Cristianos eminentes, en diferentes escuelas del Evangelio, aseveran en la actualidad que el problema de la obsesión habría nacido en el culto de la mediumnidad, a la luz de la doctrina Espírita, cuando la doctrina Espírita es el recurso para la supresión del flagelo.
Manchan a los médiums, hacen sarcasmo, condenan la psicoterapia a favor de los desencarnados y, a veces, alcanzan el disparate de afirmar que la práctica de la mediumnidad establece la locura.
Se olvidan, mientras tanto, de que la vida de Jesús, en la Tierra, fue una batalla constante y silenciosa contra obsesiones, obsesados y obsesores.
El combate comienza en la alborada del apostolado divino.
Después de la resplandeciente consagración en el pesebre, el Maestro encuentra al primer gran obsesado en la -persona de Herodes, que decreta la matanza de niños, con el objetivo de aniquilarlo.
Más tarde, Juan Bautista, el compañero de elección que viene al mundo a secundarle la obra sublime, sucumbe degollado, en plena conspiración de agentes de la sombra.
Obsesores crueles no vacilan en buscarlo, en las oraciones del desierto, verificándole los valores del sentimiento.
A cada paso, sorprende a Espíritus infelices adueñándose de médiums desorientados. El testimonio de los apóstoles es sobradamente inequívoco.
Relata Mateo que los obsesados gírasenos llegaban a ser feroces; Marcos se refiere al obsesado de Cafarnaum, de quien desventurado obsesor se retira clamando contra el Señor a grandes voces; Lucas narra el episodio en que Jesús realiza la cura de un joven lunático, del cual se aparta el perseguidor invisible, después de arrojar al enfermo al suelo, en convulsiones epilépticas; Juan se refiere a israelitas positivamente obsesados, que apedrean al Cristo, sin motivo, en la llamada Fiesta de la Dedicación.
Entre los que le comulgan el camino, surgen obsesiones y psicosis diversas.
María de Magdala, que se haría la mensajera de la resurrección, fuera víctima de entidades perversas.
Pedro sufría de obsesión periódica.
Judas era enceguecido en obsesiones fulminantes. Caifás se mostraba paranoico.
Pilatos tenía crisis de miedo.
En el día de la crucifixión, vemos al Señor rodeado por obsesores de todos los tipos, hasta el punto de ser considerado, por la multitud, inferior a Barrabás, malhechos y obsesor vulgar.
Y por último, como si quisiese deliberadamente damos preciosa lección de caridad para con los alienados mentales, declarados o no, que abundan en el mundo, el divino Amigo prefiere partir de la Tierra en la intimidad de dos ladrones, que la Ciencia de hoy clasificaría de cleptomaníacos pertinaces.
En vista de eso, ante los escarnecedores de todos los tiempos, eduquemos la mediumnidad en la Doctrina Espírita, porque sólo la doctrina Espírita es luz bastante fuerte, en nombre del Señor, para aclarar la razón, cuando la mente se extravía, desgobernada, bajo la fascinación de las tinieblas.
-Merchita-
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