Resumen teórico del móvil de las
acciones humanas
872. La cuestión del libre arbitrio puede resumirse así: El hombre no es inevitablemente conducido al mal. Los actos que realiza no “están escritos” de antemano. Los delitos que comete no constituyen el resultado de un decreto del destino. Puede –con el carácter de prueba o con el de expiación- escoger una existencia en la que se verá arrastrado hacia el crimen, ya sea por el ambiente mismo en que se encuentre, o bien por las circunstancias que sobrevengan; pero siempre es libre de hacer o no hacer. Así pues, el libre albedrío existe en el estado de Espíritu en la elección de la existencia y de las pruebas, y en el estado corporal en la facultad de ceder o resistir a las solicitaciones a las que nos hemos voluntariamente sometido. Cabe a la educación combatir esas malas tendencias. Y lo hará con provecho cuando esa educación se base en el estudio profundizado de la naturaleza moral del hombre. Mediante el conocimiento de las leyes que rigen esa naturaleza moral se llegará a modificarla, del modo que se modifica la inteligencia por medio de la instrucción y el estado físico por la higiene. El Espíritu desprendido de la materia, en estado errante, elige sus futuras vidas corpóreas según sea el grado de perfeccionamiento a que haya llegado, y en esto sobre todo consiste – según dijimos- su libre albedrío. Esa libertad no se ve anulada por la encarnación. Si cede a la influencia de la materia es porque desfallece bajo las pruebas mismas que ha escogido, y para que lo ayuden a superarlas puede invocar la asistencia de Dios y de los buenos Espíritus. (Véase el parágrafo 337).
Sin el libre albedrío el hombre no tiene culpa en el mal ni mérito en el bien. Y esto es tan reconocido, que en la sociedad humana se reprueba o se elogia siempre la intención, vale expresar, la voluntad. Ahora bien, quien dice voluntad está diciendo libertad. Por lo tanto, el hombre no puede buscar una excusa para sus malas acciones achacándolas a su organismo, sin abdicar de su razón y de su condición de ser humano, para equipararse al animal. Si es así para el mal, lo mismo será para el bien. Pero cuando el hombre practica el bien tiene gran cuidado en que se le reconozca el mérito a él mismo y no a sus órganos, lo que prueba que instintivamente no renuncia, a despecho de lo que opinen algunos obcecados, al más bello privilegio de su especie: la libertad de pensar. La fatalidad, tal como se la entiende comúnmente, supone la decisión previa e irrevocable de todos los acontecimientos de la vida, sea cual fuere su importancia. Si fuera este el orden de las cosas, el hombre sería una máquina carente de voluntad.
¿Para qué le serviría entonces su inteligencia, visto que sería dominado invariablemente, en todos sus actos, por el poder del destino?
Semejante doctrina, si fuese cierta, significaría la destrucción de toda libertad moral. Ya no habría responsabilidad para el hombre y, por consiguiente, no existirían ni el bien ni el mal, ni crímenes ni virtudes. Dios, soberanamente justo, no podría castigar a su criatura por culpas que ella no haya contraído, como así tampoco recompensarla por virtudes cuyo mérito no le cabría. Una ley así sería, además, la negación de la ley del progreso, por cuanto el hombre que esperara todo de la suerte no intentaría nada para mejorar su posición, puesto que no podría hacerla ni mejor ni peor. Sin embargo, la fatalidad no es una palabra vana. Existe en la situación en que está el hombre en la Tierra y en las funciones que cumple, como consecuencia del tipo de vida que eligió su Espíritu, ya sea con carácter de prueba, de expiación o de misión. Sufre invariablemente todas las vicisitudes de esa existencia y todas las inclinaciones, buenas o malas, que le son inherentes. Pero hasta ahí no más llega la fatalidad, porque de su voluntad depende que ceda o no a esas tendencias. El detalle de los acontecimientos se halla subordinado a las circunstancias que él mismo provoca por medio de sus actos, sobre los cuales pueden también influir los Espíritus, por los pensamientos que le sugieran. (Ver párrafo 459).
La fatalidad reside, pues, en los sucesos que se presenten, visto que ellos son la consecuencia de la elección de la vida que ha hecho el Espíritu. Puede no estar en el resultado de tales acontecimientos, pues podrá depender del hombre modificar el curso de los mismos valiéndose de su prudencia. Pero la fatalidad no interviene nunca en los actos de la vida moral. En la muerte sí está sometido el hombre, de manera absoluta, a la inexorable ley de la fatalidad. Porque no puede escapar al decreto que fija el término de su existencia, ni a la clase de muerte que debe interrumpir su curso. Según la doctrina común, el hombre posee en sí mismo todos sus instintos. Éstos procederían, o de su organismo, del cual no podría ser responsable, o de su propia naturaleza, en la que puede buscar una excusa que lo satisfaga personalmente, alegando que no es culpa suya que sea él así. Con toda evidencia, la Doctrina Espírita es más moral. Admite en el hombre la existencia del libre albedrío en toda su plenitud. Y al decirle que si procede mal está cediendo a una mala sugestión extraña, le deja toda la responsabilidad del hecho, pues le reconoce el poder de resistir, cosa evidentemente más fácil que si tuviera que luchar contra su propia naturaleza. Así pues, conforme a la Doctrina Espírita no hay tentación que sea irresistible. El hombre puede siempre hacer oídos sordos a la voz oculta que en su fuero interno lo está incitando al mal, como podrá asimismo desatender la voz material de alguien que le hable. Lo puede por su voluntad, pidiendo a Dios la fuerza necesaria para ello y reclamando al efecto la ayuda de los buenos Espíritus. Es lo que Jesús nos enseña en el sublime ruego de la oración dominical, cuando nos hace decir: “No nos dejéis caer en tentación, mas líbranos del mal”. Esa teoría de la causa excitadora de nuestros actos resalta, evidentemente, de toda la enseñanza impartida por los Espíritus. No sólo es de sublime moralidad, sino que –agregamos- eleva al hombre a sus propios ojos. Lo muestra libre de sacudirse un yugo obsesor, así como es libre de cerrar su casa a los importunos. No es ya una máquina que funcione por un impulso independiente de su voluntad, sino un ser provisto de razón, que escucha, juzga y escoge libremente entre dos consejos. Añadamos que, pese a esto, el hombre no está privado de su iniciativa. No deja por ello de obrar por propio impulso, puesto que en definitiva es sólo un Espíritu encarnado que conserva, bajo la envoltura corporal, las cualidades y defectos que como Espíritu tenía. Las faltas que cometemos tienen, pues, su causa primera en la imperfección de nuestro propio Espíritu, el que no ha alcanzado aún la superioridad moral que algún día tendrá, pero que no por ello deja de poseer su libre arbitrio. La vida corporal le es concedida para que purgue sus imperfecciones por medio de las pruebas que enfrenta, y tales imperfecciones son, precisamente, las que lo tornan más débil y accesible a las sugestiones de los demás Espíritus imperfectos como él, que aprovechan esto para tratar de hacer que desfallezca en la lucha que ha emprendido. Si sale vencedor de ella, se eleva. Si fracasa, sigue siendo lo que era: ni peor ni mejor. Se trata de una prueba que habrá de reiniciar, y puede que permanezca mucho tiempo en ese estado. Cuanto más se depura, tanto más disminuyen sus puntos débiles y menos oportunidades da a los que lo incitan al mal. Su fuerza moral crece en virtud de su elevación, y los malos Espíritus se alejan de él.
Todos los Espíritus, buenos en mayor o menor grado, cuando se hallan encarnados constituyen la especie humana. Y como la Tierra es uno de los mundos menos adelantados, hay en ella más Espíritus malos que buenos, de ahí que veamos tanta perversidad entre nosotros. Hagamos, pues, todos los esfuerzos que podamos para no tener que volver más tarde a esta estación, y para merecer ir a descansar en un mundo mejor, en uno de esos mundos privilegiados en los que el bien reina soberano y donde sólo recordaremos nuestro paso por la Tierra como un período de exilio.
Libro Tercero – Capítulo X
EL libro de los Espíritus
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Médium pintor
«Al no poder todos ser convencidos por el mismo género de manifestaciones espirituales, se han desarrollado médiums de diferentes variedades. En Estados Unidos los hay que hacen retratos de personas desde hace mucho tiempo muertas y que ellos jamás han conocido; y como el parecido es enseguida constatado, las personas juiciosas que han atestiguado estos hechos no dejan de convertirse. El más notable de esos médiums es quizá el Sr. Rogers, que ya hemos citado (vol. I del Spiritualiste, pág. 239), y que por entonces vivía en Colombus, donde ejercía su profesión de sastre; debemos agregar que él no tenía otra educación que la de su situación profesional.
«A propósito de la teoría espiritualista, hombres instruidos han dicho y repetido: “Recurrir a los Espíritus es sólo una hipótesis; un examen atento prueba que no es la más racional, ni la más verosímil”. A éstos, sobre todo, ofrecemos a continuación la traducción que abreviamos de un artículo escrito el 27 de julio último por el Sr. Lafayette R. Gridley, de Attica (Indiana), a los editores del Spiritual Age (Era Espiritual), que lo han presentado por entero en su publicación del 14 de agosto.
«En el mes de mayo pasado, el Sr. E. Rogers, de Cardington (Ohio), que – como sabéis – es médium pintor y hace retratos de personas que no están más en este mundo, vino a pasar algunos días en mi casa. Durante su corta permanencia entró en trance, en el cual se manifestó un artista invisible que dijo llamarse Benjamín West 257 y que pintó algunos bellos retratos de tamaño natural, así como otros menos satisfactorios.
«He aquí algunas particularidades relativas a dos de esos retratos. Han sido pintados por el mencionado E. Rogers en una habitación oscura, en mi casa, en el corto intervalo de una hora y treinta minutos, de los cuales alrededor de media hora transcurrió sin que el médium fuese influenciado, y que aproveché para examinar su trabajo, que todavía no estaba concluido. Rogers entró nuevamente en trance y terminó esos retratos. Entonces, y sin ninguna indicación en cuanto a los sujetos así representados, uno de los retratos fue enseguida reconocido como el de mi abuelo Elisha Gridley; mi esposa, mi hermana, la señora Chaney, y luego mi padre y mi madre, todos fueron unánimes en encontrar un gran parecido: es un facsímile de mi abuelo anciano, con todas las particularidades de su cabellera, de su cuello de camisa, etc. En cuanto al otro retrato, ninguno de nosotros lo reconoció; por eso lo colgué en mi negocio, a la vista de los transeúntes, y allí quedó una semana sin que nadie lo haya reconocido. Esperábamos que alguien nos dijera que él era un antiguo habitante de Attica. Y cuando perdía la esperanza de saber a quién había querido pintar, una noche, habiendo formado un Círculo espiritualista en mi casa, se manifestó un Espíritu y me dio la siguiente comunicación:
“Mi nombre es Horace Gridley. Hace más de cinco años que he dejado mis despojos. Viví varios años en Natchez (Mississippi), donde ocupé el puesto de sheriff. Mi único hijo vive allí. Soy primo de vuestro padre. Podéis obtener otras informaciones sobre mí dirigiéndoos a vuestro tío, el Sr. Gridley, de Brownsville (Tennessee). El retrato que tenéis en vuestro negocio es el mío, en la época en que yo vivía en la Tierra, poco tiempo antes de pasar a esta otra existencia más elevada, más feliz y mejor; él se me parece, al menos tanto como pude retomar mi fisonomía de entonces, porque esto es indispensable cuando nos pintan; al recordarnos de la misma, lo hacemos lo mejor que podemos y según lo permitan las condiciones del momento. El retrato en cuestión no está terminado como yo lo hubiera deseado; hay algunas ligeras imperfecciones que el Sr. West dijo que provenían de las condiciones en las que se encontraba el médium. Sin embargo, enviad este retrato a Natchez para examinarlo; creo que lo reconocerán”.
«Los hechos mencionados en esta comunicación eran perfectamente ignorados por mí, así como de todos los habitantes de nuestra localidad. Sin embargo, una vez – hace varios años – yo había escuchado decir que mi padre había tenido un pariente en algún lugar de esa parte del valle del Mississippi; pero ninguno de nosotros sabía el nombre de ese pariente, ni el lugar donde había vivido, ni incluso si él estaba muerto; solamente después de varios días es que supe a través de mi padre (que vivía en Delphi, a cuarenta millas de aquí) cuál había sido el lugar de residencia de su primo, del que no había escuchado hablar desde hacía casi sesenta años. De ningún modo habíamos pensado en pedir retratos de familia; sencillamente yo había puesto delante del médium una nota escrita que contenía los nombres de una veintena de antiguos habitantes de Attica que habían partido de este mundo, y decidimos obtener el retrato de alguno de ellos. Por lo tanto, pienso que todas las personas razonables han de admitir que ni el retrato, ni la comunicación de Horace Gridley han podido resultar de una transmisión de pensamiento de nosotros hacia el médium; además, es cierto que el Sr. Rogers nunca ha conocido a ninguno de los dos hombres de los cuales ha hecho los retratos, y muy probablemente jamás había escuchado hablar de ellos, porque él es inglés de nacimiento; vino a América hace diez años y nunca ha ido más al sur que Cincinnati, mientras que Horace Gridley – por lo que sé – jamás ha venido más al norte que Memphis (Tennessee), en los últimos treinta o treinta y cinco años de su vida terrestre. Ignoro si alguna vez ha visitado Inglaterra; pero esto no habría podido ser sino antes del nacimiento de Rogers, porque éste no tiene más que veintiocho a treinta años. En cuanto a mi abuelo, muerto hace aproximadamente diecinueve años, nunca salió de los Estados Unidos, y de ninguna manera su retrato pudo haber sido hecho.
«Desde que recibí la comunicación que he transcrito anteriormente, escribí al Sr. Gridley, de Brownsville, y su respuesta vino a corroborar lo que nos había enseñado la comunicación del Espíritu; además, encontré el nombre del único hijo de Horace Gridley que es la Sra. L. M. Patterson, aún residente en Natchez, donde su padre vivió por mucho tiempo, y que murió – según piensa mi tío – hace alrededor de seis años, en Houston (Texas).
«Entonces le escribí a la Sra. Patterson – mi prima recientemente descubierta – y le envié una copia daguerrotipada del retrato que nos decían ser el de su padre. En la carta a mi tío de Brownsville yo no había dicho nada del objeto principal de mis averiguaciones, y tampoco dije nada a la Sra. Patterson: ni porqué yo le enviaba ese retrato, ni cómo lo había obtenido, ni quién era la persona allí pintada; simplemente le preguntaba a mi prima si en él reconocía a alguien. Ella respondió que no podía ciertamente decirme de quién era ese retrato, pero me aseguraba que se parecía a su padre en la época de su muerte. Enseguida le escribí que nosotros también lo habíamos tomado como si fuese el retrato de su padre, pero sin decirle cómo lo habíamos obtenido. En esencia, la respuesta de mi prima decía que en la copia daguerrotipada que le había enviado, todos habían reconocido a su padre antes de que yo le hubiera dicho que era él que estaba pintado. Mi prima se quedó muy sorprendida de que yo tuviera un retrato de su padre, cuando ella misma nunca había tenido alguno, y de que su padre jamás le hubiese dicho que él había mandado hacer su retrato por quienquiera que fuese. Ella nunca hubiera creído que existiese alguno. Se mostró muy satisfecha con lo que le envié, sobre todo por causa de sus hijos, que tienen mucha veneración por la memoria de su padre.
«Entonces le envié el retrato original, autorizándola a guardarlo si así lo deseaba; pero aún no le dije cómo lo había obtenido. Los principales pasajes de la respuesta que me escribió son los siguientes: “He recibido vuestra carta, así como el retrato de mi padre que me permitís guardar; él está bastante parecido, tiene mucha similitud; y como nunca he tenido un retrato de él, lo guardo, ya que lo consentís; lo acepto con mucho reconocimiento, aunque me parezca que mi padre era más bonito, cuando se encontraba con buena salud”.
«Antes de la recepción de las dos últimas cartas de la señora Patterson, las circunstancias quisieron que el Sr. Hedges – que actualmente reside en Delphi, pero en otro tiempo morador de Natchez – y que el Sr. Ewing, llegado recientemente de Vicksburg (Mississippi), viesen el retrato en cuestión y lo reconocieran como siendo el de Horace Gridley, con quien ambos habían tenido relación.
«Pienso que estos hechos tienen mucha significación como para dejarlos pasar en silencio, y he creído un deber comunicároslos para ser publicados. Os aseguro que al escribir este artículo he tomado mucho cuidado para que todo esté correcto en el mismo.»
Nota – Ya conocemos a los médiums dibujantes; además de los notables dibujos, de los cuales hemos dado una muestra, pero que nos describen cosas cuya exactitud no podemos verificar, hemos visto ejecutar ante nuestros ojos – a través de médiums completamente ajenos a este arte – bocetos muy reconocibles de personas muertas a las que ellos nunca habían conocido; pero de ahí a un retrato pintado dentro de las reglas, hay una gran distancia. Esta facultad se relaciona con un fenómeno muy curioso del cual somos testigo en este momento, y del que hablaremos próximamente.
«A propósito de la teoría espiritualista, hombres instruidos han dicho y repetido: “Recurrir a los Espíritus es sólo una hipótesis; un examen atento prueba que no es la más racional, ni la más verosímil”. A éstos, sobre todo, ofrecemos a continuación la traducción que abreviamos de un artículo escrito el 27 de julio último por el Sr. Lafayette R. Gridley, de Attica (Indiana), a los editores del Spiritual Age (Era Espiritual), que lo han presentado por entero en su publicación del 14 de agosto.
«En el mes de mayo pasado, el Sr. E. Rogers, de Cardington (Ohio), que – como sabéis – es médium pintor y hace retratos de personas que no están más en este mundo, vino a pasar algunos días en mi casa. Durante su corta permanencia entró en trance, en el cual se manifestó un artista invisible que dijo llamarse Benjamín West 257 y que pintó algunos bellos retratos de tamaño natural, así como otros menos satisfactorios.
«He aquí algunas particularidades relativas a dos de esos retratos. Han sido pintados por el mencionado E. Rogers en una habitación oscura, en mi casa, en el corto intervalo de una hora y treinta minutos, de los cuales alrededor de media hora transcurrió sin que el médium fuese influenciado, y que aproveché para examinar su trabajo, que todavía no estaba concluido. Rogers entró nuevamente en trance y terminó esos retratos. Entonces, y sin ninguna indicación en cuanto a los sujetos así representados, uno de los retratos fue enseguida reconocido como el de mi abuelo Elisha Gridley; mi esposa, mi hermana, la señora Chaney, y luego mi padre y mi madre, todos fueron unánimes en encontrar un gran parecido: es un facsímile de mi abuelo anciano, con todas las particularidades de su cabellera, de su cuello de camisa, etc. En cuanto al otro retrato, ninguno de nosotros lo reconoció; por eso lo colgué en mi negocio, a la vista de los transeúntes, y allí quedó una semana sin que nadie lo haya reconocido. Esperábamos que alguien nos dijera que él era un antiguo habitante de Attica. Y cuando perdía la esperanza de saber a quién había querido pintar, una noche, habiendo formado un Círculo espiritualista en mi casa, se manifestó un Espíritu y me dio la siguiente comunicación:
“Mi nombre es Horace Gridley. Hace más de cinco años que he dejado mis despojos. Viví varios años en Natchez (Mississippi), donde ocupé el puesto de sheriff. Mi único hijo vive allí. Soy primo de vuestro padre. Podéis obtener otras informaciones sobre mí dirigiéndoos a vuestro tío, el Sr. Gridley, de Brownsville (Tennessee). El retrato que tenéis en vuestro negocio es el mío, en la época en que yo vivía en la Tierra, poco tiempo antes de pasar a esta otra existencia más elevada, más feliz y mejor; él se me parece, al menos tanto como pude retomar mi fisonomía de entonces, porque esto es indispensable cuando nos pintan; al recordarnos de la misma, lo hacemos lo mejor que podemos y según lo permitan las condiciones del momento. El retrato en cuestión no está terminado como yo lo hubiera deseado; hay algunas ligeras imperfecciones que el Sr. West dijo que provenían de las condiciones en las que se encontraba el médium. Sin embargo, enviad este retrato a Natchez para examinarlo; creo que lo reconocerán”.
«Los hechos mencionados en esta comunicación eran perfectamente ignorados por mí, así como de todos los habitantes de nuestra localidad. Sin embargo, una vez – hace varios años – yo había escuchado decir que mi padre había tenido un pariente en algún lugar de esa parte del valle del Mississippi; pero ninguno de nosotros sabía el nombre de ese pariente, ni el lugar donde había vivido, ni incluso si él estaba muerto; solamente después de varios días es que supe a través de mi padre (que vivía en Delphi, a cuarenta millas de aquí) cuál había sido el lugar de residencia de su primo, del que no había escuchado hablar desde hacía casi sesenta años. De ningún modo habíamos pensado en pedir retratos de familia; sencillamente yo había puesto delante del médium una nota escrita que contenía los nombres de una veintena de antiguos habitantes de Attica que habían partido de este mundo, y decidimos obtener el retrato de alguno de ellos. Por lo tanto, pienso que todas las personas razonables han de admitir que ni el retrato, ni la comunicación de Horace Gridley han podido resultar de una transmisión de pensamiento de nosotros hacia el médium; además, es cierto que el Sr. Rogers nunca ha conocido a ninguno de los dos hombres de los cuales ha hecho los retratos, y muy probablemente jamás había escuchado hablar de ellos, porque él es inglés de nacimiento; vino a América hace diez años y nunca ha ido más al sur que Cincinnati, mientras que Horace Gridley – por lo que sé – jamás ha venido más al norte que Memphis (Tennessee), en los últimos treinta o treinta y cinco años de su vida terrestre. Ignoro si alguna vez ha visitado Inglaterra; pero esto no habría podido ser sino antes del nacimiento de Rogers, porque éste no tiene más que veintiocho a treinta años. En cuanto a mi abuelo, muerto hace aproximadamente diecinueve años, nunca salió de los Estados Unidos, y de ninguna manera su retrato pudo haber sido hecho.
«Desde que recibí la comunicación que he transcrito anteriormente, escribí al Sr. Gridley, de Brownsville, y su respuesta vino a corroborar lo que nos había enseñado la comunicación del Espíritu; además, encontré el nombre del único hijo de Horace Gridley que es la Sra. L. M. Patterson, aún residente en Natchez, donde su padre vivió por mucho tiempo, y que murió – según piensa mi tío – hace alrededor de seis años, en Houston (Texas).
«Entonces le escribí a la Sra. Patterson – mi prima recientemente descubierta – y le envié una copia daguerrotipada del retrato que nos decían ser el de su padre. En la carta a mi tío de Brownsville yo no había dicho nada del objeto principal de mis averiguaciones, y tampoco dije nada a la Sra. Patterson: ni porqué yo le enviaba ese retrato, ni cómo lo había obtenido, ni quién era la persona allí pintada; simplemente le preguntaba a mi prima si en él reconocía a alguien. Ella respondió que no podía ciertamente decirme de quién era ese retrato, pero me aseguraba que se parecía a su padre en la época de su muerte. Enseguida le escribí que nosotros también lo habíamos tomado como si fuese el retrato de su padre, pero sin decirle cómo lo habíamos obtenido. En esencia, la respuesta de mi prima decía que en la copia daguerrotipada que le había enviado, todos habían reconocido a su padre antes de que yo le hubiera dicho que era él que estaba pintado. Mi prima se quedó muy sorprendida de que yo tuviera un retrato de su padre, cuando ella misma nunca había tenido alguno, y de que su padre jamás le hubiese dicho que él había mandado hacer su retrato por quienquiera que fuese. Ella nunca hubiera creído que existiese alguno. Se mostró muy satisfecha con lo que le envié, sobre todo por causa de sus hijos, que tienen mucha veneración por la memoria de su padre.
«Entonces le envié el retrato original, autorizándola a guardarlo si así lo deseaba; pero aún no le dije cómo lo había obtenido. Los principales pasajes de la respuesta que me escribió son los siguientes: “He recibido vuestra carta, así como el retrato de mi padre que me permitís guardar; él está bastante parecido, tiene mucha similitud; y como nunca he tenido un retrato de él, lo guardo, ya que lo consentís; lo acepto con mucho reconocimiento, aunque me parezca que mi padre era más bonito, cuando se encontraba con buena salud”.
«Antes de la recepción de las dos últimas cartas de la señora Patterson, las circunstancias quisieron que el Sr. Hedges – que actualmente reside en Delphi, pero en otro tiempo morador de Natchez – y que el Sr. Ewing, llegado recientemente de Vicksburg (Mississippi), viesen el retrato en cuestión y lo reconocieran como siendo el de Horace Gridley, con quien ambos habían tenido relación.
«Pienso que estos hechos tienen mucha significación como para dejarlos pasar en silencio, y he creído un deber comunicároslos para ser publicados. Os aseguro que al escribir este artículo he tomado mucho cuidado para que todo esté correcto en el mismo.»
Nota – Ya conocemos a los médiums dibujantes; además de los notables dibujos, de los cuales hemos dado una muestra, pero que nos describen cosas cuya exactitud no podemos verificar, hemos visto ejecutar ante nuestros ojos – a través de médiums completamente ajenos a este arte – bocetos muy reconocibles de personas muertas a las que ellos nunca habían conocido; pero de ahí a un retrato pintado dentro de las reglas, hay una gran distancia. Esta facultad se relaciona con un fenómeno muy curioso del cual somos testigo en este momento, y del que hablaremos próximamente.
(Extraído del Spiritualiste de Nueva Orleáns)
Allan Kardec
Revista Espirita 1858
Revista Espirita 1858
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¿Existen las experiencias fuera del cuerpo?.-
Esta clase de experiencias conocidas también como Proyecciones astrales ( PES), constituyen un fenómeno universal que se ha repetido por doquier a lo largo de la historia.
Estos casos constituyen experiencias profundas que afectan a la vida de las personas que las han experimentado, pues siempre les queda una sensación y un recuerdo agradable de la experiencia.
Suceden a veces en personas que en estado de relajación o semidormidos, sienten como abandonan su cuerpo físico del que se alejan, a veces acompañados de una sensación de vértigo, y pasan a contemplar el mundo exterior desde una posición totalmente separada e independiente del mismo.
Han sido experimentadas por algunas personas de modo espontáneo y natural, en cuyo caso esto a veces solo sucede una vez en la vida (a los que les sucede), o en otros casos es provocado bajo estado hipnótico o causado por algún accidente traumático que ha colocado al sujeto durante un periodo de tiempo en una situación límite, al borde de la muerte.
Estos fenómenos, que nada tienen que ver con las ensoñaciones experimentadas durante el sueño fisiológico, se han podido comprobar después en cuanto a su veracidad, porque han descrito hechos y detalles puntuales sobre lo que han oído, visto y hasta olido en determinado lugar lejano de donde él se encontraba físicamente y en un momento determinado, aportando toda clase de datos o detalles que se han podido verificar después, acreditando y comprobando así su autenticidad. Esto nos lleva a la única y más lógica explicación posible, de que realmente el sujeto ha estado allí personalmente o se ha proyectado mentalmente hasta allí, en el momento comprobado, aun manteniendo la certeza de que su cuerpo físico se encontraba en otra parte.
Según relatos de quienes las han experimentado alguna vez, parece ser que la sensación general durante la proyección astral, es de bienestar y de optimismo. Algunos sujetos, curiosamente también han descrito a su propio “fantasma” o “cuerpo astral” como otro cuerpo desde el que se ven fuera de su propio cuerpo, y sobre el que se sintieron flotar a más o menos altura, quedando unidos a este solamente por un delgado cordón luminoso que les permitió regresar después como “refundiéndose en él y regresando conscientemente al estado normal.
Este hecho tiene aspectos interesantes que debemos conocer: A veces también se ha producido en sujetos que han sufrido “muertes clínicas aparentes ” ( catalepsia), de las que regresan tras un cese completo de su actividad cerebral, con ausencia de signos vitales como el latido cardíaco, y dilatación de las pupilas, no habiendo ninguna explicación médica a este hecho.
También se han dado casos parecidos en personas aparentemente muertas por congelación que presentan un profundo letargo y una gran hipotermia durante su muerte aparente, sin presentar signo alguno de actividad cerebral, y sin embargo más tarde recuperan la conciencia y la actividad cuando se vuelven a calentar progresivamente.
Todos estos datos nos pueden llevar a la conclusión de que los electro encefalográmas “planos” no constituyen por si solos una prueba exacta y definitiva de la actividad cerebral, y por tanto de la muerte definitiva, porque puede ser factible que el cerebro se encuentre a tan bajo nivel de actividad, que esté practicamente inactivo, y que el “ electro” no registre actividad alguna, y sin embargo la persona aparentemente muerta, en realidad aún esté viva y sea susceptible de poder “volver” a su estado vital normal.
La experiencia fuera del cuerpo cuando es provocada voluntariamente por el propio sujeto, es también conocida como “viaje astral”, y suele ser frecuente entre algunos maestros y lamas tibetanos e indios durante sus prácticas de meditación o de yoga.
Las personas que han vivido esta experiencia, realmente guardan un buen recuerdo de la misma, y pierden el temor a la muerte, aunque no por eso desean morir, pues como cualquier persona, también tienen el fuerte y natural instinto de supervivencia. Además quienes han vivido esta experiencia de existir conscientemente fuera de su cuerpo, suelen experimentar un cambio interno muy positivo en sus vidas.
Resultan también muy interesantes los casos de sujetos que han tenido la experiencia de una “muerte clínica” a causa de algún accidente con parada cardíaca momentánea. Algunos quedan en ese estado algunos segundos o minutos, de los que después no son conscientes ni recuerdan nada, porque durante su “muerte aparente”, abandonaron su cuerpo y su cerebro, perdiendo el sentido del tiempo y el espacio, debido a que estos parámetros físicos no existen en la dimensión astral en donde estuvieron mientras duró la experiencia.
- Jose Luis Martín -
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“Los hombres saben cada día más del Cosmos y cada día menos de sí mismos”
- Anthony de Mello –
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Desde los sitios más grotescos y sombríos donde se fijan los núcleos de depuración compulsiva para los que dilapidan, irresponsables, los preciosos dones de la existencia, hasta los elevados círculos de felicidad en las vibraciones circunvecinas de la Tierra, hay una infinita variedad de villas y ciudades, círculos espirituales y puestos de socorro donde viven los que se vinculan al planeta generoso que nos sirve de cuna y escuela de progreso, en intervalos de una hacia otra reencarnación. Plasmados por mentes que las moldean en el fluido universal, son populosos centros de vida donde el amor se agita, verdaderos cielos para los que actúan en los ideales de ennoblecimiento, posadas de los Espíritus dichosos que promueven en el Orbe cuando están reencarnados, el crecimiento de la cultura, de las artes y de las ciencias. Esos verdaderos misioneros de la abnegación y de la caridad son los artífices de la belleza en el mundo, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo.
No se trata de lugares hipotéticos, o de centros donde predomina la ociosidad en demorada inercia, o de un paisaje fantasioso para el reposo de la inutilidad. Hay actividades febriles, donde el culto al trabajo fomenta el progreso de las mentes y perfecciona los sentimientos del corazón. De ninguna manera son mundos quiméricos, inmateriales, sobrenaturales, sino campos de acción objetiva, organizaciones promovidas por el espíritu humano, distantes aún de los mundos de la divina bendición. Fajas inmediatas a las realizaciones terrenas en escalas ascendentes y descendentes, donde rigen las leyes de la misericordia de Nuestro Padre en una programación superior que tiene por objetivo la elevación del Espíritu. En contrapartida, se adensan las regiones purgatoriales, legítimos infiernos donde pugnan incansables y se depuran aquellos a quienes la muerte arrebató en situaciones arbitrarias y que no los consumió.
Dichas comunidades de sufrientes en martirio salvador, resultan de la aglutinación de las afinidades a las que se ajustan los réprobos, en consorcios de desesperación, donde las pesadas cargas vibratorias que aspiran y exteriorizan, generan paisajes tristes y torpes a los que se imantan como resultado de las densas emanaciones venenosas de las que son responsables. Hay que comprender que, siendo la vida espiritual la verdadera, en ella se elaboran los proyectos de la acción a ejecutar en los emprendimientos futuros, en las reencarnaciones posteriores.
Si los genios de las artes reflejan la belleza en imperecederos poemas, sinfonías, composiciones épicas y estéticas en la pintura y en la escultura, de las regiones de donde vinieron traen registrados en la memoria los temas y las técnicas que resurgen en el campo de las formas humanas, a instancias de la inspiración, de la concentración profunda en que se sumergen buscando encontrarlas, de la oración que los eleva a los centros superiores donde permanecen los originales que repiten con los recursos que se les tornan accesibles.
Igualmente, los mensajeros de la perturbación y del crimen, los perversos y sórdidos pregoneros de la vulgaridad, tanto cuanto los promotores de la inmoralidad, de la pornografía y de la exacerbación de la lujuria, de la corrupción de las costumbres, de las alucinaciones peligrosas, expresan en el mundo de los contornes físicos, las imágenes impresas en la memoria que traen de las estaciones insalubres donde permanecieron cuando se encontraban en reparación de los innobles gravámenes perpetrados en el mundo.
Otras veces, de acuerdo con las ideas cultivadas, mantienen una sintonía natural de gustos y aspiraciones con esas ciudades dispersas en las inmediaciones del planeta, volviendo allí oyendo por vez primera en parciales desprendimientos producidos por el sueño, conducidos por los arquitectos de la armonía o por los secuaces de la anarquía terrestre.
Los que pueden alzar vuelo a solas y permanecen vinculados a las Escuelas de la sabiduría y de la belleza de donde proceden, fácilmente fortifican el ánimo y comprenden las tareas y sacerdocios que deben preservar entre los hombres, sostenidos por la fuerza vital que se exterioriza de tales urbes.
En ninguna parte del Universo existe el vacío absoluto, la nada, la experiencia estática. Un dinamismo progresista se impone como consecuencia natural de la incesante creación divina que sustenta las galaxias y comanda los sistemas planetarios.
La vida es el hálito del Padre Creador, en Su soberana manifestación de amor. A los menos adiestrados en la meditación en torno de la vida espiritual y a los que se anestesian en el lodazal de las sensaciones más groseras, las revelaciones referidas al mundo estrafísico les parecen fantasías bien urdidas, prefiriendo ellos que todo se consuma en el aniquilamiento tras la muerte del cuerpo somático, o que se asiente en los compartimentos estancos que la necesidad de venganzas y recompensas apasionadas de algunos visionarios del pasado y del presente establecieron como puntos finales inamovibles.
Los grandes místicos de la Humanidad, en procesos luminosos de viajes astrales, fueron a muchas de ellas, de donde vinieron guardando el recuerdo de detalles y acontecimientos que narraron a sus contemporáneos…
Teresa de Ávila, en reiteradas oportunidades, durante trances sonambúlicos y en estados catalépticos sucesivos, viajó en cuerpo espiritual rumbo a esas organizaciones, recogiendo y trayendo de allí informaciones superiores con las que sustentó a sus hermanas del Carmelo y se fortaleció a sí misma, a fin de superar las terribles condiciones morales de la época, estableciendo las nobles y austeras líneas del deber a las que se entregó en culto de elevación y gloria.
Los Apóstoles y misioneros de todos los tiempos, conocieron de cerca esas experiencias superiores, de cuyos viajes retornaron reconfortados y ágiles para proseguir las luchas con las cuales ascendieron a las más altas culminaciones del bien. Si no bastasen tales recuerdos, los Espíritus del Señor, incesantemente, se refieren a esas mansiones de luz perenne y a aquellas cavernas de continuas luchas purificadoras, emulando a los hombres en la preferencia de la victoria sobre las vanidades terrenas, en permanentes menesteres de elevación.
Al imperio del pensamiento, se construyen las cadenas de la esclavitud y las alas de la sublimación en los más variados rincones del universo. Metrópolis elaboradas en una sustancia sutil, plástica y de fácil moldeaje a las mentes dichosas, constituyen los paneles de incomparable dicha donde reinan la paz, la ventura y la felicidad sin mancha.
En el más allá de la tumba, hay incontables instituciones de beneficencia y de socorro, que se dedicaron al auxilio de los que transitan por la Tierra y parten del cuerpo luego de la desencarnación, permaneciendo embrutecidos, inconscientes, muertos-vivos en las Necrópolis y en los reductos de los hogares donde ya no les es lícito permanecer.
Legiones de abnegados y caritativos mensajeros del Señor, recogen en Institutos de recuperación y perfeccionamiento a los desencarnados que sufren y que están fuertemente imantados a las sensaciones del cuerpo en descomposición, en un sagrado ministerio de amor y misericordia con lo que dan lecciones de fraternidad y de santificación.
Tal como existen en la Tierra conglomerados y organizaciones humanas para albergar a una inmensa legión de criaturas, los hay también aquí, múltiples y acogedores como nidos de ventura que aguardan a sus habitantes que momentáneamente se encuentran incursionando en aprendizajes variados en los débilmente coloridos paisajes terrenos.
Nadie se sorprenda, por lo tanto, que la vida espiritual sea reflejada en las comunidades terrenas, que son copias imperfectas de las sociedades vigentes en los círculos superiores del Orbe y en los planetas donde la vida se agita sin sombras, sin dolor, sin muerte, sin adiós.
El olvido temporal de ninguna manera constituye una justificación para que se argumente contra la existencia del mundo de las causas. El de los efectos, es la respuesta de esta afirmación. El olvido, que es una concesión divina, no impide que surjan y resurjan recuerdos en forma de insostenible melancolía, que de vez en cuando, visita la mente y el corazón de los hombres, nublándoles los ojos de lágrimas y de dulces reminiscencias cuando se encuentran en el calabozo carnal…
Elevémonos por medio de la acción ennoblecida y por el ejercicio de la meditación profunda, por encima de las conjeturas inmediatistas, y conseguiremos vincularnos con esos centros de comando y vitalización de los ideales humanos, pudiendo extraer de allí fuerzas para las victorias sobre nosotros mismos, al mismo tiempo que conseguimos liberarnos de las ligaduras carnales, por el desprendimiento parcial a través del sueño, para usufructuar las bendiciones de la excelsa misericordia que el Señor confiere a los que Lo aman y procuran serle fieles.
Ante los paneles del Sol o de las estrellas, frente a los jardines y arboledas, ante las construcciones del arte, de la belleza y de la ciencia, ampliemos el pensamiento y procuremos registrar las nobles señales de la elevada estética de esos parajes felices, anticipándonos al gozo futuro, y considerando que, si el hombre imperfecto y endeudado puede edificar y gozar desde ya tanta armonía, ¿qué le esperará a aquel que tras la tarea cumplida en el mundo, retorna al país de la misericordia y del amor de donde vino?
Alentados por esa expectativa, prosigamos fieles y humildes.
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