miércoles, 28 de diciembre de 2016

LA VEJEZ



                          

                Un Año Nuevo 

Dicen que cuando se acerca fin de año los ángeles curiosos se sientan al borde de las nubes a escuchar los pedidos que llegan desde la tierra. 

– ¿Qué hay de nuevo? -pregunta un ángel pelirrojo, recién llegado. 

Lo de siempre: amor, paz, salud, felicidad…- contesta el ángel más viejo. 

Y bueno, todas esas son cosas muy importantes. 

Lo que pasa es que hace siglos que estoy escuchando los mismos pedidos y aunque el tiempo pasa los hombres no parecen comprender que esas cosas nunca van a llegar desde el cielo, como un regalo. 

¿Y qué podríamos hacer para ayudarlos? – Dice el más joven y entusiasta de los ángeles. 

¿Te animarías a bajar con un mensaje y susurrarlo al oído de los que quieran escucharlo? – pregunta el anciano. 

Tras una larga conversación se pusieron de acuerdo y el ángel pelirrojo se deslizó a la tierra convertido en susurro y trabajó duramente mañana, tarde y noche, hasta los últimos minutos del último día del año. 

Ya casi se escuchaban las doce campanadas y el ángel viejo esperaba ansioso la llegada de una plegaria renovada. Entonces, luminosa y clara, pudo oír la palabra de un hombre que decía: 

“Un nuevo año comienza. Entonces, en este mismo instante, empecemos a recrear un mundo distinto, un mundo mejor: 

sin violencia, sin armas, sin fronteras, con amor, con dignidad; con menos policías y más maestros, con menos cárceles y más escuelas, con menos ricos y menos pobres. 

Unamos nuestras manos y formemos una cadena humana de niños, jóvenes y viejos, hasta sentir que un calor va pasando de un cuerpo a otro, el calor del amor, el calor que tanta falta nos hace. 

Si queremos, podemos conseguirlo, y si no lo hacemos estamos perdidos, porque nadie más que nosotros podrá construir nuestra propia felicidad”. 

Desde el borde de una nube, allá en el cielo, dos ángeles cómplices sonreían satisfechos. 

Del libro: “Cuentos para Niños de 8 a 108 II” – Pancho Aquino.
Aportación de Lorena Dorante



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" La muerte no existe, es apenas una evolución, sobreviviendo el ente humano a esa hora suprema, que no es en modo alguno la última hora.
   La muerte es la puerta de la Vida.
   El cuerpo es solamente un vestuario orgánico del espíritu. Él pasa, cambia, se disgrega, el espíritu permanece.
- Camilo Flammarion -



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           LA VEJEZ 



La vejez es el otoño de la vida; en su último declive, es su invierno. Sólo con pronunciar la palabra vejez, sentimos el frío en el corazón; la vejez, según la estimación común de los hombres, es la decrepitud, la ruina; recapitula todas las tristezas, todos los males, todos los dolores de la vida; es el preludio melancólico y desolado del adiós final. En esto hay un grave error. Primero, por regla general, ninguna fase de la vida humana está totalmente desheredada de los dones de la naturaleza, y todavía menos de las bendiciones de Dios. 

¿Por qué la última etapa de nuestra existencia, aquella que precede inmediatamente el coronamiento del destino, debería ser más afligida que las otras? Sería una contradicción y no correspondería con la obra divina, pues todo en ella es armonía, como en la viva composición de un concierto impecable. Al contrario, la vejez es bella, es grande, es santa; y vamos a estudiarlo un instante, a la luz pura y serena del Espiritismo. 

Cicerón escribió un elocuente tratado de la vejez. Sin duda, encontramos en estas páginas célebres algo del genio armonioso de este gran hombre; sin embargo, es una obra puramente filosófica y que contiene sólo puntos de vista fríos, una resignación estéril, y de abstracciones puras. Es en otro punto de vista que hay que colocarse, para comprender y para admirar esta peroración augusta de la existencia terrestre. 

La vejez recapitula todo el libro de la vida, resume los dones de otras épocas de la existencia, sin tener las ilusiones, las pasiones, ni los errores. El anciano ha visto la nada de todo lo que deja; ha entrevisto la certeza de todo lo que va a venir, es un vidente. Sabe, cree, ve, espera. Alrededor de su frente, coronada de una cabellera blanca como de una cinta hierática de los antiguos pontífices, alisa una majestad totalmente sacerdotal. A falta de reyes, en ciertos pueblos, eran los Ancianos quienes gobernaban. La vejez todavía es, a pesar de todo, una de las bellezas de la vida, y ciertamente una de sus armonías más altas. 

A menudo decimos: ¡que guapo anciano! Si la vejez no tuviera su estética particular, ¿a qué dicha exclamación? 

No obstante, no hay que olvidar que en nuestra época, como ya lo decía Chauteaubriand, hay muchos viejos y pocos ancianos, lo que no es la misma cosa. El anciano, en efecto, es bueno e indulgente, ama y anima a la juventud, su corazón no envejeció en absoluto, mientras que los viejos son celosos, malévolos y severos; y si nuestras jóvenes generaciones no tienen ya hacia los abuelos el culto de otros tiempos es, precisamente en este caso, porque los viejos perdieron la gran serenidad, la benevolencia amable que hacía antaño la poesía de los antiguos hogares. La vejez es santa, es pura como la primera infancia; es por ello que se acerca a Dios y que ve más claro y más lejos en las profundidades del infinito. 

Es, en realidad, un comienzo de desmaterialización. El insomnio, que es la característica ordinaria de esta edad, es la prueba material. La vejez se parece a la víspera prolongada. En vísperas de la eternidad el anciano es como el centinela avanzado en el límite de la frontera de la vida; ya tiene un pie en la tierra prometida y ve la otra orilla y la segunda ladera del destino. De ahí esas "ausencias extrañas", esas distracciones prolongadas, que se toma por un debilitamiento mental y que son en realidad sólo exploraciones

momentáneas del más allá, es decir, fenómenos de expatriación pasajera. He aquí lo que no se comprende siempre. La vejez, como tan a menudo decimos: es el ocaso de la vida, es la noche. El ocaso de la vida, es verdad; ¡pero hay tardes muy bellas y puestas del sol qué tienen reflejos apoteósicos! Es la noche, también es verdad; ¡pero la noche es muy bella con sus adornos de constelaciones! ¡Como la noche, la vejez tiene sus Vías Lácteas, sus caminos blancos y luminosos, reflejo espléndido de una vida larga plena de virtud, de bondad y de honor! 

La vejez es visitada por los Espíritus de lo invisible; tiene iluminaciones instintivas; un don    

maravilloso de adivinación y de profecía: es la mediumnidad permanente y sus oráculos son el eco de la voz; de Dios. Es por eso que las bendiciones del anciano son santas dos veces; debemos guardar en su corazón los últimos acentos del anciano que muere, como el eco lejano de una voz querida por Dios y respetada por los hombres. 

La vejez, cuando es digna y pura, se parece al noveno libro de Sybille que él sólo, vale lo que todos los demás, porque los recapitula y porque resumiendo todo el destino humano, anula a los otros. Persigamos nuestra meditación sobre la vejez, y estudiemos el trabajo interior que se cumple en ella. «De todas las historias, se dice, la más bella es la de las almas.» Y esto es verdad. Es bello penetrar en este mundo interior y sorprender en él las leyes del pensamiento, los movimientos secretos del amor. 

La vejez contemplada en toda su realidad, devuelve al alma la verdadera juventud y el nuevo renacimiento en un mundo mejor. El alma del anciano es una cripta misteriosa, alumbrada por el alba inicial del sol del otro mundo. Lo mismo que las iniciaciones antiguas se cumplían en las salas profundas de las Pirámides, lejos de la mirada y lejos del ruido de mortales distraídos e inconscientes es, parsimoniosamente, en la cripta subterránea de la vejez que se cumplen las iniciaciones sagradas que preludian a las revelaciones de la muerte. 

Las transformaciones o, mejor dicho, las transfiguraciones operadas en las facultades del alma por la vejez son admirables. Este trabajo interior se resume en una sola palabra: la sencillez. La vejez es eminentemente simplificadora de toda cosa. Simplifica primero el lado material de la vida; suprime todas las necesidades ficticias, las mil necesidades artificiales que la juventud y la edad madura habían creado, y que habían hecho de nuestra complicada existencia una verdadera esclavitud, una servidumbre, una tiranía. Lo diremos más alto: es un principio de espiritualización. 

El mismo trabajo de simplificación se cumple en la inteligencia. Las cosas admitidas se vuelven más transparentes; en el fondo de cada palabra encontramos la idea; en el fondo de cada idea divisamos a Dios. El anciano tiene una facultad preciosa: la de olvidar. Todo lo que fue fútil, inútil en su vida, se borra; guarda en su memoria, como en el fondo de un crisol, sólo lo que fue sustancial. La frente del anciano no tiene ya nada de la actitud orgullosa y provocadora de la juventud y de la edad viril; se inclina bajo el peso del pensamiento como de la espiga madura. El anciano baja la cabeza y la inclina sobre su corazón. Se esfuerza en convertir en amor todo lo que queda en él de facultades, de vigor y de recuerdos. La vejez no es pues una decadencia: realmente es un progreso; una marcha adelante hacia el término: a este título es una de las bendiciones del Cielo. 

La vejez es el prefacio de la muerte; es lo que la hace santa como la víspera solemne que hacían los antiguos iniciados antes de levantar el velo que cubría los misterios. La muerte es pues una iniciación. Todas las religiones, todas filosofías intentaron explicar a la muerte; bien poco conservaron de su verdadero carácter. El cristianismo la divinizó; sus santos la miraron frente a frente noblemente, sus poetas la cantaron como una liberación. 

Sin embargo, los santos del catolicismo vieron en ella sólo la exoneración de las servidumbres de la carne, el rescate del pecado; y a causa de esto, hasta los ritos funerarios de la liturgia católica difunden un tipo de espanto por esta peroración, sin embargo tan natural, la existencia terrestre. La muerte simplemente es un segundo nacimiento; dejamos este mundo de la misma forma que entramos en él, según la orden de la misma ley. Un tiempo antes de la muerte, un trabajo silencioso se cumple: la desmaterialización ya ha comenzado. A ciertos signos podríamos comprobarlo si los que rodean el moribundo no están distraídos en otras cosas. La enfermedad desempeña aquí un papel considerable: termina en algunos meses, en algunas semanas, en algunos días puede, lo que el trabajo lento de la edad había preparado: es la obra de "disolución" de la que habla el apóstol Pablo. Esta palabra "disolución" es muy significativa: indica claramente que el organismo se desagrega y que el periespíritu se "desata" del resto de la carne con la que fue envuelto. 

¿Qué sucede en ese momento supremo que todas las lenguas llaman " la agonía ", es  
decir, decir el último combate? Lo presentimos, lo adivinamos. Un gran poeta moribundo tradujo este instante solemne con este verso: “Está aquí el combate del día y de la noche.” 


En efecto, el alma entró en un estado crepuscular; está en el límite extremo, en la frontera de ambos tipos de mundo y visitada por las visiones iniciales de aquel en el que va a entrar. El mundo que deja le envía los fantasmas del recuerdo, y toda una comitiva de Espíritus le llega del lado de la aurora. Jamás morimos solos, igual que jamás nacemos solos. Los invisibles que nos conocieron, que nos amaron, que nos prestaron asistencia aquí abajo vienen para ayudar al moribundo a desembarazarse de las últimas cadenas de la cautividad terrestre. En esta hora solemne, las facultades crecen; el alma, medio liberada, se dilata; comienza a volver a su atmósfera natural, a repetir su vida vibratoria normal, y es para esto para lo que en este instante se revelan en algunos moribundos fenómenos curiosos de mediumnidad. La Biblia está llena de estas revelaciones supremas. La muerte del patriarca Jacob es el tipo consumado de desmaterialización y de sus leyes. Sus doce hijos están reunidos alrededor de su lecho, como viva corona fúnebre. El anciano se recoge, y después de haber recapitulado su pasado, sus memorias, profetiza a cada uno de ellos el futuro de su familia y su raza. Su vista todavía se extiende más lejos; percibe en la extremidad de los tiempos al que debe un día recapitular toda la mediumnidad secular del viejo Israel: el Mesías; y muestra como el último retoño de su raza, será el que resumirá toda la gloria de la posteridad de Jacob. Ningún faraón, en su orgullo, murió con semejante grandeza como este anciano oscuro e ignorado que expiraba en un rincón de la tierra de Gessen. 

El ocaso de la vida, es el fin de un viaje penoso y a menudo de una prueba dura, es el momento de la reflexión en la que el pensamiento tranquilo y sereno se eleva hacia las regiones infinitas. 

Volvamos al mismo acto de la muerte. La desmaterialización se cumplió, el periespíritu se libra del envoltorio carnal, que vive todavía algunas horas, algunos días tal vez, de una vida puramente vegetativa. Así los estados sucesivos de la personalidad humana se celebran en el orden inverso al que dirigió el nacimiento. La vida vegetativa que había comenzado en el seno materno se apaga aquí esta vez, la última; la vida intelectual y la vida sensitiva son las dos primeras en partir. 

¿Qué sucede entonces? El Espíritu, es decir, el alma y su envoltorio fluídico, y por consiguiente el yo, se lleva la última impresión moral y física que le golpea sobre la tierra; la guarda un tiempo más o menos prolongado, según su grado de evolución. Es por eso que es importante rodear la agonía de los moribundos de palabras dulces y santas, de pensamientos elevados, porque son los últimos ruidos, estos últimos gestos, estas últimas imágenes que se imprimen sobre las hojas del libro subconsciente de la conciencia; es la última línea que leerá el muerto desde su entrada al más allá o tan pronto como sea consciente de su nuevo modo de ser. 

La muerte es pues, en realidad, un paso; es una transición y una traslación. Si debíamos tomar de la vida moderna una imagen, lo compararíamos de buena gana con un túnel. En efecto, el alma avanza en el desfile de la muerte más o menos lentamente, según su grado de desmaterialización y espiritualidad. 

La muerte es pues una mentira, ya que la vida, parece apagada, reaparece cada vez más radiante, en la certeza de la inmortalidad del alma. Es el despertar bendito. 

Las almas superiores, que siempre vivieron en las altas esferas del pensamiento y de la virtud, atraviesan esta oscuridad con la rapidez del expreso que desemboca en un instante en la luz plena del valle; pero es el privilegio de un pequeño número de espíritus evolucionados: son los elegidos y los sabios. 
  No hablaremos aquí de criminales, seres animalizados a los instintos groseros, quiénes vivieron o más bien vegetaron toda una existencia en las bajuras, fondo del vicio o en la cloaca del crimen. Para ellos, es la noche, y una noche llena de horrorosas pesadillas. Nos cuesta, sin embargo, creer que las fronteras del más allá y el paso del tiempo a la vida errática sean pueblos de estos seres horrorosos que los ocultistas llaman los elementales. 

Hay que ver en ello sólo símbolos e imágenes reflejos de las pasiones, los vicios, los crímenes que los perversos cometieron aquí abajo. Contemplemos aquí sólo las vidas ordinarias, las existencias que siguen tranquilamente las fases lógicas del destino. Es la condición común de la inmensa mayoría de los mortales. El alma entró en la galería sombría: queda allí en la oscuridad o en la penumbra próxima de la luz. Es el crepúsculo del más allá. Los poetas devolvieron muy afortunadamente este estado y describieron este medio día, este claro oscuro del mundo extraterreno. 

Aquí, las analogías entre el nacimiento y la muerte son sorprendentes. El niño permanece varias semanas sin poder ver la luz y tomar conciencia de lo que le rodea. Sus ojos todavía no están abiertos, no más que la radiación de su pensamiento. Así, ante el nuevo nacimiento al mundo invisible, él mismo permanece también algún tiempo antes de darse cuenta de su modalidad de ser y de su destino. Oye a la vez los murmullos lejanos o próximos de los dos mundos; divisa movimientos y gestos que no sabría precisar ni definir. 

Entrando despacio en la cuarta dimensión, pierde la noción precisa de la tercera, en la cual había siempre evolucionado. No se da cuenta más de la cantidad, ni del número, ni del espacio, ni del tiempo, ya que sus sentidos que, como tantos instrumentos de óptica, le ayudaban a calcular, a medir y pesar, se cerraron de pronto como una puerta para siempre condenada. ¡Qué estado extraño el de este alma el que busca a tientas, como el ciego, sobre el camino del más allá! Y sin embargo este estado es real. En este momento, las influencias magnéticas de la oración, de la memoria, del amor pueden desempeñar un papel considerable y apresurar el acceso de las claridades reveladoras que van a iluminar esta conciencia todavía adormecida, esta alma «en pena» de su destino. La oración, en este caso, es una evocación verdadera; es el llamamiento al alma indecisa y flotante. He aquí porque el olvido de los muertos, el descuido de su culto son culpables y nos hacen más tarde merecedores de olvidos semejantes. No obstante, este período de transición, esta parada en el túnel de la muerte son absolutamente necesarios, como preparación para la visión de luz que debe suceder a la oscuridad. Hace falta que los sentidos psíquicos se proporcionen gradualmente al nuevo hogar que va a alumbrarlos. Un paso súbito, sin transición alguna, de esta vida a la otra, sería un deslumbramiento que produciría una confusión prolongada. «Natura no facit saltus» (La naturaleza no da saltos) dice el gran Limado; esta ley rige parsimoniosamente las etapas progresivas del desempeño espiritual. 

Es preciso que la visión del alma aumente para que el ave nocturna, que no puede fijar la subida de la aurora, consolide su endrina y pueda, como el águila, mirar frente a frente el sol, de un ojo intrépido. Este trabajo de preparación se cumple progresivamente, durante la parada más o menos prolongada en el túnel que precede la vida errática propiamente dicha, poco a poco la luz se hace primero muy pálida, como el alba inicial que se levanta sobre la cresta de los montes; luego, al amanecer sucede la aurora; esta vez, el alma divisa el nuevo mundo que habita: se mira y se comprende, gracias a una luz sutil que la penetra en toda su esencia. 
Gradualmente, todo su destino, con sus vidas anteriores y sobre todo con la noción consciente y refleja de la última, va a revelarse como en un cliché cinematográfico vibratorio y animado. El espíritu, entonces, comprende lo que es, dónde está, lo que vale. Las almas van con un instinto infalible a la esfera proporcionada a su grado de evolución, en su facultad de iluminación, a su aptitud actual de perfectibilidad. Las afinidades fluídicas le conducen, como una brisa dulce pero imperiosa que empuja una barquita, hacia otras almas similares, con las cuales va a unirse en un tipo de amistad, de parentesco magnético; y así la vida, la vida verdaderamente social pero de un grado superior, se reconstituye absolutamente como en otro tiempo aquí abajo, porque el alma humana no sabría renunciar a su naturaleza. Su estructura íntima, su facultad de brillo le imponen la sociedad que merece. 

En el más allá se reforman las familias, los grupos de almas, los círculos de espíritus, según las leyes de la afinidad y de la simpatía. El purgatorio es visitado por los ángeles, dicen los místicos teólogos. El mundo errático es visitado, dirigido, armonizado por los Espíritus superiores, diremos nosotros. Aquí abajo, entre los elegidos del genio, de la santidad y de la gloria, hubo y habrá siempre unos iniciadores. Son predestinados, misioneros, que recibieron para tarea de hacer adelantar al mundo en la verdad y la justicia, al precio de sus esfuerzos, de sus lágrimas y algunas veces de su sangre. Las altas misiones del alma jamás cesan. Los Espíritus sublimes, que instruyeron y mejoraron a sus semejantes sobre la tierra, continúan en un mundo superior, en un marco más vasto, su apostolado de luz y su redención de amor.

Es así, como lo decíamos al principio de estas páginas, que la historia eternamente recomienza y se torna cada vez más universal. La ley circular que preside el eterno progreso de los estados y de los mundos se celebra sin cesar en esferas y en orbes cada vez mayores; todo empieza de nuevo arriba, en virtud de la misma ley que hace que todo evolucione abajo. Todo el secreto del universo está allí. Las almas que son conscientes de haber carecido de su última existencia comprenden la necesidad de reencarnarse y se preparan para ello. Todo se agita, todo se mueve en estas esferas siempre en vibración y en movimiento. Es la actividad incesante, ininterrumpida, progresiva y eterna. El trabajo de los pueblos sobre la tierra no es nada en comparación de este trabajo armonioso de lo Invisible. Allá arriba, ninguna traba material, ningún obstáculo carnal detiene los arranques, desanima o disminuye el vuelo. Ninguna vacilación, ninguna ansiedad, ninguna 
incertidumbre. El alma ve el fin, sabe los medios, se precipita en la dirección donde debe alcanzarlo. ¿Quién nos describirá la armonía en estas inteligencias puras, el esfuerzo de estas voluntades derechas, el arranque de estos amores más fuertes que la muerte? ¿Qué lengua jamás podrá repetir la comunión sublime y fraternal de estos espíritus que tienen entre ellos diálogos ardientes como la luz, sutiles como perfumes, donde cada vibración magnética tiene su eco en el corazón mismo de Dios? Tal es la vida celeste; ¡tal es la vida eterna, y estas son las perspectivas que la muerte abre indefinidamente delante de nosotros! ¡Oh hombre! Comprende pues tu destino, sé orgulloso y feliz de vivir; ¡ no blasfemes la ley del amor y de la belleza qué traza delante de ti caminos tan amplios y tan radiantes! Acepta la vida tal como es, con sus fases, sus alternativas, sus vicisitudes; es sólo el prefacio, el preludio de una vida más alta, donde planearás como el águila en la inmensidad, después de haberse arrastrado a duras penas en un mundo material e imperfecto. No es pues en absoluto por un himno fúnebre que hay que acoger a la muerte, sino por un canto de vida; porque no es en absoluto el astro de tarde que se levanta, cruel, sino más bien la estrella radiante de la verdadera mañana. Canta, oh alma, el himno triunfal, hosanna del siglo nuevo, en el cual todo va a nacer para destinos más gloriosos. Monta siempre más alto en la pirámide infinita de luz; ¡y como el héroe de la leyenda de Excelsior, ves a plantar tu tienda sobre el Tabor radiante de lo inconmensurable, de lo Eterno!

León Denis
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COMO SE PRODUCE LA INVASIÓN

MICROBIANA
-La invasión microbiana, exceptuando los cuadros infecciosos por la falta dehigiene, está vinculada a causas espirituales. Las depresiones creadas ennosotros por nosotros mismos, en los dominios del abuso de nuestras fuerzas,sea adulterando las fuerzas vitales del cosmos orgánico por la rendición aldesequilibrio, sea estableciendo perturbaciones en perjuicio de los otros,plasman, en los tejidos fisio psicosomático que constituyen nuestro vehículo de expresión, determinados campos de rotura en la armonía celular.Verificada la disfunción, toda zona afectada por el desajuste se torna factiblepara la invasión microbiana, como una plaga desguarnecida, porque loscentinelas naturales no disponen de bases necesarias para la acciónregeneradora que les compete, permaneciendo, muchas veces, alrededor delpunto lesionado, buscando limitarle la presencia o facilitarle la expansión.Desarticulado, pues, el trabajo sinérgico de las células en ese o aquel tejido, seinterponen ahí unidades mórbidas, tales como las del cáncer, que, en estaenfermedad, imprimen acelerado ritmo de crecimiento en ciertosagrupamientos celulares, entre las células sanas del órgano en el que seinstalen, causando tumoraciones invasoras metas ticas, comprendiéndose, sinembargo, que la mutación, en el inicio, obedeció a determinada distonía,originaria de la mente, cuyas vibraciones sobre las células desorganizadastuvieron un efecto de proyecciones de rayos X o de irradiaciones ultravioleta,en aplicaciones impropias. Emerge, entonces, la molestia por estadosecundario, en largos procesos de desgaste o devastación, por la desarmoníaque compele a la usina orgánica, al agotarse, en balde, en la tarea ingente dela propia rehabilitación, en el plano carnal, cuando el enfermo, sin actitud derenovación moral, sin humildad y paciencia, espíritu de servicio y devoción albien, no consigue asimilar las corrientes benéficas del Amor Divino quecirculan, incesantes en torno de todas las criaturas, por intermedio de distintos agentes e innumerables, estimulando a todos, para el máximo aprovechamiento en la Tierra.Cuando el enfermo, sin embargo, adopta un comportamiento favorable para si mismo, por la simpatía que instala hacia el prójimo, las fuerzas físicasencuentran un sólido apoyo en las irradiaciones de solidaridad yreconocimiento que absorbe de cuantos lo recogen el auxilio directo oindirecto, consiguiendo circunscribir la disfunción a los neoplasmas benignos,que aun responden a la influencia organizadora de los tejidos adyacentes.Bajo el mismo principio de la relatividad, a funcionar, inequívoco, entre laenfermedad y el enfermo, tenemos la incursión de la tuberculosis y de la lepra,de la brucelosis , de la amebiasis  y de muchas otras enfermedades, sin
detenernos en la 
discriminación de todos los procesos mórbidos, cuya relación
nos llevaría a un 
largo estudio técnico.Es que, generalmente, casi todos ellos surgen como fenómenos secundariossobre las zonas de predisposición enfermiza que formamos en nuestro propiocuerpo, por el desequilibrio de nuestras fuerzas mentales para generar roturas o soluciones de continuidad en los puntos de interacción entre el cuerpo espiritual o vehículo físico, por las cuales se insinúa el asalto microbiano para que seamos más particularmente inclinados por la naturaleza de nuestras cuentas cármicas.Consolidado el ataque, por la brecha de nuestra vulnerabilidad, aparecen lasmolestia sintomáticas o asintomáticas, estabilizándose o irradiándose,conforme las disposiciones de la propia mente, que trabaja o no para hacer ladefensiva orgánica en un supremo esfuerzo de reajuste, o que, porautomatismo, admite o rechaza, según la posición en que se encuentra en elprincipio de causa y efecto, la intromisión de ese o de aquel factor patogénico,destinado a expugnar de ella, en forma de sufrimiento, los residuos del mal,correspondientes al sufrimiento por ella implantado en la vida o en el cuerpode los semejantes.No será licito, sin embargo, olvidar que el bien genera el bien constante y, quemantenida nuestra actitud infatigable en el bien, todo el mal por nosotrosamontonado se atenúa, gradualmente, desapareciendo al impacto de lasvibraciones de auxilio, nacidas, a nuestro favor, en todos aquellos a los cualesdirigimos el mensaje de entendimiento y amor puro, sin la necesidad expresade que recurramos al concurso de enfermedades para eliminar los resquiciosde las tinieblas que, eventualmente, se nos incorporan, aun, al fondo mental.El que ampara a sus semejantes crea amparo para si mismo, motivo por el cual los principios de Jesús despojados de nuestra animalidad y orgullo, vanidad y codicia, crueldad y avaricia, exhortándonos a la simplicidad y a la humildad, a la fraternidad sin límites y al perdón incondicional, establecen, cuando son observados, la inmunología perfecta en nuestra vida interior, fortaleciéndonos el poder de la mente en la auto defensiva contra todos los elementos destructores y degradantes que nos rodean y articulándonos a las posibilidades imprescindibles para la evolución y para Dios.
(Tomado del libro “Evolución en dos Mundos” de Chico Xavier.
Traducido por M. C. R
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           CONCIENCIA MEDIÚMNICA
    ¿Qué suelo pisan nuestros pies? Esos que se hunden en la tierra de la experiencia, los que a cada pisada fertilizan la conciencia del ser, bien con el abono de la aceptación o con la cizaña de la rebeldía. Las pisadas del caminante delatan el rumbo al que se dirige, coloreando las características que lo forman como espíritu. En cada huella surcada crecen nuevas particularidades importantes para su existencia.
Los médiums pisan además la tierra movediza del intercambio mediúmnico. Movediza porque hay que saber muy bien dónde pisar, un paso en falso por los derroteros de la ambición y de la mentira y acabará en el pozo oscuro de la culpa. Varios son los aliados para que el médium permanezca dentro del camino seguro en la difícil y espinosa experiencia de la mediumnidad, por ello, una de las tierras que tiene que cultivar es la mente, otra el pensamiento, cuidar los centros vitales y el aura.
La mente, nos dice Enmanuel(1), que es un manantial vivo de energías creadoras de la que emanan las ideas, proyectando rayos de fuerza que alimentan o deprimen, subliman o arruinan. Son arrojadas sutilmente del campo de las causas hacia la región de los efectos. Ella, la mente, es la que dirige el pensamiento proyectándolo en medio del fluido cósmico, plasmando en sus moléculas las denominadas “formas-pensamiento” exigidas por la mente. Estas imágenes durarán mientras la mente siga alimentando el pensamiento y constituyen una parte muy importante en la vida de las personas porque son las que vivifican la atmósfera mental en la que nos movemos, cobrando relevancia cuando se trata de una reunión mediúmnica.
¿Pero qué pasa con esas “formas-pensamiento”? ¿Son fáciles de destruir? Todo dependerá de la constancia emotiva que las anime. Estas “formas-pensamiento” son concentraciones energéticas no siempre fácilmente desactivables. Si se las cultiva pueden llegar a convertirse en verdaderos seres, automatizados y actuantes durante muchísimo tiempo. Entender la mente no es tarea fácil porque ella es el resultado de milenios incontables de evolución incesante donde están grabados todos los recursos psicológicos que han ido formando nuestra personalidad.
Enmanuel(2) sigue diciendo que la mente es el espejo de la vida en todas partes, se yergue en la tierra hacia Dios bajo la égida de Cristo, como si de un brillante bruto se tratara, que necesita de los golpes de la evolución para que al final pueda brillar. El poder de la mente(3) ultrapasa nuestras pequeñas concepciones terrenas, en ella se encuentra el principio de creaciones indescriptibles y el principio de bellezas inmortales, puede decirse que la mente humana es la mente del Creador en su más baja vibración cósmica, aunque para nosotros sea el más alto grado de la evolución aquí en la tierra. Así en el ejercicio de la mediumnidad la epífisis desempeña un papel muy importante y por medio de sus fuerzas la mente humana intensifica el poder de emisión y recepción.
Otra fuerza imprescindible es el pensamiento, sobre el que René Descartes ya dijo que “la esencia del hombre es pensar”. Dudar, imaginar, afirmar, amar, odiar, negar...todo es pensar. El principal vehículo del proceso de concienciación es el pensamiento, este proceso es producto del pensamiento continuo ya conquistado por el hombre. El pensamiento exteriorizado por el médium(4) en “formas-pensamiento” es la base para el intercambio con las entidades espirituales, se hace necesario que aprenda a pensar con rigor, induciendo al cerebro a producir ondas cada vez más cortas, buscando la sintonía con la entidad con la que debe hacer el intercambio.
Es necesario una disciplina mental y una gran fuerza de voluntad por parte del emisor para que el pensamiento que emitimos pueda plasmar sublimes creaciones en el océano fluídico que nos contiene.
Los centros vitales, también llamados chakras son puntos energéticos existentes en el periespíritu. En el libro Nosso Lar, André Luiz explica que estos centros de fuerza se mueven al influjo del poder de la mente. Forman un vehículo de células eléctricas que puede definirse como un campo electromagnético en el cual el pensamiento vibra en un círculo cerrado. El aura explica las características de cada persona. Es una capa existente en torno del cuerpo físico en forma ovoide y resulta de las fuerzas físico-químicas y mentales producidas por nuestros pensamientos y sentimientos. Es peculiar en cada individuo revelando el campo magnético en el que él se sitúa. En la reunión mediúmnica, cuando el aura del médium se mantiene equilibrada y fortalecida por sus virtudes y los buenos pensamientos y sentimientos, ejerce una gran atracción sobre el espíritu en turbación. Un aura equilibrada envuelve con el magnetismo del amor al espíritu que sufre, apaciguando su íntimo y reduciendo sus dolores.
Es responsabilidad de cada uno mantener en las mejores condiciones posibles cada una de las herramientas que el Padre nos ha dado para nuestra evolución, especialmente cuando se trata del ejercicio de la mediumnidad. Una mente creativa, un pensamiento recto para que los centros vitales creen fuerzas energéticas que nos impulsen hacia los derroteros divinos, y un aura brillante para que el dolor ajeno encuentre reservas de amor en su seno.
Longi
                                                                  **************************

                                                                              

              NOSOTROS SOMOS LA SAL DE LA TIERRA


Con esas palabras alegóricas, Jesús habla directamente con nosotros, mostrando cual es la misión que tenemos en el mundo: "Vosotros sois la sal de la Tierra". Una de las propiedades básicas de la sal es la de realzar el sabor de los alimentos; comida sin sal es comida sin gusto.
   Necesitamos poner sal en nuestra vida, pues de lo contrario la vida se torna insípida, esto es, sin sabor y tediosa.
(...) Cuando nos hacemos sal de la Tierra, abandonamos la mediocridad, los prejuicios, la inseguridad y el miedo, cuyos comportamientos  son la causa de la gran mayoría de nuestros problemas. Nuestra autoestima también se fortalece y realizamos todo el potencial divino que mora en cada ser humano. Cuando somos la sal de la Tierra, pasamos a ser colaboradores activos de Dios y no críticos de su obra.
Por tal razón, la vida nos trae muchas cosas que nos vienen sin condimento. Nosotros necesitamos colocar la sal en la cantidad adecuada.
Todo comienza en mi. Yo preciso ser el cambio que deseo ver en mi vida.
Muchos quieren una vida mejor, pero no se tornan mejores personas.
Toda acción transformadora comienza por la transformación de nosotros mismos. No adelanta nada esperar el cambio de fuera sin el cambio de dentro. Nada cambia si yo no cambio. Tenemos la libertad de escoger lo que deseamos cambiar en nuestra vida. 
(...) Como dijimos, la función de la sal es la de realzar el sabor de los alimentos, por tanto Jesús desea enseñarnos que necesitamos destacar lo que es sabroso en nuestra vida, aunque muchas personas insistan en realzar solamente sus amarguras. Haciendo siempre así, están presas de la infelicidad. Tenemos una tendencia casi obsesiva de dar vueltas a lo que va mal con nosotros, olvidándonos de focalizar lo que va bien, y con eso  terminamos con una sensación equivocada de que nuestra vida es una droga, cuando en realidad solo una parte de ella no está en el camino que nos gustaría. Y ese estado emocional negativo no nos estimula a poner la sal en las situaciones que aun no son de nuestro agrado.

Hemos de dar sentido a las cosas. 

José Carlos de Lucca
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