Cuando murió en el siglo XIX, Víctor Hugo arrastró nada menos que dos millones de acompañantes en su cortejo fúnebre, en pleno Paris.
Luchador en las causas sociales, defensor de los oprimidos, divulgador de la enseñanza y de la educación, el genial literato dejó textos inéditos que, por su voluntad, solamente fueron publicados después de su muerte.
Uno de ellos habla exactamente del hombre y de la Inmortalidad y se traduce más o menos en las siguientes palabras:
La muerte no es el fin de todo. Ella no es sino el fin de una cosa y el comienzo de otra. En la muerte el hombre acaba, y el alma comienza.
Que digan esos que atraviesan la hora fúnebre, la última alegría, la primera del luto. Digan si no es verdad que aun hay allí alguien , y que no acabo todo.
Yo soy un alma. Bien siento que lo que daré al túmulo no es mi yo, mi ser. Lo que constituye mi yo, irá al más allá.
El hombre es un prisionero. El prisionero escala penosamente los muros de su mazmorra, coloca el pie en todos los golpes y sube hasta la rejilla de ventilación.
Ahí, mira, distingue a los lejos la campiña, aspira el aire libre, ve la luz.
Así es el hombre. El prisionero no duda que encontrará la claridad del día, la libertad. ¿Cómo puede el hombre dudar si va a encontrar la eternidad a su salida?
¿Por qué el no posee un cuerpo sutil, etéreo, del que nuestro cuerpo humano no puede ser sino un grosero esbozo?
El alma tiene sed de lo absoluto y lo absoluto no es de este mundo. Es por demás pesado para esta Tierra.
El mundo luminoso es el mundo invisible. El mundo luminoso es el que no vemos. Nuestros ojos carnales solo ven la noche.
La muerte es un cambio de vestimenta. El alma que estaba vestida de sombra, va a ser vestida de luz.
En la muerta el hombre sigue siendo inmortal. La vida es el poder que tiene el cuerpo de mantener el alma sobre la Tierra, por el peso que tiene en ella.
La muerte es una continuación. Más allá de las sombras, se extiende el brillo de la eternidad.
Las almas pasan de una esfera para otra, se tornan cada vez más luz, se aproximan cada vez más y más a Dios.
El punto de reunión es el Infinito.
Aquel que duerme y despierta, despierta y ve que es hombre.
Aquel que está vivo y muere, despierta y ve que es Espíritu.
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Muchos consideran que la muerte de una persona amada es verdadera desgracia, cuando, en verdad, morir no es terminar ni consumirse, más si liberarse.
Siendo asi, ante los que parten en dirección a la muerte, debemos asumir el compromiso de prepararnos para el reencuentro con ellos en la vida espiritual.
Prosiga su jornada en la Tierra sin atrasar las realizaciones superiores que le competen, pues ellas serán valiosas, cuando usted haga el gran viaje, rumbo a la madrugada clarificadora de la eternidad.
Marco Aurelio Rocha.
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CAMINO DE LA LUZ
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CAMINO DE LA LUZ
El Espiritismo, en su misión de Consolador, es el amparo del mundo en este siglo de declive de su historia. Sólo él puede, en su aspecto de Cristianismo resucitado, salvar a las religiones que se apagan entre los choques de la fuerza y la ambición, del egoísmo y del dominio, señalando al hombre su verdadero camino. En su manantial de esclarecimientos, se podrá beber la linfa cristalina de las verdades consoladoras del cielo, preparando a las almas para la nueva era.
El siglo XIX desarrollo un torrente de iluminación al mundo, encaminando a todos los países hacia reformas útiles y necesarias. Las enseñanzas sagradas del Espiritismo se iban a oír por parte de la humanidad sufridora. Jesús, en Su magnanimidad, repartiría el pan sagrado de la esperanza y de la creencia en todos los corazones.
Allan Kardec, en su misión de esclarecimiento y consolación, se hacía acompañar de una pléya de compañeros y colaboradores, cuya acción regeneradora no se manifestaría solamente en los problemas de orden doctrinario, sino en todas las áreas de la actividad intelectual del siglo XIX. La ciencia, en esa época, descubre los grandes velos que conducirían a los descubrimientos cumbre del siglo XX.
Han llegado los tiempos en que las fuerzas del mal serán obligadas a abandonar sus últimas posiciones de dominio en la Tierra, y sus últimos triunfos son el resultado de una reacción temeraria e infeliz, que apresura la realización de los vaticinios sombríos que pesan sobre su imperio perecedero.
La tarea de Allan Kardec era difícil y compleja. Le competía reorganizar el edificio desmoronado de la creencia, reconduciendo la civilización a sus profundas bases religiosas.
Una modesta síntesis de la Historia hace entrever los lazos eternos que unen a todas las generaciones en los impulsos evolutivos del planeta. Muchas veces se cambió el escenario de las civilizaciones, sufriendo profundas renovaciones, pero los actores son los mismos, caminando, en las luchas purificadoras, para la perfección de Aquel que es la Luz del principio.
Dictadores, ejércitos, hegemonías económicas, masas versátiles e inconscientes, guerras sin gloria, organizaciones seculares, todo pasará como el vértigo de una pesadilla. La victoria de la fuerza es como la claridad de los fuegos artificiales. Toda la realidad es la del espíritu y toda la paz es la del entendimiento del reino de Dios y de Su justicia. El siglo que pasa efectuará la división de las ovejas del inmenso rebaño. El cayado del pastor conducirá el sufrimiento en la penosa tarea de la elección y el dolor se ocupará del trabajo que los hombres no aceptan por amor.
Una tempestad de amargura barrerá toda la Tierra. Los hijos de la Jerusalén de todos los siglos deben llorar, contemplando esas lluvias de lágrimas y sangre que saldrán de las nubes pesadas de sus conciencias oscuras. Condenada por las sentencias irrevocables de sus errores sociales y políticos, la superioridad europea desaparecerá para siempre, como el Imperio Romano, entregando a América el fruto de sus experiencias, con vistas a la civilización del porvenir. Se vive ahora en la Tierra, un crepúsculo, al que sucederá una profunda noche, y al siglo XX le compete la misión del desenlace de esos espantosos acontecimientos.
Pero, los trabajadores humildes de Cristo, oigamos Su voz en lo más profundo de nuestra alma:
“¡Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de Dios!
¡Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán hartos!
¡Bienaventurados los afligidos, porque llegará el día de su consuelo!
¡Bienaventurados los pacíficos, porque ellos verán a Dios!”
Sí, porque después de la tiniebla surgirá una nueva aurora. Luces consoladoras envolverán todo el orbe regenerado en el bautismo del sufrimiento. El hombre espiritual estará unido al hombre físico para su marcha gloriosa en lo ilimitado, y el Espiritismo habrá retirado de sus escombros materiales el alma divina de las religiones, que los hombres han pervertido, uniéndolas en el abrazo acogedor del Cristianismo restaurado.
Trabajemos por Jesús, aunque nuestro lugar de trabajo esté situado en el desierto de las conciencias. Todos estamos llamados a la gran labor y nuestro deber más sublime es responder a la llamada del Escogido. Viendo las escenas de la historia del mundo, sentimos un frío glacial en este crepúsculo doloroso de la civilización occidental. Recordemos la misericordia del Padre y oremos. La noche no tardará en venir, y en la profundidad de sus sombras compactas, no nos olvidemos de Jesús, cuya misericordia infinita, como siempre, será la claridad inmortal de la alborada futura, hecha de paz, fraternidad y redención.
Amigos os deseo un feliz jueves, vuestra amiga Merchita
Extraído del libro “A Camino de la Luz “ De Chico Xavier
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Comprender y perdonad
Hijos, la comprensión es la virtud que os predispone naturalmente al perdón. Comprended para perdonar. No conservéis resentimientos en el corazón, sabiendo que aquel que os decepciona es un compañero vencido por sus propios conflictos.
No exijáis a las otras infalibilidades.
Los amigos que siguen a vuestro lado, cuales os acontecen, son espíritus señalados por muchas limitaciones, aparentando exteriormente lo que aun no son. Compadeceos de los males ajenos, no sobrecargando los hombros de aquellos que avanzan, aguantándose mal el peso de la cruz.
No condicionéis vuestra conducta en el bien a la conducta de quien quiera que sea; que vuestra fe no dependa de la demostración de fe de los que os inspiran en la jornada…
Solamente en Jesús Cristo deberéis encorajaros en la lucha.
Los hermanos de creencia espírita, principalmente los que se encuentran sirviendo en la mediumnidad y los que ocupan posiciones de liderazgo, son, al final, espíritus comprometidos con el pasado: ninguno de ellos se encuentra inmune al asedio de las tinieblas.
No es raro, el personalismo y la vanidad apenas ocultan en las almas una estameña de llagas…
Los que intentan brillar para el mundo están lejos de poseer luz propia.
A rigor, muchos de nosotros no estamos aun siquiera preparados para una mayor proximidad con el Cristo –la posibilidad de semejante convivencia más estrecha nos llevaría al delirio.
Quien, desde hace siglos, se habituó en las sombras, solo poco a poco se acostumbra a la claridad.
El hombre sin mayor entendimiento del Evangelio transfiere su ambición concerniente a las cosas materiales para las cosas divinas. ¿Los apóstoles no llegaron a disputar entre si la primacía de estar, en el Reino Celeste, al lado del Señor?
Así, tomad vosotros mismos la iniciativa de la ejemplificación y del coraje de vivir, de forma irreprensible, la creencia que abrazasteis.
Bezerra de Menezes
Extraído del libro “A coragen de Fé”
Carlos A. Baccelli
Carlos A. Baccelli
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