sábado, 25 de julio de 2015

El mal sí existe


    LOS ESTUDIOS BÍBLICOS Y EL                                         ESPIRITISMO
       

Los estudios bíblicos se procesan en el mundo en dos direcciones diversas:  Está el estudio normativo de los institutos religiosos, ligados a las varias iglesias, que siguen las reglas de hermenéutica y la orientación de pesquisas de estas iglesias; y está el estudio libre de los institutos universitarios independientes, que siguen los principios de la investigación científica y de la interpretación histórica. El Espiritismo no se prende a ninguno de los dos sistemas, pues su postura es intermedia. Reconociendo el contenido espiritual de la Biblia, el Espiritismo la estudia a la luz de sus propios principios, en armonía con los métodos de la antropología cultural y de los estudios históricos.
Solamente a las religiones dogmáticas, que se presentan como vías exclusivas de salvación, interesa el viejo concepto de la Biblia como palabra de Dios. Primero, porque ese concepto impide la investigación libre. Considerada como palabra de Dios, la Biblia es indiscutible, debe ser aceptada literalmente o conforme a la “interpretación autorizada de la iglesia”. Por eso las iglesias siempre se presentan como “autoridad única en la interpretación de la Biblia”. Segundo, porque esa postura corresponde a los tiempos mitológicos, al pensamiento mágico, y no a la era de la razón en que vivimos.
Hemos visto rápidamente las contradicciones insubsanables en que se hunden los hermeneutas religiosos. Se ven obligados a peligrosos malabarismos del raciocinio, apoyados en fórmulas prefabricadas, para zafarse de las contradicciones del texto. Pero no escapan jamás a la contradicción fundamental, que es esta: consideran la Biblia como la palabra de Dios, pero establecen, para su interpretación, reglas humanas. De esa manera, es el hombre quien hace a Dios decir lo que le interesa.


-Erik Campe-

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EL PODER DE LA CONCENTRACION 


El pensamiento es el producto de la mente, siendo la energía emitida por ésta. Esa energía es fuerza, que ha sido catalogada y medida científicamente. Si la fuerza del pensamiento es usada correcta o indebidamente, la primera puede ser catalogada como buena, y la otra como no buena. En algunos casos la no buena se torna maligna.
La voluntad gobierna la naturaleza de los pensamientos emitidos por la mente y decide si los mismos han de ser constructivos o destructivos y las reacciones emocionales positivas o negativas. La voluntad, además, gobierna la intensidad del pensamiento si se entrena adecuadamente, determinando si dicha intensidad ha de ser alta o baja. Asimismo, la fuerza de voluntad determina si las emociones han de ser saludables o debilitantes. Tú mismo puedes generar la energía curativa o al contrario, sumirte en una peligrosa depresión.
Yo siempre recuerdo a Charles Atlas, que mediante su gran fuerza de voluntad se reconstruyó él mismo, desde ser un enclenque lánguido y enfermizo hasta ser el hombre más fuerte del mundo (había algo de propaganda comercial) y arrastrar una locomotora. Yo lo veía retratado en cuanta revista hay, pues siempre me ha encantado leer. Registró su método como Tensión Dinámica.
Bien. Para lograr el control mental (y hasta el desarrollo de bellas facultades mediúmnicas o mentales, que no es lo mismo) es necesario ejercitar y practicar frecuentemente la concentración, en un ambiente de quietud y relajación. Es una condición -sine qua non- receptiva de la mente el que el cuerpo esté relajado, sin tensiones y en paz. No dude de su mente. Lo que ésta necesita es quietud (se puede escuchar músca suave) o sonidos de la naturaleza, una actitud de gran expentativa y algo de fe (que no es fácil de conseguir, según el prócer y orador espiritista Don Rosendo Matienzo Cintrón, de Puerto Rico.
Entrar en "el umbral del silencio" es una agradable aventura mental. Hay otros umbrales que se mencionan y que hay que analizar cuidadosamente antes de repetir la palabra). No debe haber la sensación de que se está desperdiciando el tiempo o de la atención necesaria: que nada pueda alterar los beneficios del silencio. Tan sólo unos minutos diarios de meditación pueden lograr maravillas, en la erradicación de problemas mentales existentes o en ciernes. La meditación es una especie de oración no leída que conducirá al poderse concentrar adecuadamente. Inclinar la cabeza o colocarse los dedos en el entrecejo no es necesario y hasta pueden ser indicio de ocultar rictus burlones de los ateos en el grupo.
Las experiencias individuales de una concentración mental exitosa pueden variar, pero si la búsqueda es buena, los resultados serán benéficos. El acto de por sí no puede generar susurros, o voces tenues, o frases definidas. Esto es un beneficio secundario de la meditación-concentración. En caso de que haya un desarrollo sostenido de facultades se pueden apreciar luces o presencias espirituales, además de ser conducido a un modo de acción correcto en problemas que hayas planteado.
"Quédate quieto", dice el Salmo 46:10 y "notarás la presencia de Dios.

- Fernando Mercado -

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                                 EL MAL SÍ EXISTE


Moral Espirita significa Bien Común, y junto a la educación leyendo Los Libros Codificados que se adquiere ADELANTO ESPIRITUAL. 

¿Cómo distinguir lo correcto de lo incorrecto, o como hacer el bien evitando hacer el mal?. La lógica dice que para una persona actuar haciendo el bién debe saber en qué consiste el mal, por lo tanto el que predica con desfachatez que el mal no existe, esta enajenado de la realidad y no ha leído la Codificación Espírita. Y solo cita lo que escribió Allan Kardec en los Libros de la Codificación Espírita, aquello que se acomoda a sus predicas incompletas. 

Pues el Libro de los Espíritus hace alusión al mal y a lo que caracteriza a los Espíritus Impuros en repetidas ocasiones. Solo lea la sección #100 en adelante para percatarse como se clasifican los Espíritus Impuros para darse cuenta que la maldad y el mal si esta en nuestra Codificación Espírita y es necesario identificar un mal comportamiento para poder identificar los Espíritus Imperfectos. ¿Cómo puede un espíritu encarnado adelantar su Espíritus si no puede distinguir el bien del mal, y para poder hacer esa distinción, el Mal Existe y se manifiesta en todo momento que puede. 

El Libro de Los Espíritus de Allan Kardec nos dice lo siguiente: 

97.¿Hay entre los Espíritus un número determinado de órdenes o grado de perfección? 
- Su número es ilimitado, porque no existe entre tales órdenes una línea de demarcación trazada como una barrera, de manera que es posible multiplicar o restringir a voluntad las divisiones. Con todo, si se consideran los caracteres generales, se puede reducir la cantidad a tres órdenes principales. 
Es posible ubicar en la primera categoría a aquellos que han llegado a la perfección: los Espíritus Puros. Los del segundo orden han alcanzado la mitad de la escala: la preocupación de éstos es el deseo del bien. Los del último grado se hallan aún en lo bajo de la escala: son los Espíritus imperfectos. Se caracterizan por la ignorancia, el deseo del mal y todas las malas pasiones que retrasan su desarrollo. 

99.Los Espíritus del tercer orden, ¿son todos esencialmente malvados? 
- No, los hay que no hacen ni bien ni mal. Otros, por el contrario, se complacen en el mal y se hallan satisfechos cuando encuentran ocasión de practicarlo. Están, después, los Espíritus frívolos o traviesos, más revoltosos que ruines, que disfrutan más bien con los enredos que con la maldad y encuentran placer en engañar y causar pequeñas contrariedades, las que los divierte. Por regla general, los Espíritus admiten tres categorías principales u otras tantas grandes divisiones. En la última, la que está al pie de la escala, se hallan los Espíritus imperfectos, caracterizados por el predominio de la materia sobre el espíritu y la tendencia al mal. Los de la segunda, en cambio, se distinguen por el predominio del espíritu sobre la materia y por el deseo de realizar el bien: éstos son los Espíritus buenos. Y la primera comprende a los Espíritus puros, aquellos que han alcanzado el grado supremo de la perfección. 

102. Décima clase: Espíritus impuros.- Son propensos al mal y éste constituye el objeto de sus preocupaciones. En cuanto Espíritus, dan consejos pérfidos, alientan la discordia y la desconfianza y adoptan todos los disfraces para engañar mejor. Se apegan a las personas de carácter lo bastante débil para ceder a sus sugestiones, y hacen esto a fin de empujarlas hacia su perdición, satisfechos de poder retrasar su progreso haciéndolas sucumbir ante las pruebas que sufren. Durante las comunicaciones se les reconoce por su lenguaje: trivialidad y grosería de las expresiones, tanto entre los Espíritus como entre los hombres, denotan siempre inferioridad moral, si no intelectiva. Sus comunicaciones denuncian la bajeza de sus inclinaciones, y si quieren inducir a engaño expresándose de una manera sensata no pueden prolongar mucho tiempo su comedia y terminan siempre por dejar traslucir su origen. Algunos pueblos han hecho de ellos sus divinidades maléficas y otros los designan con los nombres de demonios, genios malos o Espíritus del mal. 
Los seres vivientes a quienes animan, cuando se han encarnado, son propensos a cuantos vicios engendran las pasiones viles y degradantes: sensualidad y crueldad, bellaquería e hipocresía, avidez y sórdida avaricia. Practican el mal por el mero placer de hacerlo, casi siempre sin motivos para ello, y por odio al bien escogen las más de las veces a sus víctimas entre las personas honradas. Son plagas para la humanidad, sea cual fuere su clase social a que pertenezcan, y su barniz de civilizados no les exime del oprobio y la ignominia. 

No hay ninguna duda de la existencia del Bien y el Mal. El hecho de que el diablo ni Satanás existan no elimina la posibilidad del Mal a través de los Espíritus Impuros. 

El Bien y el Mal... 

No hay tal guerra entre el Diablo y Dios, no se trata de eso. Solo los religiosos definen el Bien y el Mal, como una guerra entre un ángel caído que se rebeló, y que quiso ser igual a Dios y en contra de lo establecido por Dios. Falso de toda falsedad. Pues el plan de Dios a la humanidad no fue ilustrar el concepto del bien y el mal como una lucha sin lógica. Dios es todo poderoso y no necesita sustentar su deidad con una figura maligna como la del Diablo o Satanás o la existencia del Infierno donde el castigo eterno de los malos no tiene una puerta al arrepentimiento. Sería como encontrar una falla al plan perfecto de Dios. 

Pero es el concepto del que es parte del plan divino, y está expuesto en el Libro de los Espíritus como parte de la Ley Divina o Natural de Dios. Porque encarnamos con el propósito supremo de hacer el bien y no hacer lo malo. Dios nunca contemplo que el mal fuera parte del plan divino. Pero los hombres fueron los que motivados por sus orgullos y egoísmos lograron que el mal existiera. El hombre es desdichado porque se ha apartado de ello haciendo el mal. 

Esta reflexión tiene el propósito de que podamos entender el plan de Dios hacia la humanidad para lograr su progreso, y esto se hará solo cuando el hombre se disponga hacer el bien, pero hacer el bien común que es la moral que Jesús nos enseñó. 

- Frank Montañez-

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CUESTIÓN DE ÉTICA Y VANIDAD DE VANIDADES

J. Herculano Pires 



Sin la observación activa y vigilante de los principios éticos que lo conforman, ningún movimiento cultural puede subsistir, pues estaría minado en sus bases por la irresponsabilidad de los adeptos. Lo que se evidenció, en el caso de la adulteración, en este caso de modo amenazador e incluso arrasador, fue el estado de alienación en que cayó la comunidad espírita en lo concerniente a sus responsabilidades doctrinarias. Este no es un problema superficial, que podamos simplemente ignorar. Es un problema de la más alta gravedad para todas las organizaciones humanas. Lo que la ética espírita nos enseña es que no debemos confundir el error con quien lo cometió. Ese es el principio superior de la ética. Perdonamos al autor o autores del error, pero no podemos tolerar el error. Éste ha de ser corregido. Y los autores que no dieron muestras de sensibilidad suficiente para culparse deben ser corregidos, so pena de estimularles al error y crear en el medio doctrinario un clima de indignidad general.

Chico Xavier nos dio una prueba elocuente de ese procedimiento. Mezclado indebidamente en el caso de la adulteración, por haber sugerido una modificación en la traducción que le parecía embarazosa, se sintió responsable del crimen y asumió al momento su responsabilidad total. Una vez que pasó el estado emocional que le confundió, al tomar conciencia de la distancia que había entre su sugerencia y la intención de los adulteradores, condenó públicamente la desfiguración de los textos de Kardec y rectificó su postura. Jamás él podría haber pensado en admitir la adulteración, pues con eso negaría todo su pasado de cerca de medio siglo de fidelidad y respeto absoluto a Kardec.

El ejemplo de desfiguración del Cristianismo es suficiente para mostrarnos los peligros a que estuvimos expuestos.

Esa desfiguración fue tan profunda que llevó a las iglesias a transformar a Jesús en un mito y promover persecuciones y matanzas vandálicas en nombre del Maestro y de Dios. ¿No es suficiente ese terrible ejemplo histórico, esa catástrofe moral que redundó en la expansión del ateísmo y del materialismo en la Tierra, para advertir a los espíritas, que se sitúan bajo el ábside del Espíritu de la Verdad, en cuanto al peligro de la flaqueza moral en el campo doctrinario? ¿Queremos, por comodidad y en nombre de intereses jerárquicos, dejar que la irresponsabilidad deforme también el Cristianismo Renacido que el Espiritismo nos trajo, sumergiendo nuevamente a la Tierra en milenios de tinieblas? Si no luchamos por la intangibilidad y la pureza de la Doctrina, ¿qué es lo que deseamos divulgar, ofrecer, enseñar a los otros, personalmente y a través de nuestras instituciones? ¿Nuestras ideas imprecisas y muchas veces absurdas, nuestras pretensiones orgullosas, la pseudo sabiduría de nuestra vanidad, nuestras lamentables deficiencias en todos los sentidos?

Los pretendidos reformadores de Kardec ni siquiera conocían su obra, no habían penetrado aún en el conocimiento de la armoniosa estructura doctrinaria y con eso no revelan sino una mínima condición cultural, intelectual y espiritual para sus tentativas de superación doctrinaria. Sólo las criaturas simples, ingenuas, ignorantes o fascinadas por su propia vanidad, por la obtusidad de su auto-suficiencia, aceptan y propagan las falsas teorías elaboradas por esos adoradores de sí mismos, incapaces de un mínimo de auto-crítica. Cual enjambres, en el mundo crean apóstoles de la mentira y de la ilusión por todas partes, pues la vanidad humana se alimenta siempre de la pretensión inconmensurable de superioridad, en un planeta de pruebas y expiaciones en que somos criaturas inferiores, extremadamente necesitadas de las enseñanzas que rechazamos.

Es preciso que por lo menos ese provecho nos quede del episodio de la adulteración, en el que tantas almas felinas se quitaron la piel de oveja para revelar su verdadera condición. Es preciso que aprendamos a respetar la doctrina espírita como una dádiva celeste que Jesús nos prometió y nos envió en la hora justa, en el momento en que nuestro pobre mundo se preparaba para un avance decisivo en la superación de sus condiciones de indigente del Cosmos. ¿Quien tiene autoridad para corregir a Jesús, Kardec y al Espíritu de la Verdad entre nosotros? ¿Cuál es el misionero de sabiduría infusa que apareció en la tierra para probarnos que las enseñanzas del Evangelio proclamadas por el Espiritismo deben ser sustituidas por fábulas (como dice el Apóstol Pablo) forjadas por éste o aquel individuo fantoche o pretencioso?

El avance de las ciencias y de la cultura general en nuestro siglo nada más hicieron hasta ahora que confirmar, sin saberlo, los principios fundamentales de la Doctrina Espírita. ¿Dónde está el punto en que la Doctrina fue superada por las concepciones contemporáneas? Si tuviésemos hoy en la Tierra un misionero divino capaz de abrir nuevas perspectivas en el campo doctrinario, la primera cosa que haría, y que le legitimaría a los ojos de las personas de sentido común, sería empuñar de nuevo el látigo del Mesías para expulsar a los vendedores del Templo.

No podemos ser tan necios al punto de relegar al archivo del pasado esa doctrina que anticipó toda la evolución actual del saber humano en nuestro tiempo, sólo porque algunos pretenciosos reclaman vanidosamente el derecho de reformar la Doctrina en nombre del progreso. El progreso no es deformación, pero sí perfeccionamiento. ¿Y dónde está aquella teoría, aquella doctrina, aquella sabiduría que se sobrepone a que lo que el Espiritismo nos ofrece?

Que el episodio negro de la adulteración nos sirva para mostrar a qué situaciones ridículas e insostenibles pueden llevarnos la falta de vigilancia y de humildad, de oración y de estudio. Precisamos estudiar a Kardec intensamente, asimilar las enseñanzas de las obras básicas, de sumergirnos en las páginas de oro de “La Revista Espírita“, no tan sólo leerlas, pero si meditarlas, profundizando en ellas, redescubrir todo el tesoro de experiencias, ejemplos, enseñanzas y moralidad que Kardec nos dejó. Pero antes de nada precisamos de humildad para entrar en el templo de la Verdad sin la fatua arrogancia de pigmeos que se juzgan gigantes. 

Precisamos respeto por el trabajo de un hombre que vivió en la Tierra atento a la cultura humana, sirviéndose de ella para después entregarse a la más pesada misión de librarnos de la ignorancia vanidosa y de las tinieblas de las falsas doctrinas de hombres ignorantes y orgullosos.

Al extender las manos para reformar un libro doctrinario debemos preguntarnos a nosotros mismos cual es nuestra intención, nuestro estado íntimo. Porque, si no hacemos eso con respeto y humildad, podremos caer en la trampa de las adulteraciones, que está siempre abierta a nuestros pies inseguros. Y no tengamos dudas de que la omisión, en asuntos de tan profunda gravedad, que se refiere a nuestro propio destino y al destino del mundo, es un crimen de complicidad. Las personas, las instituciones, las publicaciones que no se pronunciaron en la hora crucial de la adulteración incurrieron irremediablemente en la participación del crimen, inscribieron sus nombres en la lista de los que participaron por omisión. Quien asume responsabilidades de divulgación y orientación en el campo doctrinario no puede esconder la cabeza en la arena cuando la tempestad ruge. Esa imperdonable cobardía es siempre señalada con la marca inolvidable de Caín. En cualquier sector de las actividades humanas la fidelidad a las normas y principios es un deber indeclinable de todos. ¿Qué extraño motivo eludiría a los espíritas, integrados en el más alto sector de esas actividades, el de la propagación y sostenimiento de la Verdad, de la pesada responsabilidad que hablaba León Denis?

Seríamos locos e ingenuos si pensásemos que en el Espiritismo estamos con las manos libres, sin la obligación explícita y el deber inalienable de respetarlo y defenderlo.

Aunque no tenemos la intención de herir a nadie, sabemos que son duras estas explicaciones que no son nuestras, pero sí del propio Cristo, cuando recordó a los fariseos que el hecho de saber la verdad les condenaba, porque en su lugar enseñaban y sostenían la mentira. Fuimos acusados de intransigentes. ¿Puede alguien transigir con el error sin ser partícipe del error? Fuimos acusados de ortodoxos. Pero la ortodoxia quiere decir “doctrina verdadera” y la heterodoxia, largamente solapada en nuestro medio en nombre de una falsa tolerancia quiere decir “mezcla de doctrinas, confusión de principios, colcha de retales “.

Pero no nos juzgamos puros ni santos y mucho menos sabios. Todos nosotros, que nos reunimos para repeler la adulteración, solo tuvimos en cuenta la pureza, la santidad y la sabiduría de la doctrina que profesamos. Somos nada más que fieles, conscientes de nuestras responsabilidades doctrinarias y contrarios a todas las formas de ultraje al Espiritismo. Y eso ¿por qué?

Porque la Doctrina Espírita es un código del futuro, elaborada para mejorar al hombre y al mundo. No nació del cerebro de un hombre, de una corporación científica o de una escala filosófica, y mucho menos de un colegio de teólogos, pero sí de la realidad natural de los hechos, de los fenómenos rechazados por los materialistas pero hoy aceptados e integrados por ellos mismos en la realidad científica más avanzada. No está constituida por preceptos, normas, dogmas, axiomas, sino por principios o leyes que se sometieron a las investigaciones científicas más rigurosas de laboratorio y en el ámbito del campo científico. Estas investigaciones no son sólo las de Kardec, sino las realizadas por científicos eminentes en los medios universitarios de todo el mundo, en general iniciadas con el propósito de negar las conclusiones de Kardec, pero siempre confirmadas. Se trata, pues, de un patrimonio cultural que se formó en la secuencia del desarrollo de la cultura, bien encuadrada en la Historia y en la Teoría del Conocimiento. Podemos incluso decir que las conclusiones de la Doctrina Espírita no son postulados, son hechos. Son los hechos, siempre a disposición de los que pretendan revisarlos, negarlos o incluso contradecirlos, los que constituyen la base del Espiritismo. Delante de un patrimonio cultural tan sólido y hasta hoy invaluable en todas sus dimensiones, ¿cómo podemos admitir que personas o grupos desinformados se atrevan a alterar, modificar, corregir pretenciosamente aquello que no están ni siquiera a la altura de comprender?

Esa es la justificación legítima de nuestra indignación ante el atentado incalificable de la adulteración que se pretendía realizar, trastocando toda la estructura doctrinaria. Era preciso no haber tenido convicción, ni certeza en lo que admitimos, para aceptar con la cabeza agachada, las pretensiones alucinadas de esta o de aquella institución doctrinaria. Tampoco Jesús reaccionó con mansedumbre ante la petulancia de los fariseos vanidosos. Ni tampoco Pablo usó de tolerancia connivente con los que, ya en su tiempo, mancillaban el Cristianismo. Ni Kardec dejó de defender la Doctrina en nombre de un falso concepto de fraternidad, y la defendió con firmeza y energía, empleando las palabras debidas. Las sensitivas que se marchitan al ser tocadas no son flores del jardín espírita. Porque el Espiritismo requiere valentía y franqueza en sus seguidores, el sí, sí y el no, no, del Evangelio, para imponerse a este mundo de ambigüedades y comodidad.

Aquí está, pues, el libro que faltaba en nuestra bibliografía espírita sobre el caso de la adulteración. No es un libro de odio o de resentimiento, pero sí de lealtad y de amor. El amor no es una capa de ilusiones, no debe ocultar el error si no defender y sostener la Verdad, cueste lo que cueste, para el bien de todos, adversarios y compañeros.

Amor y verdad son las dos caras de Dios, que conforman el rostro divino a los ojos de los que saben y pueden encararlo.

Del libro: “Hora De Testimoniar” de Herculano Pires  

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