LA NECESIDAD DE PERDONAR
Perdonar es la única forma de disolver ese vínculo y lograr la libertad". Catherine Ponder (escritora).
Los resentimientos se mezclan y disfrazan de varias formas y maneras.
El resentimiento o rencor es una desazón, desabrimiento o queja que queda de un dicho o acción ofensiva que puede perdurar largo tiempo y reaparecer cuando se recuerda dicha ofensa. El tipo de sensación que causa puede ir de una ligera molestia temporal a un profundo malestar que puede dificultar o imposibilitar las relaciones con el ofensor. Es un linaje de venganza atenuada, que si quiere herir, no es precisamente para mortificar o perjudicar, antes para con la herida lograr el gusto de la satisfacción, desagravio o quizá despertar pruebas de mayor afecto: si quisiera fijarse al resentimiento su lugar en la categoría de las pasiones, se diría que participa tanto de las irascibles, cuanto de las concupiscibles; no es tanto enojo como tristeza y aun amor disimulado.
El resentimiento enquistado y agravado acaba produciendo rencor.
Yo diría que es una combinación de todo lo anterior. Resulta que el resentimiento podría estar oculto ante eso que llamamos "perdón pero no olvido". Otras veces esta oculta bajo sutiles capas de olvido voluntario o inconsciente. Heridas que duelen a través del tiempo. Situaciones que no olvidamos y que si recordamos siguen doliendo. el alma ha sido herida o hemos creado situaciones en donde la percepción nuestra ha influenciado la gravedad de la experiencia.
Es difícil aceptar, que algo que sucedió hace mucho tiempo nos sigue afectando.
Significaría que somos débiles, incapaces o vulnerables.
Pero la realidad es que, si no lo aceptamos y eliminamos, siempre va a empañar nuestra vida.
El resentimiento está basado en una o varias situaciones en las que nos sentimos tratados de manera injusta, lastimados, humillados, etc., sin haber sido capaces de defendernos y de expresar nuestro enojo.
El resentimiento nos hace vivir, una y otra vez, el enojo y el dolor que lo acompaña y que nos impide disfrutar plenamente de la vida.
Además, el coraje, que es parte del resentimiento, deteriora nuestras relaciones y daña nuestra salud, porque nos afecta de la misma manera que el estrés.
Analiza las frases del siguiente inventario y ve con cuales estás de acuerdo.
1. No tiene nada de malo, hablar mal de la gente que no me cae bien.
2. Por mucho que me esfuerce, no recibo lo que merezco.
3. Se que la gente me critica a mis espaldas.
4. Hay personas que me ponen de mal humor con sólo verlas o pensar en ellas.
5. La gente que es demasiado amable, siempre busca obtener algo.
6. Cuando alguien me quiere mandar, actúo al revés de lo que el quiere.
7. Hay cosas de mi pasado, que no puedo olvidar.
8. Pienso que tengo mala suerte.
9. La mayor parte de la gente, miente con mucha facilidad.
10. Cuando estoy discutiendo, tiendo a alzar la voz.
11. Últimamente me pongo de mal humor con facilidad.
12. Me molesta cuando veo las tonterías que hacen los demás.
13. Tiendo a pensar mucho en lo que me molesta o me lastima.
14. Si alguien me hizo daño, lo critico con otras personas para que quede mal.
15. Muchas veces, cuando discuto con alguien, le recuerdo lo que ha hecho mal en el pasado.
16. Cuando un amigo o familiar me falla, le recuerdo que yo sí lo he ayudado, cuando él lo ha necesitado.
17. Puedo perdonar a alguien que me lastimo, pero nunca voy a olvidar lo que me hizo.
18. A la mayoría de la gente le va mejor que a mí.
19. Me revienta que se burlen de mí.
20. Hay mucha gente que me cae mal, pero lo disimulo.
Si estás de acuerdo con más de la mitad de las oraciones, posiblemente estás resentido con una o más personas.
Rey Formoso
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El Cielo, Infierno y El Purgatorio
La creencia en la condena eterna sería un argumento bastante comprensible para justificar el miedo a la muerte, dado que es bastante aterradora la imaginación de un lugar en llamas, donde almas se contraen y gimen desesperadas, bajo la visión de un dios sádico que a todo mira con indiferencia.
“Por otro lado, las almas lánguidas y atormentadas en el purgatorio esperan su libertad dependiendo de la voluntad de los vivos para que rueguen o hagan rogar por ellas y no de sus esfuerzos para progresar.”
¡Felices son aquellas almas que conquistan su lugar en el Cielo! ¿Será cierto?
¿Qué felicidad gozaría una madre en el Cielo si allí no estuvieran sus hijos o su esposo amado? ¿Si supiera que ellos sufrirían castigos eternos mientras ella “descansaba eternamente y entonaba himnos de loas”?
A nadie le gustaría estar en un Cielo y olvidar sus seres queridos. Y si nosotros, que somos tan imperfectos y egoístas, seríamos incapaces de hacerlo, ¿por qué Dios lo haría?
También podemos preguntar cuáles serían los criterios que nos conducirían al Cielo, al Infierno o al Purgatorio. En la Edad Media, era la clase social; los religiosos “traficaban” indulgencias, vendían perdón a los ricos y los pobres estaban condenados. Una práctica que no es coherente con la justicia de Dios, por lo tanto, no puede ser aceptada como un criterio de condena o premiación. Otra condición para irse al Cielo es el bautismo, pero tampoco es valedero a los que nacieron y fallecieron antes de Cristo, y a los que fallecieron poco después de nacer. Otro problema serían los adeptos de otras religiones, cuyas prácticas no incluyen el bautismo y que además nunca escucharon hablar de Jesús. ¿Los condenaría Dios al Infierno? La Iglesia Católica manda al Limbo los niños que fallecieron antes de bautizarse. Pero ¿por qué no se van al Cielo ya que no hicieron el mal? O ¿por qué no se van al Infierno ya que no practicaron el bien?
Otro requisito para conquistar el Cielo es el arrepentimiento. Una persona que ha sido muy mala durante toda su existencia se arrepiente sobre la hora de la muerte, es perdonada y se va al Cielo. Otra que se equivocó menos y falleció de modo instantáneo, sin tiempo para arrepentirse se va al Infierno.
Y podríamos seguir disertando sobre ese tema que no es justo con la figura de Dios, Padre amoroso, soberanamente bueno, justo y misericordioso, tampoco explica de la mejor manera las cuestiones de la vida y post vida. Así que pasaremos a discutir sobre la teoría de la nada y sobre la existencia e inmortalidad del alma.
La inmortalidad del Alma
Sería extraño y hasta irónico que, en un Universo en que nada se pierde, que todo se transforma, el hombre fuese la única excepción perecedera, sujeto a desaparecer con su despojos.
Kardec, en el libro “El Cielo y el Infierno”, diserta de manera muy clara sobre la idea de “la nada” y argumenta que sería muy aflictivo pensar que después de todo el esfuerzo que hacemos en la Tierra, de todo lo que aprendemos, simplemente desapareciéramos a causa de la muerte. Ello porque nos concentraríamos sólo en el presente y actuaríamos de manera egoísta, ya que nuestro objetivo sería únicamente disfrutar la vida.
En realidad, la teoría de la nada es el extremo opuesto a la enseñanza autoproclamada cristiana de la muerte, la cual ya no responde a las preguntas esenciales del hombre racional moderno ni es justa con la figura del Cristo.
Jesús ya nos había enseñado que nadie muere cuando su cuerpo espiritual se hizo visible entre los “vivos” después de su muerte y Pablo de Tarso afirmó que el cuerpo espiritual es el cuerpo de la resurrección ; aunque el Cristo sea siempre representado por algunos con las imágenes de un hombre muerto, colgado de la cruz y que muchos crean que los muertos resucitan en la carne. Una idea nada alentadora para aquellos que poseen cuerpos mutilados, debilitados o que tuvieron los cuerpos destrozados en la ocasión de la muerte.
La curiosidad de saber si existe algo que sobrevive a la muerte del cuerpo físico no es una novedad. Desde hace mucho tiempo el hombre elabora preguntas relacionadas a su existencia, casi siempre en un aspecto religioso. Sin embargo, a partir del siglo XIX, este interés se ha intensificado y ampliado para el tema de la reencarnación. No solamente entre la gente común y creyente, sino entre figuras ilustres de la historia.
Nos cuenta el estudioso espírita Carlos de Brito Imbassahy que en los años de 1944 y 1945, científicos italianos estudiaban lo que se llamó de bebé de probeta, pero dedujeron que no obtendrían éxito en la creación de los bebés porque no podrían crear un campo de energía presente en el vientre de las mujeres fértiles lo cual acompañaba el feto cuando él nacía. Agrega el estudioso que investigaciones modernas comprobaron que la formación fetal depende de este campo, que no pertenece a la madre, sino que actúa en su vientre y comanda la selección de espermatozoide que fecundará el óvulo.
Treinta años después, suecos inventan un aparato capaz de detectar el campo energético de moribundos y descubrieron que tal campo los abandonaba cuando ellos fallecían. Además, los moribundos eran pesados antes y después de la muerte y concluyeron que este campo era el alma, dado que había una pequeña pérdida de peso corporal en razón de la muerte.
En la actualidad, hay nuevas modalidades de investigaciones, como los casos de Experiencia de Casi Muerte, las visiones de los moribundos en el lecho de muerte, las experiencias fuera del cuerpo y la Transcomunicación Instrumental. Todas ellas reafirmando la supervivencia del alma y probando que los Espíritus se pueden comunicar. Ya no podemos rechazar las pruebas y reaccionar como personas ignorantes, como las que se negaron a creer que la Tierra era redonda y que giraba alrededor del sol, o que dificultaron la vida de Pasteur cuando menospreciaron su tesis de la existencia de seres microscópicos porque no los podían ver.
No podemos ver los virus, las bacterias, el aire, algunos gases, el pensamiento, pero sabemos que existen por la manifestación de sus efectos. La existencia del alma también es un hecho.
Rosa María
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Toda persona que puede ver a los Espíritus sin ayuda ajena es, por esto mismo, médium vidente; pero en general las apariciones son fortuitas, accidentales. Nosotros todavía no conocíamos a ninguna persona apta para verlos de una manera permanente y a voluntad. Es de esta notable facultad que está dotado el Sr. Adrien, uno de los miembros de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas. Él es a la vez médium vidente, psicógrafo, auditivo y sensitivo. Como médium psicógrafo escribe según el dictado de los Espíritus, pero raramente de una manera mecánica como los médiums puramente pasivos; es decir que, aunque escriba cosas extrañas a su pensamiento, él tiene la conciencia de lo que escribe. Como médium auditivo escucha a las voces ocultas que le hablan.
Tenemos en la Sociedad a otros dos médiums que gozan de esta última facultad en un muy alto grado. Al mismo tiempo, ellos son muy buenos médiums psicógrafos. Como médium sensitivo, en fin, siente el contacto de los Espíritus y la presión que ellos ejercen sobre él; incluso siente conmociones eléctricas muy violentas, que se transmiten a las personas presentes. Cuando magnetiza a alguien, puede voluntariamente – cuando es necesario para su salud – producir en éste la descarga de la pila voltaica.
Una nueva facultad acaba de revelarse en él: la doble vista; sin ser sonámbulo, y aunque esté perfectamente despierto, ve a voluntad, a una distancia ilimitada – incluso más allá de los mares – lo que sucede en una localidad; ve a las personas y lo que ellas hacen; describe los lugares y los hechos con una precisión cuya exactitud ha sido verificada. Apresurémonos en decir que el Sr. Adrien de ningún modo es uno de esos hombres débiles y crédulos que se dejan llevar por su imaginación; al contrario, es un hombre de carácter muy frío, muy calmo y que ve todo esto con la más absoluta sangre fría; no decimos con indiferencia, lejos de eso, porque él toma en serio sus facultades y las considera como un don de la Providencia que le ha sido concedido para el bien y, así, solamente se sirve del mismo para cosas útiles y nunca para satisfacer una vana curiosidad. Es un hombre joven de una familia distinguida, muy honorable, de un carácter dúctil y benévolo, y cuya esmerada educación se revela en su lenguaje y en todos sus modales. Como marinero y como militar ha recorrido una parte de África, de la India y de nuestras colonias.
De todas sus facultades como médium, la más notable – y en nuestra opinión la más preciosa – es la de médium vidente. Los Espíritus le aparecen bajo la forma que hemos relatado en nuestro artículo anterior sobre las Apariciones; él los ve con una precisión de la cual podemos juzgar por las descripciones que damos más adelante de Una viuda de Malabar y de La Bella Cordelera de Lyon. Pero, se dirá, ¿qué es lo que prueba que ve realmente y que no es el juguete de una ilusión? Lo que lo prueba es que, cuando una persona que él no conoce evoca por su intermedio a un pariente, a un amigo que nunca ha visto, hace de éste un retrato de sorprendente semejanza y que nosotros mismos hemos podido constatar; por lo tanto, ninguna duda tenemos sobre esta facultad de la cual goza en el estado de vigilia y no como sonámbulo.
Lo que tal vez es más notable todavía, es que no ve solamente a los Espíritus que se evocan; ve al mismo tiempo a todos los que están presentes, evocados o no; los ve entrar, salir, ir y venir, escuchar lo que decimos, reírse o tomarse algo en serio, según su carácter; en unos hay seriedad, en otros un aire burlón y sarcástico; algunas veces uno de ellos se dirige hacia uno de los asistentes y le pone la mano en el hombro o se ubica a su lado, mientras que otros se mantienen apartados; en una palabra, en toda reunión hay siempre una asamblea oculta compuesta por Espíritus atraídos por su simpatía para con las personas y las cosas con las cuales se ocupan.
En las calles ve a una multitud, porque además de los Espíritus familiares que acompañan a sus protegidos, hay entre ellos – como entre nosotros – la masa de los indiferentes y de los ociosos. Nos dice él que en su casa nunca está solo y que jamás se aburre; tiene siempre una sociedad con la cual conversa. Su facultad no sólo se extiende a los Espíritus desencarnados, sino también a los encarnados; cuando ve a una persona, puede hacer abstracción de su cuerpo; entonces, el Espíritu le aparece como si estuviera separado del cuerpo, y puede conversar con él. En un niño, por ejemplo, puede ver al Espíritu que está encarnado en él, apreciar su naturaleza y saber lo que éste era antes de su encarnación. Llevada a ese grado, esta facultad nos inicia mejor en la naturaleza del mundo de los Espíritus que todas las comunicaciones escritas; nos lo muestra tal cual es, y si no lo vemos por nuestros ojos, la descripción que nos da de él nos hace verlo a través del pensamiento; los Espíritus no son más seres abstractos: son seres reales, que están aquí a nuestro lado, que nos rodean sin cesar; y como sabemos ahora que su contacto puede ser material, comprendemos la causa de una multitud de impresiones que sentimos sin darnos cuenta.
Es por eso que colocamos al Sr. Adrien en el número de los médiums más notables y en la primera línea de aquellos que han suministrado los más preciosos elementos para el conocimiento del mundo espírita. Sobre todo lo colocamos en la primera línea por sus cualidades personales, que son las de un hombre de bien por excelencia, y que lo vuelven totalmente simpático a los Espíritus del orden más elevado, lo que no siempre tiene lugar con los médiums de efectos puramente físicos. Sin duda, entre estos últimos existen los que hacen más sensación, los que mejor cautivan la curiosidad; pero para el observador, para aquel que quiere sondar los misterios de ese mundo maravilloso, el Sr. Adrien es el más poderoso auxiliar que ya hemos visto. Por eso hemos puesto su facultad y su complacencia en beneficio de nuestra instrucción personal, ya sea en la intimidad, en las sesiones de la Sociedad o, en fin, en visita a diversos lugares de reunión.
Hemos estado juntos en teatros,bailes, paseos, hospitales, cementerios, iglesias; hemos asistido a entierros, a casamientos, bautismos, sermones: por todas partes hemos observado la naturaleza de los Espíritus que allí venían a agruparse; hemos entablado conversación con algunos, los hemos interrogado y hemos aprendido muchas cosas de las que haremos sacar provecho a nuestros lectores, porque nuestro objetivo es el de hacerlos penetrar – como nosotros – en ese mundo tan nuevo para nosotros. El microscopio nos ha revelado el mundo de lo infinitamente pequeño, que ni sospechábamos, aunque estuviera a nuestro alrededor; el telescopio nos ha revelado la infinidad de mundos celestiales de los que tampoco sospechábamos; el Espiritismo nos descubre el mundo de los Espíritus que está por todas partes, a nuestro lado como en los espacios: es el mundo real que influye incesantemente sobre nosotros.
Allan Kardec Revista Espirita 1858
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NO JUZGUEIS PARA NO SER
JUZGADOS
El Maestro Jesús se servía siempre de las imágenes del mundo terreno, conocidas en su época para exponer las enseñanzas espirituales, de modo que los hombres pudieran asimilarlas lo más profundamente posible, pues se encontraban más allá del límite objetivo de la vida física. Siendo sabio, Jesús conformaba sus parábolas de tal forma que aun hoy sirven de ejemplo efectivo y a pesar de estar orientadas con encuadres y descripciones correspondientes a aquella época, hoy en dia estimulan y orientan la dinámica mental para un mayor conocimiento sobre la vida inmortal del espíritu. Gracias a la persistente dedicación y a las conclusiones inteligentes de Allan Kardec para conformar la doctrina espírita, el hombre actual puede valorar con más precisión las leyes y los fenómenos de la vida espiritual. Los Médiums preparados, estudiosos y fieles a los principios kardecianos
han dado paso a los espíritus mensajeros e instructores que han ofrecido sus pensamientos, ayudando a la humanidad a percibir el contenido esotérico del Evangelio de Jesús, permitiendo realizar una interpretación más espiritual y menos humana.
“No juzguéis para no ser juzgados” significaba para los hombres de aquella época cristiana, una severa advertencia contra la injusticia, la maledicencia y la calumnia, que en cierta forma se ajustaba admirablemente al tipo de vida judía. Después de la alborada del Espiritismo, ese mismo contenido se delinea en su intimidad esotérica y se vuelve más genérico con relación a la vida del espíritu inmortal. En vez de ser una sentencia regular, se amplia en su sentido moral, abarcando en cierta forma, el proceso Kármico. Ya no es un concepto disciplinado para el pueblo judío únicamente, sino que se refiere a la continuidad de la vida espiritual, abarcando los juicios buenos o malos que el espíritu pronuncia en el transcurso de todo el largo proceso que comprende su Angelitud.
En el futuro, el hombre pasara a comprender, que la miniatura del metabolismo cósmico palpita activamente en la intimidad de su alma. Los conceptos de Jesús “ no juzguéis para no ser juzgados “ y “ no condenéis para no ser condenados “ son importantes advertencias de que toda acción negativa del espíritu repercute en su propio perjuicio, puesto que juzgar al prójimo es “ medirse “ a sí mismo.-
El Maestro Jesús advierte y aclara respecto a los prejuicios y liviandad, al espíritu que juzgándose santificado, muchas veces condena los mismos pecados que él cometió otrora, o que aun podrá cometer en la actual existencia o bien, en próximas vidas.
Conforme más se integra el espíritu en el concepto de la justicia suprema y desenvuelve el amor, deja de juzgar a sus hermanos menos evolucionados, librándose con más rapidez de la simplicidad justa de la ley del Karma, que actúa en forma impersonal y para la rectificación espiritual.
Si juzgamos al prójimo con amor y buena intención con que nos juzgamos a nosotros mismos nos salvaremos, pues con ello manifestamos un elevado principio de honestidad espiritual, dado que juzgamos y condenamos al prójimo con el mismo nivel de culpa y penalidad que desearíamos para nosotros mismos.
Jesús deja entrever que la mayoría de los hombres eran “pecadores “por eso ¡ninguno podía juzgar a nadie ¡ de ahí su advertencia incisiva y evangélica para los imprudentes, que veían la “ paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el suyo”.
En los conceptos evangélicos de Jesús, se comprueba el fatalismo de una ley implacable, justa y bienhechora, que tanto corrige al espíritu en falta, como le da los elementos para alcanzar una vida venturosa y espiritual. Sus enseñanzas se confirman constantemente a través del pasar de los siglos, pues conforme explica la doctrina espirita, el hombre termina enfrentándose con las situaciones desagradables que sembró otrora.
La ley de acción y reacción es la que rige específicamente los conceptos de “No juzguéis para no ser juzgados “. Cualquier injusticia que el espíritu pueda cometer a otros en sus encarnaciones, tendrá que indemnizar o pagar, a la victima en forma satisfactoria por el error cometido, tanto como sea, es decir, en lo moral y en lo físico, conforme a los postulados de la “Ley del Karma “.
Ello demuestra que en la persona permanece indestructible el sentido de responsabilidad espiritual de pagar a quien fuera injustamente afectado. En consecuencia la “ley del Karma “también asegura a todos los inocentes perseguidos del mundo, una indemnización doble o triple, que será cumplida por sentencia correctiva por el culpable. Además de obligar a los culpables a pagar a quien afecto, injustamente, la ley proporciona a su vez nuevos caminos de recuperación espiritual a la víctima, la cual debe ajustarse de inmediato al mismo grado que debería encontrarse cuando fue indebidamente afectado.
De ahí la temática fundamental de Jesús cuando anuncio el concepto de “bienaventurados los perseguidos por la justicia o sea, las almas heridas por las calumnias, infamias e ignominia puesto que serán resarcidas espiritualmente de sus dolores y perjuicios, porque la Divinidad no permite el agravio o distorsión, por pequeño que sea, en su justicia.
Jesús cuando afirma que los inocentes y perseguidos por las injusticias serán indemnizados por parte de los que los juzgaron mal, nos aclara que bajo la Justicia Divina, alcanzaran mucho más rápida la ventura espiritual, por causa de las injusticias cometida, siempre que no participen en odios y venganzas.
En consecuencia el “mal juzgador” que calumnia y condena no es afectada únicamente por el “ pecado “ cometido contra su hermano, sino que ha de ser medido en la misma medida con que acostumbra medir a su prójimo, o como dice el precepto Evangélico: “ PAGARA HASTA EL ÙLTIMO CENTAVO “ sufrirá un correctivo, tan grave y de proporciones por parte de la Ley Karmica, como haya sido el total del perjuicio causado por su injusticia, directa o indirectamente a todas las victimas afectadas en aquella misma vida.
No deberemos olvidar que El Divino Maestro jamás condena al pecador, pero le advirtió insistentemente respecto al perjuicio que causa el pecado. A a través del Evangelio, ilumina el camino de los hombres y les señala los escollos de los vicios que aniquilan, los abismos de las pasiones peligrosas, del poder y de las falsas glorias humanas, que perjudican la verdadera vida del espíritu inmortal. Enseñaba que la prudencia era un medio eficaz para evitar los deseos impuros, y la sensatez, para que el espíritu encarnado mantuviera el exacto rumbo del norte espiritual.
Recomendaba al hombre que supiera vivir sobre el mundo material, sin interferir sobre la vida de sus compañeros en prueba. “Advertía sobre la ambición humana, que se desmedía por la posesión de los tesoros que la polilla come y la herrumbre deteriora, sobre el peligro del orgullo, que explota cual fuego de artificio y luego lanza al espíritu en el infierno fluídico de los charcos purificadores del astral inferior. Recordaba que la perversidad no debía aplicarse con nadie, porque después hería trágicamente al propio autor en la ley implacable del choque de retorno, donde cada uno ha de sufrir conforme a sus obras.”
El Evangelio no es un juzgamiento o condenación para los espíritus incipientes, que se conturban en el largo recorrido de la escala espiritual, a través del mundo de las formas, sino que es un “Código Moral “de vida superior algo semejante a un manual cívico que disciplina la conducta del futuro ciudadano sideral, bajo la miniatura esquemática de las leyes del universo.
No es su función disciplinar a los hombres para que vivan felices en la vida humana y transitoria, pero sí un tratado sublime y catalizador de las conciencias, para una pronta reintegración del espíritu al mundo Angélico del “reino de Dios “·
Jesús, psicólogo sideral, coordinador de todos los instructores que pasaron por la tierra, jamás cometería él equivoco de exigir a un espíritu en los albores de su conciencia que se portara con el mismo sentido de justicia de un iniciado. Seria absurdo exigir a la especie floral, que demuestre en el pequeño botón vegetal su formación, la misma composición, belleza y perfume, que solo pueda ofrecer la rosa, en la plenitud de su fragancia y en su atrayente configuración floral.
El hombre maduro puede pecar por injusticia, pero arrepentirse sinceramente del acto ignominioso. En su conciencia desenvuelta solo vislumbra el sentido de justicia, cuya evolución lo sublima hasta alcanzar definitivamente el completo estado del amor. Pero la criatura espiritualmente inmadura no se da cuenta de sus actos censurables puesto que busca únicamente lo mejor para sí misma e ignora que sus hermanos van buscando también la misma cosa que él y tienen el mismo derecho de ser felices. El egoísmo, por lo tanto, a pesar de ser un acto censurable, sin embargo, fundamenta la convergencia de los hechos y amplia la esfera de los deseos de posesión humana, por lo tanto organiza el centro de conciencia del futuro individuo, el que va creciendo como unidad en el seno de Dios. Solo aparecen los albores de la justicia y se afiniza el sentimiento del hombre por la filantropía, después que se satura, debido a que “carga de más y usa muy poco “. De ahí en más comienza a centellear el espíritu y un sentido primario de la justicia comienza a convencerlo, de que los otros “también merecen poseer tanto como él y no deben ser juzgados o condenados por la misma causa.
El sentimiento de altruismo aunque inicialmente sea interesado, se desenvuelve de poco a poco y la criatura comienza a donar lo que le sobre o lo que le pesa de más en su patrimonio. Unas veces por habito, otras por sentirse dichoso de dar, el ser adquiere experiencia y aclara su mente, alcanzando la meta del altruismo y lo hace o bien porque siente satisfacción superior o por un “buen negocio con la divinidad” pero en definitiva, lo hace de forma pacifica y agradable.
Siendo así, el Maestro Jesús no se preocupo ni se preocupa en “Juzgar “o “censurar “al espíritu del hombre, que aun transita por el curso del egoísmo en su peregrinar encarnatorio que es el proceso iniciático y formativo de la conciencia espiritual, lanzada en la corriente evolutiva de la materia planetaria. Es razonable y también justificable que el hombre inmaduro practique injusticias bajo los impulsos y hechos incontrolables de su intimidad egocéntrica y animalizada, y nada de censurable se ve en ello. Pero, para que el ser adquiera el sentido de la justicia, es evidente que debe ser sometido a la rectificación de todo cuanto hace de injusto, conforme lo disciplina la Ley del Karma.
En verdad, no existe departamento de penalidades creado por Dios, a fin de juzgar y condenar a los espíritus que pecan por las injusticias cometidas, sino que esa Ley, en su pulsación impersonal y responsable por la armonía y equilibrio del Cosmos, equilibra cada cosa y cada ser en su frecuencia electiva, tal como el músico desafinado es advertido por el Maestro para que retome el ritmo armónico del conjunto orquestal.
Los hombres han de procurar pensar deliberadamente o intempestivamente, y arrepentirse de sus malas obras y esto le dulcificara la vida, de lo contrario si sigue siendo un insensible en el trato con sus hermanos, le cabe a la Ley providenciar el reajuste o eliminar el defecto de la pieza desequilibrada de la pulsación armónica del universo.
Una de las extravagancias de la humanidad consiste en ver el mal de los demás antes de advertir el que está en uno mismo. Para poder juzgarse a sí mismo tuviésemos que poder mirarnos a un espejo, transportarnos en cierta manera fuera de sí, y considerarnos como si fuéramos la otra persona, preguntándonos: ¿ qué pensaría yo si viera a otro hacer lo que yo hago?.
El orgullo es el que mueve al hombre a disimular ante sus ojos sus propias faltas, así como en lo moral como en lo físico. La indulgencia para con el prójimo es un deber, porque no hay persona que no le necesite para sí mismo.
No debemos juzgar a los demás con mayor severidad que la que nos aplicamos al juzgarnos a nosotros mismos, ni condenar en el prójimo lo que en nosotros disculpamos. Antes de reprochar una falta a alguien, veamos si la misma censura no se nos puede hacer a nosotros.
La reprobación de la conducta ajena, puede tener dos móviles: o reprimir él mal, o desacreditar a la persona cuyos actos critican. Este último motivo no tiene nunca excusa, porque es maledicencia y ruindad. El primero en cambio, podrá ser loable, y en ciertos casos se torna inclusive en un deber, puesto que del debe resultar un bien, y porque a no ser por ello el mal no seria jamás reprimido en la sociedad. Pues el hombre debe cooperar al progreso de sus semejantes y no debe interpretar en un sentido absoluto el principio critico de: “No juzguéis para que no seáis juzgados”, porque la letra mata y el espíritu vivifica.
Jesús no podía prohibir que se censure lo que está mal, puesto que El mismo nos ha ofrecido un ejemplo de ello, y lo hizo en términos enérgicos. Lo que quiso decir es que la autoridad de la censura está en razón de la autoridad moral de quien la pronuncie. Hacer lo que en otros condenamos equivale a abdicar de dicha autoridad.
La conciencia intima niega todo respeto y sumisión voluntaria a aquel que, hallándose investido de cualquier tipo de poder, viole las leyes y principios que están encargados de aplicar. A los ojos de Dios, solo es legítima aquella autoridad que se apoye en el ejemplo que ella misma da del bien.
La indulgencia es la virtud dulce y fraternal que todo hombre debe tener para con sus hermanos.
La indulgencia nos hace ciegos ante los defectos de los demás y si los ve se guarda muy bien de hablar de ellos, de difundirlos, antes por el contrario los esconde, y si la malevolencia llega a descubrirlos, la indulgencia tiene siempre una excusa pronta para paliarlos, esto es, una excusa seria y plausible, y no de aquellas que, aparentando querer atenuar la falta, la hacen en cambio resaltar con perdida habilidad-.
No debemos ocuparnos nunca de los actos malvados de los demás, a menos que sea para prestar un servicio, y aun en tal caso hay que procurar tener el cuidado de atenuarlos todo lo posible. No hacer observaciones chocantes no reproches con los labios, sino que ofrecer tan solo consejos lo mas velados posibles.
Cuándo se critica, ¿ qué consecuencias se deben extraer de las palabras ¿ acaso los que critican, no han hecho también lo mismo que critican, o acaso piensan que valen más que el culpable?.
El hombre debe solo ocuparse de sus propios actos y pensamientos, dejando libre el camino de su hermano.
Hay que ser severo con uno mismo, e indulgente con los demás. Hay que fortificar a los débiles mostrándoles la bondad de Dios, que siempre toma en cuenta hasta el menor de los arrepentimientos.
Los trabajadores del Señor han de mostrar el ángel de la contrición, que extiende sus blancas alas sobre las faltas de los humanos y las oculta así a los ojos de quien no puede ver lo impuro. El Padre en su infinita misericordia, nos escucha cuando por medio del pensamiento y sobre todo de los actos le decimos: “Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. “ Son palabras sublimes, y su letra no es lo único admirable, sino además el compromiso que implican.
El ser severo con uno mismo e indulgente con los demás, es también una forma de poner en práctica la caridad. Todos tenemos que vencer malas inclinaciones, corregir defectos y modificar hábitos.
Todos tenemos que depositar un fardo más o menos pesado para ascender a la cima de la montaña del progreso. ¿ Porque ser tan clarividente con las faltas ajenas y ciegos con las nuestras ¿¿ cuando dejaremos de ver la paja en el ojo ajeno, y permaneceremos ciego con la viga que hay en el nuestro?. El verdadero carácter de la caridad es la modestia y la humildad, que consiste en ver de pasada los defectos ajenos, y dedicarse a realzar lo que hay de bueno y virtuoso en los mismos.
Porque no olvidemos que siempre en el corazón rebelde y corrupto, en lo más recóndito de sus pliegues, brota el germen de unos cuantos sentimientos elevados, es una chispa encendida de la esencia espiritual.
¡Bendito sea el Espiritismo, doctrina consoladora y bendita, felices los que te conocen y se benefician con las saludables enseñanzas de los Espíritus del Señor!. Para los espiritas, la voz que escuchan es clara, y a lo largo del camino se leen estas palabras que señalan el medio de alcanzar la meta:
Caridad para el prójimo como para asimismo: en una palabra, caridad hacia todos y amor de Dios por encima de todas las cosas, porque el amor de Dios resume la totalidad de los deberes, y es imposible amar de veras a Dios sin practicar la caridad, que El ha erigido en Ley para todas sus criaturas.
- Merchita- (Extraído de diversos libros de espiritismo.)
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Si hay algo que agradecemos al Espiritismo, es haber retirado la cortina de lo que ocurría más allá de la muerte física.
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NO JUZGUEIS PARA NO SER
JUZGADOS
El Maestro Jesús se servía siempre de las imágenes del mundo terreno, conocidas en su época para exponer las enseñanzas espirituales, de modo que los hombres pudieran asimilarlas lo más profundamente posible, pues se encontraban más allá del límite objetivo de la vida física. Siendo sabio, Jesús conformaba sus parábolas de tal forma que aun hoy sirven de ejemplo efectivo y a pesar de estar orientadas con encuadres y descripciones correspondientes a aquella época, hoy en dia estimulan y orientan la dinámica mental para un mayor conocimiento sobre la vida inmortal del espíritu. Gracias a la persistente dedicación y a las conclusiones inteligentes de Allan Kardec para conformar la doctrina espírita, el hombre actual puede valorar con más precisión las leyes y los fenómenos de la vida espiritual. Los Médiums preparados, estudiosos y fieles a los principios kardecianos
han dado paso a los espíritus mensajeros e instructores que han ofrecido sus pensamientos, ayudando a la humanidad a percibir el contenido esotérico del Evangelio de Jesús, permitiendo realizar una interpretación más espiritual y menos humana.
“No juzguéis para no ser juzgados” significaba para los hombres de aquella época cristiana, una severa advertencia contra la injusticia, la maledicencia y la calumnia, que en cierta forma se ajustaba admirablemente al tipo de vida judía. Después de la alborada del Espiritismo, ese mismo contenido se delinea en su intimidad esotérica y se vuelve más genérico con relación a la vida del espíritu inmortal. En vez de ser una sentencia regular, se amplia en su sentido moral, abarcando en cierta forma, el proceso Kármico. Ya no es un concepto disciplinado para el pueblo judío únicamente, sino que se refiere a la continuidad de la vida espiritual, abarcando los juicios buenos o malos que el espíritu pronuncia en el transcurso de todo el largo proceso que comprende su Angelitud.
En el futuro, el hombre pasara a comprender, que la miniatura del metabolismo cósmico palpita activamente en la intimidad de su alma. Los conceptos de Jesús “ no juzguéis para no ser juzgados “ y “ no condenéis para no ser condenados “ son importantes advertencias de que toda acción negativa del espíritu repercute en su propio perjuicio, puesto que juzgar al prójimo es “ medirse “ a sí mismo.-
El Maestro Jesús advierte y aclara respecto a los prejuicios y liviandad, al espíritu que juzgándose santificado, muchas veces condena los mismos pecados que él cometió otrora, o que aun podrá cometer en la actual existencia o bien, en próximas vidas.
Conforme más se integra el espíritu en el concepto de la justicia suprema y desenvuelve el amor, deja de juzgar a sus hermanos menos evolucionados, librándose con más rapidez de la simplicidad justa de la ley del Karma, que actúa en forma impersonal y para la rectificación espiritual.
Si juzgamos al prójimo con amor y buena intención con que nos juzgamos a nosotros mismos nos salvaremos, pues con ello manifestamos un elevado principio de honestidad espiritual, dado que juzgamos y condenamos al prójimo con el mismo nivel de culpa y penalidad que desearíamos para nosotros mismos.
Jesús deja entrever que la mayoría de los hombres eran “pecadores “por eso ¡ninguno podía juzgar a nadie ¡ de ahí su advertencia incisiva y evangélica para los imprudentes, que veían la “ paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el suyo”.
En los conceptos evangélicos de Jesús, se comprueba el fatalismo de una ley implacable, justa y bienhechora, que tanto corrige al espíritu en falta, como le da los elementos para alcanzar una vida venturosa y espiritual. Sus enseñanzas se confirman constantemente a través del pasar de los siglos, pues conforme explica la doctrina espirita, el hombre termina enfrentándose con las situaciones desagradables que sembró otrora.
La ley de acción y reacción es la que rige específicamente los conceptos de “No juzguéis para no ser juzgados “. Cualquier injusticia que el espíritu pueda cometer a otros en sus encarnaciones, tendrá que indemnizar o pagar, a la victima en forma satisfactoria por el error cometido, tanto como sea, es decir, en lo moral y en lo físico, conforme a los postulados de la “Ley del Karma “.
Ello demuestra que en la persona permanece indestructible el sentido de responsabilidad espiritual de pagar a quien fuera injustamente afectado. En consecuencia la “ley del Karma “también asegura a todos los inocentes perseguidos del mundo, una indemnización doble o triple, que será cumplida por sentencia correctiva por el culpable. Además de obligar a los culpables a pagar a quien afecto, injustamente, la ley proporciona a su vez nuevos caminos de recuperación espiritual a la víctima, la cual debe ajustarse de inmediato al mismo grado que debería encontrarse cuando fue indebidamente afectado.
De ahí la temática fundamental de Jesús cuando anuncio el concepto de “bienaventurados los perseguidos por la justicia o sea, las almas heridas por las calumnias, infamias e ignominia puesto que serán resarcidas espiritualmente de sus dolores y perjuicios, porque la Divinidad no permite el agravio o distorsión, por pequeño que sea, en su justicia.
Jesús cuando afirma que los inocentes y perseguidos por las injusticias serán indemnizados por parte de los que los juzgaron mal, nos aclara que bajo la Justicia Divina, alcanzaran mucho más rápida la ventura espiritual, por causa de las injusticias cometida, siempre que no participen en odios y venganzas.
En consecuencia el “mal juzgador” que calumnia y condena no es afectada únicamente por el “ pecado “ cometido contra su hermano, sino que ha de ser medido en la misma medida con que acostumbra medir a su prójimo, o como dice el precepto Evangélico: “ PAGARA HASTA EL ÙLTIMO CENTAVO “ sufrirá un correctivo, tan grave y de proporciones por parte de la Ley Karmica, como haya sido el total del perjuicio causado por su injusticia, directa o indirectamente a todas las victimas afectadas en aquella misma vida.
No deberemos olvidar que El Divino Maestro jamás condena al pecador, pero le advirtió insistentemente respecto al perjuicio que causa el pecado. A a través del Evangelio, ilumina el camino de los hombres y les señala los escollos de los vicios que aniquilan, los abismos de las pasiones peligrosas, del poder y de las falsas glorias humanas, que perjudican la verdadera vida del espíritu inmortal. Enseñaba que la prudencia era un medio eficaz para evitar los deseos impuros, y la sensatez, para que el espíritu encarnado mantuviera el exacto rumbo del norte espiritual.
Recomendaba al hombre que supiera vivir sobre el mundo material, sin interferir sobre la vida de sus compañeros en prueba. “Advertía sobre la ambición humana, que se desmedía por la posesión de los tesoros que la polilla come y la herrumbre deteriora, sobre el peligro del orgullo, que explota cual fuego de artificio y luego lanza al espíritu en el infierno fluídico de los charcos purificadores del astral inferior. Recordaba que la perversidad no debía aplicarse con nadie, porque después hería trágicamente al propio autor en la ley implacable del choque de retorno, donde cada uno ha de sufrir conforme a sus obras.”
El Evangelio no es un juzgamiento o condenación para los espíritus incipientes, que se conturban en el largo recorrido de la escala espiritual, a través del mundo de las formas, sino que es un “Código Moral “de vida superior algo semejante a un manual cívico que disciplina la conducta del futuro ciudadano sideral, bajo la miniatura esquemática de las leyes del universo.
No es su función disciplinar a los hombres para que vivan felices en la vida humana y transitoria, pero sí un tratado sublime y catalizador de las conciencias, para una pronta reintegración del espíritu al mundo Angélico del “reino de Dios “·
Jesús, psicólogo sideral, coordinador de todos los instructores que pasaron por la tierra, jamás cometería él equivoco de exigir a un espíritu en los albores de su conciencia que se portara con el mismo sentido de justicia de un iniciado. Seria absurdo exigir a la especie floral, que demuestre en el pequeño botón vegetal su formación, la misma composición, belleza y perfume, que solo pueda ofrecer la rosa, en la plenitud de su fragancia y en su atrayente configuración floral.
El hombre maduro puede pecar por injusticia, pero arrepentirse sinceramente del acto ignominioso. En su conciencia desenvuelta solo vislumbra el sentido de justicia, cuya evolución lo sublima hasta alcanzar definitivamente el completo estado del amor. Pero la criatura espiritualmente inmadura no se da cuenta de sus actos censurables puesto que busca únicamente lo mejor para sí misma e ignora que sus hermanos van buscando también la misma cosa que él y tienen el mismo derecho de ser felices. El egoísmo, por lo tanto, a pesar de ser un acto censurable, sin embargo, fundamenta la convergencia de los hechos y amplia la esfera de los deseos de posesión humana, por lo tanto organiza el centro de conciencia del futuro individuo, el que va creciendo como unidad en el seno de Dios. Solo aparecen los albores de la justicia y se afiniza el sentimiento del hombre por la filantropía, después que se satura, debido a que “carga de más y usa muy poco “. De ahí en más comienza a centellear el espíritu y un sentido primario de la justicia comienza a convencerlo, de que los otros “también merecen poseer tanto como él y no deben ser juzgados o condenados por la misma causa.
El sentimiento de altruismo aunque inicialmente sea interesado, se desenvuelve de poco a poco y la criatura comienza a donar lo que le sobre o lo que le pesa de más en su patrimonio. Unas veces por habito, otras por sentirse dichoso de dar, el ser adquiere experiencia y aclara su mente, alcanzando la meta del altruismo y lo hace o bien porque siente satisfacción superior o por un “buen negocio con la divinidad” pero en definitiva, lo hace de forma pacifica y agradable.
Siendo así, el Maestro Jesús no se preocupo ni se preocupa en “Juzgar “o “censurar “al espíritu del hombre, que aun transita por el curso del egoísmo en su peregrinar encarnatorio que es el proceso iniciático y formativo de la conciencia espiritual, lanzada en la corriente evolutiva de la materia planetaria. Es razonable y también justificable que el hombre inmaduro practique injusticias bajo los impulsos y hechos incontrolables de su intimidad egocéntrica y animalizada, y nada de censurable se ve en ello. Pero, para que el ser adquiera el sentido de la justicia, es evidente que debe ser sometido a la rectificación de todo cuanto hace de injusto, conforme lo disciplina la Ley del Karma.
En verdad, no existe departamento de penalidades creado por Dios, a fin de juzgar y condenar a los espíritus que pecan por las injusticias cometidas, sino que esa Ley, en su pulsación impersonal y responsable por la armonía y equilibrio del Cosmos, equilibra cada cosa y cada ser en su frecuencia electiva, tal como el músico desafinado es advertido por el Maestro para que retome el ritmo armónico del conjunto orquestal.
Los hombres han de procurar pensar deliberadamente o intempestivamente, y arrepentirse de sus malas obras y esto le dulcificara la vida, de lo contrario si sigue siendo un insensible en el trato con sus hermanos, le cabe a la Ley providenciar el reajuste o eliminar el defecto de la pieza desequilibrada de la pulsación armónica del universo.
Una de las extravagancias de la humanidad consiste en ver el mal de los demás antes de advertir el que está en uno mismo. Para poder juzgarse a sí mismo tuviésemos que poder mirarnos a un espejo, transportarnos en cierta manera fuera de sí, y considerarnos como si fuéramos la otra persona, preguntándonos: ¿ qué pensaría yo si viera a otro hacer lo que yo hago?.
El orgullo es el que mueve al hombre a disimular ante sus ojos sus propias faltas, así como en lo moral como en lo físico. La indulgencia para con el prójimo es un deber, porque no hay persona que no le necesite para sí mismo.
No debemos juzgar a los demás con mayor severidad que la que nos aplicamos al juzgarnos a nosotros mismos, ni condenar en el prójimo lo que en nosotros disculpamos. Antes de reprochar una falta a alguien, veamos si la misma censura no se nos puede hacer a nosotros.
La reprobación de la conducta ajena, puede tener dos móviles: o reprimir él mal, o desacreditar a la persona cuyos actos critican. Este último motivo no tiene nunca excusa, porque es maledicencia y ruindad. El primero en cambio, podrá ser loable, y en ciertos casos se torna inclusive en un deber, puesto que del debe resultar un bien, y porque a no ser por ello el mal no seria jamás reprimido en la sociedad. Pues el hombre debe cooperar al progreso de sus semejantes y no debe interpretar en un sentido absoluto el principio critico de: “No juzguéis para que no seáis juzgados”, porque la letra mata y el espíritu vivifica.
Jesús no podía prohibir que se censure lo que está mal, puesto que El mismo nos ha ofrecido un ejemplo de ello, y lo hizo en términos enérgicos. Lo que quiso decir es que la autoridad de la censura está en razón de la autoridad moral de quien la pronuncie. Hacer lo que en otros condenamos equivale a abdicar de dicha autoridad.
La conciencia intima niega todo respeto y sumisión voluntaria a aquel que, hallándose investido de cualquier tipo de poder, viole las leyes y principios que están encargados de aplicar. A los ojos de Dios, solo es legítima aquella autoridad que se apoye en el ejemplo que ella misma da del bien.
La indulgencia es la virtud dulce y fraternal que todo hombre debe tener para con sus hermanos.
La indulgencia nos hace ciegos ante los defectos de los demás y si los ve se guarda muy bien de hablar de ellos, de difundirlos, antes por el contrario los esconde, y si la malevolencia llega a descubrirlos, la indulgencia tiene siempre una excusa pronta para paliarlos, esto es, una excusa seria y plausible, y no de aquellas que, aparentando querer atenuar la falta, la hacen en cambio resaltar con perdida habilidad-.
No debemos ocuparnos nunca de los actos malvados de los demás, a menos que sea para prestar un servicio, y aun en tal caso hay que procurar tener el cuidado de atenuarlos todo lo posible. No hacer observaciones chocantes no reproches con los labios, sino que ofrecer tan solo consejos lo mas velados posibles.
Cuándo se critica, ¿ qué consecuencias se deben extraer de las palabras ¿ acaso los que critican, no han hecho también lo mismo que critican, o acaso piensan que valen más que el culpable?.
El hombre debe solo ocuparse de sus propios actos y pensamientos, dejando libre el camino de su hermano.
Hay que ser severo con uno mismo, e indulgente con los demás. Hay que fortificar a los débiles mostrándoles la bondad de Dios, que siempre toma en cuenta hasta el menor de los arrepentimientos.
Los trabajadores del Señor han de mostrar el ángel de la contrición, que extiende sus blancas alas sobre las faltas de los humanos y las oculta así a los ojos de quien no puede ver lo impuro. El Padre en su infinita misericordia, nos escucha cuando por medio del pensamiento y sobre todo de los actos le decimos: “Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. “ Son palabras sublimes, y su letra no es lo único admirable, sino además el compromiso que implican.
El ser severo con uno mismo e indulgente con los demás, es también una forma de poner en práctica la caridad. Todos tenemos que vencer malas inclinaciones, corregir defectos y modificar hábitos.
Todos tenemos que depositar un fardo más o menos pesado para ascender a la cima de la montaña del progreso. ¿ Porque ser tan clarividente con las faltas ajenas y ciegos con las nuestras ¿¿ cuando dejaremos de ver la paja en el ojo ajeno, y permaneceremos ciego con la viga que hay en el nuestro?. El verdadero carácter de la caridad es la modestia y la humildad, que consiste en ver de pasada los defectos ajenos, y dedicarse a realzar lo que hay de bueno y virtuoso en los mismos.
Porque no olvidemos que siempre en el corazón rebelde y corrupto, en lo más recóndito de sus pliegues, brota el germen de unos cuantos sentimientos elevados, es una chispa encendida de la esencia espiritual.
¡Bendito sea el Espiritismo, doctrina consoladora y bendita, felices los que te conocen y se benefician con las saludables enseñanzas de los Espíritus del Señor!. Para los espiritas, la voz que escuchan es clara, y a lo largo del camino se leen estas palabras que señalan el medio de alcanzar la meta:
Caridad para el prójimo como para asimismo: en una palabra, caridad hacia todos y amor de Dios por encima de todas las cosas, porque el amor de Dios resume la totalidad de los deberes, y es imposible amar de veras a Dios sin practicar la caridad, que El ha erigido en Ley para todas sus criaturas.
- Merchita- (Extraído de diversos libros de espiritismo.)
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Si hay algo que agradecemos al Espiritismo, es haber retirado la cortina de lo que ocurría más allá de la muerte física.
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