TRAGEDIA COLECTIVA EN RIO DE JANEIRO ANTE LA LEY DE CAUSA Y EFECTO
Con el desequilibrio ambiental (calentamiento global) en pleno verano, lluvias violentas son las consecuencias, y la tragedia de las inundaciones, los deslizamientos de tierra, de los sin techo, se repiten, variando apenas el número de muertos y desaparecidos debido a este fenómeno.
Teresópolis, Nova Friburgo, Petrópolis, han ocupado una vasta área en las noticias, conmoviéndonos por tantas vidas destruidas en esos episodios, las imágenes mediáticas, virtuales o impresas, nos muestran, con fuerte colorido, las imágenes del drama de innumerables estragos, mientras la población recoge lo que sobró y llora a sus muertos.
Muchos quedan en un estado de extremada rebeldía contra todo y todos, más no nos olvidemos que en los Estatutos de Dios no hay espacio para las injusticias, razón por la cual los flagelos destruidores ocurren con la finalidad de hacer al hombre avanzar más deprisa. La destrucción es necesaria para la regeneración moral de los Espíritus, que adquieren, en cada nueva existencia, un nuevo grado de perfeccionamiento. La Ley de causa y efecto aun es cosa oscura para la humanidad, principalmente para aquellas personas que vivencian la tragedia. Aquel que ve a su familia diezmada difícilmente reaccionará; el simplemente no comprenderá los motivos para eso, porque no consigue ver que causas podrían llevar a tamaña perdida y de la forma como ocurre. Es un momento de desesperación, en el que la visión se turba y no se es capaz de pensar en otra cosa que no sea la “injusticia”, aunque en el plano espiritual el proceso esté ocurriendo de otra forma, con la armonía de la Ley Mayor.
En estos tristes acontecimientos es común emitir la pregunta clásica: ¿cuál es la finalidad de esos accidentes, que causan la muerte conjunta de varias personas? ¿Cómo la Justicia Divina puede ser percibida en esas situaciones? ¿Siendo Dios la Bondad Infinita, por qué permite la muerte aflictiva de tantas personas indefensas? Los Espíritus elucidan la cuestión afirmando que “las expiaciones o las grandes pruebas son casi siempre un indicio de un fin de sufrimiento y de perfeccionamiento del hombre, desde el momento que sean aceptadas por amor a Dios”. (1) Encarando, sin embargo, la vida sin la comprensión de las leyes de la conciencia y del proceso de la reencarnación, no podremos explicar la Justicia de Dios – principalmente en los casos brutales de muertes colectivas.
En los casos tan dramáticos ocurridos en las sierras “cariocas” encontraremos una justificativa plausible para los respectivos que solo la Doctrina Espirita nos ofrece, para confirmar que, hasta aun mismo en esas tragedias, la Ley de Justicia se hace presente, pues, como nos afirma Allan Kardec, no hay efecto sin que haya una causa que lo justifique.
Todos los que perecieron en esas circunstancias cargaban en el alma motivos para ajustarse con la Ley Divina, a fin de amortizar sus débitos con la indefectible y transcendente Justicia, encontrando ahí la oportunidad sublime del rescate libertador. “Salvo excepción, se puede admitir, como regla general, que todos aquellos que tienen un compromiso en común, reunidos en una existencia, ya vivieron juntos para trabajar por el mismo resultado, y se hallaran reunidos aun en el futuro, hasta que hayan alcanzado el objetivo, quiere decir, expiado el pasado o cumplido la misión aceptada.” (2)
Naturalmente la Ley es para todos nosotros. Emmanuel recuerda que “cuando retornamos de la Tierra para el Mundo Espiritual, concienciados en las responsabilidades propias, operamos el levantamiento de nuestros débitos pasados y rogamos los medios precisos a fin de rescatarlos debidamente. Y antes de reencarnarnos, bajo el peso de débitos colectivos somos informados en el más allá del túmulo, de los riesgos a que estamos sujetos. De las formas por las cuales podemos quitar la deuda, sin embargo, el hecho, por si solo, no es determinado, hasta porque dependen de varias circunstancias en nuestras vidas para su consumación, una vez que la Ley de causa y efecto admite flexibilidad, cuando el amor rige la vida. Conforme enseñó Pedro, “el Amor cubre una multitud de pecados” (3), por tanto, podemos rescatar a través de la práctica del Bien, el equívoco practicado en otras instancias.
¡De Hecho! Engendramos la culpa y nosotros mismos movemos los procesos destinados para extinguir las consecuencias. Y Dios se vale de nuestros esfuerzos y compromisos de rescate y reajuste a fin de direccionar estudios y progresos invariablemente más amplios en lo que tañe a nuestra seguridad psíquica. Es por esa razón que, de todas las tragedias humanas, nos retiramos con más experiencia y más luz en la mente y en el corazón, para defender y valorizar la vida.
La situación en Rio es conmovedora, como siniestro fue el terremoto en Haiti, o el tsunami en Asia. Aun aquí, Emmanuel esclarece: “lamentemos sin desespero a cuantos se hicieran víctimas de desastres que nos constriñen el alma. El dolor de todos ellos es nuestro dolor. Los problemas con los que se enfrentan son igualmente nuestros. No nos olvidemos, sin embargo, de que nunca estamos sin la presencia de la Misericordia Divina junto a las ocurrencias de la Divina Justicia, que el sufrimiento es invariablemente reducido al mínimo para cada uno de nosotros, que todo se renueva para el bien de todos y que Dios nos concede siempre lo mejor. “(4) Y no obstante, para el encarnado común ese argumento de Emmanuel no tiene mucho sentido.
Ante tantos y lucidos esclarecimientos de los Benefactores, no podemos tener más dudas de que la Justicia Divina ejerce su acción, exactamente con todos aquellos que, en algún momento, contrariaron la armonía de la Ley de Amor y Caridad, y por eso mismo, más tarde o más temprano,nos enfrentaremos inexorablemente con la Ley de Causa y Efecto, o, si preferimos, con la máxima proferida por la sabiduría popular : “La siembra es libre la cosecha es obligatoria”.
Jorge Hessen
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