El primer deber de toda criatura humana, el primer acto que debe señalar para ella la vuelta a la vida activa del día, es la oración.
La oración del cristiano, del espirita, de cualquier culto debe elevarse humilde al Señor, para recomendar su debilidad, pedirle apoyo, indulgencia y misericordia. Debe ser profunda, porque es el alma la que debe elevarse hacia el Creador, la que debe transfigurarse como Jesús en el monte Tabor, y volverse blanca y radiante de esperanzas y de amor.
La oración debe encerrar la súplica de las gracias que sean necesarias, de una realidad evidente. Es inútil pedir al Señor que abrevie nuestras pruebas, que nos facilite los goces y las riquezas; los bienes más preciosos que el hombre puede pedir son la paciencia, la resignación y la fe.
La oración, es ante todo, una actitud mental de la criatura con su Creador. La oración se divide en tres etapas, en las cuales el ser dilata sus percepciones y amplia su capacidad de entendimiento en relación a sí mismo y a Dios.
Saber pedir es un arte, la petición no debe constituir nunca una imposición apasionada o un capricho que no merece consideración. El hombre aun no está capacitado para saber lo que le conviene para su crecimiento espiritual, su felicidad real, el hombre solicita lo que le parece más importante. No obstante, solo el Padre sabe lo que es más valioso para el hijo que está adquiriendo experiencias.
Innumerables beneficiarios del Evangelio imploran eso o aquello, con alusión a la marcha de los negocios que le interesan en la vida física. En suma buscan la fuga. Anhelan solamente la distancia de la dificultad del trabajo, de la lucha digna.
Jesús soporta, paciente todas las filas de candidatos de su servicio, de su iluminación, extendiéndole manos benignas, tolerándole las quejas inmerecidas y las lágrimas inoportunas. Sin embargo, cuando acepta a alguien en el discipulado definitivo, algo acontece en lo íntimo del alma contemplada por el Señor.
Cesan las rogativas ruidosas.Se calman los deseos tumultuosos, se convierte la oración en trabajo edificante.
El discípulo nada reclama. Y el Maestro respondiéndole a las oraciones, le modifica la voluntad, todos los días, alejándole del pensamiento los objetivos inferiores…
El corazón que se une a Jesús es un siervo alegre y silencioso.
La oración, cualquiera que ella sea, es acción provocando reacción que le corresponde. Conforme sea su naturaleza, parará en la región que fue emitida o se elevará, más o menos, recibiendo la respuesta inmediata o remota, según las finalidades a que se destina. Deseos banales encuentran realización en la propia esfera en que surgen. Impulsos de expresión algo más noble son amparados por las almas que se ennoblecieron. Ideales y peticiones de significación profunda en la inmortalidad remontan a las alturas.
Oremos amigos míos, no perdamos nunca la esperanza en que todo pasará, que la vida es un corto viaje, y que debemos hacerlo con los valores materiales y sobre todo con los espirituales, los materiales ayudan al cuerpo, los espirituales fortalecen nuestra alma, quizás muy agotada, solo quedara aquello que es realmente valioso y una oración es algo que vibra en el mundo que no vemos, y que se queda como una construcción de las que nunca desaparecen, porque es nuestra conversación particular establecida con Dios, Ser Supremo del Universo, que guarda celoso las cartas de sus hijos, escritas con el corazón y elevadas con el sentimiento, son muestras palpables de que lo reconocieron y buscan afanados su ayuda, ellas un día al leerlas al otro lado, veremos sus efectos y nos llenaran de alegría, porque nos recordarán los atavismos que pasamos y de los cuales salimos airosos gracias a ese alimento espiritual que nos sirvió de ayuda. Alabando así a Nuestro Padre, reconociendo su auxilio, y emocionados cantaremos hosannas de alegría.
-Merchita-
( ver el blog "elespiritadealbacete.blogspot.com" )
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