El Espíritu encarna y reencarna innumerables veces con la finalidad de progresar.
Gradualmente sale de la ignorancia y crece en conocimientos y en moralidad.
Ese proceso es vasto y demanda incontables existencias.
En ese largo caminar, el Espíritu se entera vagamente de las teorías de las leyes divinas que se encuentran inscritas en su conciencia.
Las leyes divinas constituyan un manantial de felicidad.
Quien consigue adaptar su voluntad y su proceder a los estatutos divinos, hace más amena su evolución para Dios.
Todo acto contrario a las leyes soberanas genera equilibrio, al exigir reparación.
Conforme a la extensión de las consecuencias,el acto de reparar puede demandar innumerables encarnaciones..
Muchas veces un hombre consigue ignorar y sofocar la propia conciencia durante un tiempo..
No es raro que grandes criminales terminen sus días terrenales en la abundancia.
En el plano espiritual todo cambia de figura.
Entre las encarnaciones, el Espíritu contempla, en el escenario de la propia conciencia, los actos que practicó.
Él vislumbra todas las consecuencias que devinieron de su proceder. Y se ve tal cual es, sin ilusiones o disculpas.
Algunos se resisten al reconocimiento de la propia realidad.
Mientras tanto permanecen desequilibrados y sufridores, en cuanto que ese reconocimiento no sucede.
No existe la figura del Espíritu culpable, sino feliz.
Los pensamientos y los sentimientos del Espíritu desencarnado son muy intensos y claros.
El cuerpo físico funciona como un apaga luz, que disminuye la agilidad mental y apaga las sensaciones y percepciones.
Sin el cuerpo, todo se vuelve muy vivido y vibrante.
Un Espíritu delincuente padece enormemente a cuenta del remordimiento.
Sus sufrimientos morales poseen una pujanza imposible de ser concebida por quien está encarnado.
Para atenuarlos, él se decide por las más dramáticas y sufridas encarnaciones, sin titubear.
Todo parece preferible a soportar tan angustiosas impresiones.
Eso evidencia muy bien la sabiduría del precepto evangélico, según el cual debemos aceptar a los enemigos, en cuanto estemos cerca de ellos.
Es prudente resolver inmediatamente las pendencias que tenemos con el prójimo, sin acumular deudas en la conciencia.
Por otro lado,como todo es muy intenso en el plano espiritual, esto también ocurre con la felicidad.
La alegría del deber bien cumplido, de estar en perfecta paz, todo se multiplica hasta el infinito.
El Espíritu deudor percibe la diferencia entre su condición y la de quien cumplió con el propio deber.
Para pasar de un estado a otro, se decide enfrentar algunas dificultades en la Tierra.
Por eso, cuando el Espíritu programa su existencia futura, lo hace con lucidez.
Posteriormente, olvidado de lo que promovió, muchas veces reclama de las negruras de la vida.
Las dificultades, son desafíos destinados a hacer surgir lo mejor que existe en el ser.
Ellas se destinan a promover la reparación del pasado de engaños y generar nuevos conocimientos.
Su corajudo y digno enfrentamiento causa un mañana luminoso, pleno de paz.
Así que, no reclame de su vida.
Sea digno y correcto, en todas las circunstancias.
No se preocupe de las equivocaciones ajenas.
No se preocupe de las equivocaciones ajenas.
Cada cual dará cuenta de sus actos a la propia conciencia.
Su tarea consiste en mejorarse, siempre cada vez más.
Para eso usted nació.
Equipe de Redação do Momento Espírita.
"Una de las más sabrosas sensaciones de libertad que conozco es sentir mi corazón feliz sin precisar de ningún motivo aparente.".
- Ana Jácomo -
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