Los procesos de reencarnación, tanto como de la muerte física, difieren hasta el infinito, no existiendo dos absolutamente iguales. Las facilidades y los obstáculos, están subordinados a numerosos factores, muchas veces relacionados con el estado conciencial de los propios interesados en el regreso a la tierra o en la liberación de los vehículos carnales. Hay compañeros de gran elevación, que al volver a la esfera terrestre no necesitan ayuda del plano espiritual. Otros al revés, por proceder de zonas inferiores, necesitan de mucha cooperación.
La reencarnación es el curso repetido de lecciones necesarias. La esfera terrestre, es una escuela divina. El amor, por medio de las actividades intercesoras, reconduce diariamente al banco escolar de la carne, a millones de aprendices. La vuelta de ciertas entidades de las zonas más bajas. Ocasiona laborioso esfuerzos de los trabajadores del plano espiritual.
El organismo de los engendrados, en expresión más densa, proviene del cuerpo de los padres, que le sustenta la vida y crea sus características con su propia sangre. La criatura terrena, hereda tendencias y no cualidades. Las primeras cercan al hombre que renace, desde los primeros días de la lucha, no solo en su cuerpo transitorio, sino también en el ambiente general en el que fue llamado a vivir, perfeccionándose; las segundas, resultan de la labor individual del alma encarnada, en la defensa, educación y perfeccionamiento de si misma en los círculos benditos de la experiencia.
Nadie puede quejarse de las fuerzas destructoras o circunstancias asfixiantes, refiriéndose al círculo en que nació. Siempre hay dentro del alma reencarnada, la luz de la libertad intima indicando su ascensión. Practicando la elevación espiritual, mejoramos siempre. Esa es la ley.
El cuerpo humano tiene sus actividades propiamente vegetativas, el cuerpo peri espiritual que da la forma a los elementos celulares; está fuertemente radicado en la sangre. En la organización fetal el patrimonio sanguíneo, es una dadiva del organismo materno. Después del nacimiento, se inicia el periodo de asimilación diferente de las energías orgánicas, en donde el “yo” reencarnado ensaya la consolidación de sus nuevas experiencias y solamente a los siete años de vida común, comienza a presidir, por si mismo, el proceso básico de equilibrio al cuerpo peri espiritual, en el nuevo servicio iniciado. La sangre, por tanto es, como si fuese el fluido divino que nos fija las actividades en el campo material y en su flujo y reflujo incesantes en la organización fisiológica, nos suministra el símbolo del eterno movimiento de las fuerzas sublimes de la Creación Infinita. Cuando su circulación deja de ser libre, surge el desequilibrio o enfermedad y si surgen obstáculos que impiden su movimiento o circulación, sobreviene entonces la excitación del tonos vital, en el campo físico, al cual sigue la muerte con la retirada inmediata del alma.
Es muy grande la responsabilidad del hombre ante el cuerpo material, si no atiende a las tareas que le competen en la preservación del cuerpo físico no podrá alcanzar el progreso espiritual. El Espíritu renace en la carne, para la producción de valores divinos en su naturaleza, pero ¿Cómo atender a semejante imperativo, destruyendo la maquina orgánica, base fundamental del servicio a realizar? El cuerpo terrestre es también un patrimonio heredado hace milenios y que la Humanidad viene perfeccionando a través de siglos. El plasma sublime construcción efectuada en el influjo divino, con agua del mar, en las épocas primitivas, es el fundamento primordial de las organizaciones fisiológicas. El hombre en la tierra a de aprovechar la herencia, más o menos evolucionada en el cuerpo humano.
Mientras nos movemos en la esfera de la carne, somos criaturas marinas respirando en tierra firme. En el proceso vulgar de la alimentación no podemos prescindir de la sal; nuestro mecanismo fisiológico, en rigor, se constituye del sesenta por ciento de agua salada, cuya composición es casi idéntica a la del mar, constituida por las sales del sodio, del calcio y del potasio. En la esfera de la actividad fisiológica en el hombre encarnado, se encuentra el sabor de la sal, en la sangre, en el sudor, en las lágrimas, en las secreciones.
Al renacer, en la superficie del mundo, recibimos, con el cuerpo, una herencia sagrada cuyos valores precisamos preservar, perfeccionándolo. Las fuerzas físicas, deben evolucionar, al igual que nuestras almas. Si nos ofrecen el cuerpo de servicio para nuevas experiencias de elevación, debemos retribuir, con nuestro esfuerzo, auxiliándolas con la luz de nuestro respeto y equilibrio espiritual, en el campo del trabajo y de la educación orgánica. El hombre del futuro, comprenderá que sus células no representan apenas segmentos de carne, sino que son, compañeras de evolución, acreedoras de su reconocimiento y auxilio efectivo. Sin ese entendimiento de armonía en el imperio orgánico, es inútil procurar la paz. Los contornos anatómicos de la forma física, deformes o perfectos, largos o cortos, bellos o feos, forman parte de los estatutos educacionales.
En general, la reencarnación sistemática es siempre un curso laborioso de trabajo contra los defectos morales persistentes, en las lecciones y conflictos presentes.
La criatura renace con independencia relativa y a veces, subordinada a ciertos condiciones educativas, más semejante imperativo no suprime en caso alguno, el impulso libre del alma, en el sentido de la elevación, estacionamiento o caída en situaciones más bajas. Existe un programa de tareas edificantes a ser cumplidas por el que reencarna, por el cual, los dirigentes del alma, fijan la cuota aproximada de valores eternos que el reencarnante es susceptible de adquirir en la existencia transitoria.
El espíritu que vuelve a la esfera de la carne, puede mejorar esa cuota de valores, sobrepasando la previsión superior, por el esfuerzo propio intensivo o distanciarse de ella, enterrándose aun más en las deudas para consigo mismo, menospreciando las santas oportunidades que le son conferidas.
Todo plano trazado en la esfera superior, tiene por objetivo fundamental el bien y la ascensión; y toda alma que reencarna en el círculo planetario, aun aquella que se encuentra en condiciones aparentemente desesperadas, tiene recursos para mejorar siempre.
La reencarnación significa volver a comenzar en los procesos de la evolución o de la rectificación. Los organismos más perfectos de las esferas sublimadas, proceden inicialmente de la Ameba. Recomienzo, significa “recapitulación” o “vuelta al principio”. Por eso mismo, en su desenvolvimiento embrionario, el futuro cuerpo del hombre no puede ser distinto de la formación del reptil o del pájaro. Lo que opera la diferencia de la forma, es el valor evolutivo contenido en el molde peri espiritual del ser que toma los fluidos de la carne. Así pues, al regresar a la esfera densa , es indispensable recapitular todas las experiencias vividas en el largo drama de nuestro perfeccionamiento , aunque solo sea por breves días u horas, repitiendo, en curso rápido, las etapas vencidas o las lecciones adquiridas, hasta detenerse en la posición en la que debemos proseguir el aprendizaje.
Cuando llega la ocasión de reencarnar, el Espíritu se siente arrastrado por una fuerza irresistible, por una misteriosa afinidad, para el medio que le conviene. Es un momento terrible , de angustia, pero más formidable que el de la muerte, pues esta no pasa de la liberación de los lazos carnales, de una entrada en una vida más libre, más intensa, en cuanto a la reencarnación, por el contrario, es la perdida de esa vida de libertad, es un apocamiento de si mismo, al pasaje de los claros espacios para la región oscura, la descendida para un abismo de sangre, de lama , de miseria, donde el ser va a quedar sujeto a necesidades tiránicas e innumerables. Por eso es más penoso, más doloroso renacer que morir; es el disgusto, el terror, el abatimiento profundo del Espíritu, QUE al entrar en este mundo tenebroso, es fácil de concebirse.
La reencarnación se realiza por la aproximación graduada, por la asimilación de las moléculas materiales al periespiritu, el cual se reduce, se condensa, tornándose progresivamente más pesado, hasta que, por adjunción suficiente de materia, constituye un involucro carnal, un cuerpo humano.
El periespiritu se torna por tanto, un molde fluídico, elástico, que calca su forma sobre la materia. De ahí emanan las condiciones fisiológicas del renacimiento. Las cualidades o defectos del molde reaparecen en el cuerpo físico, que no es, en la mayoría de los casos, sino imperfecta grosera copia del periespiritu.
Desde que comienza la asimilación molecular que debe producir el cuerpo, eL Espíritu queda perturbado; un sopor, una especie de abatimiento lo invaden poco a poco. Sus facultades se van velando unas después de otra la mayoría desaparecen, la conciencia queda adormecida, y el Espíritu como que es sepultado en opresiva crisálida.
Entrando en la vida terrestre, el alma, durante un largo periodo, tiene que preparar ese organismo nuevo. Ha de adaptarlo a las funciones necesarias. Solamente después de veinte o treinta años de esfuerzos instintivos es que recupera el uso de sus facultades, sin embargo limitadas aun por la acción de la materia; y, entonces, podrá, proseguir, con alguna seguridad, la travesía peligrosa de la existencia.
Allan Kardec nos enseña (Libro de los espíritus cuestión 330) que la reencarnación está para los Espíritus, así como la muerte está para los encarnados: es un proceso ineludible, tan cierto como el desencarnar lo es para los hombres.
La encarnación es una necesidad evolutiva, porque solamente al contacto con la materia física consigue el Espíritu ciertos elementos necesarios para su progreso.
De acuerdo con el grado evolutivo en que se encuentra, el espíritu podrá facilitar o dificultar el proceso para volver a nacer. Por eso los espíritus rebeldes o indiferentes tienen su encarnación por completo a cargo de los espíritus superiores, que eligen las condiciones bajo las cuales deberán volver a nacer y las experiencias a las que deberán someterse.
Allan Kardec dice que la reencarnación es la prueba fundamental de la misericordia de Dios, que presenta una Justicia Divina. Todos somos hermanos; todos nosotros marchamos hacia la perfección; todos nosotros tenemos una ruta, un rumbo de felicidad que nos espera.
La vida en la Tierra no es un escenario de placer. El hombre es responsable por su cuerpo, por su felicidad, por su desdicha. Felicidad o desgracia resulta de nuestra actitud de comportamiento. La reencarnación nos abre un horizonte nuevo para entender la vida; los sufrimientos, las nostalgias, las angustias, las amarguras, los desesperos que nosotros atravesamos, desaparecen; y es en este punto que la ciencia espirita, que el Espiritismo, es notable; porque el Espiritismo para el siglo XX, es el más notable tratado de higiene mental, porque consigue libertarnos de aquellos tremendos enemigos de los hombres, los cuatro fantasmas del alma: el miedo, la enfermedad, la duda y la muerte.
El espíritu esclarecido da preferencia a una existencia laboriosa, a una vida de lucha y abnegación. Sabe que, gracias a ella, su adelantamiento es más rápido. La Tierra es el verdadero purgatorio. Y precisa renacer y sufrir para despojarse de los últimos vestigios de la animalidad, para pagar las faltas y los crímenes del pasado. De ahí las enfermedades crueles, largas y dolorosas molestias, el idiotismo, la perdida de la razón.
Todo se paga, todo se rescata. Los pensamientos, los deseos criminales tienen su repercusión en la vida fluídica, más las faltas consumadas en la carne precisan ser expiadas en la carne. Todas las nuevas existencias son correlativas; el bien o el mal se reflejan a través del tiempo. Si embusteros y perversos parecen muchas veces terminar sus vidas en la abundancia y en la paz, quedemos ciertos de que la hora de la justicia sonará y recaerán sobre ellos los sufrimientos de que fueron la causa. Resígnate, pues, hombre, y soporta con coraje las pruebas inevitables, sin embargo fecundas, que suprimen manchas y te preparan un futuro mejor. Imita al labrador, que siempre camina para el frente, curvado bajo un sol ardiente o quemado por la azada, y cuyos sudores riegan el suelo, el suelo que, como tu corazón, es surcado por el arado más del cual brotara el trigo dorado que hará tu felicidad.
Trabajo realizado por: Merchita
Extraído de varios libros de la Doctrina Espirita: El Evangelio según el Espiritismo, de Misioneros de la Luz y de otros libros.
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