sábado, 26 de febrero de 2011

La fuerza del Espiritismo


“Sería formarse una idea muy falsa del Espiritismo si se creyera que su fuerza provenga de la práctica de las manifestaciones materiales, de manera que, poniendo vallas a tales manifestaciones, se pueda minarlo en su base. La fuerza del Espiritismo reside en su filosofía, en el llamamiento que hace a la razón y al buen sentido. En lo antiguo era objeto de estudios misteriosos, cuidadosamente ocultados al vulgo. Hoy en día, en cambio, no tiene secretos para nadie. Habla un lenguaje claro, sin ambigüedades. No hay en él nada de místico, ni alegorías susceptibles de falsas interpretaciones. Quiere ser comprendido por todos, porque han venido los tiempos de hacer que los hombres conozcan la verdad. Muy al contrario de oponerse a la difusión de la luz, la desea para todo el mundo. No exige que sea crea ciegamente en él, sino antes bien, quiere que se sepa por qué se cree.


Como se apoya en la razón, será siempre más fuerte que los que se apoyan en la nada. Las barreras que se intente poner a la libertad de las manifestaciones espíritas ¿podrían acaso suprimirlas? No, por cuanto esas trabas producirían el efecto que tienen todas las persecuciones: el de excitar la curiosidad y el deseo de conocer lo prohibido. Por otra parte, si las manifestaciones espíritas fueran el privilegio de un solo hombre, no habría duda de que al poner un cerco a ese hombre se terminaría con aquéllas. Pero, desdichadamente para los adversarios, las manifestaciones se hallan a disposición de quienquiera, y las utilizan desde los más humildes hasta los más poderosos, desde el palacio hasta la más modesta vivienda. Se puede prohibir su ejercicio público, mas sabemos que no es precisamente en público como se producen mejor, sino en la intimidad. Ahora bien, puesto que todos podemos ser médiums, ¿qué podría impedir a una familia dentro de su casa, a un individuo en su escritorio, al preso tras los barrotes de su celda, mantener comunicaciones con los Espíritus, sin que se enteraran los carceleros y en la misma presencia de éstos? Si se prohíben en un país, ¿qué obstáculos habrá en las naciones vecinas, en el mundo entero, ya que no existe una comarca, en ambos hemisferios, donde no haya médiums? Si se quisiera encarcelar a todos los médiums habría que poner tras las rejas a la mitad del género humano. Incluso si se lograra (lo que no sería mucho más fácil) quemar todos los libros espíritas, al día siguiente sería vueltos a escribir, puesto que su fuente es inatacable y no es posible encarcelar ni quemar a los Espíritus, que son sus verdaderos autores.

El Espiritismo no es obra de ningún hombre. Nadie puede afirmar que lo haya creado, porque es tan antiguo como la Creación misma. Se encuentra por doquier, en todas las religiones y en la católica más aún, y con mayor autoridad que en todas las otras, porque está en ella el principio de todo: los Espíritus de todos los grados, sus relaciones ocultas y manifiestas con los hombres, los ángeles de la guarda, la reencarnación, la emancipación del alma durante la vida, las apariciones, e incluso las apariciones tangibles. En cuanto a los demonios, no son otra cosa que los Espíritus malos y, salvo la creencia de que aquéllos estén destinados perpetuamente al mal, en tanto que a estos últimos no se les veda la senda del progreso, unos y otros sólo difieren en el nombre que se les ha dado.

¿Qué realiza la ciencia espírita moderna? Reúne en un conjunto todo aquello que estaba disperso. Explica con términos propios lo que sólo había sido expresado bajo formas alegóricas. Suprime aquello que la superstición y la ignorancia habían fomentado, para sólo dejar la realidad y lo positivo. He aquí su rol. Pero no le corresponden el título de fundadora. Muestra lo que es, coordina, mas no crea nada, por cuanto sus bases han existido en todo tiempo y lugar. ¿Quién, pues, se atrevería a considerarse lo bastante fuerte para sofocar a esta ciencia con los sarcasmos e inclusive con la persecución? Si en un lado la proscriben renacerá en otros, en el mismo terreno en el que se la haya exiliado, porque reside en la Naturaleza y no es dado al hombre aniquilar una fuerza de la Naturaleza ni poner su veto a los decretos de Dios.

Por los demás, ¿qué interés habría en obstar la difusión de las ideas espíritas? Esas ideas, bien es verdad, se alzan contra los abusos nacidos del orgullo y del egoísmo. Pero tales abusos, con los que algunos se aprovechan, perjudican a la generalidad de las gentes. El Espiritismo, pues, tendrá de su parte a esa generalidad y por adversarios serios sólo a quienes se encuentren interesados en mantener dichos abusos. En cambio, las ideas espíritas mediante su influjo, garantizarán el orden y la tranquilidad, porque hacen a los hombres mejores los unos para con los otros, menos codiciosos de los bienes materiales y más resignados a los designios de la Providencia.

El Espiritismo se presenta con tres aspectos distintos, a saber: el hecho de las manifestaciones, los principios filosóficos y morales que de ellas emanan y la aplicación práctica de tales principios. De ahí tres clases o, más bien, tres grados entre los adeptos: Primero, los que creen en las manifestaciones y se limitan a comprobarlas; se trata para ellos de una ciencia experimental; segundo, aquellos que comprenden sus consecuen-cias morales, y tercero, los que practican o se esfuerzan por practicar esa moral. Sea cual fuere el punto de vista adoptado –científico o moral, desde que se encaren esos fenómenos extraños, cada adepto comprende que se trata de todo un orden nuevo de ideas que está surgiendo, cuyas secuelas sólo podrán traducirse en una honda modificación en el estado de la humanidad, y cada uno de ellos comprende también que ese cambio sólo puede operarse en el sentido del bien.

En lo tocante a los adversarios, se puede asimismo clasificarlos en otras tantas categorías: Primera, los que niegan en forma sistemática todo lo que sea nuevo y no provenga de ellos, y que hablan de Espiritismo sin conocimiento de causa: A esta clase pertenecen todos aquellos que no admiten nada fuera del testimonio de los sentidos: Éstos no vieron nada, no quieren tampoco ver cosa alguna, y menos todavía profundizar; incluso se sentirán irritados si vieran con demasiada claridad, por temor de verse forzados a convenir en que no les asiste la razón; para ellos el Espiritismo es una quimera, una locura, una utopía, de manera que no existe, para decirlo con más brevedad; son los incrédulos que han tomado partido de antemano.

Al lado de éstos se puede colocar a aquellos otros que se han dignado echar un vistazo para descargo de su conciencia, a fin de poder decir: “He querido ver y nada vi”; porque no comprenden que se requiera más de media hora para enterarse de toda una ciencia. Segunda, la integran quienes, sabiendo muy bien a qué atenerse acerca de la realidad de los hechos, no obstante ello los combaten por motivos de interés personal; para éstos el Espiritismo existe, pero temen sus consecuencias y lo atacan como si se tratara de un enemigo. Tercera, la de los que encuentran en la moral espírita una censura demasiado severa a sus actos o a sus tendencias; tomado en serio, el Espiritismo los incomodaría; no lo rechazan ni lo aprueban: Prefieren cerrar los ojos ante su realidad.

Los primeros son movidos por el orgullo y la presunción. Los segundos, por la ambición. Los terceros, por el egoísmo. Se concibe que, puesto que esas causas de oposición no se apoyan sobre nada sólido, deban ir desapareciendo con el tiempo, y en vano buscaríamos una cuarta clase de antagonistas del Espiritismo, una que se basara en pruebas contrarias evidentes y probara haber llevado a efecto un estudio laborioso y concienzudo de la cuestión: Todos los adversarios de la Doctrina Espírita no oponen sino la negación y ninguno de ellos aporta en contrario una demostración seria e irrefutable.

Sería esperar demasiado de la naturaleza humana si se creyera que pueda transformarse de súbito por las ideas espíritas. Con seguridad que la acción de estas ideas no es la misma, ni en idéntico grado, en todos aquellos que las profesan. Pero, sea cual fuere el resultado que obtengan, y por muy débil que éste pueda ser, constituye siempre un mejoramiento aunque no haga más que proveer la prueba de la existencia de un mundo extra-corpóreo, lo que implica la negación de las doctrinas materialistas. Esta es la consecuencia misma de la observación de los hechos. Pero tienen otros efectos en quienes comprenden el Espiritismo filosófico y ven en él algo más que un conjunto de fenómenos más o menos curiosos. El primero y más general de esos efectos consiste en desarrollar el sentimiento religioso en aquella persona que, sin ser materialista, sólo encara con indiferencia las cosas espirituales. De él resulta, en ella, el desprecio de la muerte. Y no decimos “el deseo de la muerte”, muy al contrario, porque el espírita defenderá su vida como cualquier otro, sino que queremos significar una indiferencia que la induce a aceptar sin protesta ni pena una muerte que es inevitable, como algo más bien dichoso que digno de temerse, debido a la certidumbre que abriga acerca del estado que el sucederá. El segundo efecto, casi tan general como el anterior, es la resignación que es persona tiene ante las vicisitudes de la existencia. El Espiritismo hace ver las cosas desde tan alto que, al perder la vida terrena las tres cuartas partes de la importancia que comúnmente se le atribuye, el ser humano se siente tanto menos afectado por las tribulaciones que son inherentes a ella. De ahí que tenga más valor para sobrellevar las aflicciones y más moderación en los deseos. De ahí también que se aleje de la idea de suicidio, por cuanto la ciencia espírita enseña que con éste siempre se pierde lo que se quería ganar.

La certeza de un porvenir que depende de nosotros sea venturoso, la posibilidad de establecer relaciones con seres que nos son queridos, ofrecen al espírita una suprema consolación. Su horizonte se amplía hasta lo infinito por el espectáculo incesante que se le ofrece de la vida de ultratumba, cuyos misteriosos hondones puede él sondear. Y el tercer efecto de las ideas espíritas consiste en suscitar la indulgencia para con los defectos ajenos. No obstante, hay que decirlo con claridad, el principio egoísta y cuanto de él deriva son lo que hay de más tenaz en el hombre y, por consiguiente, más difícil de desarraigar. De buen grado se realizan sacrificios con tal que no cuesten nada y, sobre todo, no priven a uno de cosa alguna. El dinero tiene aún para la mayoría un irresistible atractivo, y muy pocos entienden el significado de la palabra “superfluo” cuando se trata de su propia persona. De ahí que la renuncia de la personalidad sea el más eminente signo de progreso.”


- Tomado de " El Libro de los Espíritus "

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