¿ Le será lícito al hombre manipular la genética de otros animales o de sus propios semejantes?
Toda vez que las aspiraciones humanas se transformaren en alienación perturbadora, teniendo como objetivo intervenir en los códigos genéticos para realizar verdaderas aventuras, la legitimidad de la experiencia debe ceder lugar a los impositivos de una ética trabajada con rigor, a fin de que las vidas animales y humanas sean eximidas de las aberraciones, que muchas mentes desequilibradas, de ayer como de hoy, han intentado realizar en diversas culturas, particularmente en aquellas que se caracterizan por el totalitarismo del poder, que pretende considerar superiores a algunas razas en detrimento de otras, que padecerían su impiedad y la cobardía de las persecuciones crueles.
No es lícita, por tanto, la manipulación genética en animales – con excepción, cuando se tiene por objetivo mejorar la calidad de la raza, evitando su fragilidad y las enfermedades consecuentes del medio ambiente o de factores hereditarios – ni en criaturas humanas, sin graves consecuencias para la sociedad.
¿Las Leyes de Dios imponen algún límite a ese desarrollo?
El hombre tiene el derecho y el deber de investigar siempre, a fin de que el progreso no quede paralizado en las conquistas logradas. No obstante, cuando las experiencias superan la capacidad de control del ser humano, las Leyes de Dios, mediante fenómenos naturales, impiden su avance y permiten que acontecimientos inesperados, desastrosos, demuestren la insensatez de aquel que se yergue a la condición de semi-dios.
El progreso moral del ser humano no acompañó el progreso tecnológico. Hace poco, el mundo asistió, impresionado, a una experiencia en la que una oreja humana fue implantada en el lomo de un ratón. Algunos científicos especularon sobre la posibilidad de la creación de una raza humana intelectualmente inferior, destinada exclusivamente a los trabajos pesados, sin el problema de eventuales reivindicaciones por mejores condiciones de vida. ¿Las leyes de la Naturaleza le permitirán al hombre penetrar en los mecanismos de la biogenética?
Entre las nobles funciones de la ciencia se encuentra aquella que se encarga de examinar las posibilidades denominadas imposibles, que pueden un día, tornarse factibles, realizables. No obstante, soñar con la creación de hombres y mujeres Xerox, insensibles al dolor, automatistas, sin percepción hacia su realidad existencial, es llevar la aspiración a la condición de pesadilla.
Sin duda, el científico puede intervenir en la constitución genética y perturbar su desarrollo, generando anomalías en el proceso de su multiplicación. Empero, para que la vida humana se exprese plenamente, es indispensable la presencia del Espíritu cuyo órgano modelador es el periespiritu, que estimula a las células conforme a las necesidades de naturaleza cármica, obedeciendo a la ley moral de causa y efecto.
¿Cuál es la visión de los Espíritus en torno a la bioética y del número excesivo de discusiones alrededor de la reglamentación de ese tema, considerando el gran avance de la ingeniería genética en el área de la clonación, control fetal, trasplantes y mutaciones?
Considerando la realidad del ser humano como Espíritu inmortal, el fenómeno de la muerte biológica es inevitable, sin que ese acontecimiento afecte la estructura de que está constituido. No obstante, ante la necesidad de evolucionar a través de las sucesivas reencarnaciones, el Espíritu desarrolla las potencialidades intelectuales y penetra en los mecanismos que rigen la vida material, descubriendo recursos preciosos para tornar la existencia física menos tormentosa, menos afliccionantes, como resultado de las conquistas en el transcurso de los milenios.
Los laboratorios de investigación amplían los campos de estudio y diariamente, nuevos descubrimientos contribuyen para que se pueda vivir con más equilibrio y más felicidad.
Sin embargo, simultáneamente, los atavismos materialistas que permanecen en muchos estudiosos de la vida, trabajan con objetivos de burlar el dolor, la muerte, la degeneración que, para ellos, pueden ser evitados, contornados, superados, presentando mecanismos especiales que faciliten la fuga a lo inevitable. De ese comportamiento, nacen propuestas absurdas para el momento y algunas otras trágicas para la vida.
Por tanto, es indispensable que sea levantada una ética para la genética, una bioética, para establecer límites y cercenar la oportunidad de desarrollar los sueños macabros , convirtiendo al ser humano en cobayo para experimentos dantescos, con el pretexto de construir seres superiores genéticamente organizados, postergando sine die el momento de la muerte física, realizándose trasplantes antes de que ocurra la muerte real e interfiriendo en la estructura de los genes y cromosomas, delante de fetos que presentan anomalías detectables, como si las mismas procediesen del cuerpo y no del Espíritu.
Tal procedimiento no considera los acontecimientos cármicos que se dan en las criaturas de complexión orgánica saludable con profundos disturbios psíquicos y emocionales o que se tornan víctimas de accidentes mutiladores y fenómenos degenerativos.
Cuando la Ciencia, por medio de sus nobles investigadores, se adueñe de la realidad del Espíritu, comprenderá la necesidad de establecer un código de preservación de la vida, de ese modo, una bioética fundamentada en el respeto y la dignificación de la criatura humana.
El sueño de lograr una clonación real, copiando seres patronizados, ya es una realidad; empero, bien distante de conseguir el mismo éxito con relación a la criatura humana, conforme a los moldes que conocemos, en razón de que sólo puede acontecer mediante la intervención del Espíritu, sin lo cual tendremos formaciones aberrantes de células que, desprovistas del modelo organizador biológico, jamás repetirán el individuo original.
Sin embargo, teniendo en cuenta que la ingeniería genética llegue a conseguir los requisitos indispensables para que la vida humana se manifieste, el Espíritu utilizará esa circunstancia y podrá reencarnar, jamás idéntico a otro, en razón de las conquistas que tipifican a cada uno.
¿Las inserciones periespirituales en la zona física se darán en los genes del ADN celular? ¿Serían los genes campos prácticamente energéticos, de antipartículas atómicas, como incrustadas en fajas apropiadas de la molécula del ADN?
Podemos afirmar que el ADN, en su estructura íntima, es un campo de energía en su más elevada expresión, exteriorizada por el periespiritu en su función organizadora del cuerpo físico y toda su estructura molecular que, de alguna forma, se constituiría de antipartículas atómicas.
Divaldo Pereira Franco - Manuel Vianna de Carvalho (espíritu),
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