INFLUENCIA DEL ORGANISMO.
367 – El Espíritu uniéndose al cuerpo, ¿se identifica con la materia?
– La materia no es más que una envoltura del Espíritu, como el vestido es la envoltura del cuerpo. El Espíritu, uniéndose al cuerpo,conserva los atributos de su naturaleza espiritual.
368 – ¿Ejerce el Espíritu con toda libertad sus facultades después de su unión con el cuerpo?
– El ejercicio de las facultades depende de los órganos que le sirven de instrumento y están debilitadas por la rudeza de la materia.
– Según esto, la envoltura material, ¿sería un obstáculo a la libre manifestación de las facultades del Espíritu, como un vidrio opaco se opone a la libre emisión de la luz?
– Sí, y muy opaco.
Puede compararse también la acción de la materia grosera del cuerpo sobre el Espíritu, a la de un agua cenagosa que priva de libertad en los movimientos a los cuerpos que están sumergidos en ella.
369 – El libre ejercicio de las facultades del alma, ¿está subordinado al desarrollo de los órganos?
– Los órganos son los instrumentos de manifestación de las facultades del alma. Estas manifestaciones se encuentran subordinadas al desarrollo y al grado de perfección de esos mismos órganos, como la excelencia de un trabajo, a la de la herramienta.
370 – ¿De la influencia de los órganos puede deducirse una relación entre el desarrollo de los órganos cerebrales y el desarrollo de las facultades morales e intelectuales?
– No confundáis el efecto con la causa. El Espíritu tiene siempre las facultades que le son propias, y no son los órganos los que dan las facultades, sino las facultades que conducen al desarrollo de los órganos.
– Siendo así, ¿la diversidad de aptitudes en el hombre proviene únicamente del estado del Espíritu?
– Únicamente no tiene toda la exactitud del hecho; las cualidades del Espíritu, que puede ser más o menos adelantado, son el principio, pero es necesario tener en cuenta la influencia de la materia, que dificulta más o menos el ejercicio de esas facultades.
Al encarnarse, el Espíritu trae ciertas predisposiciones, si se admite para cada una, un órgano correspondiente en el cerebro, el desarrollo de esos órganos será un efecto y no una causa. Si las facultades se originasen en esos órganos, él sería una máquina sin libre arbitrio y sin responsabilidad por sus actos. Sería preciso admitir que los más grandes genios, los sabios, poetas, artistas, no son tales genios sino porque la casualidad le dio órganos especiales, de donde se seguiría que sin estos órganos, no podrían ser genios y que el último imbécil podría ser un Newton, un Virgilio o un Rafael, si estuviese dotado de ciertos órganos; suposición más absurda aún cuando se la aplica a las cualidades morales.
Así, según este sistema, San Vicente de Paúl, dotado por la Naturaleza de tal o cual órgano, podría haber sido un malvado, y al mayor de los facinerosos no le faltaría más que un órgano para ser San Vicente de Paúl. Admitid, por el contrario, que los órganos especiales, si existen, son consecuencia y se desarrollan por el ejercicio de la facultad, como los músculos por el movimiento y nada irracional encontraréis. Hagamos una comparación trivial por ser verdadera: por ciertas señales fisonómicas, reconocéis al hombre dado a la bebida; pero, ¿son estas
señales las que lo hacen un ebrio, o es la ebriedad la que hace aparecer esas señales? Puede decirse que los órganos reciben el sello de las facultades.
EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS. ALLAN KARDEC.
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LAS IMPERFECCIONES MORALES EN LOS MÉDIUMS
Todas las imperfecciones morales son otras tantas puertas abiertas que dan entrada a los malos Espíritus, pero lo que ellos explotan con más habilidad es el orgullo, porque es el que menos deja conocerse a sí mismo; el orgullo ha perdido a muchos médiums dotados de las más bellas facultades, y que, sin esto, hubieran podido ser sujetos notables y muy útiles; mientras que,habiendo sido presa de Espíritus mentirosos, sus facultades se han pervertido en primer lugar, después aniquilado, y más de uno se ha visto humillado por las más amargas decepciones.
El orgullo se traduce en los médiums por señales no equívocas sobre las cuales es tanto más necesario el llamar la atención como que es una de las extravagancias que deben inspirar desconfianza sobre la veracidad de sus comunicaciones. En primer lugar es una confianza ciega en la superioridad de estas mismas comunicaciones y en la infabilidad del Espíritu que se los da; de aquí dimana cierto desdén por todo lo que no viene de ellos por
que se creen el privilegio de la verdad. El prestigio de los grandes nombres con los cuales se adornan los espíritus para justificar que les protegen, les ofusca, y como su amor propio sufriría confesando que son engañados, rechazan toda clase de consejos; los evitan aun alejándose de sus amigos y de cualquiera que pudiese abrirles los ojos; si son condescendientes en escucharles, no hacen caso de sus avisos, porque dudar de la superioridad de su Espíritu, es casi una profanación. Se ofuscan por la menor contradicción,
por una simple observación crítica, y, algunas veces llegan hasta aborrecer a las personas que les han hecho favores. Merced a este aislamiento provocado por los Espíritus que no quieren tener contradictores, éstos están satisfechos con entretenerles en sus ilusiones; de este modo les hacen aceptar a su gusto los más grandes absurdos por cosas sublimes. Así, pues, confianza absoluta en la superioridad de lo que obtienen, desprecio de lo que no viene de ellos, importancia irreflexiva dada a los grandes nombres, no admitir consejos, tomar mal toda crítica, alejamiento de aquellos que puedan dar avisos desinteresados, creencia en su habilidad a pesar de su falta de experiencia; tales son los caracteres de los
médiums orgullosos.
Es menester convenir también que el orgullo está excitado en el médium por aquellos que le rodean. Si tiene facultades un poco transcentales, es buscado y elogiado; se cree indispensable y muy pronto afecta el aire de suficiencia y desdén cuando presta su concurso. Más de una vez, nos lamentamos, por los elogios que dimos a ciertos médiums, con el objetivo de animarlos.
229. Al lado de eso pongamos a la vista el cuadro del médium verdaderamente bueno, aquel en que se puede tener confianza.
Supongamos, en primer lugar, una facilidad de ejecución bastante grande para permitir a los Espíritus el comunicarse libremente y sin inconvenientes por ninguna dificultad material. Obtenido esto lo que más interesa considerar es la naturaleza de los Espíritus que habitualmente le asisten, y para esto no es al nombre al que se debe atender, sino al lenguaje. Jamás se debe perder de vista que las simpatías que se granjeará entre los Espíritus buenos, estarán en razón de lo que hará para alejar a los malos. Persuadido de que su facultad es un don, que le ha sido concedido para el bien, no abusa y no se hace de ello ningún mérito. Acepta las comunicaciones buenas que se le hacen, como una gracia de la que es menester que se esfuerce en hacerse digno por su bondad,por su benevolencia y su modestia. El primero se enorgullece por sus relaciones con los Espíritus superiores; éste se humilla, porque nunca se cree merecedor de este favor.
EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS. ALLAN KARDEC.
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UN ALTO EN EL DIÁLOGO
Cuando se habla de aflicción,es importante razonar sobre la urgente necesidad de la paz en nuestra vida de relación.
La paz,no obstante,nace en la mente de cada uno.Tal afirmativa es seguida,consecuentemente de esta otra:Necesitamos brIndar nuestra paz a quienes nos rodean,a efecto de recibirla de los demás.Esta es una especie de beneficencia para el Espíritu,a cuya práctica ninguno de nosotros se podría escapar si perjudicarse.Con todo,para ejercerla es indispensable controlar los desasosiegos y sofrenar los impulsos negativos,puesto que,,en la tierra,estamos habituados,a dilapidar la tranquilidad ajena.
La obtención del apoyo recíproco al que nos referimos,exige de todos no solo entendimiento,sino hasta el mismo ejercicio de la compasión constructiva de unos para con los otros,a los fines de que la tensión innecesaria dejes de ser en el mundo uno de los mas peligrosos causantes de la enfermedad y de la muerte.
Hay quien manifiesta que el avance tecnológico,en muchos casos,destruye la tranquilidad de las personas,sin embargo,la máquina funciona según las determinaciones del maquinista.
Qué pensar del nerviosismo,de la intolerancia,de la pasión por la velocidad temeraria,y del "disculpismo" que enraízan en los hábitos e inducen al desequilibrio en el usufructo de los medios de progreso?
Nadie necesita teorizar demasiado en cuanto a ésto.
El filme del mundo en reconstrucción es revelado ante nuestros propios ojos en el laboratorio cotidiano de la vida.
Si hemos de proponernos suprimir la tensión estéril que paulatinamente nos va llevando a tantas y tantas calamidades hogareñas y sociales,es imperioso nos volvamos al cultivo de la paz.Por tanto,y sabiendo que la Divina Providencia nos ofrece todos los recursos para la edificación del bien en el campo de nuestras vidas,si queremos la paz es necesario poner nuestro empeño en construirla.
La paz,no obstante,nace en la mente de cada uno.Tal afirmativa es seguida,consecuentemente de esta otra:Necesitamos brIndar nuestra paz a quienes nos rodean,a efecto de recibirla de los demás.Esta es una especie de beneficencia para el Espíritu,a cuya práctica ninguno de nosotros se podría escapar si perjudicarse.Con todo,para ejercerla es indispensable controlar los desasosiegos y sofrenar los impulsos negativos,puesto que,,en la tierra,estamos habituados,a dilapidar la tranquilidad ajena.
La obtención del apoyo recíproco al que nos referimos,exige de todos no solo entendimiento,sino hasta el mismo ejercicio de la compasión constructiva de unos para con los otros,a los fines de que la tensión innecesaria dejes de ser en el mundo uno de los mas peligrosos causantes de la enfermedad y de la muerte.
Hay quien manifiesta que el avance tecnológico,en muchos casos,destruye la tranquilidad de las personas,sin embargo,la máquina funciona según las determinaciones del maquinista.
Qué pensar del nerviosismo,de la intolerancia,de la pasión por la velocidad temeraria,y del "disculpismo" que enraízan en los hábitos e inducen al desequilibrio en el usufructo de los medios de progreso?
Nadie necesita teorizar demasiado en cuanto a ésto.
El filme del mundo en reconstrucción es revelado ante nuestros propios ojos en el laboratorio cotidiano de la vida.
Si hemos de proponernos suprimir la tensión estéril que paulatinamente nos va llevando a tantas y tantas calamidades hogareñas y sociales,es imperioso nos volvamos al cultivo de la paz.Por tanto,y sabiendo que la Divina Providencia nos ofrece todos los recursos para la edificación del bien en el campo de nuestras vidas,si queremos la paz es necesario poner nuestro empeño en construirla.
FRANCISCO XAVIER:COMPAÑERO
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Imagine su existencia como desea que deba ser y, trabajando en esa linea de ideas, observará que el tiempo le traerá las realizaciones esperadas.
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EL SUEÑO DE LOS DOS
NIÑOS
Estábamos, una noche del mes de julio, en que el calor dejaba sentir su fastidiosa influencia, sentados con varios amigos en el salón del Prado de Madrid. Se habló un poco de todo, y por último le tocó al espiritismo, y como es natural, unos hablaron en pro y otros en contra, llamándonos la atención que uno de los que componían el grupo, hombre que ya tendría sesenta años, persona muy entendida y de un trato excelente, al hablarse de espiritismo enmudeció, y mientras todos hablaban a la vez, él con su delgado bastón trazaba círculos en la arena y movía la cabeza como respondiendo a su pensamiento.
-Y usted, ¿qué dice, Mendoza? - le preguntamos.
-Yo no digo nada, Amalia.
-Pero usted tendrá su opinión formada.
-No, señora; no la tengo.
-¿Que no la tiene usted? Pues es muy extraño, porque un hombre como usted, que ha viajado tanto, que ha tratado tanta gente, y que habrá visto tantas cosas, debe de haber oído hablar de espiritismo.
-¡Ya lo creo! Y he leído las obras de Allán Kardec, y he asistido a muchas sesiones espiritistas; pero... estoy así... creo... no creo... compadezco a los que lo niegan, envidio a los que creen en la supervivencia del espíritu, y dejo pasar los años uno tras otro sin decidirme ni a negar, ni a conceder; estoy como estaba el loco del cuento.
-¿Y cómo estaba ese loco?
-Según dicen, iba desnudo, como Adán, y llevaba una pieza de paño en la cabeza, esperando que llegase la última moda para vestirse. Yo espero la última creencia para creer. Confieso que en punto a creencias no he fijado aún mis ideas; y crea usted que he tenido pruebas en mi vida que podían haberme convencido.
-¿De qué podían haberle convencido?
-De la verdad del espiritismo.
-¡Sí!... ¿Y cómo? Cuénteme usted.
-No es esta buena ocasión: somos muchos, y algunos se reirían.
-Hable usted en voz baja, ellos no nos escuchan. ¿No ve usted que ya los hombres hablan de política y las mujeres de modas? Descuide usted, que no se distraerán.
-También es cierto, y a usted, que emborrona papel, no le vendrá mal saber una nueva historia.
-Ya lo creo; comience usted su relato.
-No crea que es nada de extraordinario; es decir, para mí sí lo es, y ha influido poderosamente en mi vida. Usted quizá ignore que soy viudo.
-Ciertamente, lo ignoraba.
-No lo extraño; muchos me creen solterón, porque no soy aficionado a contar a los demás las cosas que sólo a mí me interesan. Pues, como le iba diciendo, hace más de treinta años que soy viudo.
-¡Qué joven se casaría usted!
-A los veinte años; y me casé como se casa uno a esa edad, loco de amor. Viví cerca de un año en el paraíso. Mi esposa era bella como un ángel y buena como una santa, y al dar a luz a un niño quedó muerta en mis brazos. No le puedo a usted pintar la desesperación que sentí y el odio tan profundo que desde aquel instante me inspiró mi hijo. Acusaba a aquel inocente de la muerte de su madre, y me enfurecía de tal manera, que no cometí un crimen, porque una hermana mía casada se apoderó del niño, lo crió ella misma, y me salvó de ser parricida.
Estuve viajando cuatro años seguidos. Mi hermana me escribía hablándome del niño, diciéndome que era tan hermoso como su madre, que hablaba tan bien, que era tan
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inteligente, que besaba mi retrato y siempre preguntaba cuándo vendría su papá; pero yo, nada, sin conmoverme con estos preciosos detalles. Volví a España y persistí en no verle, sintiendo a la vez un odio feroz por todos los muchachos.
Una noche, estando en el café, vi llegar a mi cuñado, que corría como un loco. Cogióme del brazo y me dijo: "Tu hijo se muere, y el pobrecito te llama; dice que ha soñado que se va a morir, y quiere ver a su padre". Al oír estas palabras me pareció que me habían atravesado el corazón, y salí corriendo y llorando como un chiquillo. ¡Qué misterios guarda el corazón humano! ¡Le había odiado en vida y le lloraba muerto!...
Llegué a casa de mi hermana, que salió a mi encuentro sollozando y me llevó al cuarto de mi hijo. El niño estaba dominado por la fiebre; parecía dormido. Yo no sé lo que hice; le cogí en mis brazos; le cubrí de besos, le pedí perdón, y maldije mi locura de haber huido de aquel ángel. ¡Cuán hermoso era mi hijo!
-¿Y el niño, qué hizo?
-¿Qué hizo? ¡Abrazarme, mirarme con delirio! Se volvía loco de alegría. Y aquella violentísima sensación le fue beneficiosa; pues, según dijo el médico, salió del peligro. Quince días viví extasiado con mi hijo. ¡No puede usted figurarse qué talento y qué penetración tenía!
Yo no me quise separar de él, ni aún para dormir. Dormíamos los dos juntos. Una mañana al despertarse me miró sonriéndose con tristeza, me acarició mucho y me dijo:
-¡Ahora sí que me voy!
-¿Dónde? - le dije yo temblando, sin saber por qué.
-Me voy con mamá; me lo ha dicho esta noche.
-¿Qué dices? ¡No te entiendo!
-Sí; con esta ya ha venido dos veces, y me ha dicho que con ella estaré muy bien; pero siento dejarte.
-Déjate de tonterías -exclamé yo-: ahora nos levantaremos y nos iremos de paseo.
-No, no, no me quiero levantar; que me están diciendo que ahora verás como se cumple mi sueño. - Y reclinando su cabecita en mi pecho, se quedó muerto.
-¡Cómo se quedaría usted!...
-¡Como un idiota! Durante mucho tiempo no sabía lo que me pasaba, y cuando salí de aquel atontamiento, me principiaron a atormentar unos remordimientos tan horribles, que no descansaba ni de noche ni de día. Siempre pensando en mi hijo; siempre lamentando el tiempo que pasé lejos de él.
Huí de la gente, y estuve lo menos diez años sin querer tratar con nadie. Al fin, entré en mi estado normal: murió mi padre, y entre arreglar la herencia y atender a los negocios conseguí distraerme, y volví de lleno a la sociedad; pero sin mirar a ninguna mujer: tenía miedo de crearme una nueva familia. Así las cosas, estando una noche en el café con varios amigos, dijo uno de ellos:
-Reparen ustedes este chiquillo que viene aquí: qué cara tan distinguida tiene. ¡Qué lastima que sea tan pobre!
Todos miramos, y vimos venir a un niño que tendría seis o siete años, vestido pobremente y con un cajoncito entre las manos en el cual llevaba cajas de fósforos. Acercóse a nuestra mesa, y nos ofreció su mercancía con una voz tan dulce, que nos encantó. Tenía una cara preciosa. Todos le compramos cerillas, y le dimos azúcar. El se puso tan contento y tomó tanta confianza, que, dejando su caja sobre la mesa, se me acercó diciéndome: "Déjame un poquito de café, que me gusta mucho". Me acordé de mi hijo, y suspiré interiormente. Preguntéle si tenía padres, y me dijo: "Tengo mi abuela; mi madre se murió cuando yo vine al mundo". Al oír estas palabras me estremecí, y seguí preguntándole si tenía padre. Contestó negativamente; y en esto vino el mozo que nos servía, y exclamó mirando al niño:
-¡Qué muchacho más guapo! ¡Y lo que éste sabe... es tan pillo!... - El niño entretanto parecía que me conocía de toda la vida; cogió mi bastón, y alrededor nuestro se pasó toda la velada. Cuando salí del café, pensé mucho en aquel chicuelo, y pensé mil planes.
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Para no cansarla le diré que durante unos veinte días, todas las noches veía al niño en el café, cada vez me gustaba más, y hacía el propósito de encargarme de él; pero este carácter mío, que es la irresolución personificada, no me dejaba decidirme de una vez. Y cuidado, que al ver marchar a aquel inocente, solo, para ir en busca de su abuela, que vendía periódicos en otro café, me daba pena; sufría, y deseaba que llegase la noche siguiente para volverle a ver. Una noche llegó al café, y nos dijo con mucha gracia:
-Cómprenme entre todos, las cerillas que llevo; que cuando las vendo todas, mi abuela me da cuatro cuartos para mí; y yo quiero mis cuatro cuartos esta noche.
-¿Para qué? - le preguntamos.
-Para comprarme un bollo; que hace tres noches que sueño que me voy a morir; y dice mi abuela que cuando se sueña una misma cosa tres veces seguidas, aquello sucede; y por si me muero mañana, me quiero comer el bollo esta noche.
-Pues no te mueras con ese sentimiento - le dijo uno de mis amigos, y le dio los cuatro cuartos. Yo pretexté que tenía que hacer, y me salí con el niño. Entré con él en una pastelería inmediata, y le dije: "Toma lo que tú quieras". Comió lo que quiso, y al salir me hice acompañar por él hasta su casa.
-¿Me haréis el favor de ir mañana a mi casa con vuestro nieto? - dije a la abuela del niño. Este se sonrió, y exclamó: "Abuela, ¿cuándo crees tú que se cumple lo que sueña tres veces un niño?"
-Cuando Dios quiere, muchacho -dijo la anciana-; déjame en paz. - Y volviéndose a mí, me preguntó afectuosamente a qué hora deseaba que fuera. Díjele la hora y nos despedimos. Quiso el niño acompañarme algunos pasos, y antes de separarnos, se me acercó con cierto misterio. "Oye, exclamó, ¿es verdad que sucede lo que los niños sueñan?"
Yo no supe qué contestarle: pensaba en los sueños de mi hijo, y me horrorizaba.
-No seas tonto -le dije por último-; no hagas caso de sueños, y hasta mañana. - Sin replicarme me cogió la mano; me la apretó, cosa que nunca había hecho, y se fue. Yo llegué a mi casa, y en toda la noche no me fue posible conciliar el sueño.
Al día siguiente contaba las horas con afán. Dieron las once, que era la hora señalada, las doce, la una, y la anciana no venía con el niño. Yo que sabía donde vivían, fui a su casa, y me encontré a la pobre mujer rodeada de unas cuantas vecinas, que trataban de consolarla. Al verme, la infeliz me dijo sollozando:
-Ha muerto llamándole a usted. ¡Hijo de mis entrañas! ¡No era para este mundo!
Llevóme donde yacía el niño, el cual parecía estar durmiendo. Al verlo, sentí mi corazón destrozado como cuando murió mi hijo.
Ordené que le hicieran un buen entierro, y que le depositasen en el panteón de mi familia, y no le puedo a usted decir lo triste que me quedé y lo preocupado que estuve durante algún tiempo.
Un amigo mío espiritista me dijo que tal vez yo había visto dos veces a mi hijo sobre la tierra. Entonces leí; asistí a algunas sesiones; pregunté, y distintos médiums me dijeron que el espíritu de mi hijo tenía una historia muy triste y original. Que él era efectivamente el pequeño fosforero que supo ganarse mi simpatía; que antiguamente había poseído el don de profetizar; mas habiendo hecho mal uso de la revelación, tenía que pagar algunas deudas.
Los presentimientos de sus dos últimas existencias no habían sido sino manifestaciones del espíritu profético que antes poseyera.
Yo pedía que mi hijo se comunicara, y una noche me dieron una comunicación, que no sé si sería de mi hijo.
-¿Pero usted es médium?
-No sé si me inspiran o si escribo yo solo. Yo nunca he hecho versos, y el espíritu de mi hijo me dictó unos versos sencillos, pero llenos de sentimiento.
-¿Se acuerda usted de ellos?
-Unicamente de la cuarteta final, que decía:
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Es la duda tu martirio,
Es tu calvario y tu cruz;
Mas los sueños de dos niños.
Pueden darte mucha luz".
-¿Y aun duda usted de la verdad del espiritismo?
-¡Qué se yo, Amalia, qué sé yo! Soy la personificación de la duda; pero a pesar mío, a pesar de todo, viven en mi memoria esos dos niños, y están tan enlazados a mi vida, que me he hecho viejo pensando en ellos.
-¿Y la abuela del niño?
-En mi casa de Aranjuez murió no hace mucho tiempo.
-Mas yo creo que si usted no se declara completamente espiritista, al menos no lo negará.
-Ah no, negarlo no; hago lo que he hecho esta noche, callarme, y entonces me parece que oigo la voz de mi hijo que me dice: "Acuérdate del sueño de los dos niños", y me quedo tan absorto en mis pensamientos, que me olvido de cuanto me rodea.
Que hay algo más allá de la tumba no hay duda; porque si no, no tendrían explicación ni las simpatías ni las aversiones.
-Es muy cierto; se necesita estar loco para no creer en la vida de ultratumba.
-Entonces, amiga mía -dijo Mendoza levantándose-: yo le debo la razon "al sueño de los dos niños".
Estábamos, una noche del mes de julio, en que el calor dejaba sentir su fastidiosa influencia, sentados con varios amigos en el salón del Prado de Madrid. Se habló un poco de todo, y por último le tocó al espiritismo, y como es natural, unos hablaron en pro y otros en contra, llamándonos la atención que uno de los que componían el grupo, hombre que ya tendría sesenta años, persona muy entendida y de un trato excelente, al hablarse de espiritismo enmudeció, y mientras todos hablaban a la vez, él con su delgado bastón trazaba círculos en la arena y movía la cabeza como respondiendo a su pensamiento.
-Y usted, ¿qué dice, Mendoza? - le preguntamos.
-Yo no digo nada, Amalia.
-Pero usted tendrá su opinión formada.
-No, señora; no la tengo.
-¿Que no la tiene usted? Pues es muy extraño, porque un hombre como usted, que ha viajado tanto, que ha tratado tanta gente, y que habrá visto tantas cosas, debe de haber oído hablar de espiritismo.
-¡Ya lo creo! Y he leído las obras de Allán Kardec, y he asistido a muchas sesiones espiritistas; pero... estoy así... creo... no creo... compadezco a los que lo niegan, envidio a los que creen en la supervivencia del espíritu, y dejo pasar los años uno tras otro sin decidirme ni a negar, ni a conceder; estoy como estaba el loco del cuento.
-¿Y cómo estaba ese loco?
-Según dicen, iba desnudo, como Adán, y llevaba una pieza de paño en la cabeza, esperando que llegase la última moda para vestirse. Yo espero la última creencia para creer. Confieso que en punto a creencias no he fijado aún mis ideas; y crea usted que he tenido pruebas en mi vida que podían haberme convencido.
-¿De qué podían haberle convencido?
-De la verdad del espiritismo.
-¡Sí!... ¿Y cómo? Cuénteme usted.
-No es esta buena ocasión: somos muchos, y algunos se reirían.
-Hable usted en voz baja, ellos no nos escuchan. ¿No ve usted que ya los hombres hablan de política y las mujeres de modas? Descuide usted, que no se distraerán.
-También es cierto, y a usted, que emborrona papel, no le vendrá mal saber una nueva historia.
-Ya lo creo; comience usted su relato.
-No crea que es nada de extraordinario; es decir, para mí sí lo es, y ha influido poderosamente en mi vida. Usted quizá ignore que soy viudo.
-Ciertamente, lo ignoraba.
-No lo extraño; muchos me creen solterón, porque no soy aficionado a contar a los demás las cosas que sólo a mí me interesan. Pues, como le iba diciendo, hace más de treinta años que soy viudo.
-¡Qué joven se casaría usted!
-A los veinte años; y me casé como se casa uno a esa edad, loco de amor. Viví cerca de un año en el paraíso. Mi esposa era bella como un ángel y buena como una santa, y al dar a luz a un niño quedó muerta en mis brazos. No le puedo a usted pintar la desesperación que sentí y el odio tan profundo que desde aquel instante me inspiró mi hijo. Acusaba a aquel inocente de la muerte de su madre, y me enfurecía de tal manera, que no cometí un crimen, porque una hermana mía casada se apoderó del niño, lo crió ella misma, y me salvó de ser parricida.
Estuve viajando cuatro años seguidos. Mi hermana me escribía hablándome del niño, diciéndome que era tan hermoso como su madre, que hablaba tan bien, que era tan
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inteligente, que besaba mi retrato y siempre preguntaba cuándo vendría su papá; pero yo, nada, sin conmoverme con estos preciosos detalles. Volví a España y persistí en no verle, sintiendo a la vez un odio feroz por todos los muchachos.
Una noche, estando en el café, vi llegar a mi cuñado, que corría como un loco. Cogióme del brazo y me dijo: "Tu hijo se muere, y el pobrecito te llama; dice que ha soñado que se va a morir, y quiere ver a su padre". Al oír estas palabras me pareció que me habían atravesado el corazón, y salí corriendo y llorando como un chiquillo. ¡Qué misterios guarda el corazón humano! ¡Le había odiado en vida y le lloraba muerto!...
Llegué a casa de mi hermana, que salió a mi encuentro sollozando y me llevó al cuarto de mi hijo. El niño estaba dominado por la fiebre; parecía dormido. Yo no sé lo que hice; le cogí en mis brazos; le cubrí de besos, le pedí perdón, y maldije mi locura de haber huido de aquel ángel. ¡Cuán hermoso era mi hijo!
-¿Y el niño, qué hizo?
-¿Qué hizo? ¡Abrazarme, mirarme con delirio! Se volvía loco de alegría. Y aquella violentísima sensación le fue beneficiosa; pues, según dijo el médico, salió del peligro. Quince días viví extasiado con mi hijo. ¡No puede usted figurarse qué talento y qué penetración tenía!
Yo no me quise separar de él, ni aún para dormir. Dormíamos los dos juntos. Una mañana al despertarse me miró sonriéndose con tristeza, me acarició mucho y me dijo:
-¡Ahora sí que me voy!
-¿Dónde? - le dije yo temblando, sin saber por qué.
-Me voy con mamá; me lo ha dicho esta noche.
-¿Qué dices? ¡No te entiendo!
-Sí; con esta ya ha venido dos veces, y me ha dicho que con ella estaré muy bien; pero siento dejarte.
-Déjate de tonterías -exclamé yo-: ahora nos levantaremos y nos iremos de paseo.
-No, no, no me quiero levantar; que me están diciendo que ahora verás como se cumple mi sueño. - Y reclinando su cabecita en mi pecho, se quedó muerto.
-¡Cómo se quedaría usted!...
-¡Como un idiota! Durante mucho tiempo no sabía lo que me pasaba, y cuando salí de aquel atontamiento, me principiaron a atormentar unos remordimientos tan horribles, que no descansaba ni de noche ni de día. Siempre pensando en mi hijo; siempre lamentando el tiempo que pasé lejos de él.
Huí de la gente, y estuve lo menos diez años sin querer tratar con nadie. Al fin, entré en mi estado normal: murió mi padre, y entre arreglar la herencia y atender a los negocios conseguí distraerme, y volví de lleno a la sociedad; pero sin mirar a ninguna mujer: tenía miedo de crearme una nueva familia. Así las cosas, estando una noche en el café con varios amigos, dijo uno de ellos:
-Reparen ustedes este chiquillo que viene aquí: qué cara tan distinguida tiene. ¡Qué lastima que sea tan pobre!
Todos miramos, y vimos venir a un niño que tendría seis o siete años, vestido pobremente y con un cajoncito entre las manos en el cual llevaba cajas de fósforos. Acercóse a nuestra mesa, y nos ofreció su mercancía con una voz tan dulce, que nos encantó. Tenía una cara preciosa. Todos le compramos cerillas, y le dimos azúcar. El se puso tan contento y tomó tanta confianza, que, dejando su caja sobre la mesa, se me acercó diciéndome: "Déjame un poquito de café, que me gusta mucho". Me acordé de mi hijo, y suspiré interiormente. Preguntéle si tenía padres, y me dijo: "Tengo mi abuela; mi madre se murió cuando yo vine al mundo". Al oír estas palabras me estremecí, y seguí preguntándole si tenía padre. Contestó negativamente; y en esto vino el mozo que nos servía, y exclamó mirando al niño:
-¡Qué muchacho más guapo! ¡Y lo que éste sabe... es tan pillo!... - El niño entretanto parecía que me conocía de toda la vida; cogió mi bastón, y alrededor nuestro se pasó toda la velada. Cuando salí del café, pensé mucho en aquel chicuelo, y pensé mil planes.
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Para no cansarla le diré que durante unos veinte días, todas las noches veía al niño en el café, cada vez me gustaba más, y hacía el propósito de encargarme de él; pero este carácter mío, que es la irresolución personificada, no me dejaba decidirme de una vez. Y cuidado, que al ver marchar a aquel inocente, solo, para ir en busca de su abuela, que vendía periódicos en otro café, me daba pena; sufría, y deseaba que llegase la noche siguiente para volverle a ver. Una noche llegó al café, y nos dijo con mucha gracia:
-Cómprenme entre todos, las cerillas que llevo; que cuando las vendo todas, mi abuela me da cuatro cuartos para mí; y yo quiero mis cuatro cuartos esta noche.
-¿Para qué? - le preguntamos.
-Para comprarme un bollo; que hace tres noches que sueño que me voy a morir; y dice mi abuela que cuando se sueña una misma cosa tres veces seguidas, aquello sucede; y por si me muero mañana, me quiero comer el bollo esta noche.
-Pues no te mueras con ese sentimiento - le dijo uno de mis amigos, y le dio los cuatro cuartos. Yo pretexté que tenía que hacer, y me salí con el niño. Entré con él en una pastelería inmediata, y le dije: "Toma lo que tú quieras". Comió lo que quiso, y al salir me hice acompañar por él hasta su casa.
-¿Me haréis el favor de ir mañana a mi casa con vuestro nieto? - dije a la abuela del niño. Este se sonrió, y exclamó: "Abuela, ¿cuándo crees tú que se cumple lo que sueña tres veces un niño?"
-Cuando Dios quiere, muchacho -dijo la anciana-; déjame en paz. - Y volviéndose a mí, me preguntó afectuosamente a qué hora deseaba que fuera. Díjele la hora y nos despedimos. Quiso el niño acompañarme algunos pasos, y antes de separarnos, se me acercó con cierto misterio. "Oye, exclamó, ¿es verdad que sucede lo que los niños sueñan?"
Yo no supe qué contestarle: pensaba en los sueños de mi hijo, y me horrorizaba.
-No seas tonto -le dije por último-; no hagas caso de sueños, y hasta mañana. - Sin replicarme me cogió la mano; me la apretó, cosa que nunca había hecho, y se fue. Yo llegué a mi casa, y en toda la noche no me fue posible conciliar el sueño.
Al día siguiente contaba las horas con afán. Dieron las once, que era la hora señalada, las doce, la una, y la anciana no venía con el niño. Yo que sabía donde vivían, fui a su casa, y me encontré a la pobre mujer rodeada de unas cuantas vecinas, que trataban de consolarla. Al verme, la infeliz me dijo sollozando:
-Ha muerto llamándole a usted. ¡Hijo de mis entrañas! ¡No era para este mundo!
Llevóme donde yacía el niño, el cual parecía estar durmiendo. Al verlo, sentí mi corazón destrozado como cuando murió mi hijo.
Ordené que le hicieran un buen entierro, y que le depositasen en el panteón de mi familia, y no le puedo a usted decir lo triste que me quedé y lo preocupado que estuve durante algún tiempo.
Un amigo mío espiritista me dijo que tal vez yo había visto dos veces a mi hijo sobre la tierra. Entonces leí; asistí a algunas sesiones; pregunté, y distintos médiums me dijeron que el espíritu de mi hijo tenía una historia muy triste y original. Que él era efectivamente el pequeño fosforero que supo ganarse mi simpatía; que antiguamente había poseído el don de profetizar; mas habiendo hecho mal uso de la revelación, tenía que pagar algunas deudas.
Los presentimientos de sus dos últimas existencias no habían sido sino manifestaciones del espíritu profético que antes poseyera.
Yo pedía que mi hijo se comunicara, y una noche me dieron una comunicación, que no sé si sería de mi hijo.
-¿Pero usted es médium?
-No sé si me inspiran o si escribo yo solo. Yo nunca he hecho versos, y el espíritu de mi hijo me dictó unos versos sencillos, pero llenos de sentimiento.
-¿Se acuerda usted de ellos?
-Unicamente de la cuarteta final, que decía:
4 www.espiritismo.cc FEE Sus más hermosos escritos Amalia Domingo Soler 5
Es la duda tu martirio,
Es tu calvario y tu cruz;
Mas los sueños de dos niños.
Pueden darte mucha luz".
-¿Y aun duda usted de la verdad del espiritismo?
-¡Qué se yo, Amalia, qué sé yo! Soy la personificación de la duda; pero a pesar mío, a pesar de todo, viven en mi memoria esos dos niños, y están tan enlazados a mi vida, que me he hecho viejo pensando en ellos.
-¿Y la abuela del niño?
-En mi casa de Aranjuez murió no hace mucho tiempo.
-Mas yo creo que si usted no se declara completamente espiritista, al menos no lo negará.
-Ah no, negarlo no; hago lo que he hecho esta noche, callarme, y entonces me parece que oigo la voz de mi hijo que me dice: "Acuérdate del sueño de los dos niños", y me quedo tan absorto en mis pensamientos, que me olvido de cuanto me rodea.
Que hay algo más allá de la tumba no hay duda; porque si no, no tendrían explicación ni las simpatías ni las aversiones.
-Es muy cierto; se necesita estar loco para no creer en la vida de ultratumba.
-Entonces, amiga mía -dijo Mendoza levantándose-: yo le debo la razon "al sueño de los dos niños".
- Amalia Domingo Soler -
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camino?
Podríamos comenzar exponiendo lo difícil que puede ser y lo variadas de las pruebas que nosotros mismos nos hemos sometido pasar, conforme al Libre Albedrío que todo ser tiene a su disposición y de los acontecimientos causales de otras existencias, por lo tanto queda en él espíritu en cuestión, tomar el camino correcto o incorrecto de acuerdo a las tendencias que predominan en nuestra alma y que son parte insoslayable de nuestro progreso.
Basta echar un vistazo a nuestras propias inclinaciones internas, que de alguna manera revelan nuestra identidad espiritual, es decir lo que hemos sido en existencias pasadas y lo mucho que debemos o no ser deudores con la Providencia Divina.
Nuestros gustos, nuestros bajos apetitos hablan por sí solo, porque las diferentes existencias en la escala del progreso espiritual, van desde el cardo más agreste y espinoso hasta la flor más hermosa. No obstante todos llegaremos a la noble meta que Dios nos ha puesto, y en eso radica nuestro mayor esfuerzo por liberarnos de las pesadas cadenas que portamos.
Las sucesivas vidas están llenas de matices maravillosos, así como de maravilloso es el mundo espiritual que aguarda la llegada de nuestro espíritu, después de cada encarnación.
Algunos espíritus lamentaremos los fracasos, otros se libertarán inmediatamente y brincarán por el espacio infinito, gritando loas al creador, por las bendiciones recibidas.
Los menos evolucionados, quedaremos en el umbral de las pasiones y cargadas nuestras conciencias, deberemos esperar la nueva existencia para seguir nuestro ascendente camino y la ayuda indispensable del mundo espiritual de luz que nos ayude a vislumbrar nuestra verdadera condición moral.
Durante interines reencarnatorios, Dios nos entrega la posibilidad de seguir adelante, reforzando los lazos rotos con seres amados y despertando en nosotros la voluntad de seguir firme con la decisión de progresar, dándonos las herramientas necesarias.
La preexistencia del espíritu es hecho irrefutable, donde los estudiosos encuentran en ella, la verdadera corriente que expresa que debe haber una causa y que ella genera un efecto.
¿De qué otra manera pudiese ser?
Dios es nuestro Padre Creador, omnipotente, omnisciente, donde nos espera con los brazos abiertos, en el final de cada meta adquirida, de cada triunfo alcanzado.
Algunas almas, gritan de desesperación y dolor, despreciando al Supremo, hasta llevan el odio en su fracaso cuya envidia se apodera de ellos y desean evitar el progreso de sus hermanos que le pertenecieron en las diferentes existencias.
Hermanos sollozos por dentro, que no pueden, segados por su orgullos, decir ¡Padre Eterno Ayúdame! Porque si lo hiciésemos la mano misericordiosa llegaría como haces de luz que penetran nuestros espíritus, dándonos calor donde hay frío, paz donde hay discordia, clemencia donde el recuerdo de nuestros actos más viles azotan los y despiertan los sentimientos más amargos.
¡Pobre de nosotros! Un pequeño arbusto tapa la inmensidad del Universo y después del ascenso, se extasían con las revelaciones más asombrosas. Ante Él todo tiene sentido, todo va despertando por etapas seguidas comprendiendo lo maravilloso, lo que estaba reservado a los que despiertan el amor incondicional, cuyo ejemplo más vivo en nuestra raza es la presencia del maestro Jesús de Nazaret.
Jesús, el ser espiritual más grande que vivió en este planeta y vino para darnos el verdadero camino a seguir. Su luz ennoblece hasta la piedra más dura, su recuerdo en nuestras vidas es el ejemplo mayor de piedad y perdón que hemos visto, y marcó el camino más seguro hacia el progreso de nuestras almas en prueba.
No obstante, el inmenso trabajo de Dios arquitecto de Universo, no se contempla solamente con los colores claros u obscuros como si dijésemos blanco o negro ¡Hay tantas clases de seres con diverso progreso en el universo! Desde el ser más rudimentario, y así fuimos creados, simples y sencillos, hasta el ser que se transforma en un cúmulo de luz que vaga por el Universo, llevando las ordenes de Dios y velando por el cumplimiento de sus leyes.
Existen millares de escalas de seres inteligentes, entre ellos encontramos los hermanos, que con gran humildad de corazón y amor, deciden ayudar al que viene debajo de ellos, habiendo recorrido caminos similares, a los nuestros y Dios les deja que nos guíen en nuestra ascensión. Son verdaderos maestros para nuestro aprendizaje, llamados, Guías Espirituales.
A medida que avanzamos en la idea, nuevos caminos se abren como laberintos iluminados que nos toca recorrer, porque el espiritismo estudiado va revelando, todos los caminos hacia la verdad.
El guía espiritual es un hermano nuestro con más progreso espiritual que nosotros, Él nos comprende y sabe de nuestras penurias, aciertos o desaciertos, son los encargados de guiarnos hacia el futuro venturoso, pero también sabe que no será fácil el camino a recorrer. El maestro Kardec dice; “Mejorar cuesta, progresa cuesta aún más” ¡Qué gran verdad! La vamos descubrimos a medida que avanzamos hacia el conocimiento de todas las cosas.
Por orden de Dios y méritos de progreso moral, nuestro guía espiritual es el hermano que le hablará a nuestra consciencia, tratando de evitar que caigamos en el precipicio de las pasiones y los lamentos posteriores, incluso ayudará en nuestro desenvolvimiento en la nueva existencia.
Luchará por vernos mejorar, no obstante cabe en nosotros escuchar su suave y amorosa voz en nuestro interior o la recta palabra de advertencia que nos dice que vamos por caminos equivocados. Su deseo de progreso hacia nosotros es mayor que el nuestro, porque Él comprende más que nosotros mismos, nuestra propia realidad espiritual.
Puede conocer el carácter de la prueba o misión que venimos a cumplir, puede interceder ante Dios para conseguir favores en nuestro beneficio.
Desde nuestra niñez, siembra bellos recuerdos en nuestra mente fortaleciéndonos para el futuro que nos espera.
Lucha contra nuestros enemigos que otrora supimos conseguir y que se hacen presente para arreglar viejas deudas de nuestro pasado, pues, algunas veces no hemos sabido escuchar sus sabios consejos, entonces nuestras pasiones y tendencias, hicieron posible que caigamos en crueles venganzas hacia nuestro adversario de ideas o diferentes situaciones emocionales que no supimos controlar.
Ante el desconocimiento de nuestras falencias, obramos más por impulso que por conocimientos de leyes superiores. La voluntad de Dios no existe, la delicadeza de las palabras de nuestro guía espiritual no se escucha y así va predominando nuestra voluntad hacia tierras estériles o caminos sin salidas donde la única salvación será transitar los terrenos espinosos con grandes piedras en el camino que deberemos saber sortear.
¡No es una injusticia! Lloramos por donde hemos pecado y llevado la misma piedra dos y tres veces por delante sin haber aprendido de nuestro error.
Podríamos comenzar exponiendo lo difícil que puede ser y lo variadas de las pruebas que nosotros mismos nos hemos sometido pasar, conforme al Libre Albedrío que todo ser tiene a su disposición y de los acontecimientos causales de otras existencias, por lo tanto queda en él espíritu en cuestión, tomar el camino correcto o incorrecto de acuerdo a las tendencias que predominan en nuestra alma y que son parte insoslayable de nuestro progreso.
Basta echar un vistazo a nuestras propias inclinaciones internas, que de alguna manera revelan nuestra identidad espiritual, es decir lo que hemos sido en existencias pasadas y lo mucho que debemos o no ser deudores con la Providencia Divina.
Nuestros gustos, nuestros bajos apetitos hablan por sí solo, porque las diferentes existencias en la escala del progreso espiritual, van desde el cardo más agreste y espinoso hasta la flor más hermosa. No obstante todos llegaremos a la noble meta que Dios nos ha puesto, y en eso radica nuestro mayor esfuerzo por liberarnos de las pesadas cadenas que portamos.
Las sucesivas vidas están llenas de matices maravillosos, así como de maravilloso es el mundo espiritual que aguarda la llegada de nuestro espíritu, después de cada encarnación.
Algunos espíritus lamentaremos los fracasos, otros se libertarán inmediatamente y brincarán por el espacio infinito, gritando loas al creador, por las bendiciones recibidas.
Los menos evolucionados, quedaremos en el umbral de las pasiones y cargadas nuestras conciencias, deberemos esperar la nueva existencia para seguir nuestro ascendente camino y la ayuda indispensable del mundo espiritual de luz que nos ayude a vislumbrar nuestra verdadera condición moral.
Durante interines reencarnatorios, Dios nos entrega la posibilidad de seguir adelante, reforzando los lazos rotos con seres amados y despertando en nosotros la voluntad de seguir firme con la decisión de progresar, dándonos las herramientas necesarias.
La preexistencia del espíritu es hecho irrefutable, donde los estudiosos encuentran en ella, la verdadera corriente que expresa que debe haber una causa y que ella genera un efecto.
¿De qué otra manera pudiese ser?
Dios es nuestro Padre Creador, omnipotente, omnisciente, donde nos espera con los brazos abiertos, en el final de cada meta adquirida, de cada triunfo alcanzado.
Algunas almas, gritan de desesperación y dolor, despreciando al Supremo, hasta llevan el odio en su fracaso cuya envidia se apodera de ellos y desean evitar el progreso de sus hermanos que le pertenecieron en las diferentes existencias.
Hermanos sollozos por dentro, que no pueden, segados por su orgullos, decir ¡Padre Eterno Ayúdame! Porque si lo hiciésemos la mano misericordiosa llegaría como haces de luz que penetran nuestros espíritus, dándonos calor donde hay frío, paz donde hay discordia, clemencia donde el recuerdo de nuestros actos más viles azotan los y despiertan los sentimientos más amargos.
¡Pobre de nosotros! Un pequeño arbusto tapa la inmensidad del Universo y después del ascenso, se extasían con las revelaciones más asombrosas. Ante Él todo tiene sentido, todo va despertando por etapas seguidas comprendiendo lo maravilloso, lo que estaba reservado a los que despiertan el amor incondicional, cuyo ejemplo más vivo en nuestra raza es la presencia del maestro Jesús de Nazaret.
Jesús, el ser espiritual más grande que vivió en este planeta y vino para darnos el verdadero camino a seguir. Su luz ennoblece hasta la piedra más dura, su recuerdo en nuestras vidas es el ejemplo mayor de piedad y perdón que hemos visto, y marcó el camino más seguro hacia el progreso de nuestras almas en prueba.
No obstante, el inmenso trabajo de Dios arquitecto de Universo, no se contempla solamente con los colores claros u obscuros como si dijésemos blanco o negro ¡Hay tantas clases de seres con diverso progreso en el universo! Desde el ser más rudimentario, y así fuimos creados, simples y sencillos, hasta el ser que se transforma en un cúmulo de luz que vaga por el Universo, llevando las ordenes de Dios y velando por el cumplimiento de sus leyes.
Existen millares de escalas de seres inteligentes, entre ellos encontramos los hermanos, que con gran humildad de corazón y amor, deciden ayudar al que viene debajo de ellos, habiendo recorrido caminos similares, a los nuestros y Dios les deja que nos guíen en nuestra ascensión. Son verdaderos maestros para nuestro aprendizaje, llamados, Guías Espirituales.
A medida que avanzamos en la idea, nuevos caminos se abren como laberintos iluminados que nos toca recorrer, porque el espiritismo estudiado va revelando, todos los caminos hacia la verdad.
El guía espiritual es un hermano nuestro con más progreso espiritual que nosotros, Él nos comprende y sabe de nuestras penurias, aciertos o desaciertos, son los encargados de guiarnos hacia el futuro venturoso, pero también sabe que no será fácil el camino a recorrer. El maestro Kardec dice; “Mejorar cuesta, progresa cuesta aún más” ¡Qué gran verdad! La vamos descubrimos a medida que avanzamos hacia el conocimiento de todas las cosas.
Por orden de Dios y méritos de progreso moral, nuestro guía espiritual es el hermano que le hablará a nuestra consciencia, tratando de evitar que caigamos en el precipicio de las pasiones y los lamentos posteriores, incluso ayudará en nuestro desenvolvimiento en la nueva existencia.
Luchará por vernos mejorar, no obstante cabe en nosotros escuchar su suave y amorosa voz en nuestro interior o la recta palabra de advertencia que nos dice que vamos por caminos equivocados. Su deseo de progreso hacia nosotros es mayor que el nuestro, porque Él comprende más que nosotros mismos, nuestra propia realidad espiritual.
Puede conocer el carácter de la prueba o misión que venimos a cumplir, puede interceder ante Dios para conseguir favores en nuestro beneficio.
Desde nuestra niñez, siembra bellos recuerdos en nuestra mente fortaleciéndonos para el futuro que nos espera.
Lucha contra nuestros enemigos que otrora supimos conseguir y que se hacen presente para arreglar viejas deudas de nuestro pasado, pues, algunas veces no hemos sabido escuchar sus sabios consejos, entonces nuestras pasiones y tendencias, hicieron posible que caigamos en crueles venganzas hacia nuestro adversario de ideas o diferentes situaciones emocionales que no supimos controlar.
Ante el desconocimiento de nuestras falencias, obramos más por impulso que por conocimientos de leyes superiores. La voluntad de Dios no existe, la delicadeza de las palabras de nuestro guía espiritual no se escucha y así va predominando nuestra voluntad hacia tierras estériles o caminos sin salidas donde la única salvación será transitar los terrenos espinosos con grandes piedras en el camino que deberemos saber sortear.
¡No es una injusticia! Lloramos por donde hemos pecado y llevado la misma piedra dos y tres veces por delante sin haber aprendido de nuestro error.
- Juan Carlos Mariani-
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