miércoles, 12 de enero de 2011

Una historia

LA DIGNIDAD NO SE CONTAMINA



Hace algún tiempo, una emisora de televisión presentó un reportaje titulado la “La boca de la basura”

Las cámaras focalizaron la realidad de las personas que viven del producto que consiguen retirar de aquel lugar infecto, llamado basura.

Las escenas chocaron sobremanera. Criaturas y jóvenes, adultos y ancianos disputaban, con las moscas y los roedores, los desechos arrojados por los camiones de la recogida.

Eran personas que, en principio, parecían confundidas con la propia basura, que habían perdido la identidad, y la autoestima, la dignidad.

Revestidos con trapos sucios, rodaban con sus herramientas los basureros fétidos y retiraban algunos objetos que colocaban en un saco, igualmente inmundo.

No en tanto, en el transcurso del reportaje, los reporteros eligieron a algunas de aquellas personas y las siguieron un poco en su rutina diaria.

Ellos las entrevistaron, les preguntaron cuál era el motivo que los llevó a aquel tipo de trabajo, que se podría llamar de sub-humano.

Y, a medida que los entrevistados hablaban de sus vidas, de sus ansias, de cómo encaraban la situación, fuimos percibiendo una realidad diferente de la que suponíamos en el inicio.

Aquellas personas no habían perdido la identidad, tampoco se dejaron confundir con la suciedad.

Después de las luchas del día, llegaban a sus chozas, tomaban un baño, cambiaban los trapos infectos por ropas limpias, aunque sencillas, y continuaban sus quehaceres domésticos, con dignidad y honradez.

Percibimos que aquellas personas no permitieron que la situación deprimente y miserable les contaminase la dignidad.

Respondiendo a las preguntas hechas por los reporteros, una señora que vivía con el marido, seis hijos y la madrecita ya anciana, dejo bien clara su posición ante la vida.

Cuando le preguntaron si no era muy difícil criar a seis hijos, ella respondió sonriendo:

Yo los amo de igual forma. Si Dios los mandó, es porque debo criarlos. Lo que no podemos es matar. Yo nunca maté a ningún hijo en el vientre, como no materia ahora, después de nacido.

Y cuando el reportero preguntó a la abuela si ella ayudaba a cuidar de los nietos, esta respondió con sabiduría:

Yo ya crie y eduqué a mis 9 hijos. Ahora, cabe a la madre de ellos criarlos. Si los tuviera que criar yo, Dios los habría enviado como mis hijos también.

Otra señora, bien anciana, que también trabajaba en la basura, demostraba señales evidentes de dignidad y fe en Dios.

El cuerpo escuálido y la falta de dientes daban noticia de los malos tratos que el tiempo imprimiera en aquella mujer.

Todavía, al responder al entrevistador si no se avergonzaba de trabajar en la basura, dijo que se avergüenza el que roba y mata, y que eso él jamás sería capaz de hacerlo.

Aquellas personas, unidas por la desdicha, hablaban de la amistad, del respeto mutuo, del compañerismo, invitando a las más profundad reflexiones en torno de nuestras propias vidas.

Es tiempo de pensar un poco, antes de reclamar de la propia situación, ya que, por peor que sea, no se puede comparar a la de aquellos que viven de la basura que nosotros tiramos.




Dios no crea las situaciones de miseria para Sus hijos.

Todas las condiciones sub-humanas impuestas a determinadas clases sociales, son generadas por el propio hombre, que se encierra en la concha oscura de su egoísmo, cuando podría, con pocos esfuerzos y una pequeña dosis de solidaridad, dar a cada uno lo necesario para vivir.


¡Pensemos en eso!

Redacción de Momento Espirita.

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