LA CRISIS MUERTE - EN EL CAMPO DE BATALLA
ERNESTO BOZZANO
P. — ¿ Que impresión tuviste en tu primera entrada en el mundo espiritual?
R. — Me pareció que despertaba de un sueño, con un poco de atolondramiento además. Ya no me sentía enfermo y eso me asustaba mucho. Tenía una vaga sospecha de que alguna cosa extraña sucedía y aun no sabía definir de que se trataba. Mi cuerpo se hallaba extendido en el lecho de campaña y yo lo veía. Me decía a mi mismoi:! Qué extraño fenómeno¡- Miré a mi alrededor y vi a tres de mis camaradas muertos en la trinchera delante de Vicksburg y que yo los enterré. Pero allí estaban en mi presencia¡ Miraban y sonreían. Entonces uno de ls tres me saludó, diciendo:
- Buenos dias Jim; tú también eres de los nuestros?
- ¿Sy de los vuestros?, ¿Qué quieres decir?
- Pues...que te hallas aquí con nosotros, en el mund de los Espíritus. ¿No te diste cuenta de eso?. Es un medi donde se está bien.
Estas palabras eran muy fuertes para mí. Fui presa de una vilenta emoción y exclamé: -Dios mío¡ ¡Qué dices¡, ¿Estoy muerto?
- No; estás más vivo que nunca, Jim; pero te hallas en el mundo de los Espíritus. Para convencerte no tienes más que tentar tu cuerpo. En efecto, mi cuerpo yacía inanimado. ante mí. sobre la tarima. ¿Cómo puedes contestar a esto?. Poco después llegaron dos hombres que colcaron mi cadaver en una plancha y lo trasportaron al lado de un carro; lo metieron en él, subieron a la cabina y partieron. Acmpañé entonces al carro, que paró al borde de un foso, donde mi cadaver fue levantado y enterrado. Fui el único asistente a mi entierro....
P.— Qué sensaciones experimentaste en la crisis de la muerte?.
R.—La que se experimenta cuando el sueño se apodera de la gente, pero dejando que aun se pueda recordar alguna idea que haya tenido antes del sueño. La gente, no obstante, no se acuerda del mmento exacto en que fué tomada por el sueño. Es lo que se da pr ocasión de la muerte. Pero, un poco antes de la crisis fatal, mi mentalidad se volvió muy activa; recordé subitamente de todas las cosas a que estuviera asociado. Recordé hasta los juegos y bromas del campo militar, los gocé como cuando participé de ellos.
P. — Cuéntanos momo fueon tus primeras impresiones en el mundo espiritual.
R. — os diré que mis buenos amigos los soldados, no me abandonaron desde que desencarné hasta el momento en que hice mi entrada en el mundo espiritual ; allí tuve abuelos, hermanos y hermanas, que, entretanto, no me vivieron a recibir cuando desencarné... Al entrar en el mundo espiritual me parecía caminar sobre un terreno sólido y vino a mi encuentro una vieja, que me dirigió la palabra: — Jim, ¿entonces ya viniste para donde estábamos? — La miré atentamente y exclame: — !Oh abuelita, ¿eres tu? — Soy yo misma, mi querido Jim. Ven conmigo… Y me lejos de allí, a su morada. Una vez en ella me dijo que me era necesario que reposase y durmiese. Me dejé llevar y dormí largamente.....
P. — La morada de que hablas tenía el aspecto de una casa?
R. — Ciertamente. En el mundo de los Espíritos, está la fuerza del pensamiento, por medio del cual se pueden crear todas las comodidades deseables…
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Esta última información que, en el caso de que se trata, se remonta a setenta años atrás, no es apenas uno de los detalles fundamentales a cuyo respecto todos los Espíritos estan de acuerdo; es también la piedra clave que permite explicar, resolver y justificar todas las informaciones y descripciones aparentemente absurdas, increíbles y ridículas, dadas por los Espíritus que se comunican, a propósito de la vida espiritual. En otras obras, ya por mi publicadas, tuve que detenerme largamente sobre este tema muy importante; limitarme por esta vez, tocándolo en la medida de lo estrictamente necesario.
Esta gran verdad, que nos fue comunicada por los Espíritus, permite que resolvamos una inmensidad de cuestiones teóricas, oscuras, determinadas por los informes que han dado las personalidades mediúmnicas, relativamente al medio espiritual, las formas en que los Espíritus revisten, las modalidades de la existencia de ellos; todas las informaciones que constituyen una reproducción exacta, aunque espiritualizada, del medio terrestre, de la humanidad, de las modalidades da existencia en este mundo. Esa grande verdad, que resuelve todos los enigmas teóricos en cuestión y que se funda en el poder creador del pensamiento en el medio espiritual, es confirmada de modo impresionante por hechos que se desarrollan en el medio terrestre.
Se trata, en efecto, de esto: el pensamiento y la voluntad, como en la existencia encarnada, son susceptibles de crear y de objetivar las formas concretas de las cosas pensadas y deseadas, del mismo modo que este fenómeno se realiza en el medio espiritual, también en el medio terrestre semejante creación no se da sino por intermedio de algunos sensitivos especiales. Aludo a los fenómenos de fotografias del pensamiento o de ideoplastia, fenómenos maravillosos, a los cuales consagré recientemente un largo estudio, en el que demostraba, citando hechos, la realidad incontestable y el desenvolvimiento prodigioso de ellos.
Vemos, pues, que, ya en el mundo de los vivos , el pensamiento y la voluntad manifestan el poder de objetivarse y concretizarse en una forma mas o menos sustancial y permanente, aunque, en la existencia encarnada, esto se produzca sin objetivo y únicamente con el concurso de sensitivos que se hallen en condiciones fisiológicas mas o menos anormales, correspondiendo a estados mas o menos adelantados de desencarnación parcial del Espíritu. Siendo así, se debe ya, lógicamente l concluir de ahí que, cuando la desencarnación del Espíritu ya no esté apenas en el início y no sea transitoria, sino total y definitiva, solo entonces las facultades de que se trata llegarán a manifestar-se en su completo desdoblamiento y, de ese modo, normalmente, practicamente e útilmente.
Ahora, es precisamente lo que afirman as personalidades mediúmnicas que se comunican. Cumple, por tanto, que se reconozca que las revelaciones transcendentales, concernientes a las modalidades de la existencia espiritual, confirman a posterior lo que se deberán lógicamente inferir a priori, en consecuencia del descubrimiento de que el pensamiento y la voluntad son fuerzas que poseen el poder maravilloso de modelar y organizar, facultades que, todavía, no se manifiestan, sino de manera esporádica y sin objetivo, en el medio terrestre. Dos palabras aún a cerca de otra circunstancia, la de personalidades mediúmnicas que afirman que esas condiciones de existencia espiritual son transitórias y entiendem exclusivamente con la esfera más próxima del mundo terrestre, esto es, con la que se destina a los Espíritus recién-llegados. Esta circunstancia no sirve solo para justificar enteramente aquellas condiciones de existencia; prueba también la razon de ser providencial de tales condiciones.
Imagínese, con efecto, que sensación de desolación y de desorientación no experimentaria la mayor parte de los muertos se, luego después del instante da muerte, hubiesen de verse bruscamente despojados de la forma humana y lanzados en un medio espiritual esencialmente diferente de aquel donde se les formaron las individualidades, al cual aún se encuentran ligados por una delicada trama de sentimientos afectivos, de pasiones, de aspiraciones, que se no podría romper de súbito, sin llevarlos al desespero, y donde, sobretodo, se encuentra el medio doméstico que les es propio, constituído por un mundo de satisfacciones temporales y espirituales, de todas las especies, que contribuyen conjuntamente para crear lo que se llama la alegría de vivir. Si imaginamos todo eso, tendremos que reconocer como racional y providencial que un ciclo de existencia preparatoria pase entre la existencia encarnada y la de puro Espíritu, de manera que se concilie con la naturaleza, por demás terrestre, del Espíritu desencarnado, como la naturaleza, por demás transcendental, de la existencia espiritual propiamente dicha.
El poder creador del pensamiento sería como para obviar maravillosamente este inconveniente; el Espíritu, pensando en una forma humana, se encontraría de nuevo en forma humana; pensando en estar vestido, creo que sería cubierto de vestidos, que siendo tan etéreos como su propio cuerpo. Le parecerían tan sustanciales como las vestimentas terrenas. Es así como el Espíritu encontraría nuevamente, en el mundo espiritual, un medio y una morada correspondientes a sus hábitos terrestres, morada que le prepararían sus familiares, regresados antes que él a la existencia espiritual. Como se ha podido ver en el caso que acabo de referir, es la abuela difunta que estaría encargada de conducir al nieto a la morada que lo había de recibir. A este respecto se debe notar que, cuando el Espíritu Jim Nolan narra haber visto una vieja que vino a su encuentro, fuera preciso sobre entender que la abuela revestiría temporalmente su antígua forma terrena para ser reconocida.
Me detengo ahí para no extender demasiado los comentarios de este caso; los puntos oscuros, de importancia secundaria que quedan sin solución en las consideraciones precedentes; estos serán sucesivamente señalados y explicados, a medida que, en los casos que aún van a ser citados se vayan ofreciendo la ocasión. Con relación al incidente de la visión panorámica que el Espíritu Jim Nolan relata, observé que, esta vez, el fenómeno de desdobló bajo la forma de recapitulación de recuerdos más que bajo una visión panorámica propiamente dicha. Esto, naturalmente, en nada cambia los términos del problema psicológico a ser resuelto. De ahí apenas resultaría que el muerto, en vez de pertenecer a lo que se llama en lenguaje psicológico de tipo visual, pertenecería al tipo especialmente auditivo mental.
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TRANSGRESIÓN Y REGRESIÓN
André Luiz
En la Doctrina Espírita, la medianidad y la reencarnación son importantes herramientas de aprendizaje y consuelo, pero los principios de la Codificación Kardeciano en torno a ellas no siempre son respetados.
*****
La transgresión del compromiso mediúmnico ocurre con frecuencia.
Médiums de curación que transforman el gesto de auxilio en actos de coreografías estudiadas, huyendo a la simplicidad del recurso espiritual.
Médiums de efecto físicos que cultivan intereses inmediatos y pierden la facultad de producir fenómenos, envolviéndose en el fraude y el ridículo.
Médiums psicógrafos que descuidan la vigilancia y la disciplina, desatendiendo el estudio doctrinario y escribiendo obras que en vez de esclarecer, confunden.
Médiums de toda naturaleza que sucumben a los elogios, rechazan la convivencia con la humildad, desarrollan sentimientos de inhabilidad y omnipotencia, haciéndose sordos a las ponderaciones de compañeros con mayor experiencia y sembrando falsedad como si fuese verdades.
*****
De la misma forma que la mediumnidad es victima de desvíos de su finalidad Espírita, también la reencarnación es blanco de interpretaciones inconvenientes.
El Espiritismo ilustra que las vidas sucesivas son instrumentos de la Providencia Divina para la evolución espiritual, resaltando que el olvido de experiencias anteriores es útil para comenzar la nueva existencia. En esta oportunidad, los engaños de otrora se manifiestan como tendencia indeseables que deben ser corregidas y la voz de la conciencia es el eco de la resolución tomada en el sentido de mejorar.
A pesar de este concepto, claro y preciso, hay los que abogan por la regresión de la memoria, abarcando las vidas pasadas, como tratamiento a los males de ahora.
Sin embargo, conviene reflexionar, solamente el esfuerzo en el Bien es capaz de renovar propósitos, camino hacia la paz interior. Es ilusorio cualquier otro medio que aparte al Espíritu de la participación activa, en el proceso de transformación íntima.
*****
Así pues, ante las pruebas que te afligen, no imagines que el alivio de tu dolor este en el conocimiento del pretérito.
Al contrario, la solución que Dios te propone no es que conduzcas la memoria en dirección al pasado, bajo la influencia del sueño hipnótico sino que avances el corazón hacia el futuro, bajo la inspiración del Evangelio de Jesús, amando, sirviendo y trabajando por el autoperfeccionamiento, con la certeza que la felicidad autentica es una laboriosa conquista y no una simple oferta.
(Página psicografiada por Antonio Baduy Filho, en Ituiutaba, MG., Brasil)
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CAUSAS DEL TEMOR A LA MUERTE
El hombre, a cualquier grado de la escala a que pertenezca, desde el estado salvaje, tiene el sentimiento innato del porvenir. Su intuición le dice que la muerte no es la última palabra de la existencia, y que aquellos cuya memoria recordamos no son perdidos para siempre. La creencia en el porvenir es intuitiva y muchísimo más generalizada que la del nihilismo. ¿A qué se debe, pues, que entre aquellos que creen en la inmortalidad del alma se encuentra todavía tanto apego a las cosas de la materia y tanto temor a la muerte?
El temor a la muerte es un efecto de la sabiduría de la Providencia y una consecuencia del instinto de conservación, común a todos los seres vivientes. Es necesario, mientras, que el hombre no esté bastante enterado de las condiciones de la vida futura, como contrapeso a la propensión que, sin este freno, le induciría a dejar prematuramente la vida terrestre y descuidar el trabajo que debe servir para su adelanto.
Por eso, para los pueblos primitivos el porvenir sólo es una vaga intuición. Más tarde, una sencilla esperanza, y después, una certeza, pero todavía neutralizada por un secreto apego a la vida corporal.
A medida que el hombre comprende mejor la vida futura, el temor a la muerte disminuye. Pero al mismo tiempo comprende mejor su misión en la Tierra, y espera su fin con más calma, resignación y sin temor.
La certeza de la vida futura da otro curso a sus ideas, otro objeto a sus trabajos. Antes de tener certeza, sólo trabaja para la vida actual. Con esta certidumbre, trabaja en vista del porvenir sin descuidar el presente, porque sabe que su porvenir depende de la dirección más o menos buena que da al presente. La seguridad de volver a encontrar a sus amigos después de la muerte, de continuar las relaciones que tuvo en la Tierra, de no perder el fruto de ningún trabajo, de aumentar sin cesar en inteligencia y en perfección, le da la paciencia de esperar y el valor para soportar las fatigas momentáneas de la vida terrestre. La solidaridad que ve establecerse entre los difuntos y los vivientes le hace comprender la que debe existir entre los vivos. La fraternidad tiene desde entonces su razón de ser y la caridad un objeto en el presente y en el porvenir.
Para liberarse del temor a la muerte, hay que contemplar a ésta desde el verdadero punto de vista, es decir, haber penetrado, con el pensamiento, en el mundo espiritual y haberse formado del porvenir una idea lo más exacta posible, lo que manifiesta en el espíritu encarnado cierto desarrollo y cierta aptitud para desembarazarse de la materia. Para aquellos que no están lo suficientemente adelantados, la vida material es preferible a la vida espiritual.
El hombre, interesándose por lo exterior, no ve la vida más que en el cuerpo, mientras que la vida real está en el alma. Estando el cuerpo privado de vida, cree que todo está perdido, y se desespera. Si en lugar de concentrar su pensamiento sobre el vestido exterior lo fijase en el origen de la vida, en el alma, que es el ser real que sobrevive a todo, se dolería menos de su cuerpo, origen de tantas miserias y dolores. Pero para esto se necesita una fuerza que el espíritu sólo adquiere con la madurez.
El temor a la muerte procede, pues, de la insuficiencia de las nociones de la vida futura, pero manifiesta la necesidad de vivir, y el miedo de que la destrucción del cuerpo sea el fin de todo está provocado por el secreto deseo de la supervivencia del alma, todavía semioculta por la incertidumbre.
El temor se debilita a medida que la certeza se forma, y desaparece cuando la certidumbre es completa.
He aquí el lado providencial de la cuestión. Era prudente no deslumbrar al hombre cuya razón no era todavía lo bastante fuerte para soportar la perspectiva, demasiado positiva y seductora, de un porvenir que le habría hecho descuidar el presente, necesario a su adelantamiento material e intelectual.
Este estado de cosas es mantenido y continuado por causas puramente humanas, que desaparecerán con el progreso.
La primera es el aspecto bajo el cual está representada la vida futura, aspecto que bastaría a inteligencias poco adelantadas, pero que no puede satisfacer las exigencias de la razón de hombres que reflexionan. Luego, refieren estos, si se nos presentan como verdades absolutas principios contradictorios por la lógica y los datos positivos de la ciencia, es que no son tales verdades. De aquí, en algunos, la incredulidad, y en muchos, una creencia mezclada con la duda.
La vida futura es para ellos una idea vaga, una probabilidad más que una certidumbre absoluta. Creen en ella, quisieran que así fuese, pero a pesar suyo dicen: “Sin embargo, ¿y si no fuese así? El presente es positivo, ocupémonos de él por de pronto, el porvenir vendrá por añadidura.” Y después, dicen: “¿Qué es en definitiva el alma? ¿Es un punto, un átomo, una chispa, una llama? ¿Cómo siente, cómo ve, cómo percibe?” El alma no es para ellos una realidad efectiva, sino una abstracción. Los seres que les son amados, reducidos al estado de átomos en su pensamiento, están, por decirlo así, perdidos para ellos, y no tienen ya a sus ojos las cualidades que los hacían amar. No comprenden ni el amor de una chispa, ni el que se puede tener por ella, y están medianamente satisfechos de ser transformados en nómadas. De aquí el regreso al positivismo de la vida terrestre, que tiene algo de más sustancial. El número de los que están dominados por estos pensamientos es considerable.
Otra razón que une a los asuntos de la materia a los que creen más firmemente en la vida futura es la impresión que conservan de la enseñanza que se les dio en la niñez.
El cuadro que de ella hace la religión no es, hay que convenir en ello, ni muy seductor, ni muy consolador. Por un lado se ven las contorsiones de los condenados, que expían en los tormentos y llamas sin fin sus errores de un momento, para quienes los siglos suceden a los siglos sin esperanza de alivio ni de piedad. Y lo que es todavía más despiadado para ellos, el arrepentimiento es ineficaz.
Por otro lado, las almas lánguidas y atormentadas en el purgatorio esperan su libertad del buen querer de los vivos que rueguen o hagan rogar por ellas y no de sus esfuerzos para progresar. Estas dos categorías componen la inmensa mayoría de la población del otro mundo. Por encima se mece la muy reducida de los elegidos, gozando, durante la eternidad, de una beatitud contemplativa. Esta eterna inutilidad, preferible sin duda al no ser, no deja de ser, sin embargo, una fastidiosa monotonía. Así se ven, en las pinturas que representan los bienaventurados, figuras angelicales, pero que más manifiestan hastío que verdadera dicha.
Este estado no satisface ni las aspiraciones, ni la idea instintiva del progreso que sólo parece ser compatible con la felicidad absoluta. Cuesta esfuerzo concebir que el salvaje ignorante, con inteligencia obtusa, por la sola razón de que fue bautizado, esté al nivel de aquel que llegó al más alto grado de la ciencia y de la moralidad práctica, después de largos años de trabajo. Es todavía más inconcebible que un niño muerto en muy tierna edad, antes de tener la conciencia de sí mismo y de sus actos, goce de iguales privilegios, por el solo hecho de una ceremonia en la que su voluntad no tiene participación alguna. Estos pensamientos no dejan de conmover a los más fervientes, por poco que reflexionen.
El trabajo progresivo que se hace sobre la Tierra, no siendo tomado en cuenta para la dicha futura; la facilidad con que cree adquirir esa dicha mediante algunas prácticas exteriores; la posibilidad también de comprarla con dinero, sin reformar seriamente el carácter y las costumbres, dejan a los goces mundanos todo su valor. Más de un creyente manifiesta en su fuero interno que, puesto que su porvenir está garantizado con el cumplimiento de ciertas fórmulas, o por legados póstumos que de nada le privan, sería superfluo imponerse sacrificios a una privación cualquiera en provecho de otro, desde el momento en que podemos salvarnos trabajando cada uno para sí.
Seguramente no piensan así todos, porque hay grandes y honrosas excepciones. Pero hay que convenir en que aquél es el pensamiento del mayor número, sobre todo de las masas poco instruidas, y que la idea que se tiene de las condiciones para ser feliz en el otro mundo desarrolla el apego a los bienes de éste, cuyo resultado es el egoísmo.
Añadamos a lo citado que todo, en las costumbres, contribuye a mantener la afición a la vida terrestre y temer el tránsito de la tierra al cielo. La muerte sólo está rodeada de ceremonias lúgubres que más bien horrorizan sin que promuevan la esperanza.
Si se representa la muerte es siempre bajo un aspecto lúgubre, nunca como un sueño de transición. Todos esos emblemas representan la destrucción del cuerpo, lo muestran horrible y descarnado, ninguno simboliza el alma desprendiéndose radiante de sus lazos terrenales. La salida para ese mundo más feliz únicamente está acompañada de las lamentaciones de los sobrevivientes, como si les sobreviniese la mayor desgracia a los que se van. Se les da un eterno adiós, como si nunca se les hubiera de volver a ver. Lo que se siente por ellos son los goces de la tierra, como si no debieran encontrar otros mayores. ¡Qué desgracia, se comenta, morir cuando se es joven, rico, feliz y se tiene ante sí un brillante porvenir!
La idea de una situación más dichosa apenas se ofrece al pensamiento, porque no tiene en él raíces. Todo concurre, pues, a inspirar el espanto de la muerte en lugar de originar la esperanza. El hombre tardará mucho tiempo, sin duda, en deshacerse de las preocupaciones. Pero lo logrará a medida que su fe se consolide, y se forme una idea sana de la vida espiritual.
La creencia vulgar coloca, además, a las almas en regiones apenas accesibles al pensamiento, en las que vienen a ser, en cierto modo, extrañas para los sobrevivientes: la iglesia misma pone entre ellas y estos últimos una barrera insuperable. Declara rotas todas las relaciones, e imposible toda comunicación. Si están en el infierno, no hay esperanza de poder volver a verlas, a no ser que uno mismo vaya. Si están entre los elegidos, la beatitud contemplativa las absorbe eternamente.
Todo esto establece entre los muertos y los vivos tal distancia, que se considera la separación como eterna. Por esto se prefiere tener cerca de sí, sufriendo en la Tierra, los seres a quienes se ama, a verlos partir, aunque sea para el cielo. Además, el alma que está en el cielo, ¿es realmente feliz al ver, por ejemplo, a su hijo, su padre, su madre o sus amigos, arder eternamente?
Extraído del libro "El Cielo y el Infierno" - Codificado por Allan Kardec
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André Luiz
En la Doctrina Espírita, la medianidad y la reencarnación son importantes herramientas de aprendizaje y consuelo, pero los principios de la Codificación Kardeciano en torno a ellas no siempre son respetados.
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La transgresión del compromiso mediúmnico ocurre con frecuencia.
Médiums de curación que transforman el gesto de auxilio en actos de coreografías estudiadas, huyendo a la simplicidad del recurso espiritual.
Médiums de efecto físicos que cultivan intereses inmediatos y pierden la facultad de producir fenómenos, envolviéndose en el fraude y el ridículo.
Médiums psicógrafos que descuidan la vigilancia y la disciplina, desatendiendo el estudio doctrinario y escribiendo obras que en vez de esclarecer, confunden.
Médiums de toda naturaleza que sucumben a los elogios, rechazan la convivencia con la humildad, desarrollan sentimientos de inhabilidad y omnipotencia, haciéndose sordos a las ponderaciones de compañeros con mayor experiencia y sembrando falsedad como si fuese verdades.
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De la misma forma que la mediumnidad es victima de desvíos de su finalidad Espírita, también la reencarnación es blanco de interpretaciones inconvenientes.
El Espiritismo ilustra que las vidas sucesivas son instrumentos de la Providencia Divina para la evolución espiritual, resaltando que el olvido de experiencias anteriores es útil para comenzar la nueva existencia. En esta oportunidad, los engaños de otrora se manifiestan como tendencia indeseables que deben ser corregidas y la voz de la conciencia es el eco de la resolución tomada en el sentido de mejorar.
A pesar de este concepto, claro y preciso, hay los que abogan por la regresión de la memoria, abarcando las vidas pasadas, como tratamiento a los males de ahora.
Sin embargo, conviene reflexionar, solamente el esfuerzo en el Bien es capaz de renovar propósitos, camino hacia la paz interior. Es ilusorio cualquier otro medio que aparte al Espíritu de la participación activa, en el proceso de transformación íntima.
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Así pues, ante las pruebas que te afligen, no imagines que el alivio de tu dolor este en el conocimiento del pretérito.
Al contrario, la solución que Dios te propone no es que conduzcas la memoria en dirección al pasado, bajo la influencia del sueño hipnótico sino que avances el corazón hacia el futuro, bajo la inspiración del Evangelio de Jesús, amando, sirviendo y trabajando por el autoperfeccionamiento, con la certeza que la felicidad autentica es una laboriosa conquista y no una simple oferta.
(Página psicografiada por Antonio Baduy Filho, en Ituiutaba, MG., Brasil)
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CAUSAS DEL TEMOR A LA MUERTE
El hombre, a cualquier grado de la escala a que pertenezca, desde el estado salvaje, tiene el sentimiento innato del porvenir. Su intuición le dice que la muerte no es la última palabra de la existencia, y que aquellos cuya memoria recordamos no son perdidos para siempre. La creencia en el porvenir es intuitiva y muchísimo más generalizada que la del nihilismo. ¿A qué se debe, pues, que entre aquellos que creen en la inmortalidad del alma se encuentra todavía tanto apego a las cosas de la materia y tanto temor a la muerte?
El temor a la muerte es un efecto de la sabiduría de la Providencia y una consecuencia del instinto de conservación, común a todos los seres vivientes. Es necesario, mientras, que el hombre no esté bastante enterado de las condiciones de la vida futura, como contrapeso a la propensión que, sin este freno, le induciría a dejar prematuramente la vida terrestre y descuidar el trabajo que debe servir para su adelanto.
Por eso, para los pueblos primitivos el porvenir sólo es una vaga intuición. Más tarde, una sencilla esperanza, y después, una certeza, pero todavía neutralizada por un secreto apego a la vida corporal.
A medida que el hombre comprende mejor la vida futura, el temor a la muerte disminuye. Pero al mismo tiempo comprende mejor su misión en la Tierra, y espera su fin con más calma, resignación y sin temor.
La certeza de la vida futura da otro curso a sus ideas, otro objeto a sus trabajos. Antes de tener certeza, sólo trabaja para la vida actual. Con esta certidumbre, trabaja en vista del porvenir sin descuidar el presente, porque sabe que su porvenir depende de la dirección más o menos buena que da al presente. La seguridad de volver a encontrar a sus amigos después de la muerte, de continuar las relaciones que tuvo en la Tierra, de no perder el fruto de ningún trabajo, de aumentar sin cesar en inteligencia y en perfección, le da la paciencia de esperar y el valor para soportar las fatigas momentáneas de la vida terrestre. La solidaridad que ve establecerse entre los difuntos y los vivientes le hace comprender la que debe existir entre los vivos. La fraternidad tiene desde entonces su razón de ser y la caridad un objeto en el presente y en el porvenir.
Para liberarse del temor a la muerte, hay que contemplar a ésta desde el verdadero punto de vista, es decir, haber penetrado, con el pensamiento, en el mundo espiritual y haberse formado del porvenir una idea lo más exacta posible, lo que manifiesta en el espíritu encarnado cierto desarrollo y cierta aptitud para desembarazarse de la materia. Para aquellos que no están lo suficientemente adelantados, la vida material es preferible a la vida espiritual.
El hombre, interesándose por lo exterior, no ve la vida más que en el cuerpo, mientras que la vida real está en el alma. Estando el cuerpo privado de vida, cree que todo está perdido, y se desespera. Si en lugar de concentrar su pensamiento sobre el vestido exterior lo fijase en el origen de la vida, en el alma, que es el ser real que sobrevive a todo, se dolería menos de su cuerpo, origen de tantas miserias y dolores. Pero para esto se necesita una fuerza que el espíritu sólo adquiere con la madurez.
El temor a la muerte procede, pues, de la insuficiencia de las nociones de la vida futura, pero manifiesta la necesidad de vivir, y el miedo de que la destrucción del cuerpo sea el fin de todo está provocado por el secreto deseo de la supervivencia del alma, todavía semioculta por la incertidumbre.
El temor se debilita a medida que la certeza se forma, y desaparece cuando la certidumbre es completa.
He aquí el lado providencial de la cuestión. Era prudente no deslumbrar al hombre cuya razón no era todavía lo bastante fuerte para soportar la perspectiva, demasiado positiva y seductora, de un porvenir que le habría hecho descuidar el presente, necesario a su adelantamiento material e intelectual.
Este estado de cosas es mantenido y continuado por causas puramente humanas, que desaparecerán con el progreso.
La primera es el aspecto bajo el cual está representada la vida futura, aspecto que bastaría a inteligencias poco adelantadas, pero que no puede satisfacer las exigencias de la razón de hombres que reflexionan. Luego, refieren estos, si se nos presentan como verdades absolutas principios contradictorios por la lógica y los datos positivos de la ciencia, es que no son tales verdades. De aquí, en algunos, la incredulidad, y en muchos, una creencia mezclada con la duda.
La vida futura es para ellos una idea vaga, una probabilidad más que una certidumbre absoluta. Creen en ella, quisieran que así fuese, pero a pesar suyo dicen: “Sin embargo, ¿y si no fuese así? El presente es positivo, ocupémonos de él por de pronto, el porvenir vendrá por añadidura.” Y después, dicen: “¿Qué es en definitiva el alma? ¿Es un punto, un átomo, una chispa, una llama? ¿Cómo siente, cómo ve, cómo percibe?” El alma no es para ellos una realidad efectiva, sino una abstracción. Los seres que les son amados, reducidos al estado de átomos en su pensamiento, están, por decirlo así, perdidos para ellos, y no tienen ya a sus ojos las cualidades que los hacían amar. No comprenden ni el amor de una chispa, ni el que se puede tener por ella, y están medianamente satisfechos de ser transformados en nómadas. De aquí el regreso al positivismo de la vida terrestre, que tiene algo de más sustancial. El número de los que están dominados por estos pensamientos es considerable.
Otra razón que une a los asuntos de la materia a los que creen más firmemente en la vida futura es la impresión que conservan de la enseñanza que se les dio en la niñez.
El cuadro que de ella hace la religión no es, hay que convenir en ello, ni muy seductor, ni muy consolador. Por un lado se ven las contorsiones de los condenados, que expían en los tormentos y llamas sin fin sus errores de un momento, para quienes los siglos suceden a los siglos sin esperanza de alivio ni de piedad. Y lo que es todavía más despiadado para ellos, el arrepentimiento es ineficaz.
Por otro lado, las almas lánguidas y atormentadas en el purgatorio esperan su libertad del buen querer de los vivos que rueguen o hagan rogar por ellas y no de sus esfuerzos para progresar. Estas dos categorías componen la inmensa mayoría de la población del otro mundo. Por encima se mece la muy reducida de los elegidos, gozando, durante la eternidad, de una beatitud contemplativa. Esta eterna inutilidad, preferible sin duda al no ser, no deja de ser, sin embargo, una fastidiosa monotonía. Así se ven, en las pinturas que representan los bienaventurados, figuras angelicales, pero que más manifiestan hastío que verdadera dicha.
Este estado no satisface ni las aspiraciones, ni la idea instintiva del progreso que sólo parece ser compatible con la felicidad absoluta. Cuesta esfuerzo concebir que el salvaje ignorante, con inteligencia obtusa, por la sola razón de que fue bautizado, esté al nivel de aquel que llegó al más alto grado de la ciencia y de la moralidad práctica, después de largos años de trabajo. Es todavía más inconcebible que un niño muerto en muy tierna edad, antes de tener la conciencia de sí mismo y de sus actos, goce de iguales privilegios, por el solo hecho de una ceremonia en la que su voluntad no tiene participación alguna. Estos pensamientos no dejan de conmover a los más fervientes, por poco que reflexionen.
El trabajo progresivo que se hace sobre la Tierra, no siendo tomado en cuenta para la dicha futura; la facilidad con que cree adquirir esa dicha mediante algunas prácticas exteriores; la posibilidad también de comprarla con dinero, sin reformar seriamente el carácter y las costumbres, dejan a los goces mundanos todo su valor. Más de un creyente manifiesta en su fuero interno que, puesto que su porvenir está garantizado con el cumplimiento de ciertas fórmulas, o por legados póstumos que de nada le privan, sería superfluo imponerse sacrificios a una privación cualquiera en provecho de otro, desde el momento en que podemos salvarnos trabajando cada uno para sí.
Seguramente no piensan así todos, porque hay grandes y honrosas excepciones. Pero hay que convenir en que aquél es el pensamiento del mayor número, sobre todo de las masas poco instruidas, y que la idea que se tiene de las condiciones para ser feliz en el otro mundo desarrolla el apego a los bienes de éste, cuyo resultado es el egoísmo.
Añadamos a lo citado que todo, en las costumbres, contribuye a mantener la afición a la vida terrestre y temer el tránsito de la tierra al cielo. La muerte sólo está rodeada de ceremonias lúgubres que más bien horrorizan sin que promuevan la esperanza.
Si se representa la muerte es siempre bajo un aspecto lúgubre, nunca como un sueño de transición. Todos esos emblemas representan la destrucción del cuerpo, lo muestran horrible y descarnado, ninguno simboliza el alma desprendiéndose radiante de sus lazos terrenales. La salida para ese mundo más feliz únicamente está acompañada de las lamentaciones de los sobrevivientes, como si les sobreviniese la mayor desgracia a los que se van. Se les da un eterno adiós, como si nunca se les hubiera de volver a ver. Lo que se siente por ellos son los goces de la tierra, como si no debieran encontrar otros mayores. ¡Qué desgracia, se comenta, morir cuando se es joven, rico, feliz y se tiene ante sí un brillante porvenir!
La idea de una situación más dichosa apenas se ofrece al pensamiento, porque no tiene en él raíces. Todo concurre, pues, a inspirar el espanto de la muerte en lugar de originar la esperanza. El hombre tardará mucho tiempo, sin duda, en deshacerse de las preocupaciones. Pero lo logrará a medida que su fe se consolide, y se forme una idea sana de la vida espiritual.
La creencia vulgar coloca, además, a las almas en regiones apenas accesibles al pensamiento, en las que vienen a ser, en cierto modo, extrañas para los sobrevivientes: la iglesia misma pone entre ellas y estos últimos una barrera insuperable. Declara rotas todas las relaciones, e imposible toda comunicación. Si están en el infierno, no hay esperanza de poder volver a verlas, a no ser que uno mismo vaya. Si están entre los elegidos, la beatitud contemplativa las absorbe eternamente.
Todo esto establece entre los muertos y los vivos tal distancia, que se considera la separación como eterna. Por esto se prefiere tener cerca de sí, sufriendo en la Tierra, los seres a quienes se ama, a verlos partir, aunque sea para el cielo. Además, el alma que está en el cielo, ¿es realmente feliz al ver, por ejemplo, a su hijo, su padre, su madre o sus amigos, arder eternamente?
Extraído del libro "El Cielo y el Infierno" - Codificado por Allan Kardec
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EN LA LABOR MEDIÚMNICA
En el cultivo del campo mediúmnico el trabajo de perfeccionamiento moral del hombre es de capital importancia.El terreno que se desprecia concede la victoria a la hierba dañina.
El suelo sin tratamiento es un perjuicio para la economía agrícola.
Cada médium revela,al aplicar sus fuerzas psíquicas,el estado de su propia evolución.
En razón de ello,la gran variedad de médiumns es consecuencia de la amplia franja moral donde transitan los hombres.
Perfecciónense el carácter moral y los valores culturales del trabajador y obtendremos resultados superiores en el servicio mediúmnico.
La facultad mediadora,como cualquier otra,es en si misma neutra.
La dirección que se le da la torna digna o perniciosa.
Varía su intensidad de un individuo a otro,y tiene sus raíces en el Espíritu,donde se fijan las necesidades evolutivas del ser.
Innata,se desarrolla a través de juiciosos procesos de educación y disciplina,dirigidos hacia los valores morales mediante el ejercicio al que debe someterse.
La mediumnidad es inherente al hombre,tal como el coeficiente intelectual,y aguarda su debido perfeccionamiento.
Si eres médium,deslígate de los impedimentos de cualquier naturaleza que te retienen al margen de la labor mediúmnica.
Si experimentas los síntomas que caracterizan esa bendita facultad,no des la espalda a la tarea que debes realizar.
Libérate de las imposiciones de la duda y sométete a un programa disciplinado de embellecimiento moral y educación mediúmnica.
Estudia la doctrina espiritista y estúdiate a ti mismo.
Ejercita la vivencia evangélica y orienta tus ideas y aspiraciones conforme a los principios cristianos.
Confía en el tiempo y no te desesperes por conseguir los efectos inmediatos.
Sintoniza con el bien,a fin de que los Espíritus nobles valoren tu esfuerzo.
Dedícate a la vida interior mediante el cultivo de la reflexión y la plegaria,para que cuando sea necesario puedas abstraerte de la turbulencia y la perturbación,sin jactancia y manteniendo el equilibrio psíquico.
Trabaja,con la mediumnidad y por el bien de cuanto puedas,para convertirte en intermediario constante de la esperanza y la paz,del optimismo y la salud,en tu propio beneficio y en el de todos.
En el cultivo del campo mediúmnico encontrarás dificultades. No obstante,si logras vencer los problemas que se encuentran en ti mismo,podrás superar los otros,que te resultarán menos graves y de escaso significado.
El suelo sin tratamiento es un perjuicio para la economía agrícola.
Cada médium revela,al aplicar sus fuerzas psíquicas,el estado de su propia evolución.
En razón de ello,la gran variedad de médiumns es consecuencia de la amplia franja moral donde transitan los hombres.
Perfecciónense el carácter moral y los valores culturales del trabajador y obtendremos resultados superiores en el servicio mediúmnico.
La facultad mediadora,como cualquier otra,es en si misma neutra.
La dirección que se le da la torna digna o perniciosa.
Varía su intensidad de un individuo a otro,y tiene sus raíces en el Espíritu,donde se fijan las necesidades evolutivas del ser.
Innata,se desarrolla a través de juiciosos procesos de educación y disciplina,dirigidos hacia los valores morales mediante el ejercicio al que debe someterse.
La mediumnidad es inherente al hombre,tal como el coeficiente intelectual,y aguarda su debido perfeccionamiento.
Si eres médium,deslígate de los impedimentos de cualquier naturaleza que te retienen al margen de la labor mediúmnica.
Si experimentas los síntomas que caracterizan esa bendita facultad,no des la espalda a la tarea que debes realizar.
Libérate de las imposiciones de la duda y sométete a un programa disciplinado de embellecimiento moral y educación mediúmnica.
Estudia la doctrina espiritista y estúdiate a ti mismo.
Ejercita la vivencia evangélica y orienta tus ideas y aspiraciones conforme a los principios cristianos.
Confía en el tiempo y no te desesperes por conseguir los efectos inmediatos.
Sintoniza con el bien,a fin de que los Espíritus nobles valoren tu esfuerzo.
Dedícate a la vida interior mediante el cultivo de la reflexión y la plegaria,para que cuando sea necesario puedas abstraerte de la turbulencia y la perturbación,sin jactancia y manteniendo el equilibrio psíquico.
Trabaja,con la mediumnidad y por el bien de cuanto puedas,para convertirte en intermediario constante de la esperanza y la paz,del optimismo y la salud,en tu propio beneficio y en el de todos.
En el cultivo del campo mediúmnico encontrarás dificultades. No obstante,si logras vencer los problemas que se encuentran en ti mismo,podrás superar los otros,que te resultarán menos graves y de escaso significado.
MOMENTOS DE MEDIUMNIDAD
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