Por instinto, la criatura es agresiva, y cuando no logra exteriorizar esa violencia cae en mecanisnmos de fuga, de depresión, de amargura. Herencia de las etapas inferiores de la evolución, la agresividad debe ser canalizada para poder adquirir valores morales, intelectuales, artísticos, profesionales.
La conquista de la razón proporciona la transmutación de la agresividad y permite que se establezca el predominio de la naturaleza espiritual, en detrimento de la animal, en el ser humano.
Cuando el individuo no logra o no desea modificarse y alterar el comportamiento rumbo al equilibrio y el progreso, elige el litigio como forma de sartisfacción personal, de exaltación al ego. Se torna sumamente agresivo, envidioso, celoso y trabaja en oposición al proceso natural de la evolución.
Hay momentos para las aclaraciones y las disensiones en niveles elevados de discordancia. No a cualquier hora, ni por cualquier motivo.
¡Ten cuidado contigo! deja que te invada y te envuelva la energía divina, a fin de que puedas superar la tentación de contender o debilitarte ante los perseguidores contumaces, los litigantes de la inutilidad.
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La herencia de la naturaleza animal que predomina en el ser humano, la tendencia a la discusión, a competir, a la desaveniencia, se tranforma poco a poco en agresiva y sórdida, con esa característica del primitivismo del cual no se liberó.
Muchas veces, disentir es una actitud saludable cuando no se está de acuerdo por una u otra razón. Entre tanto, transformar la discrepancia en un motivo de litigio es injustificable, sólo comprensible porque se trata de un remanente de la inferioridad moral de la personalidad del opositor.
Con el fin de mantener su punto de vista, el litigante generalmente, urde mecanismos de violencia y recurre a la calumnia, a la infamia, a la agresión injustificable.
Vestigio de las fases iniciales de la evolución en la lucha por la vida, el ser racional permanece, cuando se encuentra así, en actitud de autodefensa en razón de la inseguridad que posee, y se inclina por la agresividad, por el litigio perturbador en el cual el ego predomina y se satisface.
A medida que el adversario ve el triunfo del otro, de aquel a quien combate, se torna más despiadado, y recurre a actitudes de desmoralización ante la imposibilidad de superarlo a través de los valores del espíritu.
Ayer se utilizaba la emboscada, el duelo o el combate físico para satisfacer las pasiones inferiores.
Hoy, guardadas las proporciones, aún se valen de recursos equivalentes, en forma solapada, con el pretexto de defender nobles ideales, para librarse de los peligrosos enemigos que son aquellos a los cuales se combate.
Los litigios son reminicencias del pasado, señales para la identificación del atraso en que permanece un gran número de miembros de la sociedad humana.
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No te extrañe, en el ideal al que te entregas, la presencia del opositor, del desafío para litigar.
Esos compañeros no están luchando por la Causa que dicen defender, sino que trabajan estimulados por la envidia, por la falta de respeto, por el amor propio herido.
Al sentirse disminuídos, se exaltan, exhiben y esgrimen las armas de la arrogancia, de la crueldad, y anhelan el sufrimiento, la ruína, la caída del otro, aquel que ha sido elegido para que sea derrotado.
De ninguna manera les des espacio en tus sentimientos.
Quien se dispone a una tarea ennoblecedora se equipa de coraje, para enfrentar las consecuencias de la decisión y de la acción.
Por consiguiente, ignora a aquellos que pretenden crucificarte, aunque aparezcan enmascarados como benefactores, como defensores de la verdad -la verdad de ellos...
Guarda silencio y prosigue.
Rectifica lo que consideres equivocado, dudoso, incorrecto, y haz lo mejor que esté a tu alcance.
Siempre habrá razones para los litigantes. Viven emocionalmente de las polémicas que sostienen.
Se sienten afines, los unos con los otros, hasta el momento en que surge la desavenencia, puesto que no logran vivir sin imponerse, sin llamar la atención, sin el alimento de la presunción...
La muerte que tomará tu cuerpo los buscará también a ellos, y pasarán, olvidados o recordados solamente por aquellos con los cuales mantuvieron afinidad.
Más allá del velo de sombras del cuerpo, ellos cambiarán su forma de pensar, de entender, de comportarse, y se recuperarán.
Jesús no transitó por el mundo sin sufrir su presencia.
A cada paso los enfrentaba o era desafiado por los litigantes.
Allan Kardec también los encontró en aquellos que decían ser afiliados a la Doctrina de la que él era el Codificador.
Todos los hombres y mujeres de Bien sufrieron su acción, su oposición.
Sé tú aquel que no litiga, pero haz el bien; aquel que no contesta, pero permanece con firmeza en el ideal hasta el fin de la existencia fìsica.
Despierte y Sea Feliz
Juana de Angelis (Espíritu) - Divaldo P. Franco (Médium)
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