Los días actuales son de turbación y transición, la fe religiosa se entibia y las grandes líneas de la filosofía del porvenir son vislumbradas por muy pocos.
Es cierto que se han conseguido grandes progresos, la civilización moderna, prevista de grandes medios, ha transformado la faz de la Tierra, las distancias se han suprimido, y esto ha aproximado a los habitantes, todo se ha mejorado, los derechos han remplazado al privilegio y la libertad triunfa sobre el espíritu de rutina y el principio de la autoridad. Una gran batalla se mantiene entre el pasado, que no quiere morir y el porvenir, que se esfuerza por surgir en la vida. Todo esto hace que el mundo se agite y avance; grandes impulsos lo guían, en el recorrido camino, esto lleva al hombre a vislumbrar más maravillosas conquistas.
Los progresos materiales e intelectuales son de gran valía, en cambio el avance moral es nulo. Tanto es así, que parece que el mundo retrocede, la absorción del pensamiento humano, en la política, por las empresas industriales y financieras, etc., lo absorben, perjudicando sus intereses morales.
Es verdad que la civilización tiene aspectos magníficos, pero también presenta sombras. Ha mejorado en cierto modo las condiciones de la existencia, pero ha multiplicado las necesidades en su deseo por satisfacerlas; aguzando los apetitos y los deseos, ha fomentado el sensualismo y a aumentado la depravación. El amor, al placer, al lujo y a las riquezas se ha hecho cada vez más ardiente. Se quiere adquirir o se quiere poseer a toda costa.
La especulación vergonzosa es mantenida a plena luz. Proviniendo de ello el decaimiento de los caracteres y las conciencias, por ese culto fervoroso a la fortuna, ídolo cuyos altares han reemplazado a las divinidades derruidas.
La ciencia y la industria han centuplicado las riquezas de la humanidad; pero esas riquezas no se han aprovechado directamente más que a una reducida parte de sus miembros. La pobreza de los insignificantes sigue activa, y la fraternidad más que en los hechos se basa en discursos, en palabras que se las lleva el viento. El hambre existe aun, en las grandes ciudades, el trabajo de los obreros es aun un infierno.
Los vicios como la embriaguez, la prostitución, las drogas, el libertinaje, esparcen por todas partes sus venenos, empobrecen a las generaciones y agotan la fuente de la vida, en tanto que las hojas públicas siembran a porfía la injuria y la mentira y una literatura malsana excita los cerebros y debilita las almas.
Los suicidios en la actualidad se multiplican al estar el hombre falto de energías y de sentido moral se refugian en lo que creen es el fin, todo porque el hombre se ignora aun a sí mismo. Sabe poco de las leyes del Universo y no sabe nada de las fuerzas que están en el. El conócete a ti mismo es ignorado, no se preocupa en saber de dónde vino, hacia donde va, y para que está en este mundo.
Dos son las potencias que hacen caminar indeciso al hombre, por un lado las religiones, con su cortejo de errores y supersticiones, su espíritu de dominación y de intolerancia, pero también de consuelos, los cuales tiene origen en los débiles resplandores que han conservado de las verdades primordiales. Por otro lado la ciencia, que materialista en sus principios y en sus fines, con sus frías negaciones y su inclinación desmedida al individualismo, pero también con el prestigio de sus descubrimientos y de sus beneficios.
Estos dos campos, la religión sin pruebas y la ciencia sin ideal alguno, se desafían, se acercan y combaten sin poder vencerse, pues cada una de ellas responde a una necesidad imperiosa del hombre: la una habla a su corazón y la otra dirigiéndose a su espíritu y a su razón. Ambas están rodeadas de numerosas ruinas de numerosas esperanzas y de aspiraciones destruidas, y es así como los sentimientos generosos se debilitan y la división y el odio reemplazan a la benevolencia y a la concordia.
En esta confusión de ideas, la conciencia ha perdido su camino, velando lo justo y el bien. Es intolerable la situación moral de todos los desgraciados que se doblegan entre dos doctrinas que no ofrecen remedio a sus males, la nada y la otra un paraíso inaccesible o una eternidad de suplicios.
La familia, la enseñanza y la sociedad sienten esta confusión. La educación viril ha desaparecido, ni la ciencia ni la religión saben en la actualidad formar a las almas fuertes y bien armadas para las luchas de la vida.
Para solucionar esta crisis, es preciso que en todos se haga la luz, grandes y pequeños, ricos y pobres, hombres y mujeres y niños; es preciso que una nueva enseñanza popular venga a iluminar las almas acerca de su origen, de sus deberes y de su destino.
Solo las soluciones formuladas por enseñanza pueden servir de base a una educación viril y tornar a la humanidad verdaderamente fuerte y libre. Su importancia es capital, tanto para el individuo, como para la sociedad, cuyas instituciones y relaciones regularizaran.
Las nuevas concepciones del mundo y de la vida cuando penetran en el espíritu humano y se filtra poco a poco en todos los ambientes, el orden social, las instituciones y las costumbres lo sienten de inmediato.
Una sociedad sin esperanza, sin fe en el porvenir es como un hombre perdido en el desierto. Lo bueno es combatir la ignorancia y la superstición, es preciso reemplazarlas por creencia racionales. Para caminar con paso firme en la vida, para preservarse de los desfallecimientos y de las caídas, se necesita una fuerte convicción, una fe que eleve por encima del mundo material; se necesita ver la finalidad y tender directamente hacia ella. El arma más efectiva para esta lucha terrenal es tener una conciencia recta e iluminada.
Con la creencia en la nada, y de que con la muerte todo termina, es lógico que el ser solo procure el bienestar en la vida presente, solo mire el interés personal e ignore todo otro sentimiento. Si solo existe para el una existencia efímera, este se aprovecha de la vida presente, se dedica a los placeres y abandona los deberes y los sufrimientos… Esta es la postura materialista, y que está circulando en muchos hermanos a nuestro alrededor, produciendo estragos que se dejan sentir en una sociedad rica y muy desarrollada en el sentido del lujo y de los goces físicos.
Esto no debe desanimarnos, todo no está perdido. El alma humana tiene a veces sentimiento de su miseria, de la insuficiencia de la vida presente y de la necesidad del más allá. Vagamente, confusamente, cree, aspira a la justicia. Y el culto del recuerdo de los seres amados que están en la tumba, denotan un instinto incierto de la inmortalidad.
El hombre no es ateo, cree en la justicia inmanente, como cree en la libertad, ambas existen en las leyes terrenas y divinas. Este sentimiento, el más grande, el más hermoso, que se puede encontrar en el fondo del alma, ese sentimiento nos salvará. Bastará, para ello, que hagamos comprender a todos que esa noción grabada en nosotros es la ley misma del Universo, la que rige a todos los seres y a todos los mundos, y que por ella, el bien a de triunfar finalmente al mal y la vida ha de salir de la muerte.
El pueblo busca su realización al igual que aspira a la justicia, tanto en el terreno político como en el económico y en el principio de asociación. El poder popular ha comenzado a extender sobre el mundo una vasta red de asociaciones obreras, un agrupamiento socialista que abarca a todas las naciones, y que, bajo una única bandera, deja oír en todas partes las mismas llamadas, las mismas reivindicaciones. Es un espectáculo lleno de enseñanzas para el pensador, una obra plena de consecuencias para el porvenir.
Inspirada por las teorías materialistas y ateas, el alma se convertiría en un instrumento de destrucción, pues sus acciones se resolverían a través de la violencia, en revoluciones dolorosas. Contenida en los límites de la prudencia y de la moderación, puede hacer mucho por la felicidad de la humanidad.
La hora que atravesamos es de crisis y de renovación, el mundo está en fermentación; la corrupción aumenta, las sombras se extienden, el peligro es grande; pero no olvidemos que tras las sombras entrevemos la luz; tras el peligro vemos la salvación. Una sociedad no puede perecer. Es verdad que lleva en si elementos de descomposición, pero también lleva gérmenes de transformación y de reedificación. La descomposición anuncia la muerte, pero procede también al renacimiento. Puede ser también preludio de otra vida.
Para elevarse moralmente el hombre y detener esas dos corrientes de la superstición y el escepticismo que conducen a la esterilidad, es necesario que cree en si una concepción nueva del mundo y de la vida y apoyándose en el estudio de la naturaleza y de la conciencia; en la observación de los hechos, en los principios de la razón, fije la finalidad de la existencia y regularice su marcha hacia delante. Necesita una enseñanza de la que se deduzca un móvil de perfeccionamiento, una sanción moral y una certidumbre para el porvenir.
Esta concepción y esta enseñanza ya existen ya se vulgarizan todos los días. En medio de disputas y divagaciones de las escuelas, una voz se ha dejado oír: la de los Muertos. Desde el otro lado de la tumba, se han revelado más vivos que nunca; con sus instrucciones, ha caído el velo que ocultaba la vida futura. La enseñanza que nos han dado reconcilia todos los sistemas encontrados, y de las cenizas del pasado lacen brotar una llama nueva. En la filosofía de los Espíritus encontramos la doctrina oculta que abarca todas las edades. Esta doctrina las hace revivir; reúne los restos esparcidos y los adhiere unos a los otros con un poderoso cemento para reconstituir un monumento capaz de amparar a todos los pueblos y a todas las civilizaciones.
Esta doctrina puede transformar a pueblos y sociedades, llevando la claridad a todas partes donde existe la noche, haciendo que se funda con su calor todo el hielo y egoísmo de las almas, revelando a todos los hombres las leyes que les unen con los vínculos de una estrecha solidaridad. Gracias a ella, aprenderemos a obrar con una misma inteligencia y con un mismo corazón. Más conscientes de nuestra fuerza, avanzaremos con un paso más firme hacia nuestros destinos.
Que la paz y la luz, nos permita meditar en esta propuesta sublime que un día León Denis nos ofreció en su libro “Después de la Muerte” de cual he extraído el contenido de este trabajo para ayuda y esclarecimiento de los tiempos actuales.
Los días actuales son de turbación y transición, la fe religiosa se entibia y las grandes líneas de la filosofía del porvenir son vislumbradas por muy pocos.
Es cierto que se han conseguido grandes progresos, la civilización moderna, prevista de grandes medios, ha transformado la faz de la Tierra, las distancias se han suprimido, y esto ha aproximado a los habitantes, todo se ha mejorado, los derechos han remplazado al privilegio y la libertad triunfa sobre el espíritu de rutina y el principio de la autoridad. Una gran batalla se mantiene entre el pasado, que no quiere morir y el porvenir, que se esfuerza por surgir en la vida. Todo esto hace que el mundo se agite y avance; grandes impulsos lo guían, en el recorrido camino, esto lleva al hombre a vislumbrar más maravillosas conquistas.
Los progresos materiales e intelectuales son de gran valía, en cambio el avance moral es nulo. Tanto es así, que parece que el mundo retrocede, la absorción del pensamiento humano, en la política, por las empresas industriales y financieras, etc., lo absorben, perjudicando sus intereses morales.
Es verdad que la civilización tiene aspectos magníficos, pero también presenta sombras. Ha mejorado en cierto modo las condiciones de la existencia, pero ha multiplicado las necesidades en su deseo por satisfacerlas; aguzando los apetitos y los deseos, ha fomentado el sensualismo y a aumentado la depravación. El amor, al placer, al lujo y a las riquezas se ha hecho cada vez más ardiente. Se quiere adquirir o se quiere poseer a toda costa.
La especulación vergonzosa es mantenida a plena luz. Proviniendo de ello el decaimiento de los caracteres y las conciencias, por ese culto fervoroso a la fortuna, ídolo cuyos altares han reemplazado a las divinidades derruidas.
La ciencia y la industria han centuplicado las riquezas de la humanidad; pero esas riquezas no se han aprovechado directamente más que a una reducida parte de sus miembros. La pobreza de los insignificantes sigue activa, y la fraternidad más que en los hechos se basa en discursos, en palabras que se las lleva el viento. El hambre existe aun, en las grandes ciudades, el trabajo de los obreros es aun un infierno.
Los vicios como la embriaguez, la prostitución, las drogas, el libertinaje, esparcen por todas partes sus venenos, empobrecen a las generaciones y agotan la fuente de la vida, en tanto que las hojas públicas siembran a porfía la injuria y la mentira y una literatura malsana excita los cerebros y debilita las almas.
Los suicidios en la actualidad se multiplican al estar el hombre falto de energías y de sentido moral se refugian en lo que creen es el fin, todo porque el hombre se ignora aun a sí mismo. Sabe poco de las leyes del Universo y no sabe nada de las fuerzas que están en el. El conócete a ti mismo es ignorado, no se preocupa en saber de dónde vino, hacia donde va, y para que está en este mundo.
Dos son las potencias que hacen caminar indeciso al hombre, por un lado las religiones, con su cortejo de errores y supersticiones, su espíritu de dominación y de intolerancia, pero también de consuelos, los cuales tiene origen en los débiles resplandores que han conservado de las verdades primordiales. Por otro lado la ciencia, que materialista en sus principios y en sus fines, con sus frías negaciones y su inclinación desmedida al individualismo, pero también con el prestigio de sus descubrimientos y de sus beneficios.
Estos dos campos, la religión sin pruebas y la ciencia sin ideal alguno, se desafían, se acercan y combaten sin poder vencerse, pues cada una de ellas responde a una necesidad imperiosa del hombre: la una habla a su corazón y la otra dirigiéndose a su espíritu y a su razón. Ambas están rodeadas de numerosas ruinas de numerosas esperanzas y de aspiraciones destruidas, y es así como los sentimientos generosos se debilitan y la división y el odio reemplazan a la benevolencia y a la concordia.
En esta confusión de ideas, la conciencia ha perdido su camino, velando lo justo y el bien. Es intolerable la situación moral de todos los desgraciados que se doblegan entre dos doctrinas que no ofrecen remedio a sus males, la nada y la otra un paraíso inaccesible o una eternidad de suplicios.
La familia, la enseñanza y la sociedad sienten esta confusión. La educación viril ha desaparecido, ni la ciencia ni la religión saben en la actualidad formar a las almas fuertes y bien armadas para las luchas de la vida.
Para solucionar esta crisis, es preciso que en todos se haga la luz, grandes y pequeños, ricos y pobres, hombres y mujeres y niños; es preciso que una nueva enseñanza popular venga a iluminar las almas acerca de su origen, de sus deberes y de su destino.
Solo las soluciones formuladas por enseñanza pueden servir de base a una educación viril y tornar a la humanidad verdaderamente fuerte y libre. Su importancia es capital, tanto para el individuo, como para la sociedad, cuyas instituciones y relaciones regularizaran.
Las nuevas concepciones del mundo y de la vida cuando penetran en el espíritu humano y se filtra poco a poco en todos los ambientes, el orden social, las instituciones y las costumbres lo sienten de inmediato.
Una sociedad sin esperanza, sin fe en el porvenir es como un hombre perdido en el desierto. Lo bueno es combatir la ignorancia y la superstición, es preciso reemplazarlas por creencia racionales. Para caminar con paso firme en la vida, para preservarse de los desfallecimientos y de las caídas, se necesita una fuerte convicción, una fe que eleve por encima del mundo material; se necesita ver la finalidad y tender directamente hacia ella. El arma más efectiva para esta lucha terrenal es tener una conciencia recta e iluminada.
Con la creencia en la nada, y de que con la muerte todo termina, es lógico que el ser solo procure el bienestar en la vida presente, solo mire el interés personal e ignore todo otro sentimiento. Si solo existe para el una existencia efímera, este se aprovecha de la vida presente, se dedica a los placeres y abandona los deberes y los sufrimientos… Esta es la postura materialista, y que está circulando en muchos hermanos a nuestro alrededor, produciendo estragos que se dejan sentir en una sociedad rica y muy desarrollada en el sentido del lujo y de los goces físicos.
Esto no debe desanimarnos, todo no está perdido. El alma humana tiene a veces sentimiento de su miseria, de la insuficiencia de la vida presente y de la necesidad del más allá. Vagamente, confusamente, cree, aspira a la justicia. Y el culto del recuerdo de los seres amados que están en la tumba, denotan un instinto incierto de la inmortalidad.
El hombre no es ateo, cree en la justicia inmanente, como cree en la libertad, ambas existen en las leyes terrenas y divinas. Este sentimiento, el más grande, el más hermoso, que se puede encontrar en el fondo del alma, ese sentimiento nos salvará. Bastará, para ello, que hagamos comprender a todos que esa noción grabada en nosotros es la ley misma del Universo, la que rige a todos los seres y a todos los mundos, y que por ella, el bien a de triunfar finalmente al mal y la vida ha de salir de la muerte.
El pueblo busca su realización al igual que aspira a la justicia, tanto en el terreno político como en el económico y en el principio de asociación. El poder popular ha comenzado a extender sobre el mundo una vasta red de asociaciones obreras, un agrupamiento socialista que abarca a todas las naciones, y que, bajo una única bandera, deja oír en todas partes las mismas llamadas, las mismas reivindicaciones. Es un espectáculo lleno de enseñanzas para el pensador, una obra plena de consecuencias para el porvenir.
Inspirada por las teorías materialistas y ateas, el alma se convertiría en un instrumento de destrucción, pues sus acciones se resolverían a través de la violencia, en revoluciones dolorosas. Contenida en los límites de la prudencia y de la moderación, puede hacer mucho por la felicidad de la humanidad.
La hora que atravesamos es de crisis y de renovación, el mundo está en fermentación; la corrupción aumenta, las sombras se extienden, el peligro es grande; pero no olvidemos que tras las sombras entrevemos la luz; tras el peligro vemos la salvación. Una sociedad no puede perecer. Es verdad que lleva en si elementos de descomposición, pero también lleva gérmenes de transformación y de reedificación. La descomposición anuncia la muerte, pero procede también al renacimiento. Puede ser también preludio de otra vida.
Para elevarse moralmente el hombre y detener esas dos corrientes de la superstición y el escepticismo que conducen a la esterilidad, es necesario que cree en si una concepción nueva del mundo y de la vida y apoyándose en el estudio de la naturaleza y de la conciencia; en la observación de los hechos, en los principios de la razón, fije la finalidad de la existencia y regularice su marcha hacia delante. Necesita una enseñanza de la que se deduzca un móvil de perfeccionamiento, una sanción moral y una certidumbre para el porvenir.
Esta concepción y esta enseñanza ya existen ya se vulgarizan todos los días. En medio de disputas y divagaciones de las escuelas, una voz se ha dejado oír: la de los Muertos. Desde el otro lado de la tumba, se han revelado más vivos que nunca; con sus instrucciones, ha caído el velo que ocultaba la vida futura. La enseñanza que nos han dado reconcilia todos los sistemas encontrados, y de las cenizas del pasado lacen brotar una llama nueva. En la filosofía de los Espíritus encontramos la doctrina oculta que abarca todas las edades. Esta doctrina las hace revivir; reúne los restos esparcidos y los adhiere unos a los otros con un poderoso cemento para reconstituir un monumento capaz de amparar a todos los pueblos y a todas las civilizaciones.
Esta doctrina puede transformar a pueblos y sociedades, llevando la claridad a todas partes donde existe la noche, haciendo que se funda con su calor todo el hielo y egoísmo de las almas, revelando a todos los hombres las leyes que les unen con los vínculos de una estrecha solidaridad. Gracias a ella, aprenderemos a obrar con una misma inteligencia y con un mismo corazón. Más conscientes de nuestra fuerza, avanzaremos con un paso más firme hacia nuestros destinos.
- Merchita-
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" Espíritas, amaros, es el primer mandamiento,
instruiros, es el segundo"
- Allan Kardec-( El Evangelio Según el Espiritismo)
Y además recomiendo: el espirita albaceteño.- elespiritadealbacete.blogspot.com
Divulgación espírita.- albaceteespirita.blogspot.com
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