miércoles, 21 de diciembre de 2011

Enseñando humildad





Eran sus últimos días en la faz de la Tierra. Él lo sabía.


Su nacimiento fuera anunciado por los mensajeros celestiales y aguardado  a lo  largo de los siglos. Finalmente, Él llegó.


 Vivió junto a los hombres un poco más de tres décadas. Empezó su mesianismo en una fiesta de alegrías, en Caná, conmemorando las bodas de un pariente de su madre.

        En aquella noche de jueves, Él culmina Su mesianismo en la Tierra, festejando la pascua judía conforme la tradición de Israel. 

        Después de la cena se quita su manto y tomando una toalla, se la ciñe; coge un jarro de agua y un lebrillo y empieza a lavar los pies de los apóstoles.

        Ellos se sorprenden. Aquella era una tarea exclusiva de los esclavos.

        Ningún patriarca en Israel, ningún padre de familia israelita la realizaba.

        El invitado era recibido a la puerta con un beso de bienvenida.

        De inmediato un esclavo desataba las sandalias del noble convidado y le lavaba los pies, disminuyendo la incomodidad generada por la utilización de las sandalias abiertas, en aquellas tierras empolvadas.

        Pedro busca esquivarse. ¡El Maestro es muy especial para humillarse tanto!

        Sin embargo, Pedro acepta el gesto cuando Jesús le afirma que si él no le permite lavar  sus pies no tendrá parte con Él en su Reino.

        Concluida la tarea, el Excelente Profesor de la Humanidad vuelve a sentarse entre los que comparten la cena y dice:

        ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?

        Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy.

        Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los  pies unos a otros.

        Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros.

        ¡Cuánta grandiosidad en el enunciado!

        Primeramente Él enseña que ninguno de nosotros debe esquivarse al auto-conocimiento.

        Auto-conocerse es imprescindible para que se alcance la felicidad.

        De esa manera, Jesús enfatiza que Él es el Maestro y Señor. Nos afirma  aún que cada uno de nosotros debe tener conciencia de las virtudes adquiridas.

        Cada cual debe saber lo que ya ha conquistado, su propio valor.

        No es equivocado, por lo tanto, que en una auto-evaluació n nos califiquemos como quien ya detiene una u otra virtud, sin embargo no en su totalidad.

        Jesús nos da el ejemplo.

        La segunda lección es que de ninguna manera debemos acostumbrarnos  al orgullo, en razón de nuestra importancia, nuestra condición intelecto-moral, los cargos que ocupemos, las responsabilidades que tengamos. 

        En fin, ¿qué son algunos años en la Tierra ante la eternidad que nos espera?

        Además ¿de qué enorgullecernos? ¿De una determinada conquista, de un cargo jerárquicamente superior, de una intelectualidad aventajada?

        ¿Qué representa eso ante el universo y la eternidad?

        ¡Somos los habitantes de un minúsculo planeta en un sistema planetario que posee un sol de quinta grandeza que lo mantiene!

        Pensemos en eso, recordando la enseñanza de Cristo y seamos más humildes, aprendiendo a servir y servir siempre.
Redacción del Momento Espírita, con base en los versículos 12 a 15 del capítulo XIII del Evangelio de Juan.
( Ver elespiritadealbacete.blogspot.com )

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