martes, 3 de mayo de 2011

Hacer el bien sin ostentación




    Hacer el bien sin ostentación, es un gran mérito; ocultar la mano que da, es aún más meritorio; es señal incontestable de una gran superioridad moral, porque para ver las cosas desde más alto de lo que se ven vulgarmente, es preciso hacer abstracción de la vida presente e identificarse con la vida futura; en una palabra,es menester colocarse sobre la Humanidad para renunciar a la satisfacción que proporciona el testimonio de los hombres y esperar la aprobación de Dios. El que aprecia más la aprobación de los hombres que la de Dios, prueba que tiene más fe en los hombres que en Dios, y que la vida presente es más, para él, que la vida futura; o que ni siquiera cree en la vida futura; si dice lo contrario,obra como si no creyese en lo que dice.

   ¡Cuántos hay que sólo prestan un servicio con la esperanza de que el beneficiado publicará por todas partes el beneficio que ha recibido, que a la luz del día darán una gran cantidad y en la oscuridad no darían un centavo! Por esto dijo Jesús: “Los que hacen el bien con ostentación ya recibieron su recompensa”; en efecto, el que busca su glorificación en la Tierra por el bien que ha hecho, ya se pagó a sí mismo; Dios ya no le debe nada; sólo le falta recibir el castigo de su orgullo.

 Que la mano izquierda no sepa lo que da la mano derecha, es una figura que caracteriza admirablemente la beneficencia modesta; pero si hay modestia real, hay también modestia simulada, el simulacro de la modestia real; hay personas que ocultan la mano que da, teniendo cuidado de hacer que se vea un poco, mirando si alguno les vio ocultarla. ¡Indigna parodia de las máximas de Cristo!

Si los bienhechores orgullosos son despreciados entre los hombres, ¿qué será de ellos cerca de Dios? Estos también recibieron su recompensa en la Tierra. Se le ha visto; están satisfechos de haber sido vistos; esto es todo lo que tendrán.

¿Cuál será, pues, la recompensa de aquel que hace pesar sus beneficios sobre el beneficiario, que le impone de cierto modo,testimonios de reconocimiento y que le hace sentir su posición exaltando el precio de los sacrificios que se impone por él? .  Para éste, ni siquiera recompensa terrestre, porque está privado de la dulce satisfacción de oír bendecir su nombre y este es el primer castigo de su orgullo. Las lágrimas que enjuga en provecho de su vanidad, en vez de subir al cielo, vuelven a caer sobre el corazón del afligido y lo ulceran. El bien que hace es sin provecho para él, puesto que lo reprocha; porque todo beneficio reprochado es una moneda falsa y sin valor.

La beneficencia sin ostentación tiene un doble mérito; porque además de ser una caridad material, es una caridad moral  pues, modera la susceptibilidad del beneficiario y le hace aceptar el beneficio sin que su amor propio sufra con eso, y salvando su dignidad de hombre, porque habrá quien acepte un servicio, pero no recibirá una limosna; así, pues, convertir un servicio en limosna por la manera como es prestado, es humillar al que lo recibe, y hay siempre orgullo y maldad en humillar a alguien. 
     La verdadera caridad, por el contrario, es delicada e ingeniosa para disimular el beneficio, a fin de evitar hasta las menores apariencias que hieren, porque toda ofensa moral aumenta el sufrimiento que nace de la necesidad; sabe encontrar palabras dulces y afables que ponen al obligado en buena posición en presencia de su bienhechor, mientras que la caridad orgullosa, lo aniquila. Lo sublime de la verdadera generosidad, es cuando el bienhechor, cambiando de papel, encuentra el medio de parecer él mismo beneficiado en presencia de aquel a quien presta el servicio. Esto es lo que quieren decir estas palabras: 
Que la mano izquierda no sepa lo que hace la mano derecha.
 Evangelio Según el Espiritismo

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