martes, 4 de enero de 2011

SEXO Y CUERPO ESPIRITUAL


Hermafroditismo y unisexualidad


Analizando el instinto sexual en sus expresiones complejas en las líneas multiformes de la vida, conviene recordar que, por milenios y milenios el principio inteligente se detuvo en el hermafroditismo de las plantas, como por ejemplo, en las fanerógamas, en cuyas flores los estambres y pistilos articulan, respectivamente, elementos masculinos y femeninos.


En las plantas criptogámicas celulares y vasculares se ensayara largamente la reproducción sexuada, en la forma de gametos (anterozoides y oosferas), que mucho se aproximan a los de los animales y cuya fecundación se efectúa por medios análogos a los que observamos en estos últimos seres.


Después de muchas metamorfosis que no caben en un estudio sintético como el nuestro, adelantó el elemento espiritual en la reproducción monogónica, entre las diversas especies de protozoarios y metazoarios, con la división y gemación entre los primeros, correspondiendo a la escisión o estrobilación entre los segundos.


Largo tiempo transcurrió para la evolución del instinto sexual en diversos tipos de animales inferiores, alternándose los estadios del hermafroditismo con los de la unisexualidad para que se perfeccionasen las características con vistas a los vertebrados.


Hermafroditismo potencial
Gradualmente, aparecen nuevos factores de diferenciación, conservándose, sin embargo, las distinciones esenciales, como podemos identificar, ahora, en el sapo macho adulto un hermafrodita potencial, a pesar de las señales masculinas con que se presenta, pues sabemos que porta en la región de su testículo, positivamente acrecentado, un ovario elemental adherido, el conocido cuerpo de Bidder.


Si extirpamos el testículo, el ovario atrofiado comienza a funcionar, por acción de la hipófisis, conforme a experimentos comprobados, convirtiéndolo  en un ovario adulto.


Otro hecho inverso es verificable en un cinco a diez por ciento de gallinas adultas, es decir, en individuos psíquicamente dispuestos, a los cuales, si le es retirado el ovario izquierdo, también considerablemente desarrollado, el ovario derecho, rudimentario, se transustancia en un testículo que se vitaliza y crece, en su parte medular, hasta entonces inhibido por los estrógenos del ovario izquierdo.


Ante tal fenómeno, les aumenta la cresta, cantan típicamente a la manera del gallo y adoptan la conducta sexual masculina.


Registramos estos hechos para demostrar que entre todos los vertebrados, y muy particularmente en el hombre, heredero de las más complicadas experiencias psíquicas en los dominios de la reencarnación, apenas los caracteres morfológicos de los órganos sexuales están sometidos a los principios de la genética. Eso ocurre porque no es sólo la acción de las glándulas sexuales que se muestran bipotenciales, hasta cierto punto, dado que todo el cosmos orgánico es susceptible de reaccionar ante las hormonas del mismo sexo o del sexo contrario, conforme a las disposiciones psíquicas de la personalidad.


Acción de las hormonas
Alcanzado un inequívoco progreso en sus estímulos, el cuerpo espiritual, desde la protoforma psicosomática en los animales superiores hasta el hombre, conforme a la posición de la mente a que sirve, determina una más amplia riqueza hormonal.


Las glándulas sexuales que entonces moviliza son más complejas. Ejercen la propia acción por medio de las hormonas que segregan, arrojándolas en la sangre, hormonas femeninas o masculinas que poseen por armazón de la constitución química, con que se expresan, el núcleo ciclo-pentanoperidrofenantreno, correspondiente al grupo de los enteroles.


Las hormonas estrogénicas, oriundas del ovario, conservan los caracteres femeninos secundarios, y las androgénicas, segregadas por los testículos, sustentan los caracteres masculinos del mismo orden. Producen acciones estimulantes e inhibitorias, mas, como atienden necesariamente a los impulsos y determinaciones de la mente, por intermedio del cuerpo espiritual, incentivan el desarrollo o la manera de proceder de la especie, pero no los origina.


Por eso, ninguno de ellos posee acción monopolizadora en el mundo orgánico, no obstante patentizar una u otra influencia de un modo más amplio.


Aunque en razón del mismo principio que rige para su formación, por el cual obedecen a las vibraciones incesantes del campo mental, las hormonas no se almacenan: se transforman rápidamente o sufren una apresurada expulsión por los medios excretores.


Entendiéndose a los recursos de la reproducción como engranajes y mecanismos de los que se vale el Espíritu en evolución para plasmar las formas físicas, sin que los hombres lo comprueben de un modo absoluto en sus aspectos más íntimos, es fácil reconocer que las glándulas sexuales y sus hormonas exhiben efectos relativamente específicos.


Innegablemente, el ovario y las hormonas femeninas se responsabilizan por los distintivos sexuales femeninos, pero se pueden desarrollar algunos de ellos en el macho, prevaleciendo las mismas directrices para el testículo y las hormonas que le corresponden.


Eso es claramente demostrable por medio de los experimentos de castración, injertos e inyecciones hormonales, dado que, a pesar de la acción sexual específica del testículo y del ovario se presenta, como un hecho indiscutible, la gónada, reflejando los estados de la mente, heredera directa de experiencias innumerables, que eventualmente produce cierta cantidad de hormonas heterosexuales y, de la misma manera, aun cuando las hormonas sexuales se manifiesten con una actividad específica intensa, en determinados acontecimientos realizan tal o cual acción en órganos del sexo opuesto.


Esos son los efectos heterosexuales o bisexuales de las glándulas o de las hormonas.


Origen del instinto sexual
Todas nuestras referencias a semejantes temas de la acción biológica en los reinos de la Naturaleza tienen por mira, simplemente, demostrar que, más allá de la trama de los recursos somáticos, el alma guarda su individualidad sexual intrínseca, a definirse en la feminidad o en la masculinidad, conforme a las características acentuadamente pasivas o claramente activas que le sean propias.


La sede real del sexo no se halla, de tal manera, en el vehículo físico, sino en la entidad espiritual, en su estructura compleja.


Y el instinto sexual, por eso mismo, traduciendo el amor en expansión en el tiempo, viene de las profundidades, para nosotros inabordables, de la vida, cuando agrupamientos de mónadas celestes se reunieron magnéticamente unas a las otras para la obra multimilenaria de la evolución: semejantes a núcleos de electrones en la conformación de los átomos o de los soles y los mundos en los sistemas macrocósmicos de la Inmensidad.


Por él las criaturas transitan caminos y caminos por los dominios de la experimentación multifacética, adquiriendo las cualidades que necesitan; con él, se visten con la forma física, en condiciones anómalas, ajustándose a las sentencias regeneradoras de la ley de causa y efecto, o cumpliendo instrucciones especiales con fines de trabajo edificante.


El sexo es mental, por tanto, en sus impulsos y manifestaciones, trascendiendo todo impositivo de la forma con que se exprese, no obstante reconocer que la mayoría de las conciencias encarnadas permanecen seguramente ajustadas a la sinergia mente-cuerpo, en marcha hacia más amplias complejidades del conocimiento y la emoción.


Evolución del amor
Mientras tanto, importa reconocer que, en la medida en que se nos agranda la distancia que nos separa de la animalidad casi absoluta, el amor asume dimensiones más elevadas, tanto para los que se verticalizan en la virtud como para los que se horizontalizan en la inteligencia.


En los primeros, cuyos sentimientos se elevan hacia las Esferas Superiores, el amor se ilumina y purifica, pero aún es instinto sexual en sus más nobles aspectos, ligándose a las fuerzas con que tiene afinidad en su radiante ascensión hacia Dios.


En los segundos, cuyas emociones se complican, el amor se desvirtúa, transustanciándose el instinto sexual en una constante exigencia de satisfacción inmoderada del yo.


De conformidad con el Psicoanálisis, que ve en la actividad sexual la búsqueda incesante del placer, estamos de acuerdo en que unos, tras su propia sublimación, demandan el placer de la Creación, identificándose con el origen divino del Universo, mientras que otros persiguen exclusivamente el placer desenfrenado y egoísta de su auto-adoración.


Los primeros aprenden a amar con Dios.


Los segundos aspiran a ser amados a cualquier precio. La energía natural del sexo, inherente a la propia vida en sí, genera cargas magnéticas en todos los seres, dada la función creadora de que éstos están investidos, cargas que se caracterizan con potenciales nítidos de atracción en el sistema psíquico de cada uno y que, acumulándose, invaden todos los campos sensibles del alma, como entorpeciendo los demás mecanismos de acción y cual si estuviésemos ante una instalación que reclama un control adecuado.


Al nivel de los brutos o de aquellos que galantean con esa condición, la descarga de tal energía se efectúa, indiscriminadamente, a través de contactos casi siempre licenciosos y disolutos que les producen, en consecuencia, el agotamiento y sufrimiento como parte del proceso educativo

Poligamia y monogamia
El instinto sexual, entonces, al caer en la poligamia, traza para sí mismo una larga ruta de aprendizaje, que no podrá eludir por la matemática del destino que uno mismo se creó.


Sin embargo, cuanto más se integra el alma en el plano de la responsabilidad moral para con la vida, más aprende el impositivo de la disciplina propia a efecto de establecer, mediante el don de amar que le es intrínseco, nuevos programas de trabajo que le faculten su acceso a planos superiores.


El instinto sexual, en esa fase de la evolución, no encuentra alegría completa sino en contacto con otro ser con que tenga plena afinidad, por cuanto la liberación de energía, que le es peculiar, desde el punto de vista del gobierno emotivo, requiere una compensación de fuerza igual en la escala de las vibraciones magnéticas.


En ese grado de elevación moral, la monogamia es el clima espontáneo del ser humano, dado que dentro de ella realiza, naturalmente, con el alma elegida por sus aspiraciones, la unión ideal del raciocinio y el sentimiento, con la perfecta asociación de los recursos activos y pasivos en la constitución del binario de fuerzas, capaz de crear no solo las formas físicas para la encarnación de otras almas en la Tierra, sino también las grandes obras del corazón y de la inteligencia, suscitando la extensión de la belleza y del amor, de la sabiduría y de la gloria espiritual que vierten constantemente de la Creación Divina.


Alimento espiritual
En razón de eso es que hay consorcios de infinita gradación en el Plan Terrestre y en el Plano Espiritual, en los cuales los elementos sutiles de comunión prevalecen por sobre las líneas morfológicas del vehículo físico, por ajustarse al mundo psíquico antes que a los encadenamientos de la carne, en circuitos sustanciales de energía.


Con todo, hasta que el Espíritu consiga purificar sus propias impresiones, más allá de la afectación sensorial, por la cual habitualmente se precipita en el narcisismo que le ofusca, valiéndose de otros seres para satisfacer su voluptuosidad o hipertrofiarse psíquicamente en el placer de sí mismo, numerosas reencarnaciones instructivas y reparadoras se le debitan de su cuenta de la vida, porque no piensa más que exclusivamente en su propio placer sin dejar de lesionar a los demás, y toda vez que lesione a alguien abre una nueva cuenta deudora rescatable en un tiempo seguro.


Y eso ocurre porque el instinto sexual no es solo agente de reproducción entre las formas superiores, sino, por encima de todo, es el reconstituyente de las fuerzas espirituales, del que las criaturas encarnadas o desencarnadas se alimentan mutuamente mediante la permuta de rayos psicomagnéticos que les son necesarios a su progreso.


Los Espíritus santificados, en cuya naturaleza super-evolucionada el instinto sexual se diviniza, están relativamente unidos a los Espíritus Glorificados, en que descubren las representaciones de Dios, que procuran, recogiendo de tales Entidades las cargas magnéticas sublimadas y por ellos mismos liberadas durante el éxtasis espiritual.


Al paso que las almas primitivas, por otro lado, comúnmente derrochan esa fuerza con exceso, lo que les impone duras lecciones.


Entre los Espíritus santificados y las almas primitivas conscientes, peregrinando desde la ruda animalidad hacia la humanidad ennoblecida, en muchas ocasiones se arrojan a experiencias poco dignas, privando a la compañera o al compañero del alimento psíquico al que nos referimos, interrumpiendo la comunión sexual que les mantenía la euforia y la alegría, y si las fuerzas sexuales no se encuentran suficientemente controladas por los valores morales en las víctimas, surgen, frecuentemente, largos procesos de desesperación o de delincuencia.


Enfermedades del instinto sexual
Las cargas magnéticas del instinto, acumuladas y desbordantes de la personalidad, así como la falta de un eficaz socorro íntimo para que se canalicen hacia el bien, obstruyen las facultades, aún vacilantes, del discernimiento, y, similarmente a un hambriento, ajeno al buen sentido, la criatura lesionada en su equilibrio sexual, acostumbra a entregarse a la rebeldía y a la locura con síndromes espirituales de envidia o despecho. Padeciendo las torturas genésicas por las que se siente relegada, genera aflictivas cuentas kármicas que le flagelan el alma en el Espacio y le retardan el progreso en el tiempo.


Ahí tienen origen las psiconeurosis, los colapsos nerviosos que devienen del trauma en las sinergias del cuerpo espiritual, las numerosas fobias, la histeria de conversión, la histeria de angustia, los desvíos de la libido, la neurosis obsesiva, las psicosis y las fijaciones mentales diversas que originan en la ciencia de hoy las indagaciones y los conceptos de la psicología de profundidad, en la esfera del Psicoanálisis, que identifica a las enfermedades o desequilibrios del instinto sexual sin ofrecerles medicación adecuada, porque sólo el conocimiento superior, grabado en la propia alma, puede oponer una barrera eficaz a la extensión del conflicto existente, señalando caminos nuevos a la energía creadora del sexo que se halla en un peligroso desequilibrio.


De ese modo, por semejantes rupturas del sistema psicosomático, armónico mediante la permuta de cargas magnéticas afines en el terreno de la sexualidad física o exclusivamente psíquica, es que los múltiples sufrimientos son contraídos por todos nosotros en el devenir de los siglos, dado que si forjamos problemas y perjuicios a los demás, mediante el instinto sexual, es justo que vengamos a solucionarlos, en ocasión adecuada, recibiendo por hijos y otros asociados a nuestro destino en el círculo de nuestros hogares a todos aquellos que hicimos acreedores de nuestro amor y de nuestra renuncia, atravesando muchas veces grandes padecimientos para lograr su rehabilitación precisa.


Comprendamos, pues, que el sexo reside en la mente, expresándose en el cuerpo espiritual y, consecuentemente, en el cuerpo físico, en calidad de santuario creativo de nuestro amor ante la vida, por lo cual, en razón de ello, nadie podrá injuriarlo, desarmonizando sus fuerzas, sin injuriar y desarmonizarse él mismo.


Pedro Leopoldo, 30-03-1958.


FRANCISCO CÁNDIDO XAVIER


EVOLUCIÓN EN DOS MUNDOS
Obra mediúmnica dictada
Por el Espíritu ANDRÉ LUIZ


Traducción-Mari Carmen-España





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