aspectos más groseros y elementales del Universo y la vida. Su pobreza, su insuficiencia se ha revelado sobre todo cuando la invención de los poderosos instrumentos ópticos -telescopio y microscopio-, que en todas direcciones han ensanchado el campo de nuestras percepciones visuales.

Sabemos ahora que, allende las formas visibles y tangibles que nos son familiares, la materia existe en numerosos y diversos estados, invisibles e imponderables, y que poco a poco se purifica, se transforma en fuerza y en luz, para convertirse en el éter cósmico de los físicos. En todos esos estados y aspectos sigue siendo la sustancia en que se tejen organismos sin cuento, formas de vida de inimaginables sutileza. En dicho océano de materia sutil se agita intensa la vida, por encima y alrededor de nosotros. Más allá del círculo estrecho de nuestras sensaciones hay abismos, se extiende un amplio mundo incógnito, poblado de fuerzas y de Seres que no percibimos pero que sin embargo participan de nuestra existencia, de las alegrías y sufrimientos que experimentamos, y que en cierta medida pueden influir en nosotros, auxiliarnos. En lo interior de ese mundo inconmensurable se esfuerza por penetrar una ciencia nueva.

Ese mundo poblado de influencias que sufrimos sin conocerlas, penetrado del quid divino que adivinamos sin poseer sus pormenores, es más interesante que aquel al cual se limitó hasta ahora nuestro pensamiento. Tratemos de hacerlo accesible a las indagaciones. Hay en él inmensos descubrimientos por hacer, con los cuales se beneficiará el género humano.

Prodigioso es el hecho de que nosotros mismos pertenezcamos, con la parte más importante de nuestro Ser, al Mundo Invisible que a diario se revela a los observadores atentos. Hay en cada ser humano una forma fluídica, un cuerpo sutil indestructible, imagen fiel del cuerpo físico y del cual sólo es éste revestimiento transitorio, grosero estuche. El primero posee sus sentidos propios, más poderosos que los del cuerpo físico, ya que éstos no constituyen sino la prolongación debilitada de aquéllos*.

El cuerpo fluídico es el verdadero asiento de nuestras facultades, de la conciencia, de aquello que los creyentes de todas las épocas han denominado alma. Esta no constituye una vaga entidad metafísica, sino más bien un centro imperecedero de fuerza y de vida, inseparable de su forma sutil, Existía antes de que naciéramos y la muerte no influye en ella. Tornamos a encontrarla allende la tumba en la plenitud de sus adquisiciones intelectuales y morales. Su destino es proseguir, a través del tiempo y el espacio, su evolución hacia estados cada vez mejores y más iluminados por los rayos de luz de la justicia, la verdad y la belleza eternas. Por siempre perfectible, el Ser cosecha en su estado psíquico el fruto acrecido de los trabajos, sacrificios y pruebas de todas sus existencias.

Los que han vivido entre nosotros y continúan su evolución en el Espacio, no se desinteresan de nuestros sufrimientos y lágrimas. Desde los planos superiores de la vida universal manan de continuo sobre la Tierra corrientes de fuerza y de inspiración. De allí provienen las iluminaciones subitáneas del genio, los poderosos hálitos que pasan sobre las muchedumbres en las horas decisi-vas, el sostén y la confortación para quienes flaquean bajo el fardo de la existencia. Misterioso vínculo enlaza lo visible con lo invisible. Pueden establecerse relaciones con el Más Allá, valiéndose del concurso de ciertas personas especialmente dotadas y en las cuales los sentidos ocultos del alma, los psíquicos, esos sentidos profundos que en todo ser humano duermen, son susceptibles de despertar y entrar en acción ya en esta vida. A tales auxiliares denominamos médiums.

*La existencia de ese doble o fantasma de los vivientes ha sido establecida por innúmeros hechos y testimonios. Puede desprenderse de su envoltura carnal durante el sueño -bien sea éste natural o provocado- y manifestarse a distancia.

El Espíritu humano, a despecho de sus vacilaciones e incertidumbres marcha desde hace siglos de conquista en conquista, y a la hora actual comienza a remontar vuelo. El pensamiento del hombre se eleva -acabamos de verlo- por encima del mundo físico para sumirse en las vastas regiones del mundo psíquico, donde se empieza a columbrar el secreto de las causas, la clave de todos los misterios, la solución de los grandes problemas de la vida, la muerte y el destino.

El hombre serio, que se mantiene a igual distancia de la credulidad ciega que de la no menos ciega incredulidad se ve en la necesidad de reconocer que tales manifestaciones han tenido lugar en todas las épocas.

La mediúmnidad existió siempre, dado que en todo tiempo el hombre ha sido Espíritu y siempre este Espíritu se ha abierto una brecha hacia ese mundo que para nuestros sentidos ordinarios es inabordable.

Constantes; permanentes, tales manifestaciones se producen en la totalidad de los ambientes y en toda forma, desde las más comunes y groseras -como las "Mesas giratorias", transporte de objetos sin contacto y casas encantadas- hasta las más delicadas y sublimes -como el éxtasis o las altas inspiraciones-, y ello, conforme a la elevación de las Inteligencias que intervienen.

Las lecciones de nuestros Guías del Espacio son más eficaces que las de un maestro y, sobre todo, más abundantes en revelaciones morales. Las universidades e iglesias no practican mucho esas vías del conocimiento. Sus representantes leen poco en el "libro de Dios" en el gran libro del Universo invisible de donde se puede extraer sabiduría y luz.  El mundo oculto y divino posee manantiales de verdad diferentemente ricos y profundos que aquellos en que los humanos beben. Y a veces tales fuentes se tornan accesibles a los simples, humildes e ignorantes, a los que ha marcado Dios con su sello y que encuentran en aquéllas elementos de saber que superan cuanto el estudio puede procurarnos.

La ciencia humana no deja de tener cierto orgullo. Sus enseñanzas huelen casi siempre a convención, afectación, pedantería, al caso es que carecen a menudo de claridad y sencillez. Algunas obras de psicología, por ejemplo, resultan de tal modo oscuras y complejas y se hallan tan erizadas de expresiones extravagantes que frisan en lo ridículo.
Las verdades provenientes de altas revelaciones se manifiestan con rasgos de luz, y, en pocas palabras, por boca de los simples, resuelven los más arduos problemas. Dijo Cristo:
Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, que encendiste estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños (Lucas, 10:21).
Bernardin de Sannt-Pierre escribe: "Para hallar la verdad hay que buscarla con sencillez de corazón".
Los médiums que entrevén los esplendores del Espacio y los Seres radiantes  que en él moran, experimentan un éxtasis que les hace más tristes y pesadas las realidades de la Tierra. Haber participado por un segundo de la vida celestial y volver a caer de golpe en medio de las tinieblas de nuestro mundo constituye, sin ninguna duda, un contraste punzante.
Pocos hombres comprenden estas cosas. Las vulgaridades de la Tierra les ocultan las bellezas del Mundo Invisible que les rodea y en el que se sumergen como ciegos en medio de la luz. Pero almas delicadas hay, Seres que poseen sentidos sutiles, para quienes el denso velo de las cosas materiales se desgarra por instantes y a través de tales aberturas perciben un rincón del mundo divino, el de las verdaderas alegrías y las felicidades reales, donde nos reencontraremos todos al morir, tanto más libres y dichosos cuanto mejor hayamos vivido por el pensamiento y el corazón, cuanto más hayamos amado y sufrido.

Así, para cuantos saben interrogar a lo Invisible en el recogimiento y la oración, el pensamiento divino desciende de grado en grado desde las alturas del Espacio hasta los hondones de las con-ciencias.

Las mismas Inteligencias invisibles que claramente intervienen en la obra humana se hallan en la precisión de entrar en la mentalidad de los sujetos en que se manifiestan, sirviéndose de las formas y nombres de seres ilustres que dichos sujetos conozcan, a fin de impresionarlos, inspirarles confianza y prepararlos mejor para el papel que se les asigna.
En el Más Allá no dan tanta importancia como nosotros a los nombres y personalidades, sino que se llevan a cabo obras grandiosas y para ponerlas en efecto se utilizan los medios que requiere el estado de espíritu --pudiéramos decir el estado de inferioridad e ignorancia- de los ambientes y épocas en que tales poderes quieren intervenir.
Los estudios experimentales efectuados de medio siglo a esta parte*, arrojan cierta luz sobre la vida en el Más Allá. Sabemos que el Mundo de los Espíritus se encuentra poblado de Seres en cantidad innumerable que ocupan todos los peldaños de la escala evolutiva. Que, desde el  punto de vista moral la muerte no nos, modifica y que en el Espacio volvemos a hallarnos en posesión de cuantas perfecciones habíamos adquirido, mas también con nuestros errores y defectos. De lo cual resulta que en la atmósfera terrestre pululan las almas inferiores, ávidas de manifestarse a los humanos, lo que hace a veces que las comunicaciones impliquen peligros y exige por parte de los experimentadores una preparación laboriosa y mucho discernimiento.

Tales estudios demuestran asimismo que entre nosotros existen legiones de almas bienhechoras y protectoras, las almas de los hombres que sufrieron por el bien, la verdad y la justicia. Se ciernen por encima de la pobre humanidad para guiarla por las sendas de su destino. A mayor altura de los estrechos horizontes de la Tierra, toda una jerarquía de Seres invisibles se escalona en la luz. En la escala de Jacob de la leyenda, la de las inteligencias y conciencias superiores, que se gradúa y eleva hasta los Espíritus radiantes, hasta las potentes Entidades depositarias de las fuerzas divinas.

 Entes invisibles intervienen en la vida de los pueblos, pero no siempre lo hacen de modo tan manifiesto, en los más de los casos su acción permanece oscurecida, eclipsada, en primer término para salvaguardar la libertad humana y, sobre todo, porque si tales poderes quieren que se les conozca, desean igualmente que el hombre se esfuerce y torne apto para conocerles.


Los grandes hechos de la historia son comparables a los claros que de pronto se abren entre las nubes cuando está el cielo encapotado, para mostrarnos el azul profundo, luminoso, infinito. Tras lo cual esas brechas se cierran al momento, puesto que el hombre no se halla todavía maduro para captar y comprender los misterios de la vida superior.
En lo que respecta a la elección de las formas y medios de que se valen los grandes Seres para intervenir en el campo terrenal, hay que reconocer que nuestro conocimiento sobre esto es sobre-manera escaso para evaluarlos y juzgarlos. Las facultades que poseemos son incapaces de valorar los vastos planes de lo Invisible. Pero sabemos que los hechos están ahí, indiscutibles, innegables. De tiempo en tiempo, a través de la oscuridad que nos rodea, en medio del flujo y reflujo de los acontecimientos, en las horas decisivas, cuando una nación se halla en peligro o el género humano ha salido de su vía, entonces una emanación, una personificación del poder supremo desciende entre nosotros para recordar a los hombres que por encima de ellos hay recursos infinitos, que pueden atraer por medio del pensamiento y de sus invocaciones; que existen sociedades de almas a las que el Ser encarnado por sus méritos y esfuerzos, se incorporará algún día.

La intervención en la obra humana de esas altas Entidades, a las que denominaremos los anónimos del Espacio, constituye una profunda ley sobre la cual creemos deber insistir aún, esforzándonos por hacerla más comprensible.

Generalmente,  los Espíritus superiores que se nos manifiestan no se designan con nombre, y si lo hacen toman uno simbólico que caracteriza su naturaleza o la índole de la misión que se les asignó.

En la Tierra priva la personalidad, absorbiéndolo todo. El yo tiránico se impone y es el signo de nuestra inferioridad, la fórmula inconsciente del egoísmo que nos caracteriza. 
Siendo imperfecta y provisoria nuestra actual condición lógico es que todos los actos que llevamos a cabo graviten en torno de nuestra personalidad, vale decir, del yo que mantiene y asegura la identidad del Ser en su estado inferior de evolución, a través de las fluctuaciones del espacio y las vicisitudes del tiempo.

De manera muy diferente pasa en las altas esferas espirituales. La evolución continúa en formas más etéreas, que a determinada altura se combinan, asocian y realizan lo que pudiera llamarse la compenetración de los seres.

Cuanto más asciende y progresa el Espíritu en la jerarquía infinita, tanto más se borran los ángulos de su personalidad, dilatándose y esparciéndose su yo en la vida universal, de resultas de la ley de armonía y amor. Sin duda sigue en pie la identidad del Ser, pero su acción se mezcla cada vez más con la actividad general, esto es, con Dios, que constituye en realidad el acto puro.

En ello consisten el progreso infinito y la vida eterna: acercarse de continuo al Ser absoluto sin alcanzarlo nunca, y confundir cada vez más plenamente nuestra obra propia con la eterna.

Llegado a esas cumbres, el Espíritu no se presenta con tal o cual nombre, no es ya individuo, personalidad, sino una de las formas de la actividad infinita. Se denomina legión y corresponde a una jerarquía de fuerzas y luces, del modo que un fragmento de llama pertenece a la acción del hogar que la engendra y nutre. Se trata de una inmensa asociación de Espíritus armonizados entre sí por leyes de luminosa afinidad, de sinfonía intelectual y moral, por el amor que los identifica. ¡Fraternidad sublime, de la cual la de la Tierra no es sino pálido y fugitivo reflejo!

En ocasiones, de esos grupos armoniosos, de tales pléyades deslumbradoras surge una irradiación viviente, una radiosa forma se separa y acude, como una proyección de luz celestial, a explorar e iluminar los rincones más ocultos de nuestro oscuro mundo. Y a cooperar a la ascensión de las almas, ya fortificar a una criatura en la hora de un gran sacrificio, o sostener la cabeza de un Cristo en la agonía, o bien salvar a un pueblo, redimir a una nación que a punto está de perecer, tales las misiones sublimes que esos mensajeros del Más Allá vienen a cumplir.

La ley de solidaridad exige que los Seres superiores atraigan hacia sí a los Espíritus jóvenes o retrasados. De manera que una inmensa cadena magnética se desenvuelve a lo largo del inconmensurable Universo y liga a las almas y los mundos.

Y puesto que lo sublime de la grandeza moral consiste en hacer el bien por el bien mismo, sin reintegro egoísta, los Espíritus bienhechores obran tras el doble velo del silencio y el anónimo, a fin de que la gloria y el mérito de sus actos se dirijan sólo a Dios y a El vuelvan.

Las manifestaciones del Mundo invisible son constantes, pero agregaremos que no iguales. En ocasiones la superchería y el charlatanismo se mezclan con la inspiración sagrada. Existen también verdaderos médiums que, sin embargo, se engañan a sí mismos y a ciertas horas obran bajo el imperio de la autosugestión. Por lo demás, la fuente no es siempre muy pura y la visión resulta a veces confusa, pero se dan a cambio fenómenos tan brillantes que en presencia de ellos no cabe duda alguna.

Hay en la mediúmnidad, como en todas las cosas, infinita diversidad, una gradación o especie de jerarquía. Casi todos los grandes predestinados -profetas, fundadores de religiones, mensajeros de verdades-, cuantos proclamaron los principios superiores de que el pensamiento humano se nutrió, han sido médiums, puesto que su existencia estuvo en continuas relaciones con las altas esferas espirituales.


La mayor parte de los hombres geniales son inspirados, en la más alta acepción del término. Sus obras vienen a ser como focos que Dios enciende en la noche de los siglos para iluminar la marcha del género humano.

Toda la filosofía de la historia se resume en estas pocas palabras: la comunión de lo visible con lo invisible, que se expresa por medio de la alta inspiración: los individuos geniales y grandes poetas, los sabios y artistas, los inventores célebres, todos son ejecutores del plan divino en el mundo, de ese majestuoso plan de evolución que arrebata al alma hacia las cumbres.

Ora las nobles Inteligencias que presiden esta evolución encarnan ellas mismas, para hacer que su acción resulte más eficaz y directa, y entonces tenéis a Zoroastro, a Buda y, por sobre todos, a Cristo; ora las dichas Inteligencias inspiran y sostienen a los encargados de dar irás vivo impulso a los vuelos del pensamiento, vale expresar, a esos misioneros en cuyo número se contaron Moisés y San Pablo, Lutero y Mahoma. Pero no existe un caso en que la libertad humana no se respete. De ahí los impedimentos de toda laya que esos grandes Espíritus en su camino encuentran.

Hay que reconocer que el fenómeno de la mediúmnidad abunda en todas las épocas. La historia entera se ilumina con su luz. La mediúmnidad ha sido con frecuencia inspiradora del genio, educadora de la especie humana, el medio de que Dios se vale para elevar y transformar a las sociedades.

Hoy pasa sobre el mundo como un hálito nuevo, que acude a dar vida a tantas almas aletargadas en la materia, a tantas verdades que en la sombra y en el olvido yacen. Los fenómenos de visión y audición, las apariciones de difuntos, las manifestaciones de los Invisibles por incorporación, psicografia, tiptología y demás, se tornan incontables, multiplicándose a diario alrededor de nosotros.

La mediúmnidad existe en estado latente en muchísimas personas. Por donde quiera y alrededor de nosotros, entre las niñas, muchachas y mozos se desarrollan sutiles facultades y se elaboran fluidos poderosos, que pueden oficiar de vínculos entre el cerebro humano y las Inteligencias del Espacio. Lo que todavía no tenemos son las escuelas y métodos necesarios para desenvolver tales elementos con ciencia y perseverancia a fin de valorizarlos. La falta de preparación metódica y de paciente estudio no permite extraer de dichos gérmenes todos los frutos de verdad y sabiduría que pudieran dar. Con sobrada frecuencia, por falta de saber y de trabajo regular, dichos frutos se secan o no se producen más que flores emponzoñadas.

Sin embargo, poco a poco una ciencia y una creencia nuevas nacen y se propagan, trayendo para todos el conocimiento de las leyes que rigen al Universo invisible. En breve se aprenderá a cultivar tan preciosas facultades y a trocarlas en instrumentos de las grandes almas, depositarias de los secretos del Más Allá. Los experimentadores renunciarán a las miras estrechas y procedimientos rutinarios de una ciencia envejecida, dedicándose a usar de los poderes del Espíritu mediante el pensamiento elevado, motor supremo, lazo de unión que liga a los mundos divinos con las esferas inferiores. Entonces, una irradiación de lo Alto acudirá a fecundar sus investigaciones. Sabrán que el estudio de los problemas filosóficos esenciales, la práctica del deber, la dignidad y la rectitud de la vida constituyen las condiciones básicas para obtener buen éxito. Si con respecto a la experimentación psíquica resultan indispensables la ciencia y el método, no tienen menos importancia los generosos impulsos del alma por medio de la plegaria, porque son el imán, la corriente fluídica que atrae los poderes bienhechores y aleja las influencias funestas.

El día en que todas esas condiciones hayan sido reunidas, el Espiritismo entrará por competo en la senda de sus destinos. En la hora en que tantas creencias vacilan bajo el soplo de las pasiones y el alma humana se hunde en la materia, en medio del decaimiento general de los caracteres y las conciencias, se tornará en un medio de salvación, una fuerza, una fe viviente y actuante, que unirá de nuevo al Cielo con la Tierra y abarcará almas y mundos en comunión eterna e infinita.

Como en tiempo de Cristo, pasa sobre el mundo el soplo de lo Invisible que reanimará los corazones desfallecientes, despertando las almas que parecían muertas. Jamás debemos desesperar del futuro de nuestra estirpe. En nosotros está el germen de la resurrección, en nuestros Espíritus y corazones. La fe esclarecida, la confianza y el amor son las palancas del alma: cuando la inspiran, sostienen e impulsan, no existe cumbre que no pueda ella alcanzar...

Trabajo realizado por M. C. R

Extraído del libro de León Denis “Juana de Arco”

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           LUCHA EN LA                     ENFERMEDAD

La victoria contra las vicisitudes está al alcance de todos aquellos  que se empeñan honestamente por conquistarla.
No debemos quejarnos ya que al hacerlo traducimos rebeldía a los códigos superiores de la vida. La queja es hija de la irritación y de la mala voluntad que contribuyen poderosamente para empeorar el cuadro de desequilibrio de aquel que debería ser candidato al esfuerzo de renovación mental, aplicando todos los recursos  para preservar las fuerzas en el bien y en la esperanza, mediante cuyo método aspira a una psicosfera benéfica y libertadora.
Todos los males que padece el cuerpo proceden del Espíritu, desde el plano espiritual inspiran a los encarnados  a recetar menos drogas, evitando así intoxicaciones orgánicas, para reequilibrar mejor el psiquismo del enfermo, que deben ajustar a la salud  y preservarla.

La mayor incidencia  de las enfermedades es derivada de los problemas socio-morales, del hombre, de la distonía nerviosa, de la falta de higiene,  con alta incidencia parasitaria en niños y adultos. El esclarecimiento  y la reeducación, encaminando  al enfermo a otros sectores donde se pueda beneficiar, recuperándose con mayor seguridad debe ser la medida a tomar por los que se deciden a socorrer al alma enferma.
Depende mucho de la aptitud mental del enfermo, el que esa ayuda resulte beneficiosa, pues no ignoramos, que el pensamiento genera energías que transportan cargas vibratorias de acuerdo con la calidad moral de que se revisten las ideas. Manteniéndonos en ideas positivas y albergando optimismo, nos moveremos cada vez más en canales vibratorios que nos dejaran inmunes  a la perturbación, pasando a sintonizar con otros géneros  de ondas en las cuales  se encuentran  campos de vida propiciadores de bienestar, mereciendo mejor asistencia espiritual. Es de ley, que querer es lograr, desde que se sepa lo que se quiere y se mantenga firme el deseo por conseguirlo. Nunca falta apoyo a quienes ansían la ascensión.
Es fácil observar que los Espíritus  conscientes del mal que hacen a los que persiguen cuando saben que a los que obsesionan están recurriendo a la ayuda médica  para aminorar sus males, envisten contra sus posibles bienhechores, a fin de influirles; generando antipatía por el paciente y, cuando hay afinidad moral entre el médico y el verdugo desencarnado, este le lleva a equivocarse en el diagnostico o por lo menos a no dar la debida atención al problema, quedando en la superficialidad, que no le permite la correcta evaluación para un tratamiento eficiente.
Las inteligencias espirituales negativas son muy hábiles en la elaboración y práctica de los métodos de cobranza que se imponen, en la saña loca de conseguir  los pérfidos resultados a que se agarran.
Quien posee el conocimiento de la vida espiritual, no debe caminar  entre las sombras, a tenor de la luz que debe estar implantada en su razón, conduciendo los sentimientos y perfeccionándose.  La sistemática predominancia de los instintos más agresivos, que fomentan el egoísmo en detrimento de otros valores más elevados, hace que  se pierda el valor en la rampa de la insatisfacción con los consecuentes  efectos de la rebeldía constante, sin el apoyo de la humildad que calma, ni de la legítima fraternidad que armoniza.
El problema de la evolución es pauta del deber personal, intransferible, no pudiendo nadie crecer en lugar de otro…
Nadie debe desconsiderar la responsabilidad, de los deberes morales, ya que son ellos los agentes que propician el crecimiento del ser, en el rumbo de la liberación de  las aflicciones que lo prenden al potro del sufrimiento.
El odio no se encuentra inscrito en página alguna del Libro de la Vida, es de origen humano, en la franja limítrofe con la línea animal, en la que predomina el instinto… La inteligencia mal conducida, transforma  la agresividad primitiva en programa de venganza y la racionaliza mediante sistemática compulsión siniestra, que transforma el impulso  primitivo en odio que aguarda a la presa y piensa devorarla.  Los animales, todavía, atacan, cuando son atacados o cuando tienen hambre y, muy raramente, por la preservación de la vida. El hombre, no. El elabora el plan, enloquece, poco a poco, hasta el momento de la venganza en la que dice complacerse. ¿Y después? La sensación del vació que le asalta la mente, antes repleta de lúgubres ideas, constituye para el, también una forma  de reparación que le lleva al desvarió completo, hasta que la reencarnación le lleva de vuelta a la bendición del olvido. Los crímenes que se  practican claman al Cielo y no son olvidados por la Divina Providencia. Sin embargo, los recursos reparadores  se harán presentes por intermedio de otros métodos,  los cuales no generan nuevas calamidades, ni desarmonizan los códigos de amor, que están vigentes en todas partes. Nadie tiene el derecho de levantar la maza de la justicia, haciéndose regularizador  de débitos, porque casi todos tenemos compromisos en la retaguardia esperando por nosotros.
El amor ha de apagar las atizadas llamas  del odio. No extinguiéndose jamás la vida, todo el empeño debe ser aplicado para disfrutar cuantos antes de la paz. No hay que perder la oportunidad de ser el que perdona, el que inicia el nuevo programa de la fraternidad que nos beneficiara muchos más que si lo hace otro, siendo siempre mejor dar que recibir.  Y no olvidando nunca que el tiempo  ofrece solución para las más difíciles situaciones.
Meditemos en todo ello y sepamos ver en nuestro cuerpo el arpa sublime en la que la sabiduría  del señor nos enseña, siglo a siglo, existencia a  existencia, día a día, la bendita ciencia del crecimiento y de la ascensión hacia la Vida Inmortal.

Trabajo realizado por Merchita
Extraído del Libro de

 Divaldo Pereira Franco “Cuadros de la Obsesión”

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      El poder del pensamiento

 La mente crea o destruye. Nos hace felices o infelices. Crea nuestro cielo o nuestro infierno. 
El poder del pensamiento es un poder espiritual. El más grande de todos los poderes dados por Dios al hombre. Construye o destruye. aquieta o agita. Somos lo que pensamos, colectivamente el mundo es el resultado de los pensamientos de todos. Cada ser humano es el resultado de los pensamientos que han movido e inspirado sus actos a través de los tiempos.. En lo que el hombre piensa se convierte; lo que un hombre piensa se convierte en un manantial de fuerza constructiva o destructiva. Aquello que l hombre piensa atraerá hacia él los afines, los iguales y definirá el tipo de amigos y compañeros que le rodearan en la vida. Los pensamientos decidirán el éxito o el fracaso...los miedos o la valentía...la prosperidad y la abundancia o la escasez y la pobreza. No hay limite al poder del pensamiento, porque es un poder espiritual de gran potencial. Es el poder que distingue al hombre del bruto, es el poder por el cual nosotros podemos ascender hacia Dios: es el poder que puede tornar en victoria el fracaso, que nos puede sacar de las más terribles y oscuras situaciones de la vida. Pensemos bien. La luz de Dios en nosotros, la Inteligencia Superior, está al alcance d todos nosotros, esperando que nos volquemos hacia el Poder superior que nos Rodea constantemente. Por el poder de pensamiento pueden ser vencidas todas la dificultades, trascendidas las desventajas de nacimiento y hereditarias, embellecida la vida e inspirada y saturada de la energía del poder que Dios nos da.
- Rey Formoso -

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                  LA MEDITACIÓN


La meditación estimula la auto curación, nos proporciona mayor consciencia y creatividad, estimula y refuerza las zonas del cerebro asignadas a la felicidad y la alegría, aumenta el cociente intelectual y estimula el sistema inmunológico, entre otras muchas ventajas. 

Qué objetivos tiene meditar 

Aunque cada persona puede buscar en la meditación un objetivo diferente, algunos de los más comunes son: 
Misticismo: desarrollar la consciencia de unidad con el todo. 
Descanso mental: acallar la mente y liberarla de las preocupaciones diarias. 
Creatividad: limpiar la mente para hacerla más creativa. 
Felicidad: estimular las zonas del cerebro asignadas a la felicidad. 
Salud: estimular el sistema inmune y los mecanismos de auto curación. 
Relax: liberar el estrés y la ansiedad y permanecer en un estado de bienestar. 
Concentración: potenciar el estado de concentración y memoria. 
Intelecto: incrementar las capacidades intelectuales. 

Los puntos clave de la meditación 

Sea cual sea el motivo por el que una persona decide empezar a meditar, lo cierto es que la consecuencia es siempre la misma: un estado mental y físico de serenidad, paz interior, concentración y creatividad, que se caracteriza por unos rasgos concretos que van en este orden: 

Enfoque de la mente en un solo objeto (respiración, ondas de sonido, luz, etc). 
Estado de concentración absoluta en el que el bullicio de la mente se detiene. 
Estado de paz en el que la mente se libera de sus propios pensamientos. 

Beneficios de la meditación: 

La práctica de la meditación tiene unos efectos fisiológicos muy concretos en el organismo, que además han sido demostrados por la ciencia, lo cual siempre parece dar cierta seguridad en nuestra civilización, a pesar de que otras muchas disciplinas maravillosas no encuentren su hueco en el método científico y eso no las convierte en menos eficaces. 
Pero bueno, a los amantes de las pruebas científicas les gustará saber que cada vez existen más estudios clínicos y científicos que demuestran el efecto de la meditación en distintas áreas del cerebro: 
Potencia la salud mental y física 
Aumenta el cociente intelectual 
Desarrolla la inteligencia emocional y la empatía 
Mejora la memoria 
Alivia el estrés, la ansiedad y la depresión 
Reduce la presión sanguínea 
Aumenta la felicidad (literalmente)

- Rey Formoso -
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