Amistad y simpatía
En la gradación de los sentimientos humanos, la amistad sincera es el oasis de descanso para el caminante de la vida, en su marcha de perfeccionamiento.
En los asuntos de la Tierra la amistad leal es la más hermosa modalidad del amor fraterno, que santifica los impulsos del corazón durante las luchas más dolorosas e inquietantes de la existencia.
Quien sabe ser amigo verdadero, es siempre el emisario de la ventura y de la paz y se alista en las filas de los discípulos de Jesús mediante la iluminación natural del espíritu que, conquistando las más amplias simpatías entre los encarnados y las Entidades bondadosas de lo Invisible, sabe irradiar por todo su alrededor las vibraciones de los sentimientos purificadores.
Tener amistad es poseer un corazón que ama e ilumina, que comprende y perdona, en las horas más amargas de la vida.
La simpatía y antipatía la debemos entender como sentimientos que tienen sus raíces profundas en el Espíritu, casi siempre y de un modo general, denotan una renovación de sensaciones experimentadas por el Ser, en un pasado culpable y en iguales circunstancias.
Sin embargo, debemos tomar en cuenta que toda antipatía, por más justa que parezca, debe morir a fin de dar lugar a la simpatía que edifica el corazón para el trabajo constructivo y legítimo de la fraternidad.
Sepamos comprender su sublime afecto y transformaremos nuestro ambiente afectivo, en un océano de paz y consolación perennes.
La sociedad familiar tiene sus orígenes sagrados en la esfera espiritual. Con sus lazos se reúnen todos aquellos que se comprometieron, en el Más Allá, para desarrollar en la Tierra una tarea constructiva de real y definitiva fraternidad.
En esa institución divina prevalecen los eslabones del amor, fundidos en las experiencias de otras eras. Sin embargo, ahí acuden también los odios y persecuciones del oscuro pasado a fin de transfundirse en solidaridad fraternal, con miras al futuro.
En las dificultades que se experimentan en común, en los dolores y experiencias cosechados en la misma ruta de evolución redentora, se olvidan las amarguras del pasado lejano, convirtiéndose todos los sentimientos inferiores en expresiones regeneradas y santificadoras.
Una vez purificados los afectos, por encima de los lazos de la sangre, la sagrada institución de la familia se perpetúa en lo Infinito por medio de los vínculos imperecederos del espíritu.
En el mundo espiritual del más Allá las familias espirituales se agrupan asimismo en muchedumbres, y allí prosigue la obra de iluminar y redimir a algunos componentes de los grupos, elementos más rebeldes o estacionarios, que son impelidos por sus compañeros afines a realizar esfuerzos edificantes, en la conquista del amor y la sabiduría.
De una manera natural, todos esos núcleos se van ampliando, conforme se acercan a la comprensión del Omnipotente, hasta alcanzar el luminoso plano de la unificación divina, con las adquisiciones eternas e inalienables de lo Infinito.
Todas las colectividades espirituales se hallan reunidas, en sus características familiares, por las santas afinidades del alma, y cada una tiene su gran mentor en los planos más elevados, de donde dimanan las sustancias eternas del amor y la sabiduría.
Adiestrados, por los impostergables servicios de reconstrucción del mundo, en los tiempos actuales, se hace necesario que mediante el uso de los instrumentos de la mansedumbre, de la justicia y el conocimiento, nos detengamos a reflexionar en régimen de urgencia y en clima de tranquilidad.
La fe que fulgura en el espíritu es nuestra lámpara, que nos señala rumbos.
Los recursos acumulados y las posibilidades se multiplican y constituyen los tesoros para aplicar racionalmente, en la vida actual, los Administradores Espirituales emprendieron un trabajo con nosotros, con el fin de reunirnos, de acercarnos unos a los otros, después de incesantes periodos de disputas infelices, en el área doméstica…
Ya no disponemos de tiempo para futilidades ni ilusiones. Es necesario que lidiemos con los Espíritus resolutos para la tarea que hemos venido a realizar y los deberes que nos aguardan dentro de ella.
Prometimos actuar en profundidad, y hacerlo al lado de Jesús hasta el fin de la jornada. Es una realización en la que nos liberaremos de las conjunciones karmicas infelices, adquiriendo alas para mayores vuelos en dirección de las inefables cimas de la Vida.
En la familias hay mucho por hacer, y que de ser hecho. Conscientes de las propias responsabilidades no esperemos demasiado por la transformación exterior, más mancomunemos esfuerzos para el aprimoramiento interior.
Estamos en el lugar apropiado, al lado de las personas correctas, viendo con aquellos que son los mejores elementos para la ejecución de un programa.
Bajo pretexto de nuevas experiencias o fascinados por la utopía de nuevas emociones, no perturbemos el culto de los deberes a que nos vinculamos con fidelidad.
Procuremos ser lámpara donde arda la llama del bien, ofreciendo, también, el aceite de nuestros esfuerzos reunidos a beneficio de la intensidad de la luz.
Aclimatados a la atmósfera del Evangelio, respiraremos el ideal de la creencia…
La familia es bendita escuela de educación moral y espiritual, una oficina santificante donde se tallan caracteres, un laboratorio superior en el que se caldean sentimientos, se estructuran aspiraciones, refinan ideales, y donde antiguas heridas se transforman en posibilidades preciosas para la elaboración de deberes edificantes.Trabajo realizado por Merchita
Extraído del libro el “El Consolador que Prometió Jesús” de Francisco Candido Xavier
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