sábado, 12 de febrero de 2022

Poseídos

   INQUIETUDES  ESPÍRITAS

1.- Las Leyes que nos gobiernan  ( 2 )

2.- Una viuda de Malabar

3.- Nuestro decálogo

4- Poseídos



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  LAS LEYES QUE NOS GOBIERNAN (2 )

Hablaremos hoy sobre la segunda gran ley que rige el funcionamiento del Universo y que no es otra que la del progreso. Recordemos que junto a la de causa y efecto constituyen el eje fundamental alrededor del que todo gira, incluido por supuesto, la vida humana.

Podemos afirmar que la ley del progreso es un precepto establecido por Dios que empuja al crecimiento y a la evolución de todos los seres creados por Él. Refiriéndonos más en concreto al ser humano, decimos que es el impulso que reside en el espíritu de la persona y que le anima hacia el progreso, hacia su evolución. Se trata pues de un camino que tiene un inicio y un final, como cualquier otro trayecto que emprendiéramos.

¿Dónde podríamos situar la línea de salida de este largo viaje? En aquel lejano día en que por voluntad del Creador, fuimos lanzados como espíritus simples e ignorantes a un mundo primitivo. En esa fecha, perdida entre las brumas del tiempo, dimos comienzo a nuestra singladura a través del océano del conocimiento y de la moral.

En efecto, he empleado estos dos últimos términos con la intención de argumentar las dos grandes líneas que marcan ese infinito peregrinaje. Desde aquella natural sencillez en la que surgimos, se observan un par de renglones que a veces caminan parejos y otras descompasados y que hacen referencia, por un lado, al camino del discernimiento y por otro, a la senda moral. Nada establece que deban dibujarse de forma semejante quedando el boceto de los trazos a voluntad del artista. Cualquier espectador que prestara un mínimo de atención comprobaría cómo ese croquis de la vida tan solo depende del libre albedrío de cada cual y del peso de sus decisiones. Como la ley del progreso interactúa constantemente con la de causa y efecto, confirmamos que  desde los primeros instantes, nuestras acciones van generando un efecto  acumulativo, de modo que las determinaciones iniciales acarrean una serie de  consecuencias en uno u otro sentido empujándonos a enfrentarnos a uno u otro tipo de coyunturas y así sucesivamente.

Parece complicado pero no lo es. Sería como iniciar una andadura ilimitada donde cada uno pone el ritmo que le conviene, nadie te impone la velocidad de tus pasos, unos van más lentos, otros más rápidos y en el peor de los casos, algunos se estancan y se detienen para tomar aire ya que ese peregrinaje supone un gran esfuerzo. Pero de nuevo y guiados por lo más profundo de su inconsciente, el impulso hacia delante surge de nuevo e impele al sujeto a reanudar su marcha evolutiva. ¿Es que acaso no vemos cómo el estímulo al crecimiento es la directriz que empuja a cualquier forma de vida inteligente? ¿No buscan las plantas la luz para completar su fotosíntesis? ¿No se lanzan los inocentes pajarillos a surcar el espacio con sus incipientes alas a pesar del riesgo que supone para ellos? La tendencia a volar que presentan esas aves no es más que una manifestación evidente de su instinto hacia el progreso. ¿Por qué nosotros, espíritus dotados de razón y de libertad, no íbamos a sentir también esa llamada hacia la evolución? Los ciclos constantes de la Naturaleza no hacen distinciones con ninguna de las criaturas que habitan en ella. El ser humano no iba a ser la excepción.

Aunque partimos desde un mismo lugar, rápidamente el espíritu (unido a un cuerpo), se da cuenta de que aunque el camino sea único, este debe recorrerse de dos formas o perspectivas.

Por una parte, contamos con el progreso intelectual, aquel que nos empuja a crecer desde el punto de vista del conocimiento. Gutenberg cuando concibió la imprenta o Newton cuando descubrió la ley de la gravedad, son claros ejemplos de los saltos que la humanidad experimenta cuando el impulso del saber remueve el espíritu que todos llevamos dentro y nos arrastra a hallazgos reveladores que nos abren la puerta a la transformación de la inteligencia. También el bebé que logra erguirse por primera vez y aprende a explorar el mundo a través de sus propios pasos repite el mismo proceso, aunque en otra escala.

Por otra, tenemos la evolución moral, aquella que se realiza desde un punto de vista ético. El espíritu es creado libre y desde el origen sabe que tiene que elegir, conoce de la dualidad que gobierna la vida del hombre y así como entiende de la existencia del día y de la noche, advierte que hay decisiones que le llevan al abismo y otras que le acercan a la “luz”. La conciencia que todos portamos dentro, expresión máxima de la perfección divina del Creador, hace que sepamos dilucidar entre el bien y el mal, que intuyamos acerca de los actos que nos empujan hacia la armonía y de aquellos otros que tan solo retrasan o impiden nuestra evolución. El médico que atiende al paciente en la mesa de operaciones precisa de un saber que el estudio y la práctica le han proporcionado (progreso del conocimiento) pero de nada le serviría este si no contara con la voluntad decidida de ayudar al semejante, de hacer el bien y salvar la vida del ser que está entre sus manos (progreso moral).

Ambos impulsos caminan de la mano pero esto no implica que los dos se muevan a la misma velocidad. De ser así, difícilmente se explicaría cómo la inteligencia a veces se pone al servicio del mal o cómo personas de una bondad radiante a veces muestran un exiguo nivel de conocimientos. En la Historia, abundan los ejemplos al respecto.

Sin embargo y aun dentro de nuestra capacidad de elección, pienso que no debemos entender el crecimiento intelectual como una mera acumulación de datos al estilo de un viejo libro lleno de principios inaplicables. El principal estudio del hombre ha de residir en “conocer” exactamente quién es y para qué está aquí, en otras palabras, en comprender el sentido de la vida, máxima aspiración humana sintetizada a la perfección en el principio socrático del “conócete a ti mismo”. Por último, en cuanto al avance moral, parece que Dios se ha “empeñado” en enviar a la Tierra cada cierto tiempo a “guías o   preceptores”, cuya única misión en sus existencias ha sido la de aclarar  a los hombres cuál era el camino para alcanzar el crecimiento ético y entre los  cuales descuella aquel que dividió nuestra era en un antes y un después: Jesús (suprema ejemplificación del amor divino).

Para terminar y por si a alguien le resta alguna duda, si voy transitando por una ribera y alguien me pide auxilio porque se está ahogando en el río, es posible que resulte satisfactorio pensar en las consecuencias de lanzarme al agua para salvar a esa persona (senda intelectual) pero seguro que resultará más práctico arrojarme a ella y finalmente, apelando a los sentimientos del corazón, socorrerla y rescatarla (senda moral). Procuremos que en nuestro caso, razón y corazón vayan juntos de la mano y sonriéndose la una al otro.

- Jose Manuel Fernández - (Psicólogo, escritor y poeta)

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                   Una viuda de Malabar 

                                                             Allan Kardec 


Teníamos el deseo de interrogar a una de esas mujeres de la India que, según sus costumbres, se queman sobre el cadáver de su marido. Al no conocer a ninguna, habíamos pedido a san Luis si consentiría en enviarnos a una que estuviera en condiciones de responder a nuestras preguntas de una manera satisfactoria. Él nos contestó que lo haría de buen grado dentro de algún tiempo. En la sesión de la Sociedad del 2 de noviembre de 1858, el Sr. Adrien – médium vidente – vio a una de ellas dispuesta a hablar, y de la cual hizo la siguiente descripción: 

Ojos grandes y negros, con tono amarillento en el blanco del ojo; rostro redondeado, mejillas rollizas y gordas; piel amarilla azafrán tostado; pestañas largas, cejas arqueadas y negras; nariz un poco grande y ligeramente achatada; boca grande y sensual; dientes bonitos, grandes y derechos; cabellos lacios, abundantes, negros y espesos de grasa. Cuerpo bastante grande, rechoncho y gordo. Pañuelos de seda la envolvían, dejándole la mitad del pecho desnudo. Pulseras en los brazos y en las piernas. 

1. ¿Recordáis aproximadamente en qué época vivíais en la India y dónde habéis sido quemada sobre el cadáver de vuestro marido? 
– Resp. Ella hace señas que no lo recordaba. – San Luis responde que fue hace alrededor de cien años. 

2. ¿Recordáis el nombre que teníais? 
– Resp. Fátima. 

3. ¿Qué religión profesabais? 
– Resp. La mahometana. 

4. Pero el mahometismo no ordena tales sacrificios. 
– Resp. He nacido musulmana, pero mi marido era de la religión de Brahma. Yo he tenido que conformarme con las costumbres del país en que habitaba. Allí las mujeres no son dueñas de sí mismas. 

5. ¿Qué edad teníais cuando hubisteis muerto? 
– Resp. Creo que tenía alrededor de veinte años. 

Nota – El Sr. Adrien hace observar que ella parece tener al menos de veintiocho a treinta años; pero que en ese país las mujeres envejecen más rápido. 

6. ¿Os habéis sacrificado voluntariamente? 
– Resp. Yo hubiera preferido casarme con otro. Reflexionad bien y comprenderéis que todas nosotras pensamos de la misma manera. He seguido la costumbre; pero en el fondo hubiese preferido no hacerlo. Por varios días esperé otro marido, pero nadie vino; entonces obedecí a la ley. 

7. ¿Qué sentimiento ha podido dictar esta ley? 
– Resp. Idea supersticiosa. Imaginan que al quemarnos agradan más a la Divinidad; que rescatamos las faltas de aquel que perdimos y que vamos a ayudarlo a vivir feliz en el otro mundo. 

8. ¿Aprobaba vuestro marido este sacrificio? 
– Resp. Nunca procuré volver a ver a mi marido. 

9. ¿Hay mujeres que se sacrifican así con agrado? 
– Resp. Muy pocas; una entre mil, y aún así, en el fondo, ellas no desearían hacerlo. 

10. ¿Qué os ha sucedido en el momento en que la vida corporal se extinguió? 
– Resp. Turbación; he sentido como una nebulosidad, y luego no sé lo que pasó. Mis ideas no se aclararon sino después de mucho tiempo. Iba a todas partes, y sin embargo no veía bien; e inclusive ahora no estoy completamente esclarecida; todavía tengo que pasar por muchas encarnaciones para elevarme; pero no me quemaré más… No veo la necesidad de ser quemada, de ser arrojada en el medio de las llamas para elevarme…, sobre todo por faltas que no he cometido; por otra parte, eso no me ha sido valorado… Además, yo no he buscado serlo. Me haríais un favor al orar un poco por mí, porque comprendo que no hay como la oración para soportar con coraje las pruebas que nos son enviadas… ¡Ah! ¡Si yo tuviese fe! 

11. Pedís que oremos por vos, pero somos cristianos; ¿podrían agradaros nuestras oraciones? 
– Resp. Sólo hay un Dios para todos los hombres


Nota – En varias sesiones siguientes la misma mujer ha sido vista entre los Espíritus que la asistían. Ella ha dicho que venía para instruirse. Parece que fue sensible al interés que le fue demostrado, porque nos ha seguido varias veces en otras reuniones e incluso hasta en la calle. 

Allan Kardec 
Revista Espirita 1858

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                                 NUESTRO DECÁLOGO
André Luiz

Guardaremos nuestra conciencia fiel a Dios, por encima de todo.
Tomaremos a Jesús por Maestro constante, siguiéndole los pasos..
No cambiaremos valores eternos por futilidades del camino.
Honraremos a nuestros antepasados con el desempeño de nuestras obligaciones, a fin de que el Señor nos bendiga.
Respetaremos el cuerpo como vaso sagrado en el que se expresará la Voluntad Divina.
No esperaremos a los demás en la ejecución de buenas obras..
No mataremos sino el mal que todavía se enraíza dentro de nosotros.
Distribuiremos la verdad con amor de modo que no  lastimemos a otros.
No copiaremos del prójimo, sino la santidad y el carácter cristiano.
Procuraremos el bien a través de todas las personas y circunstancias del pensamiento vuelto a Jesús, hoy y siempre.

FRANCISCO CÂNDIDO XAVIER
EMMANUEL  Y ANDRÉ LUIZ

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                                                POSEÍDOS


473 – ¿Puede un Espíritu revestir momentáneamente la  envoltura de una persona viva, es decir, introducirse en un cuerpo animado y obrar en lugar del que en él está encarnado?

– El Espíritu no penetra en un cuerpo como se entra en una casa. Se asimila por afinidad con un Espíritu encarnado que tiene los mismos defectos y las mismas cualidades para actuar conjuntamente.
Pero siempre es el Espíritu encarnado que obra como quiere sobre la materia de que está revestido. Un Espíritu no puede sustituir al que está encarnado, porque el Espíritu y el cuerpo están ligados hasta el tiempo señalado para el término de la existencia material.

474 – Si no hay posesión propiamente dicha, es decir, cohabitación de los dos Espíritus en un mismo cuerpo, ¿puede el alma estar bajo la dependencia de otro Espíritu, de modo que esté subyugada u obsesada hasta el punto de hallarse su voluntad paralizada en cierto modo?

– Sí, y estos son los verdaderos poseídos. Pero, entiende que semejante dominación nunca tiene lugar sin participación del que la soporta, ya por su debilidad, ya por su deseo. Con frecuencia, se han tomado por poseídos a epilépticos o a locos que más necesitaban
médicos que exorcismos.
La palabra poseído, en su acepción vulgar, supone la existencia de demonios, es decir, de una categoría de seres de mala naturaleza, y la cohabitación de uno de esos seres con el alma en el cuerpo de un individuo.
Puesto que en ese sentido no hay demonios y que dos Espíritus no pueden habitar simultáneamente el mismo cuerpo, no existen poseídos según el sentido dado a esa palabra. La voz poseído no debe entenderse sino como la dependencia absoluta en que puede encontrarse el alma con relación a Espíritus imperfectos que la subyugan.

475 – ¿Puede uno por sí mismo alejar a los malos Espíritus y emanciparse de su dominación?

– Siempre se puede sacudir el yugo, cuando se tiene firmeza de voluntad.

476 – ¿No puede acontecer que la fascinación que ejerce el Espíritu malo sea tal, que la persona subyugada no la perciba? ¿Puede entonces una tercera persona poner término a la sujeción? En este caso, ¿ qué condiciones debe reunir?

– Si es un hombre de bien, su voluntad puede ayudar, apelando al concurso de los Espíritus buenos, porque cuanto más hombre de bien se es, mayor poder se tiene sobre los Espíritus imperfectos para alejarlos y sobre los Espíritus buenos para atraerlos. No obstante, sería incapaz, si el que está subyugado no consiente en ello. Existen personas que se alegran con una dependencia que agrada sus gustos y sus deseos. En todos los casos aquel que no es puro de corazón, ninguna influencia puede tener; los buenos Espíritus le abandonan y
los malos no le temen.

LIBRO DE LOS ESPÍRITUS. ALLAN KARDEC.

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