lunes, 21 de noviembre de 2011

Sobre el suicidio

Jorge Hessen


   En un reciente reportaje, se divulgó que una joven, de 15 años, se suicidó con un tiro de revolver, dentro de una escuela, en Curitiba. No hubo gritos ni pedido de socorro. En silencio, ella entró en el baño y  se  encerró en una de las cinco cabañas reservadas. Sentada en el vaso sanitario, se disparó en la boca. Suicidios de ese género (disparo especialmente), en escuelas  brasileñas, no son comunes. “Tres meses antes de la tragedia, la joven pidió a los padres  que la llevasen a un psicólogo. Decía sentirse triste y desmotivada. El padre empezó a recogerla en la  clase de pintura y llevarla, semanalmente, a un psiquiatra. En la investigación policial sobre el suicidio, se comprobó que ella tomaba Benzodiazepínicos (somníferos) para dormir, y otros fármacos para controlar la ansiedad que sentía”. (1) 

   Ante el dilema, indagamos: ¿Cómo los padres pueden proteger  a los hijos ante los desequilibrios emocionales que asolan a la juventud de hoy? Obviamente, precisan estar atentos. Interpretar cualquier intento o anuncio de suicidio del joven como señal de alerta. Lo ideal es procurar ayuda especializada de un psicólogo y, para los padres espiritas, los recursos terapéuticos de los centros espiritas. Aproximarse, más a menudo, al hijo que presenta señales fuertes de introspección o depresión. El aislamiento y el desamparo pueden terminar con aguda depresión y odio a la vida.
   Es evidente que sugerir ser los padres los únicos responsables por el suicidio de un hijo(a), es algo muy delicado y preocupante, pues, se trata  de un acto personal de extremo desequilibrio de la personalidad, generado por circunstancias actuales o por reminiscencias de existencias pasadas. Si hay culpa de los padres, se atribuye a la negligencia, a la desatención, y a  no percibir los cambios en el comportamiento del hijo(a) y a todo lo que acontece a su alrededor. Sobre eso, estamos convencidos de que la sociedad, como un todo, es, igualmente, culpable. Y  no obstante colocar el fardo de la culpa en los padres en primer lugar, alegamos: ¿Quién puede controlar la presión psicológica que una montaña de problemas vacíos  forma en la cabeza de los jóvenes, diariamente?  El suicidio es un acto exclusivamente humano y está presente en todas las culturas. sus matrices causales son numerosas y complejas. Los determinantes del suicidio patológico están en las perturbaciones mentales, depresiones graves, melancolías, desequilibrios emocionales, delirios crónicos, etc. algunas personas nacen  con ciertos desordenes psiquiátricos, tal como la esquizofrenia y el alcoholismo, lo que aumenta el riesgo del suicidio. Existen los procesos depresivos, donde hay perdidas de energía vital en el organismo, desvitalizándolo y, consecuentemente, interfiriendo en todo el mecanismo inmunológico del ser.

   En términos de porcentaje, el 70% de las personas que cometen suicidio, ciertamente sufrían de un disturbio bipolar (maniaco-depresivo); o de un disturbio del humor; o de exaltación/euforia (manía), que desencadenaron en una severa depresión súbita, en los últimos minutos que antecedieron a los de su muerte. El suicidio puede ocurrir, tanto en la fase depresiva, como en la fase de la manía, siempre consecuente del estado mental. El suicida es, antes de todo, un deprimido, y la depresión es la dolencia de la modernidad. El suicida no quiere matarse a sí mismo, sino alguna cosa  que carga en sí mismo y que, sintéticamente, puede ser nominado como sentimiento de culpa y voluntad de querer matar alguien con quien se identifica. Como las restricciones morales lo impiden, el acaba auto destruyéndose. Así, “el suicida mata otra persona que vive dentro de él y que lo incomoda profundamente. Otra cosa que debe ser analizada es la obsesión que podría ser definida como el constreñimiento que un individuo, suicida en potencial o no, siente, por la presencia perturbadora de un obsesor.
     La religión, la moral, todas las filosofías condenan el suicidio como contrario a las leyes de la Naturaleza. Todos aseveran que nadie tiene el derecho a abreviar, voluntariamente, la vida. ¿Entre tanto, por qué no se tiene ese derecho? ¿Por qué no es libre el hombre de poner término a sus sufrimientos?  Al Espiritismo estaba reservado demostrar, por el ejemplo de los que sucumbieron, que el suicidio no es una falta solamente  por constituir una infracción de una ley moral – consideración, esa de poco peso para ciertos individuos – más, también,  un acto estúpido, puesto que nada gana  quien lo practica. Antes, al contrario, es lo que se da con ellos, en la existencia espiritual, después de un acto tan insano. tenemos noticia, no solamente, por lo que leemos en los libros de la Doctrina Espirita y que nos advierten los Espíritus Superiores, sino por los testimonios que nos dan esos infelices hermanos, narrando tristes hechos  que ellos mismos  nos ponen a la vista, en sesiones de orientación  de las entidades sufridoras. Bajo el punto de vista sociológico, el suicidio es un acto que se produce en el marco de situaciones anímicas, (2) en la que los individuos se ven forzados a tirar de la propia vida para evitar conflictos o tensiones inter-humanas, para ellos insoportables.

   El pensador Émile Durkheim teoriza que la “causa del suicidio, casi siempre, es de raíz social, o sea,  el ser individual es abatido por el ser social. Absorbido por los valores [sin valor], como el consumismo, la búsqueda del placer inmediato, la competitividad, la necesidad de no ser un perdedor, de ser el mejor, de no fallar, el joven se aparta de si mismo y de su naturaleza. Sobrevive de “apariencias”, para representar un “papel social” como protagonista del medio. En esa vivencia neurótica, deja de desenvolver sus potencialidades, no se abre, ni expone sus emociones y se restringe en su intimidad solitaria.”(3)

   El Espiritismo advierte que el suicida, más allá de sufrir en el mundo espiritual las dolorosas consecuencias de su gesto impensado, de rebeldía ante las leyes de la vida, aun renacerá con todas las secuelas físicas de ahí resultantes, y tendrá que arrastrar, nuevamente, la misma situación probacional  que su flácida fe y distanciamiento de Dios le  permitirán el éxito de la existencia.

   Es verdad que después de la desencarnación no hay tribunal ni jueces para condenar al espíritu, aunque sea el más culpable. Queda, simplemente, ante la propia conciencia, desnudo ante si mismo y todos los demás, pues nada puede ser escondido en el mundo espiritual, teniendo el individuo que enfrentar sus propias creaciones  mentales. “El pensamiento delictuoso es como un fruto podrido que colocamos en la casa de nuestra mente. La irritación, la crítica, los celos, y la queja exagerada, cualquiera de esas manifestaciones, aparentemente sin importancia, puede ser el inicio de lamentable perturbación, suscitando, algunas veces, procesos obsesivos en los cuales la criatura cae en la delincuencia o en la agresión contra sí misma.” (4)


     En rigor, no existe persona “débil”, hasta el punto de no soportar un problema, por juzgarlo superior a sus fuerzas. Lo que de hecho ocurre es que esa criatura no sabe como movilizar su voluntad propia y enfrentar  los desafíos.  Joanna de Angelis asevera que el “suicido es el acto sumamente cobarde de quien opta por huir, despertando en una realidad más vigorosa, sin  alternativa de escapar”. (5) 
    En la Tierra, es preciso tener tranquilidad para vivir,  porque no hay tormentos y problemas que duren una eternidad. Recordemos que Jesús nos aseguró que, “El Padre no da fardos más pesados de los que cada uno pueda soportar en sus hombros".
- Jorge Hessen-


" Padre...No te pido que nos apartes del mundo, sino que nos guardes del mal" 
 - Jesus - Juan 17, vs. 1-26



( Viisitar el blog  elespiritadealbacete.blogspot.com )

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