sábado, 8 de enero de 2011

¿Somos pesimistas?

Juana de Angelis



El habito de la lamentación y de la queja se torna, cada vez más, razón de pesimismo y perturbación.

Caracterizando un comportamiento enfermizo, se generaliza, contagioso, arrastrando multitudes al desanimo o estimulando temperamentos rebeldes para la violencia, en tentativas infelices para desviar el curso de los acontecimientos y las circunstancias que condenan con acrimonia.

Poseyendo una óptica distorsionada sobre la realidad, todo aquel que cultiva la queja sistemática apura la observación exclusivamente diseccionada para el lado negativo de los hechos, complaciéndose en invectivas, presentándose como victima inocente de todo cuanto le sucede, sin notar las innumerables caras positivas y concesiones que le son ofrecidas por la Vida, en una ruda forma de ingratitud con sus consecuencias infelices.

Viviendo el pesimismo, que se deriva de la auto conmiseración, se complace en atormentarse, pasando a atormentar también a las criaturas incautas, que se le asocian, contagiándolos con los miasmas venenosos, aumentando así el número de deprimidos, estropeadores de los ideales de ennoblecimiento humano.

Mediante esa actitud se agravan más los hechos censurables, equivocados, cuando lo correcto seria abandonar la critica derrotista, contribuyendo a favor de la rectificación de los errores, alterando así el rumbo de los sucesos perjudiciales. De tal manera se agrava ese comportamiento que, tales individuos, en vez de promover estímulos saludables, sus comentarios se ciegan siempre valorizando dolencias.

Describen el cuadro de las enfermedades de que se dicen objeto, real o imaginariamente, cultivando el pesimismo en cuanto a la probable recuperación, no teniendo en cuanta la contribución de la mente saludable actuando sobre los implementos celulares, los delicados mecanismos nerviosos, los sutiles equipamientos cerebrales que, de esa manera, padecen las descargas vibratorias insalubres. La conducta pesimista constituye un vicio grave del Espíritu comprometido con la propia conciencia.

El fenómeno natural de la vida es la salud. La enfermedad constituye disturbio de la conducta moral, que el alma insculpe en los delicados tejidos orgánicos solicitando reparación.

Cuando no es considerada con el respeto que merece, esa distonia de los fenómenos vitales da lugar a la instalación de la dolencia. Solamente cuando el campo vibratorio del ser humano está en desarmonia, en razón de los referidos factores profundos, la fauna y la flora microbiana se instalan, produciendo la degeneración.

La vida avanza para la plenitud.

Todo contribuye para el crecimiento y la sublimación del ser. Aspirar el alcanzar las cumbres de la evolución es impulso del pensamiento; conseguirlo es resultado del esfuerzo por la acción.

Teniéndose en vista las admirables dadivas de Dios al ser humano, se descubre que los limites y las dificultades que surgen por el camino son también desafíos que deben ser vencidos por el esfuerzo personal y con satisfacción.

La queja complica el cuadro de la realización, y el pesimismo es toxico que termina por victimar a aquel que lo cultiva.

Favorecido por la gloria estelar, el Espíritu asciende etapa a etapa, trabajándose, a través de las conquistas intelecto morales, otras veces vivenciando las experiencias de los sufrimientos, que fijan las lecciones de la vida indeleblemente, contribuyendo para diligencias más nobles y elevados.

Confía en Dios, optimismo y alegría de vivir, deben ser los recursos valiosos que se pueden utilizar para liberarse de los atávicos comportamientos pesimistas, que deben ser abandonados a favor del auto realización, del auto planificación. .

Por el Espíritu Juana de Angelis
Psicografia de Divaldo Pereira Franco, del libro Fuente de Luz

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